Por Julián
Gorodischer
Con su presencia, los conductores
de reality shows demuestran que todo lo que pueda decirse sobre ellos
es poco. El registro recorre variedad de gamas: convicción militante
para la antes muy criticada Soledad Silveyra, una malicia exagerada para
Juan Castro en Confianza ciega, complicidad forzada para Andy
Kusnetzoff en El Bar 2 e incomodidad interrumpida a
tiempo de Ari Paluch en Reality Reality. Karin Cohen,
en su reemplazo, es la última gran adquisición del género:
modulación de locutora y total control de la dicción a tono
con el reality de los actores. Para todos, esta tarea representa
una salida laboral importante en tiempos de recesión, por lo que
suelen escuchar las críticas con una sonrisa beatífica:
saben que docenas de colegas, de distintos rubros, quisieran estar en
sus lugares.
Coraje, Silveyra: llegó tu momento más difícil
Los sábados, en Gran Hermano, Solita se convence
de que encabeza una instancia cívica. Como si fuera, también
en el set, la actriz que fue candidata a diputada por el ARI, comunica
a los participantes: Por decisión popular, Yazmín
deberá abandonar la casa. La casa más famosa
y polémica del mundo, como le gusta definir, formando parte
de la democracia. Pero Soledad a progresado en público. Los bloopers
del inicio fueron desapareciendo, y consolidó, con el tiempo, dos
momentos estelares: la nominación y la expulsión. Mira fijo
a través del monitor, se demora y lanza el bocadillo: Estás
nominado. Su fórmula tuvo tal repercusión que hoy
es el título de un programa de otro canal (Nominados,
de Marcela Tinayre) y se repite en cada comentario que alude al Gran
Hermano 2.
Silveyra, a través del show de la nominación, funda una
ceremonia. Ella nunca duda de su inexorabilidad: alguien debe perder para
que el juego siga. Es una ley de la vida o un desafío o un destino,
con múltiples referencias a la cuestión existencial, y es
de esa materia en el borde de la mística que está hecho
el nudo del Gran Hermano. La actriz tiñe este patíbulo
de emoción intensa, facilita las lágrimas que vendrán
poco después, y jerarquiza el tema de conversación que seguirá
toda la semana. Silveyra fue pionera de lo que hoy es el tópico
preferido de la tele, a toda hora: cómo contar una exclusión,
ya sea de una casa, de una isla, de un bar, de una mansión o de
un programa de preguntas y respuestas.
No les crean; son actores
Fue una experiencia breve y me hubiera gustado que fuese menos
accidentada, dice Ari Paluch entrevistado por Página/12.
Paluch inició la conducción del primer reality con pretensión
seria. Decir palabras importantes implicaba, en el vamos, mostrar una
clase de teatro, hacer psicología de grupo, conversar sobre la
actualidad de los diarios. La pedagogía de los actores se enfrentaría
a la banalidad de las personas comunes, y Paluch coordinaría debates
con estudiantes de teatro y periodismo. ¡Una reivindicación
para el género! La ilusión no duró mucho: en Multicanal
pueden verse, a diario, las mentadas clases en las que Juan José
Camero gritaba hasta que le dieron pista: Soy poderoso, variando
el tono de su voz, y los otros se quedan dormidos sobre los almohadones.
Paluch seguía intentando presentar los dislates como si esto fuera
otra cosa. Lo había dicho en la primera emisión: No
les crean; son actores. Toda una provocación.
Cuando los temas viraron totalmente al romance y las formas de perder
el tiempo, Reality Reality fue una réplica más
aburrida del Gran Hermano, el rating se detuvo en los tres
puntos y Paluch dijo basta. Karin Cohen quiere, ahora, poner la casa en
orden y narrar lo que se emite para que el caos de la actuación
permanente se haga entendible al gran público. Con voz engolada,
devuelve el reality al terreno confesional de cualquier programa de la
tarde para descubrir un beso entre dos estrellas. Antes dice, desde el
lunes pasado, para presentar el reality más guiado de lapantalla:
Acompáñenme. El jueves por la noche, la cosa
se le puso espesa cuando Camero intentó impedirle terminar un bloque,
en que se sentía injustamente acusado de alcohólico. Cohen
mostró su temple.
Ya empezaron a aparecer los clásicos mirones de celular
que vienen para que los vean en la tele
Quedaría mal que El Bar 2 se tomara en serio a
sí mismo. Así lo entiende Andy Kusnetzoff cuando explicita
las claves del éxito: desnudar, recaudar, armar parejas. Insiste
sobre el punto con la impunidad de quien despliega sarcasmo para referirse
a: los participantes, la nueva modalidad de recaudación por equipos,
las sospechas de arreglo y las nuevas cámaras en las duchas. Andy,
en tono burlón, dice: Sí, ¿y qué?,
a cualquier imputación. Asume que la segunda parte de la saga busca
generar interés sexual, y por eso hay en el casting una modelo
profesional (Pamela) y varios galanes. Hay que facturar, si no,
afuera, advirtió entre cómico y amenazante en una
de las primeras entregas.
El conductor-participante entra, a veces, en la casa, comparte buenos
momentos con los participantes y podría ser uno más si no
fuera por las circunstancias. No alecciona ni castiga, a lo sumo advierte
a Nicolás como lo haría un compañero más grande
del colegio (un preceptor alumno): Le tiraste un naranjazo a la
cámara, y eso no se hace. Andy reafirma todas las críticas
que se le hacen al género; duda de su respetabilidad. Entonces,
se muestra crítico o distinto, se encolumna detrás
del freak (Estrella, en el primer bar) y reafirma las claves del anticonductor:
con las chicas, calentón; con los varones, amigote.
¿Qué sentís cuando a tu novia le ponen
la mano en la entrepierna?
La de Juan Castro en Confianza ciega es una oscilación:
como abogado del diablo, exagera su conducción actuada un
Yago del siglo XXI, y mira las imágenes de la infidelidad
junto a los cornudos. Aviva la llama: Vos viniste acá buscando
la verdad dice. Ahora la estás enfrentando. Una
mujer llora, en el sillón de las torturas, y él deja nacer
la otra máscara. Entonces tranquiliza: Llamame a la hora
que me necesites; estoy a tu disposición. Se convirtió
en un ángel de la guarda.
El primer conductor ficcional está allí para reafirmar un
postulado explícito de Confianza...: sus conejillos
deberían pasarla bastante mal para que la trama sea interesante
y puedan verse las imágenes que todo reality apreciaría:
traición y sufrimiento. Por eso, Castro se aleja de cualquier dimensión
moral cuando aconseja seguir mirando el crimen o echa leña sobre
la ruptura inminente de una pareja. Después, en el relajo de las
tardes al sol, cambia de rol actoral: el zafado pregunta a una de las
chicas: ¿Te gusta meterle el dedo en la cola a tu pareja?.
Sí, deberá confesar la consultada, porque el
programa exige el alto voltaje permanente. Que nunca se detenga la seguidilla
de besos y voyeurs en esa isla paradisíaca que como paradoja
es el escenario de una verdadera temporada en el infierno.
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