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LOS CONDUCTORES DE REALITY SHOWS,
UNA NUEVA RAZA QUE LLEGA AL MUNDO DE LA TELEVISION
Los nuevos responsables de “poner la casa en orden”

Soledad Silveyra, Juan Castro, Andy Kusnetzoff, Ari Paluch y Karin Cohen conforman un nuevo rubro: conductores que se animan al género más popular de la tele, pese a que no siempre salen bien parados. Julián Weich y Juan Alberto Badía forman parte de este contingente.

Soledad Silveyra fue pionera de
un estilo de doble complicidad.

Por Julián Gorodischer

Con su presencia, los conductores de reality shows demuestran que todo lo que pueda decirse sobre ellos es poco. El registro recorre variedad de gamas: convicción militante para la antes muy criticada Soledad Silveyra, una malicia exagerada para Juan Castro en “Confianza ciega”, complicidad forzada para Andy Kusnetzoff en “El Bar 2” e incomodidad –interrumpida a tiempo– de Ari Paluch en “Reality Reality”. Karin Cohen, en su reemplazo, es la última gran adquisición del género: modulación de locutora y total control de la dicción a tono con el “reality de los actores”. Para todos, esta tarea representa una salida laboral importante en tiempos de recesión, por lo que suelen escuchar las críticas con una sonrisa beatífica: saben que docenas de colegas, de distintos rubros, quisieran estar en sus lugares.

“Coraje, Silveyra: llegó tu momento más difícil”
Los sábados, en “Gran Hermano”, Solita se convence de que encabeza una instancia cívica. Como si fuera, también en el set, la actriz que fue candidata a diputada por el ARI, comunica a los participantes: “Por decisión popular, Yazmín deberá abandonar la casa”. “La casa más famosa y polémica del mundo”, como le gusta definir, formando parte de la democracia. Pero Soledad a progresado en público. Los bloopers del inicio fueron desapareciendo, y consolidó, con el tiempo, dos momentos estelares: la nominación y la expulsión. Mira fijo a través del monitor, se demora y lanza el bocadillo: “Estás nominado”. Su fórmula tuvo tal repercusión que hoy es el título de un programa de otro canal (“Nominados”, de Marcela Tinayre) y se repite en cada comentario que alude al “Gran Hermano 2”.
Silveyra, a través del show de la nominación, funda una ceremonia. Ella nunca duda de su inexorabilidad: alguien debe perder para que el juego siga. Es una ley de la vida o un desafío o un destino, con múltiples referencias a la cuestión existencial, y es de esa materia en el borde de la mística que está hecho el nudo del “Gran Hermano”. La actriz tiñe este patíbulo de emoción intensa, facilita las lágrimas que vendrán poco después, y jerarquiza el tema de conversación que seguirá toda la semana. Silveyra fue pionera de lo que hoy es el tópico preferido de la tele, a toda hora: cómo contar una exclusión, ya sea de una casa, de una isla, de un bar, de una mansión o de un programa de preguntas y respuestas.

“No les crean; son actores”
“Fue una experiencia breve y me hubiera gustado que fuese menos accidentada”, dice Ari Paluch entrevistado por Página/12. Paluch inició la conducción del primer reality con pretensión seria. Decir palabras importantes implicaba, en el vamos, mostrar una clase de teatro, hacer psicología de grupo, conversar sobre la actualidad de los diarios. La pedagogía de los actores se enfrentaría a la banalidad de las personas comunes, y Paluch coordinaría debates con estudiantes de teatro y periodismo. ¡Una reivindicación para el género! La ilusión no duró mucho: en Multicanal pueden verse, a diario, las mentadas clases en las que Juan José Camero gritaba hasta que le dieron pista: “Soy poderoso”, variando el tono de su voz, y los otros se quedan dormidos sobre los almohadones. Paluch seguía intentando presentar los dislates como si esto fuera otra cosa. Lo había dicho en la primera emisión: “No les crean; son actores”. Toda una provocación.
Cuando los temas viraron totalmente al romance y las formas de perder el tiempo, “Reality Reality” fue una réplica más aburrida del “Gran Hermano”, el rating se detuvo en los tres puntos y Paluch dijo basta. Karin Cohen quiere, ahora, poner la casa en orden y narrar lo que se emite para que el caos de la “actuación permanente” se haga entendible al gran público. Con voz engolada, devuelve el reality al terreno confesional de cualquier programa de la tarde para descubrir un beso entre dos estrellas. Antes dice, desde el lunes pasado, para presentar el reality más guiado de lapantalla: “Acompáñenme”. El jueves por la noche, la cosa se le puso espesa cuando Camero intentó impedirle terminar un bloque, en que se sentía injustamente acusado de alcohólico. Cohen mostró su temple.

“Ya empezaron a aparecer los clásicos mirones de celular que vienen para que los vean en la tele”
Quedaría mal que “El Bar 2” se tomara en serio a sí mismo. Así lo entiende Andy Kusnetzoff cuando explicita las claves del éxito: desnudar, recaudar, armar parejas. Insiste sobre el punto con la impunidad de quien despliega sarcasmo para referirse a: los participantes, la nueva modalidad de recaudación por equipos, las sospechas de arreglo y las nuevas cámaras en las duchas. Andy, en tono burlón, dice: “Sí, ¿y qué?”, a cualquier imputación. Asume que la segunda parte de la saga busca generar interés sexual, y por eso hay en el casting una modelo profesional (Pamela) y varios galanes. “Hay que facturar, si no, afuera”, advirtió entre cómico y amenazante en una de las primeras entregas.
El conductor-participante entra, a veces, en la casa, comparte buenos momentos con los participantes y podría ser uno más si no fuera por las circunstancias. No alecciona ni castiga, a lo sumo advierte a Nicolás como lo haría un compañero más grande del colegio (un preceptor alumno): “Le tiraste un naranjazo a la cámara, y eso no se hace”. Andy reafirma todas las críticas que se le hacen al género; duda de su respetabilidad. Entonces, se muestra crítico –o distinto–, se encolumna detrás del freak (Estrella, en el primer bar) y reafirma las claves del anticonductor: con las chicas, calentón; con los varones, amigote.

“¿Qué sentís cuando a tu novia le ponen la mano en la entrepierna?”
La de Juan Castro en “Confianza ciega” es una oscilación: como abogado del diablo, exagera su conducción actuada –un Yago del siglo XXI–, y mira las imágenes de la infidelidad junto a los cornudos. Aviva la llama: “Vos viniste acá buscando la verdad –dice–. Ahora la estás enfrentando”. Una mujer llora, en el sillón de las torturas, y él deja nacer la otra máscara. Entonces tranquiliza: “Llamame a la hora que me necesites; estoy a tu disposición”. Se convirtió en un ángel de la guarda.
El primer conductor ficcional está allí para reafirmar un postulado explícito de “Confianza...”: sus conejillos deberían pasarla bastante mal para que la trama sea interesante y puedan verse las imágenes que todo reality apreciaría: traición y sufrimiento. Por eso, Castro se aleja de cualquier dimensión moral cuando aconseja seguir mirando el crimen o echa leña sobre la ruptura inminente de una pareja. Después, en el relajo de las tardes al sol, cambia de rol actoral: el zafado pregunta a una de las chicas: “¿Te gusta meterle el dedo en la cola a tu pareja?”. “Sí”, deberá confesar la consultada, porque el programa exige el alto voltaje permanente. Que nunca se detenga la seguidilla de besos y voyeurs en esa isla paradisíaca que –como paradoja– es el escenario de una verdadera temporada en el infierno.

 

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