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LA MUJER QUE PERDIO A SU HIJO HUYENDO DE LA GUERRA
Un espantoso Día de la Madre

Este domingo 21 es el Día de la Madre. Pero para Fatia, la mujer que perdió a su hijo huyendo de los bombardeos, será el día del duelo más atroz. Un enviado de Página/12 relata aquí su tragedia y la de los muchos otros refugiados afganos en Pakistán, en medio de una guerra que crece día a día.

Pájaro: �El mundo se nos venía encima. Mi hijito lloraba. Todos los días era igual; la tierra temblaba. La muerte rondaba como un
pájaro sobre nosotros�.

Por Eduardo Febbro
Desde Peshawar

El flujo de refugiados no se detiene nunca. Cuando los afganos que huyeron de Kabul o Jalalabad llegan a Pakistán sienten que han cambiado de universo. Algunos ya tienen experiencia. Hace algunos años tomaron el mismo camino que ahora para escapar de las bombas soviéticas y hoy se vuelven a encontrar en Peshawar porque las bombas y los misiles de Estados Unidos les destrozaron su casa. “Parece que nuestro destino es huir siempre de alguna bala”, dice Kemal con una expresión resignada.
Fatia no parece furiosa. Es suave como ese sol mitad afgano y mitad paquistaní que se acuesta sobre la frontera. Tiene los rasgos marcados por el cansancio y los brazos en semicírculo como si todavía siguiese llevando el hijo que murió en la montaña. Habla en un hilo continuo, mirando hacia el suelo, con los ojos clavados en la tierra. Fatia es una de los 2000 refugiados afganos que cada día pasan clandestinamente la frontera con Pakistán. Pero su historia es un bloque de silencio, un drama tan enorme que hace falta coraje para mirarla a los ojos y enfrentarse con el dolor, con la más dura y honda expresión de la herida que la vida metió adentro.
Fatia salió de Kabul para escapar de las bombas. “Sentí que no podía resistir más. Estaba aterrorizaba. Los bombardeos empezaban a las doce de la noche y después continuaban a las cuatro de la madrugada. Tuve mucho miedo; la tierra temblaba igual que un terremoto. El mundo se nos venía encima. Mi hijito lloraba. Todos los días era igual, ayer como hoy la tierra temblaba. La muerte rondaba como un pájaro sobre nosotros.”
Fatia se calla, vuelve a fijar los ojos en la tierra, balancea el cuerpo, se acomoda una mecha de pelo y se cubre la cara con las manos. Está reviviendo desde dentro la escena del accidente. Mide su horror y los que están a su alrededor miden el horror del mundo, el impacto individual de tantas toneladas de bombas. Fatia es la inocencia culpable, una víctima más del World Trade Center alcanzada por otros aviones a miles de kilómetros de distancia. Partió de Kabul para salvarse. Casi al atardecer llegó a la frontera y eligió el camino de las montañas. Llevaba muy poquitas cosas y su hijo de un año en sus brazos. Empezó a subir, a andar por senderos. “Caminamos muchas horas, era de noche, no se veía nada, éramos unos cuantos avanzando en hilera. No se oían las bombas, la tierra no temblaba.” La mujer se detiene, mira a los que están enfrente y aprieta los brazos contra el estómago. Todos conocen el resto de la historia, no vale la pena que la vuelva a repetir. Fatia salió de Kabul y en un sendero de la montaña tropezó y su hijo se le cayó de los brazos. Llegó sola a Peshawar y hoy vive en un campo de refugiados.
La otra mujer apenas se puede mover, no resiste estar de pie más que unos segundos. No quiere que digan su nombre y termina dibujando una letra M con el dedo. M tiene 50 años que parecen unos 15 menos. Los médicos que la examinaron en el campo de refugiados dicen que le harán falta varias semanas para recuperarse. No están seguros de que pueda caminar con la normalidad de antes. M es una versión distinta de la inocencia culpable. No la lastimaron las bombas del imperio sino esa otra forma de barbarie que son los talibanes. “Cuando los soviéticos invadieron Afganistán, quisieron obligar a las mujeres a que sean como las del resto del mundo. A las que usaban el chadril las forzaron a sacárselo. Después llegó el régimen talibán y trataron a las mujeres peor que a excrementos. Nos obligaron a palos a que nos pusieran el chadril, a que no mostráramos ni un poro de la piel.” M llegó a Pakistán hace seis días. Vino también sola y con el cuerpo lleno de moretones. La milicia fundamentalista talibán le dio tantos garrotazos que la dejaron estropeada. Tiene profundas marcas en la parte de atrás del cuello, en la cintura y la columna vertebral. Cuando camina unos metros siente que se está “desarmando por dentro”. Casi no puede moverse, pero atravesó la frontera salvando lo que más quería. Su hijo no cayó en manos de la milicia talibana.
Hace cerca de tres semanas, el líder religioso de los talibanes, el mullah Mohamad Omar, anunció la movilización de 300.000 combatientes en todo el país. Demasiados soldados para un país sin alimentos y empantanado en la ruina. Los 300.000 combatientes del Islam radical del mullah Omar no fueron una realidad espontánea. “Empezaron a buscar casa por casa a los muchachos en edad de combatir. Les decían que tenían que alistarse para no dejar entrar a los norteamericanos. Algunos aceptaron sin chistar, otros se negaron. Cuando empezaron las represalias, la situación se volvió más difícil. Parece que hacía falta mandar tropas a varios frentes y los hombres disponibles no daban abasto. Entonces volvieron a las casas de las familias y se llevaron por la fuerza a los muchachos jóvenes. Supe que a una vecina le llevaron el hijo y yo no quería que pasara lo mismo con el mío. Lo escondí. Pero alguna persona me denunció y una noche la milicia vino a buscarlo a mi casa. Les dije que mi hijo se había escapado a Pakistán y no me creyeron. Me apalearon muchas horas seguidas para que les dijera dónde estaba. Yo no abrí la boca. Aunque me mataran no se los iba a decir. Antes me hubiesen arrancado el corazón.”

