Por Eduardo Febbro
Desde
Peshawar
El flujo de refugiados no se
detiene nunca. Cuando los afganos que huyeron de Kabul o Jalalabad llegan
a Pakistán sienten que han cambiado de universo. Algunos ya tienen
experiencia. Hace algunos años tomaron el mismo camino que ahora
para escapar de las bombas soviéticas y hoy se vuelven a encontrar
en Peshawar porque las bombas y los misiles de Estados Unidos les destrozaron
su casa. Parece que nuestro destino es huir siempre de alguna bala,
dice Kemal con una expresión resignada.
Fatia no parece furiosa. Es suave como ese sol mitad afgano y mitad paquistaní
que se acuesta sobre la frontera. Tiene los rasgos marcados por el cansancio
y los brazos en semicírculo como si todavía siguiese llevando
el hijo que murió en la montaña. Habla en un hilo continuo,
mirando hacia el suelo, con los ojos clavados en la tierra. Fatia es una
de los 2000 refugiados afganos que cada día pasan clandestinamente
la frontera con Pakistán. Pero su historia es un bloque de silencio,
un drama tan enorme que hace falta coraje para mirarla a los ojos y enfrentarse
con el dolor, con la más dura y honda expresión de la herida
que la vida metió adentro.
Fatia salió de Kabul para escapar de las bombas. Sentí
que no podía resistir más. Estaba aterrorizaba. Los bombardeos
empezaban a las doce de la noche y después continuaban a las cuatro
de la madrugada. Tuve mucho miedo; la tierra temblaba igual que un terremoto.
El mundo se nos venía encima. Mi hijito lloraba. Todos los días
era igual, ayer como hoy la tierra temblaba. La muerte rondaba como un
pájaro sobre nosotros.
Fatia se calla, vuelve a fijar los ojos en la tierra, balancea el cuerpo,
se acomoda una mecha de pelo y se cubre la cara con las manos. Está
reviviendo desde dentro la escena del accidente. Mide su horror y los
que están a su alrededor miden el horror del mundo, el impacto
individual de tantas toneladas de bombas. Fatia es la inocencia culpable,
una víctima más del World Trade Center alcanzada por otros
aviones a miles de kilómetros de distancia. Partió de Kabul
para salvarse. Casi al atardecer llegó a la frontera y eligió
el camino de las montañas. Llevaba muy poquitas cosas y su hijo
de un año en sus brazos. Empezó a subir, a andar por senderos.
Caminamos muchas horas, era de noche, no se veía nada, éramos
unos cuantos avanzando en hilera. No se oían las bombas, la tierra
no temblaba. La mujer se detiene, mira a los que están enfrente
y aprieta los brazos contra el estómago. Todos conocen el resto
de la historia, no vale la pena que la vuelva a repetir. Fatia salió
de Kabul y en un sendero de la montaña tropezó y su hijo
se le cayó de los brazos. Llegó sola a Peshawar y hoy vive
en un campo de refugiados.
La otra mujer apenas se puede mover, no resiste estar de pie más
que unos segundos. No quiere que digan su nombre y termina dibujando una
letra M con el dedo. M tiene 50 años que parecen unos 15 menos.
Los médicos que la examinaron en el campo de refugiados dicen que
le harán falta varias semanas para recuperarse. No están
seguros de que pueda caminar con la normalidad de antes. M es una versión
distinta de la inocencia culpable. No la lastimaron las bombas del imperio
sino esa otra forma de barbarie que son los talibanes. Cuando los
soviéticos invadieron Afganistán, quisieron obligar a las
mujeres a que sean como las del resto del mundo. A las que usaban el chadril
las forzaron a sacárselo. Después llegó el régimen
talibán y trataron a las mujeres peor que a excrementos. Nos obligaron
a palos a que nos pusieran el chadril, a que no mostráramos ni
un poro de la piel. M llegó a Pakistán hace seis días.
Vino también sola y con el cuerpo lleno de moretones. La milicia
fundamentalista talibán le dio tantos garrotazos que la dejaron
estropeada. Tiene profundas marcas en la parte de atrás del cuello,
en la cintura y la columna vertebral. Cuando camina unos metros siente
que se está desarmando por dentro. Casi no puede moverse,
pero atravesó la frontera salvando lo que más quería.
Su hijo no cayó en manos de la milicia talibana.
