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La
globalización
y las tanguistas
Por M. Vázquez Montalbán
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Mientras se resuelve la primera
guerra del siglo XXI, leo que por fin se ha resuelto el problema de supervivencia
de Aerolíneas Argentinas y que ha pasado de las manos de Iberia,
compañía española, a una coalición empresarial
también española. Cuando se planteó meses atrás
la crisis de Aerolíneas, los argentinos llegaron a la conclusión
de que habían sido víctimas de una mala alianza y se echaron
a la calle para acusar a España de deslealtad empresarial. Fue
un momento negro de las relaciones hispanoargentinas que echó luz
sobre el neoexpansionismo económico español en Latinoamérica,
como una muestra más de las características de la economía
globalizadora: invertir donde sea más rentable, al margen del patriotismo
territorial. A los españoles nos sorprende que algunos paisanos
pertenezcan al neocapitalismo inversor globalizado, tal vez porque nuestra
historia económica se caracteriza por las inversiones extranjeras
en España y no al revés. De la misma manera nos transmuta
el que lleguen a nuestras costas o a nuestros aeropuertos exiliados económicos
o políticos, porque desde el siglo XV hemos sido un país
exportador de emigrantes. Tenemos cultura de exiliados, no de asiladores,
a pesar del ejemplo del general Franco que tras la Segunda Guerra Mundial
dio cobijo en España a cuantos nazis y fascistas se lo pidieron.
Las inversiones españolas en Argentina se hicieron en horas bajas
de la economía de un país recién salido de la dictadura
militar, con una inflación que propiciaba billetes de un millón
de pesos. Por otros lugares de América latina y de Africa, el capital
español se movía según la ética del neocapitalismo
implacable, en busca del máximo beneficio a costa de una sobreexplotación
de la fuerza de trabajo. Mientras tanto los políticos y algunos
intelectuales acólitos recuperaban el lenguaje de la Hispanidad
rebajado de acentos épicos, eso sí. Pero no quiero hablar
de economía sino de tangos. Porque en el momento en que el nombre
de España, no para bien, estaba en los labios de los argentinos,
los programadores del Teatre Grec de Barcelona, ofrecieron una plataforma
cultural argentina de verano basada en excelentes grupos teatrales y en
las actuaciones de tres tanguistas tan ilustres como Susana Rinaldi, Adriana
Varela y Cecilia Rosetto. A las dos primeras me las perdí porque
viajaba yo por Marruecos por si encontraba en algún desierto el
origen de la guerra de las civilizaciones y me dolió la pérdida,
porque la Rinaldi forma parte de mi educación canora y Adriana
fue mi musa mientras urdía y escribía Quinteto de Buenos
Aires. Adriana Varela tiene una de las voces más interesantes de
la cultura popular globalizable y, a la contra de Prometeo, le ha quitado
el tango a los hombres para dárselo a las mujeres y a los dioses.
A la que sí pude ver fue a la Rosetto, una actriz formidable, de
la mejor escuela del teatro latino bonaerense, mérito extra si
tenemos en cuenta que Buenos Aires es la capital de las culturas teatrales,
que son varias, en lengua española. Ahora venía de tanguista
y algo fugitiva de esos malentendidos con los que las culturalizaciones
oficiales les ponen la proa a los creadores que cuestionan el sistema
o recuerdan demasiado. Recuérdame, que recordar es volver a vivir...
cantaban Los Vieneses en los años 40, pero recordar en el
Cono Sur lo que fue la Solución Final de Kissinger y el Departamento
de Estado, suena a ruido que interrumpe los canales de comunicación
más deseables. La Rosetto llegó a Barcelona, capital del
rosettismo europeo, después de una bronca bonaerense televisiva
sobre la memoria histórica de los argentinos. En la de esta espléndida
artista hay un primer marido desaparecido y una militancia en la comprobación
de que la historia tiene culpables. La Rosetto pertenece a la cultura
de la resistencia. Eso no le evita exhibir un talento escénico
formidable y unas condiciones tanguistas que yo pude apreciar desde el
primer momento en que la conocí. Fue en Buenos Aires. Yo compartía
un asado con amigos, conocidos y desconocidos y entre los desconocidos
una mujer alta de estatura y escote que de pronto, a los postres, se puso
a cantar a pleno pulmón un tango que rompió cristalerías
y deshizo los esqueletos de corderos asados crucificados. Era Cecilia
Rosetto.
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