 


 

EE.UU. REDOBLA SUS BOMBARDEOS E INTIMA A LOS AFGANOS
“Acérquense a nosotros brazos en alto”

Por Richard Norton-Taylor
Desde Londres

Estados Unidos escaló ayer sus bombardeos contra Afganistán al utilizar un nuevo tipo de armas con el que se prepara el camino para el despliegue de tropas terrestres “en cuestión de semanas”. Los comandantes militares están mostrando signos de frustración ante la aparente resistencia de las fuerzas talibanas. Aviones F-15E Strike Eagles están bombardeando por primera vez posiciones talibanas. Según fuentes de Defensa norteamericanas, los blancos son tropas y tanques cerca de la estratégica ciudad de Mazar-i-Sharif. Según la CNN, las oficinas de esa cadena y de la árabe Al Jazeera en Kandahar fueron alcanzadas por bombas dirigidas a un vehículo de guerra talibán que pasaba cerca de allí.
Al uso de aviones de desplazamiento lentos AC-130 Spectre armados con obuses, cañones y ametralladoras, ayer se agregaron aviones espía del tipo Predator, sin piloto, equipados con misiles. El uso de los Predator es un signo más de que Estados Unidos está seguro de tener la completa supremacía en el espacio aéreo afgano, pero parece que sigue teniendo dificultades para hacer retroceder a las fuerzas talibanas y de Osama bin Laden en el terreno. El balance de los daños causados entre los talibanes aún no ha sido publicado, a pesar de las constantes promesas de hacerlo y del despliegue de satélites espías y aviones especiales para recoger información de inteligencia. Estas fuentes indicaron que esto se debe a problemas para obtener información sobre los daños colaterales, o sea, descubrir el impacto real de los ataques aéreos.
Según los talibanes, siete transeúntes murieron ayer cuando una bomba alcanzó un depósito de municiones en Kabul, llevando el número de muertos a 70 solamente en 24 horas de bombardeos norteamericanos sobre la capital afgana y Kandahar. La agencia Reuters informó que vecinos de Kabul corrieron a buscar refugio mientras dos bombas destruían un edificio talibán y un depósito de municiones en el norte de la ciudad. El periodista de la agencia vio como un habitante de Kabul llamado Nazirullah lloraba sobre los cuerpos de su familia, asesinada en su casa en el suburbio oriental de Qalaye Zaman Khan. A unos metros de allí, hay una base militar talibán.
Otros testimonios indican que los aviones norteamericanos atacaron fuertemente blancos en Kandahar, el bastión de los talibanes en el sur del país, y la ciudad de Jalalabad, en el Este del país, el centro de los campos guerrilleros en el país. En relación al despliegue de tropas terrestres, una fuente bien informada señaló que los comandantes militares están planificando “acciones diferentes en lugares distintos al mismo tiempo”.
El ministro de Defensa francés, Alain Richard, habló ayer sobre la participación de su país en los ataques contra Afganistán. “Lo que Estados Unidos está planeando es una serie de acciones limitadas en sitios distintos, bien identificados, y no se trata en absoluto de una primera fase para tomar el control de todo el territorio afgano”, declaró. “Justamente porque esta serie de operaciones terrestres limitadas terminarán en no demasiado tiempo, es posible, en efecto, que las fuerzas especiales francesas puedan asociarse a las norteamericanas y británicas.” Richard aclaró que la planificación de estas operaciones tomará algún tiempo ya que las fuerzas talibanas están dispersas y el despliegue de las fuerzas especiales puede emplear semanas. “No podemos enviar a nuestros soldados a atacar un sitio del cual no saben nada”, explicó.
Las radios norteamericanas que operan en Afganistán advirtieron a los talibanes que serán destruidos por las bombas y misiles norteamericanos, y por helicópteros y tropas terrestres. “Ustedes serán atacados por tierra, mar y aire. Resistirse es inútil”, dice uno de los mensajes en uno de los dos idiomas que se hablan enAfganistán, según transcripciones ofrecidas por el Pentágono. “Nuestros objetivos serán alcanzados, por las buenas o por las malas.”
El mensaje también dice a las tropas talibanas que la rendición es su única opción, y ofrece precisas instrucciones para que lo hagan: “Cuando ustedes decidan rendirse, acérquense a las fuerzas norteamericanas con los brazos en alto. Pongan sus armas cruzadas en la espalda, con la cara hacia el piso. Vacíen sus cargadores. Hacer esto es su única chance de supervivencia”.