Hace cerca de tres semanas, el líder religioso de los talibanes,
el mullah Mohamad Omar, anunció la movilización de 300.000
combatientes en todo el país. Demasiados soldados para un país
sin alimentos y empantanado en la ruina. Los 300.000 combatientes del
Islam radical del mullah Omar no fueron una realidad espontánea.
Empezaron a buscar casa por casa a los muchachos en edad de combatir.
Les decían que tenían que alistarse para no dejar entrar
a los norteamericanos. Algunos aceptaron sin chistar, otros se negaron.
Cuando empezaron las represalias, la situación se volvió
más difícil. Parece que hacía falta mandar tropas
a varios frentes y los hombres disponibles no daban abasto. Entonces volvieron
a las casas de las familias y se llevaron por la fuerza a los muchachos
jóvenes. Supe que a una vecina le llevaron el hijo y yo no quería
que pasara lo mismo con el mío. Lo escondí. Pero alguna
persona me denunció y una noche la milicia vino a buscarlo a mi
casa. Les dije que mi hijo se había escapado a Pakistán
y no me creyeron. Me apalearon muchas horas seguidas para que les dijera
dónde estaba. Yo no abrí la boca. Aunque me mataran no se
los iba a decir. Antes me hubiesen arrancado el corazón.
EE.UU.
REDOBLA SUS BOMBARDEOS E INTIMA A LOS AFGANOS
Acérquense a nosotros brazos en alto
Por Richard Norton-Taylor
Desde Londres
Estados Unidos escaló
ayer sus bombardeos contra Afganistán al utilizar un nuevo tipo
de armas con el que se prepara el camino para el despliegue de tropas
terrestres en cuestión de semanas. Los comandantes
militares están mostrando signos de frustración ante la
aparente resistencia de las fuerzas talibanas. Aviones F-15E Strike Eagles
están bombardeando por primera vez posiciones talibanas. Según
fuentes de Defensa norteamericanas, los blancos son tropas y tanques cerca
de la estratégica ciudad de Mazar-i-Sharif. Según la CNN,
las oficinas de esa cadena y de la árabe Al Jazeera en Kandahar
fueron alcanzadas por bombas dirigidas a un vehículo de guerra
talibán que pasaba cerca de allí.
Al uso de aviones de desplazamiento lentos AC-130 Spectre armados con
obuses, cañones y ametralladoras, ayer se agregaron aviones espía
del tipo Predator, sin piloto, equipados con misiles. El uso de los Predator
es un signo más de que Estados Unidos está seguro de tener
la completa supremacía en el espacio aéreo afgano, pero
parece que sigue teniendo dificultades para hacer retroceder a las fuerzas
talibanas y de Osama bin Laden en el terreno. El balance de los daños
causados entre los talibanes aún no ha sido publicado, a pesar
de las constantes promesas de hacerlo y del despliegue de satélites
espías y aviones especiales para recoger información de
inteligencia. Estas fuentes indicaron que esto se debe a problemas para
obtener información sobre los daños colaterales, o sea,
descubrir el impacto real de los ataques aéreos.
Según los talibanes, siete transeúntes murieron ayer cuando
una bomba alcanzó un depósito de municiones en Kabul, llevando
el número de muertos a 70 solamente en 24 horas de bombardeos norteamericanos
sobre la capital afgana y Kandahar. La agencia Reuters informó
que vecinos de Kabul corrieron a buscar refugio mientras dos bombas destruían
un edificio talibán y un depósito de municiones en el norte
de la ciudad. El periodista de la agencia vio como un habitante de Kabul
llamado Nazirullah lloraba sobre los cuerpos de su familia, asesinada
en su casa en el suburbio oriental de Qalaye Zaman Khan. A unos metros
de allí, hay una base militar talibán.
Otros testimonios indican que los aviones norteamericanos atacaron fuertemente
blancos en Kandahar, el bastión de los talibanes en el sur del
país, y la ciudad de Jalalabad, en el Este del país, el
centro de los campos guerrilleros en el país. En relación
al despliegue de tropas terrestres, una fuente bien informada señaló
que los comandantes militares están planificando acciones
diferentes en lugares distintos al mismo tiempo.
El ministro de Defensa francés, Alain Richard, habló ayer
sobre la participación de su país en los ataques contra
Afganistán. Lo que Estados Unidos está planeando es
una serie de acciones limitadas en sitios distintos, bien identificados,
y no se trata en absoluto de una primera fase para tomar el control de
todo el territorio afgano, declaró. Justamente porque
esta serie de operaciones terrestres limitadas terminarán en no
demasiado tiempo, es posible, en efecto, que las fuerzas especiales francesas
puedan asociarse a las norteamericanas y británicas. Richard
aclaró que la planificación de estas operaciones tomará
algún tiempo ya que las fuerzas talibanas están dispersas
y el despliegue de las fuerzas especiales puede emplear semanas. No
podemos enviar a nuestros soldados a atacar un sitio del cual no saben
nada, explicó.
