Por Roque Casciero
Javier Malosetti es un hombre
ocupado. En los últimos días, ha debido suspender la grabación
de su tercer álbum para concentrarse en su show de esta noche,
en La Trastienda, y para ensayar como miembro de la banda de Luis Alberto
Spinetta, que toca mañana en La Plata. Por supuesto, Malosetti
no se queja: la música es su vida y su alimento. Eso sí,
lo descoloca un poco el hecho de tener, por estos tiempos, algo parecido
a una carrera solista. Lo tomo con naturalidad, como
todo lo que he hecho, salvo porque a esta música la compuse yo
y porque en los carteles sale mi carota, explica. Estoy contento
porque los temas que escribo no se quedan en la caja de la guitarra criolla
de casa, sino que le llegan al público.
Esta noche, las composiciones que conformaron Spaghetti Boogie, el segundo
álbum de Malosetti (el debut epónimo salió en 1993)
ocuparán la mitad del show. El resto será para el material
nuevo, que los seguidores del músico todavía no conocen.
Quiero que el disco sea una continuación del anterior, que
tenga el mismo concepto de sonido y de estilos, afirma. ¿Cuáles
son esos estilos? Tal vez alcance con decir que en el arte del disco hay
fotos de Jimi Hendrix y Jaco Pastorius. El jazz y el rock se le vuelven
a cruzar a Malosetti, como en toda su carrera. A mí me encantan
Herbie Hancock y Wayne Shorter tocando jazz cabezón (por complicado)
a dúo, pero también disfruto mucho de tocar en un tono.
Mis temas son bastante simples; tienen más foco en el ritmo, en
que la cadencia camine lindo. Me interesa más el ritmo que tener
armonías con una vuelta de tuerca, que suene raro porque sí.
No sé, me parece que hago jazz para toda la familia, asegura.
¿Cree que la mayoría de los músicos de jazz
se fijan más en sonar raro?
Eso se dio por un desarrollo lógico de los músicos,
pasó con todos los géneros. Hay una parte del tango que
no es Grandes valores: algunas cosas que hace Dino (Saluzzi),
tan expresionistas, son como bocinazos para las personas que escuchan
tango tradicional. Con el jazz, que es una música en la que se
improvisa tanto, la canción se convierte en una cosa tan abstracta
que la gente queda en bolas y no se siente compinche de lo que está
pasando. Es lógico de ambos lados: los músicos están
en un desarrollo que no se puede parar y, por consecuencia, se van quedando
cada vez más solos, porque el que oye tiene que tener un adiestramiento
mayor para escuchar como el músico. Eso es una cagada: lo más
lindo es que la música la disfrute todo el mundo, no sólo
el que sabe música. No quiero tocar para los músicos y los
entendidos me tienen sin cuidado. Quiero tocar para aquel que no sabe
de música, para el que sólo la siente. Los músicos
estamos todo el tiempo decodificando; cuando hay alguien tocando, en lugar
de disfrutar, estamos pensando cuántos compases tiene el tema y
si el saxo está afinado, cosas así. Mi música no
está dirigida a quienes escuchan de ese modo.
¿Cómo es usted como oyente?
Según la música que esté escuchando. Siempre
escuché diferentes estilos, nunca me casé con ninguno, pero
cada vez me gusta más escuchar música franca, no tan rebuscada.
Hay algo de lo que no se puede zafar, que es hacer foco en un instrumento
y seguirlo. Le presto mucha atención a los bateristas, porque la
bata fue mi primer instrumento. También sigo a los cantantes...
Lo que menos escucho es el bajo (sonríe). Estoy más influido
por violeros o cantantes que por bajistas, aunque Jaco (Pastorius) es
una estampita que siempre tengo en el portadocumentos. A veces me pasa
que escucho medio cabezonamente, pero también es cierto de que
la música es lo que puede emocionarme más rápido.
¿Se puede conservar la emoción al escuchar cuando
se tienen muchos conocimientos teóricos?
Sí, y es muy bueno. Toda mi vida repudié ese comentario
sobre que quien estudia pierde la emoción, porque pensaba: Eso
no se te va y podésdecir las cosas con más dominio del lenguaje
musical. Pero hace un tiempo comencé a entender qué
quiere decir la gente con esa idea. Por ejemplo, Yesterday,
de los Beatles, tiene siete compases en lugar de ocho o cuatro, es irregular,
pero no se nota al oído: uno escucha una canción redonda.
Creo que eso no podría hacerlo un tipo que estudia música,
porque antes de escribir, toma una hoja con pentagramas y marca los cuatro
compases. Spinetta, por ejemplo, inventa acordes rarísimos, pero
cuando uno los escucha suenan naturales. Y eso pasa por la inocencia de
agarrar la viola y tocar lo que sale, en base a inspiración.
¿Usted estudió música?
Podría decirse que sí. Fui muy desordenado para aprender...
Mi viejo (el guitarrista Walter Malosetti) fue uno de los maestros: nunca
me senté a tomar clases con él pero, como enseñaba
en casa, yo escuchaba y aprendía. Tomar clases pagadas no me funcionó,
porque nunca estudiaba. Incluso tuve un profesor de batería, que
tiene cierta reputación, que me llevó de la mano hasta mi
casa para decirle a mi viejo que no me forzara a ser músico, porque
yo no tenía talento. Hasta me hizo llorar. Y aquí estoy.
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