 


 

DESDE EL BLANCO DEL ATAQUE
“La noche, lo peor”

Por Angeles Espinosa*
Desde Islamabad

“Cuando llega la noche parece que llega el desastre”, cuenta un residente de Kabul en un mensaje enviado a escondidas fuera de Afganistán y al que ha tenido acceso este diario. “La gente trata de llegar a sus casas lo más pronto posible”, prosigue en medio de la angustia de que alguien descubra que sigue en contacto con el exterior. Los talibanes han amenazado con la muerte a quien utilice teléfonos satélite o equipos de radio. “Ahora mismo mientras escribo esta carta, un avión ha bombardeado algún sitio aquí en Kabul.” El mensaje está fechado el 14 de octubre y es uno de los escasos testimonios no controlados que aún salen de Afganistán.
Las líneas telefónicas convencionales hace años que no funcionan. Los empleados locales de la ONU y de las ONG seguían en contacto con sus colegas en Islamabad a través de la radio o el teléfono satélite. Tras su prohibición el fin de semana del 23 de setiembre, sólo han podido hablar con ellos en presencia de algún funcionario talibán. “Anoche, un avión llegó hacia las ocho, bombardeó el aeropuerto y un montón de armas almacenadas allí hicieron explosión”, relata el comunicante, cuya identidad debe permanecer en el anonimato para evitarle represalias. “Estaba en el tejado viendo el daño causado por la explosión y de repente llegó otro avión y volvió a bombardear la colina de la televisión, esta vez creo que la bomba fue muy potente, sonó muy mal y rompió los cristales de la mayoría de las casas de esta zona. Iluminó toda la ciudad.”
Esa fue toda la luz que tuvieron los habitantes de la capital afgana esa noche, y la anterior, y la si-guiente. Porque desde que han empezado los bombardeos los cortes de electricidad son la norma y la población pasa las noches a oscuras, lo cual no sería un problema si durmieran. “La ciudad huele a quemado y la gente dice que no puede dormir debido al ruido de los bombardeos y al miedo”, explicó recientemente Stephanie Bunker, portavoz de la oficina del coordinador humanitario de la ONU.
“La noche pasada ha sido la más peligrosa que he visto nunca”, prosigue el improvisado corresponsal de Kabul. “Ahora, por las noches, ‘nuestros amigos’ se colocan entre las casas, detrás de las mezquitas, en zonas donde viven civiles, y desde allí disparan sus armas antiaéreas a los aviones.” Nuestros amigos son, obviamente, los talibanes. “Los civiles no pueden decirles nada”, manifiesta impotente, después de haber constatado dos días antes, la noche del viernes 12, que varias personas murieron y cuatro casas resultaron destruidas cuando un bombardero respondió a una de esas ametralladoras antiaéreas montadas sobre una camioneta tipo pick up.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

 