Las radios norteamericanas que operan en Afganistán advirtieron
a los talibanes que serán destruidos por las bombas y misiles norteamericanos,
y por helicópteros y tropas terrestres. Ustedes serán
atacados por tierra, mar y aire. Resistirse es inútil, dice
uno de los mensajes en uno de los dos idiomas que se hablan enAfganistán,
según transcripciones ofrecidas por el Pentágono. Nuestros
objetivos serán alcanzados, por las buenas o por las malas.
El mensaje también dice a las tropas talibanas que la rendición
es su única opción, y ofrece precisas instrucciones para
que lo hagan: Cuando ustedes decidan rendirse, acérquense
a las fuerzas norteamericanas con los brazos en alto. Pongan sus armas
cruzadas en la espalda, con la cara hacia el piso. Vacíen sus cargadores.
Hacer esto es su única chance de supervivencia.
DESDE
EL BLANCO DEL ATAQUE
La noche, lo peor
Por Angeles Espinosa*
Desde Islamabad
Cuando llega la noche
parece que llega el desastre, cuenta un residente de Kabul en un
mensaje enviado a escondidas fuera de Afganistán y al que ha tenido
acceso este diario. La gente trata de llegar a sus casas lo más
pronto posible, prosigue en medio de la angustia de que alguien
descubra que sigue en contacto con el exterior. Los talibanes han amenazado
con la muerte a quien utilice teléfonos satélite o equipos
de radio. Ahora mismo mientras escribo esta carta, un avión
ha bombardeado algún sitio aquí en Kabul. El mensaje
está fechado el 14 de octubre y es uno de los escasos testimonios
no controlados que aún salen de Afganistán.
Las líneas telefónicas convencionales hace años que
no funcionan. Los empleados locales de la ONU y de las ONG seguían
en contacto con sus colegas en Islamabad a través de la radio o
el teléfono satélite. Tras su prohibición el fin
de semana del 23 de setiembre, sólo han podido hablar con ellos
en presencia de algún funcionario talibán. Anoche,
un avión llegó hacia las ocho, bombardeó el aeropuerto
y un montón de armas almacenadas allí hicieron explosión,
relata el comunicante, cuya identidad debe permanecer en el anonimato
para evitarle represalias. Estaba en el tejado viendo el daño
causado por la explosión y de repente llegó otro avión
y volvió a bombardear la colina de la televisión, esta vez
creo que la bomba fue muy potente, sonó muy mal y rompió
los cristales de la mayoría de las casas de esta zona. Iluminó
toda la ciudad.
Esa fue toda la luz que tuvieron los habitantes de la capital afgana esa
noche, y la anterior, y la si-guiente. Porque desde que han empezado los
bombardeos los cortes de electricidad son la norma y la población
pasa las noches a oscuras, lo cual no sería un problema si durmieran.
La ciudad huele a quemado y la gente dice que no puede dormir debido
al ruido de los bombardeos y al miedo, explicó recientemente
Stephanie Bunker, portavoz de la oficina del coordinador humanitario de
la ONU.
La noche pasada ha sido la más peligrosa que he visto nunca,
prosigue el improvisado corresponsal de Kabul. Ahora, por las noches,
nuestros amigos se colocan entre las casas, detrás
de las mezquitas, en zonas donde viven civiles, y desde allí disparan
sus armas antiaéreas a los aviones. Nuestros amigos son,
obviamente, los talibanes. Los civiles no pueden decirles nada,
manifiesta impotente, después de haber constatado dos días
antes, la noche del viernes 12, que varias personas murieron y cuatro
casas resultaron destruidas cuando un bombardero respondió a una
de esas ametralladoras antiaéreas montadas sobre una camioneta
tipo pick up.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
Política
y desastre
Por Horacio González,
Eduardo Grüner, León Rozitchner,
Enrique Carpintero y Fernando Ulloa
Es imposible no sentir horror ante inocentes precipitándose
al vacío desde las torres en llamas, no identificarnos con
semejante magnitud del dolor humano. Este sentimiento apasionado
es un índice irrenunciable de toda política revolucionaria,
si no queremos destruir nuestra sensibilidad humana, que es el fundamento
diferente que nos distingue de la insensibilidad asesina y de sus
cómplices.
