Por Horacio Bernades
Algo está pasando en
el cine mexicano. El primer aviso lo dio, un año atrás,
Amores perros. Ahora, Y tu mamá también confirma que en
el país de Arturo Ripstein, éste ya no parece condenado
a la condición de navegante solitario. A su nombre y el de Antonio
González Iñárritu, realizador de Amores perros, hay
que sumarle el de Alfonso Cuarón, que con Y tu mamá también
viene a sacudir el árbol del cine de su país.
En verdad, el de Cuarón no es un nombre nuevo. Sucede que hasta
ahora, al espectador local le sonaba a Hollywood. Allí, Cuarón
dirigió La princesita (1995) y Grandes esperanzas (1997), dos muestras
de cine de estudio, rebosantes del más exuberante artificio. Sencilla,
mínima y económica, Y tu mamá también revela
la voluntad de cortar y dar de nuevo. Amigos desde siempre, Julio (Gael
García Bernal, protagonista de Amores perros y la flamante Vidas
privadas, de Fito Páez) y Tenoch (Diego Luna) andan con ganas de
darse un buen salpicón de droga, sexo y Café Tacuba. El
inminente ingreso a la universidad marca el momento justo para lanzarse
a una última aventura adolescente. Recién instalada en México
con su marido, Luisa, una atractiva española (Maribel Verdú,
de El año de las luces y Belle Epoque) les dará la razón
que faltaba.
Y tu mamá también es ese viaje en busca de la playa perfecta.
Del encame perfecto, también. Si a lo largo del viaje el sexo se
vuelve obsesión, es por cuestión de hormonas en un caso
y necesidad de aferrarse a la vida, en otro. Hay una segunda iniciación
que Julio y Tenoch vivirán sin saberlo y que consiste en el roce
cercano con la muerte. Ese choque entre vitalidad juvenil y tragedia emparienta
a Y tu mamá ... con muchos films de la nouvelle vague, desde Los
400 golpes hasta Vivir su vida. No sólo en lo temático,
sino por el modo en que Cuarón filma y dirige a sus actores, que
parecen gente a la que la cámara tomó por sorpresa. No podría
ser más justo el premio que vienen de obtener, en Venecia y a dúo,
Luna y García Bernal, a quienes su amistad de toda la vida les
permite tener esa sintonía que no se ensaya. Tercera en discordia,
Verdú se las arregla muy bien, para enmendarles la plana primero
y marcarles el paso más tarde.
Pero no es sólo cuestión de frescura y espontaneidad. Y
tu mamá... es una película de fina construcción,
en buena medida gracias a Carlos Cuarón, hermano del realizador
y guionista. Mientras que los personajes se expresan en el más
(im)puro chilango (equivalente a nuestro lunfardo), el relato en off tiene
una fuerte impronta literaria, además de ser ligeramente irónico
y distanciado. Como para marcar bien fuerte el contraste, cada vez que
el off irrumpe sobre la banda sonora, la corta abruptamente. Si el habla
de los actores suena espontánea y frondosa, ese relato a
cargo de un narrador no involucrado es, por el contrario, objetivo
y omnisciente. Hasta el punto de saber qué ocurrió
o les va a ocurrir a los personajes, no importa lo episódicos que
sean.
Hijos de la clase gobernante, Julio y Tenoch viven en una burbuja, en
la que el mismísimo Presidente de la Nación hace una aparición
especial. A medida que su escapada de fin de semana progrese, se alejarán
de ella, ingresando en el México real. Uno de procesiones religiosas,manifestaciones
prozapatistas, partidas militares y campesinos de rostros aindiados. Todos
ellos parecen vivir en un planeta distinto al de México DF. Un
planeta de rutas inmensas y polvorientas, que el notable Emmanuel Lubezki
(La leyenda del jinete sin cabeza) fotografía con esa rara mezcla
de crudeza y sofisticación que es proverbial del film en su conjunto.
Los hermanos Cuarón tienen la delicadeza de mostrar ese México
real apenas de soslayo, sin la menor acentuación ni subrayado,
dejando que el espectador saque sus conclusiones.
PUNTOS
CHOPPER,
OPERA PRIMA DE ANDREW DOMINIK
Vida y obra de un asesino
Por Martín
Pérez
Una, dos y tres. Tres veces
el puñal penetra en la carne. Tres puñaladas son las que
Jimmy le asesta por sorpresa a su amigo Chopper. Creyendo que son suficientes
se aleja, lleno de remordimiento, para verlo caer al suelo. Pero Chopper
no cae. Simplemente mira sorprendido sus heridas. No puede creer que Jimmy
sea capaz de hacerle eso. Jimmy reúne lo que le queda de valor,
y vuelve a acuchillar a Chopper. Entiendo que estés enojado,
Jimmy, dice Chopper, sin alterarse y sin caer. Y agrega: Pero
si seguís apuñalándome vas a matarme. Algo
que no sucede, ni sucederá en todo el film del debutante Andrew
Dominik, que recorre vida y obra de Mark Chopper Read, el
criminal más famoso de Australia.
Toda una celebridad en su tierra, la carrera criminal de Read autor
de varios bestseller, uno de ellos titulado Como dispararle a los amigos
e influir en la gente comenzó a fines de los años
setenta, cuando intentó sacar de la cárcel a un amigo. A
partir de allí es que Chopper comenzó a hacer lo que enumera
el título de su libro más conocido: disparar a los amigos
e influir en la gente. Dominik estructura su historia a partir de dos
momentos en la vida de Chopper: su primer acto de violencia dentro de
la prisión, y su primer retorno a la calle. En la primera parte,
Read se convertirá en Chopper. Y en la segunda parte Chopper pasará
a ser cada vez más Chopper.