Política y desastre
Por Horacio González,

Eduardo Grüner, León Rozitchner, Enrique Carpintero y Fernando Ulloa
Es imposible no sentir horror ante inocentes precipitándose al vacío desde las torres en llamas, no identificarnos con semejante magnitud del dolor humano. Este sentimiento apasionado es un índice irrenunciable de toda política revolucionaria, si no queremos destruir nuestra sensibilidad humana, que es el fundamento diferente que nos distingue de la insensibilidad asesina y de sus cómplices.
Más aún: ese horror, aun si lo rechazáramos como sentimiento para aceptarlo como estrategia política –cosa que no hemos hecho en el pasado, y no tenemos por qué hacer ahora–, no puede ser nunca un índice de eficacia para construir un mundo diferente. Cuidémonos de las complacencias del instante y de los “triunfos” imaginarios. Cuidémonos de tomar a la parte por el todo.
Cuidémonos de confundir la caída de las torres y la masacre indiscriminada con el desmoronamiento real del capitalismo. O de confundir la destrucción de un ala del Pentágono con el aniquilamiento de sus fuerzas armadas.
Cuidado con las falsas satisfacciones instantáneas.
Hablamos también de eficacia política: de una eficacia que es la de la lucha democráticamente organizada de los pueblos contra el poder, y frente a la cual la violencia elitista de los iluminados sólo puede ser perjudicial para la causa de esos pueblos. No enaltecemos valores abstractos. No separamos el espíritu moral del cuerpo sintiente, como si estos valores morales fueran una aureola celeste que rodea la ingenuidad de bellas almas distanciadas de la contundencia feroz de la materialidad de los hechos. El dolor por el sufrimiento del otro tiene una inscripción real que potencia nuestros cuerpos. Precisamente porque queremos incidir en la vida política concreta rechazamos y nos duele la muerte de inocentes, sea donde fuere. Es necesario producir una razón distinta, un modo de pensar la lucha diferente a la del enemigo.
No gozar con el martirio de seres inocentes es nuestra fuerza. Allí toma su punto de partida una racionalidad distinta, y por lo tanto otra estrategia.
Que la impotencia y la frustración no nos lleve a complacernos en soluciones ilusorias. Se trata de la eficacia real que requiere, más allá del instante de horror, el tiempo justo, no instantáneo, de la maduración de las fuerzas populares. Son ellas las que permitirán construir una inmensa multitud de insurgentes pacíficos pero incontenibles, que serán ante todo los creadores de un poder no militar sino político y moral: porque la moral es un poder que también vivifica los cuerpos. Sólo estos cuerpos morales pueden modificar la historia y producir una fuerza de una cualidad diferente a la que ejerce el neoliberalismo: es él, no nosotros, el que se apoya en la muerte de millones de inocentes.
Es ética y políticamente justo recusar la hipocresía de quienes denuncian el terrorismo de los talibanes para justificar el terrorismo previo y cuantitativamente más pavoroso de los poderes imperiales, el cinismo que consiste en dolerse por unas muertes y pasar en silencio el espanto de las otras. Por eso, habiendo condenado siempre el terrorismo de Estado tanto como el del imperio, también reprobamos la masacre de las torres. Pero no se trata de un sistema de equivalencias, sino de sortear la trampa ideológica del “con unos o con los otros”.
Siempre supimos que la política es el mundo de los hombres en lucha, el movimiento de las fuerzas objetivas de la historia. Pero también siempre supimos que ninguna necesidad dictada por “el hierro candente de los hechos” puede orientar los juicios sobre el valor de la vida humana. Los sufrimientos y tormentos no son intercambiables por otros sufrimientos y tormentos: hay que salir del círculo infernal en que el imperio nos encierra.
Pensar la política exige el esfuerzo de recrear en nosotros mismos las formas del padecer humano. Hay padecer verdadero en las víctimas de las represiones estatales, de los planes de exterminio de los poderes que sean.
Hay padecer verdadero cuando máquinas portentosas –gigantescos edificios y aviones– son encaminadas a chocar deliberadamente entre sí en medio del horror sobre civiles inocentes. En ese sacrificio inútil no puede haber justicia ni motivo alguno de congratulación; también hay desolación y espanto.
Debemos ahora, todos juntos, condenar los bombardeos norteamericanos y de sus aliados con la misma energía que el atentado a las torres, actuar urgentemente para que cese la política genocida de aniquilaciones y crueldades metódicas que se ejercen hoy contra el sufrido pueblo de Afganistán, y mañana quién sabe contra cual otro. Como siempre lo hicimos frente a todas las atrocidades del imperio. Para él preservar una vida puede ser una inversión despreciable. Sea en la Kabul bombardeada o en la Nueva York absorta.

 

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