Más aún: ese horror, aun si lo rechazáramos
como sentimiento para aceptarlo como estrategia política
cosa que no hemos hecho en el pasado, y no tenemos por qué
hacer ahora, no puede ser nunca un índice de eficacia
para construir un mundo diferente. Cuidémonos de las complacencias
del instante y de los triunfos imaginarios. Cuidémonos
de tomar a la parte por el todo.
Cuidémonos de confundir la caída de las torres y la
masacre indiscriminada con el desmoronamiento real del capitalismo.
O de confundir la destrucción de un ala del Pentágono
con el aniquilamiento de sus fuerzas armadas.
Cuidado con las falsas satisfacciones instantáneas.
Hablamos también de eficacia política: de una eficacia
que es la de la lucha democráticamente organizada de los
pueblos contra el poder, y frente a la cual la violencia elitista
de los iluminados sólo puede ser perjudicial para la causa
de esos pueblos. No enaltecemos valores abstractos. No separamos
el espíritu moral del cuerpo sintiente, como si estos valores
morales fueran una aureola celeste que rodea la ingenuidad de bellas
almas distanciadas de la contundencia feroz de la materialidad de
los hechos. El dolor por el sufrimiento del otro tiene una inscripción
real que potencia nuestros cuerpos. Precisamente porque queremos
incidir en la vida política concreta rechazamos y nos duele
la muerte de inocentes, sea donde fuere. Es necesario producir una
razón distinta, un modo de pensar la lucha diferente a la
del enemigo.
No gozar con el martirio de seres inocentes es nuestra fuerza. Allí
toma su punto de partida una racionalidad distinta, y por lo tanto
otra estrategia.
Que la impotencia y la frustración no nos lleve a complacernos
en soluciones ilusorias. Se trata de la eficacia real que requiere,
más allá del instante de horror, el tiempo justo,
no instantáneo, de la maduración de las fuerzas populares.
Son ellas las que permitirán construir una inmensa multitud
de insurgentes pacíficos pero incontenibles, que serán
ante todo los creadores de un poder no militar sino político
y moral: porque la moral es un poder que también vivifica
los cuerpos. Sólo estos cuerpos morales pueden modificar
la historia y producir una fuerza de una cualidad diferente a la
que ejerce el neoliberalismo: es él, no nosotros, el que
se apoya en la muerte de millones de inocentes.
Es ética y políticamente justo recusar la hipocresía
de quienes denuncian el terrorismo de los talibanes para justificar
el terrorismo previo y cuantitativamente más pavoroso de
los poderes imperiales, el cinismo que consiste en dolerse por unas
muertes y pasar en silencio el espanto de las otras. Por eso, habiendo
condenado siempre el terrorismo de Estado tanto como el del imperio,
también reprobamos la masacre de las torres. Pero no se trata
de un sistema de equivalencias, sino de sortear la trampa ideológica
del con unos o con los otros.
Siempre supimos que la política es el mundo de los hombres
en lucha, el movimiento de las fuerzas objetivas de la historia.
Pero también siempre supimos que ninguna necesidad dictada
por el hierro candente de los hechos puede orientar
los juicios sobre el valor de la vida humana. Los sufrimientos y
tormentos no son intercambiables por otros sufrimientos y tormentos:
hay que salir del círculo infernal en que el imperio nos
encierra.
Pensar la política exige el esfuerzo de recrear en nosotros
mismos las formas del padecer humano. Hay padecer verdadero en las
víctimas de las represiones estatales, de los planes de exterminio
de los poderes que sean.
Hay padecer verdadero cuando máquinas portentosas gigantescos
edificios y aviones son encaminadas a chocar deliberadamente
entre sí en medio del horror sobre civiles inocentes. En
ese sacrificio inútil no puede haber justicia ni motivo alguno
de congratulación; también hay desolación y
espanto.
Debemos ahora, todos juntos, condenar los bombardeos norteamericanos
y de sus aliados con la misma energía que el atentado a las
torres, actuar urgentemente para que cese la política genocida
de aniquilaciones y crueldades metódicas que se ejercen hoy
contra el sufrido pueblo de Afganistán, y mañana quién
sabe contra cual otro. Como siempre lo hicimos frente a todas las
atrocidades del imperio. Para él preservar una vida puede
ser una inversión despreciable. Sea en la Kabul bombardeada
o en la Nueva York absorta.
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