Llena de sangre, mucho cinismo y una cierta dosis de locura controlada
-o, mejor dicho, justificada por su protagonista Chopper es un film
violento muy consciente de su violencia, y que le debe mucho a Quentin
Tarantino y Oliver Stone. Si Tarantino, por ejemplo, decidió que
uno de sus personajes le cortase una oreja a un policía en la escena
más controversial de su film Perros de la calle, Dominick duplica
-literalmente la apuesta en su ópera prima. Sin embargo,
pese a la autoconciencia permanente del film, su puesta en escena no alcanza
a cruzar ningún límite. A medio camino entre el Stone de
Asesinos por naturaleza y los asesinos de Tarantino, toda la violencia
y la estética de Chopper terminan siendo repetitivas y recurrentes.
Presentado en competencia en el último festival de Cine Independiente
porteño, el film de Dominik gira necesariamente alrededor de su
actor principal. Conocido en Australia como un comediante televisivo,
Eric Bana como lo supo hacer antes el otrora humorista Takeshi Kitano,
salvando las distancias construye en su debut en la pantalla grande
a un asesino psicópata monstruosamente querible. Un criminal que
pide perdón por todos sus actos, un psicópata capaz de pensar
en dejar lisiados a todos sus compañeros de pabellón, o
de golpear a su novia y a la madre de su novia mientras se queja por la
violencia que le obligan a ejercer. Un verdadero monstruo cinematográfico
es el creado por Dominik y Bana, cuya mayor monstruosidad y, al
mismo tiempo, su mayor atractivo radica en el hecho de que fue construido
a la medida de un delincuente real.
PUNTOS
Somos
algo más que una banda de rock and roll
Por Luciano Monteagudo
El cine alucinado de Emir Kusturica
definitivamente no sería el mismo sin esa música que alimenta
el frenesí de Tiempo de gitanos y que le da sus cualidades más
salvajes y oníricas a Underground y Sueños de Arizona. Las
furiosas bandas de sonido de estos films fueron responsabilidad de Goran
Bregovic, que con su Banda y Orquesta de Funerales y Bodas inauguró
el mes pasado el Festival Internacional de Buenos Aires. Pero Kusturica
también parece decidido a bailar con su propio ritmo, como lo prueba
Super 8 Stories, un documental que lleva su firma y que registra la última
gira europea de un heterogéneo grupo de rock balcánico llamado...
Emir Kusturica and the No Smoking Band (que toca en vivo este fin de semana
y el próximo en La Trastienda).
Formada originalmente veinte años atrás, cuando Kusturica
apenas si hacía sus primeros pasos en el cortometraje y todavía
no se animaba con la música, la No Smoking Band (Zabranjeno Pusenje
en el original) nació en Sarajevo como un grupo punk, claramente
anarquista, recuerda en la película Nelle Karajilic, fundador,
líder y vocalista del grupo. Por aquel entonces, la larga sombra
del mariscal Tito todavía se extendía por Yugoslavia y el
grupo de una clara intención satírica, que ni siquiera
respetó los funerales del caudillo comunista no tardó
en ser prohibido, y sus discos confiscados. Pero hacia 1986 la banda volvió
a salir a la luz, con un nuevo bajista y guitarrista, Emir Kusturica,
quien por entonces acababa de ganar la primera de sus dos Palma de Oro
del Festival de Cannes, por su segundo largo, Papá salió
en viaje de negocios.
Desde entonces, cine y música han estado indisolublemente ligados
en la obra de Kusturica y eso es lo que refleja esta producción
de la cadena de televisión europea ARTE, en la que Kusturica echa
mano de todos los recursos a su alcance, desde viejas películas
caseras de su infancia, registradas con una cámara de Super 8 (de
ahí el título del film), hasta imágenes de noticieros
de televisión con los funerales de Tito, pasando por la grabación
en video digital de una serie de conciertos en el enorme Volksbühne
de Berlín y en el Olympia de París, entre las principales
salas europeas que recorrió el año pasado la No Smoking
Band.
Por si no se dieron cuenta, somos algo más que una banda
de rock and roll, afirma Kusturica en la película. Y no queda
sino darle la razón. Parecería imposible definir eso que
algunos han dado en llamar Balkan Punk y que tiene influencias
tanto de la música gitana como de los Sex Pistols, de Jethro Tull
y de Johann Strauss, de Charlie Parker y de Giuseppe Verdi, todos revolcados
en un mismo lodo y sonando arriba del escenario con el mismo frenesí
que vibra en todas las películas de Kusturica. La intriga
política y la provocación acompañaron a la banda
en toda su vida, reconoce EK, que no fue ajeno a las polémicas
cuando su cine y muy particularmente Underground fue acusado
de haberse beneficiado con financiación serbia, en el mismo momento
en que las hordas de Milosevic arrasaban con Sarajevo. En este sentido,
el film se cuida de no hacer ninguna alusión política y
hasta se cura en salud, exhumando imágenes de un viejo programa
de TV producido por el grupo, un poco a lamanera del Monthy Python
Flying Circus, en el que ya se prenunciaba, en tono satírico,
la tragedia que no tardaría en desangrar a todo un pueblo.
Lejos de cualquier intención polémica, estas Super 8 Stories
de Kusturica proponen una visita guiada a la banda, a la manera de cualquier
rockumentary, con abundantes imágenes del backstage y los camarines,
donde el alcohol y las bromas pesadas algunas a cargo del baterista
Stribor Kusturica, hijo de Emir corren parejo.
PUNTOS
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