LA QUIMERA DEL DOLAR
El patrón oro pobló la Argentina, o por lo menos
ayudó mucho a poblarla. Gracias a su difusión en Europa
en las tres últimas décadas del siglo XIX, enormes
masas humanas se vieron expulsadas de sus países por las
crisis de aquel rígido modelo. Esas economías ajustaban
a través de la emigración: los trabajadores sobrantes
se iban, navegando hacia las nuevas fronteras del capitalismo, una
de las cuales era este extremo austral de América. El destierro
causaría dolor, pero era una válvula de escape. Millones
de esos desplazados recalaron en esta margen del Plata. Aquello
duró hasta bien entrado el siglo XX.
Las largas colas que se forman hoy ante algunos consulados en Buenos
Aires también son, en gran medida, consecuencia del patrón
oro, o más exactamente de su pariente local, la convertibilidad
con tipo de cambio fijo, o patrón dólar, un esquema
inflexible, poco capaz de adaptarse a las condiciones cambiantes
de la economía global, y menos aún cuando otras monedas
se devalúan. Pero aunque muchos argentinos consiguen escapar,
emigrando, de esta política de hierro, sometida a la quimera
del dólar, la mayoría de los excluidos no encuentra
adónde ir. El capitalismo no ofrece por ahora nuevas fronteras.
Esta es, muy en resumen, la descripción que el economista
Guillermo Nielsen traza frente al espectáculo de la depresión
nacional. Recuerda que aproximadamente un séptimo de la población
mundial debió emigrar empujado por las crisis que generó
el patrón oro. Pero ahora, cuando ningún país
acepta una inmigración masiva, la población no funciona
como variable de ajuste: ese papel lo cumplen el salario y la tasa
de empleo. Así, la caída salarial y el aumento de
la desocupación colocan a la convertibilidad ante sus límites
políticos. Para Nielsen, mientras todos discuten en
torno de indicadores económicos, como el cierre fiscal o
la fuga de depósitos, lo que realmente cuenta son los indicadores
sociales, que tendrán luego un correlato político.
El domingo último pudo verse ya un anticipo.
Aunque prefiere no comentar por ahora cuál es su idea sobre
una posible escapatoria a esta dramática encrucijada, Nielsen
no duda acerca de la razón por la que Cavallo y el establishment
descartan salir del 1 a 1: porque por primera vez una devaluación
afectaría los intereses de los poderosos. Cuando sólo
perjudicaba a los trabajadores explica, al provocar
la caída de los salarios en dólares, no había
drama. De hecho, según el Cavallo inicial, convertibilidad
(es decir, no devaluación) significaba salarios altos en
dólares. Pero hace tiempo que los salarios vienen bajando
mientras sube el desempleo, que seguirá aumentando. No pasa
día sin que se cierre una fuente de trabajo. Es un goteo
de empresas que tiran la toalla.
Mal momento
La clave radica en que hoy una devaluación afectaría
básicamente a los bancos. Desde 1991, éstos recibieron
depósitos en dólares y líneas externas de crédito
en esa moneda, y prestaron en dólares. Los banqueros sienten
que una devaluación los afectaría directamente porque
sus deudores no podrían pagarles. Pero la verdad asegura
Nielsen es que los bancos igual se están cayendo, aunque
gradualmente, porque sus carteras crediticias se deterioran. No
hay bancos sólidos con un sector productivo en bancarrota.
Lo único que hacen los bancos es postergar el problema. Día
a día van pasando créditos a la cartera non performing
(morosa). Ni hablemos del Banco Nación agrega,
que tiene prestados 2600 millones a provincias, que no podrán
devolverlos. Por tanto, el sector financiero sufre si se devalúa,
pero también si se sigue de este modo. En los dos escenarios
hará falta mucho dinero para manejar esta crisis. La pregunta
es quién lo pondrá o de dónde saldrá.
¿De Estados Unidos? No parece el mejor momento. Ante la Administración
Bush se ha formado, tras los atentados del 11 de setiembre y su
impacto económico traumático, una variopinta fila
de afectados internos que piden para sí la ayuda del fisco.
Después de que la Casa Blanca decidiera rescatar a aerolíneas
y aseguradoras, reclaman igual trato desde los parques temáticos
hasta Hollywood, éste para que los estudios no se vayan a
filmar al extranjero, además de la siderurgia y los restaurantes.
Mitchell Daniels, director de Presupuesto, ya emitió un resonante
rechazo a cualquier nueva solicitud de salvataje, con lo que los
lobbies única industria que florece en estas circunstancias
se están abalanzando sobre el Capitolio, donde siempre hay
oídos mejor dispuestos. Ahora bien: si la Argentina acudiese
en estos momentos en busca de un grueso manojo de dólares,
aunque fuera por la vía indirecta del Fondo Monetario, ¿cuál
sería la respuesta más probable del Tesoro y la Reserva
Federal? Probablemente esa expresión tan norteamericana:
¡Olvídenlo!
De la Rúa desajusta
Entretanto, las graves decisiones que debe tomar por el bien de
la patria no le impidieron a Fernando de la Rúa recordar
ordenarle al cavallista Carlos Bastos, ministro de Infraestructura
y Vivienda, designar como vocal del directorio de la Comisión
Nacional de Comunicaciones al abogado Diego Martín Nazareno,
hijo del presidente de la Corte Suprema. El nombramiento sorprendió
en la CNC porque nadie esperaba ya que, en tiempos de sangriento
ajuste, se cubriera ninguna de las cuatro vocalías desde
hace tanto vacantes. Además, asombró que Bastos firmase
el decreto (1282/01), dado que fue autor de un proyecto, nunca sancionado,
que reducía a tres el número de miembros de la cúpula
de los entes reguladores. Antes de esta designación, la Comisión
ya contaba con cuatro directores, tres de ellos radicales. Ahora
tiene cinco.
La lectura generalizada de este nombramiento es que ahora
Nazareno padre le debe un favor personal a De la Rúa,
y hasta exageran que esto compromete la independencia de la
Justicia, precisamente cuando el Poder Ejecutivo necesita
que el máximo tribunal se muestre proclive a convalidar decisiones
controvertidas. En todo caso, Nazareno hijo venía de sufrir,
como contratado, una quita del 38 por ciento en su retribución,
la que por ese desmote cayó a cerca de 5000 pesos mensuales.
Ahora mejorará status e ingresos. Su historia en el sector
se remonta a cuando fue asesor jurídico del riojano Germán
Kammerath, el secretario de Comunicaciones que impulsó el
célebre rebalanceo telefónico. Cuando asumió
Henoch Aguiar, Diego Martín permaneció en el puesto.
Su padre, dicho sea de paso, fue socio de los Menem, al igual que
el padre de Kammerath. Blasones no les faltan.
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