Por Horacio Bernades
En la pantalla de televisión,
el doctor Ravell, protagonista de cierto culebrón médico-amoroso,
rechaza los avances de la mala de la serie, que intenta literalmente
tenderle una cama. Desde el sillón de la habitación, Betty
lo alienta y lo viva, chocha con la integridad de su amado héroe.
Sería apenas un caso más de teledependencia aguda si no
fuera porque en el living dos matones a sueldo acaban de asesinar brutalmente
al marido de Betty, que antes de morir se arrastró por todo el
ambiente en medio de un charco de sangre. Betty presenció todo,
a través de la puerta entornada de su habitación... antes
de seguir mirando su telenovela favorita como si nada.
Tercer opus del neoyorquino Neil La Bute luego de En compañía
de hombres (1997) y Tus amigos y vecinos (1998), Nurse Betty se presentó
el año pasado en competencia en el Festival de Cannes, donde obtuvo
el premio al Mejor Guión. En los próximos días, el
sello AVH la hará llegar a videoclubes, sin pasar por los cines,
con el título Persiguiendo a Betty. Junto con El diario de Bridget
Jones, ésta es la película que marca la consagración
definitiva de Renée Zellweger, rubia de ojitos achinados y dueña
de la mejor sonrisa de Hollywood. Novia de Jim Carrey en la vida real,
Zellweger venía pidiendo a gritos un protagónico en comedias,
tras haber robado cámara a lo loco en Jerry Maguire e Irene, yo
y mi otro yo, entre otras.
El resto del elenco se las trae. Greg Kinnear (el gay de Mejor... imposible)
es el actor de telenovela por el que suspira Betty; el gran Morgan Freeman,
el asesino veterano que da cuenta de su marido, con Chris Rock (partenaire
de Jackie Chan en ambas Rush Hour) como aprendiz de matón; el proteico
Aaron Eckhart (actor fetiche de La Bute) hace del espantoso marido de
la protagonista, y Pruitt Taylor Vince, Crispin Glover, la lunga Allison
Janey (de la serie The West Wing) y la latina Tia Texada completan
el cast. Persiguiendo a Betty representa la primera ocasión en
que Neil La Bute filma un guión escrito por otros, en este caso
John C. Richards y James Flamberg. De allí, seguramente, las diferencias
con sus películas anteriores, bastante más oscuras y desoladas.
No es que Persiguiendo a Betty tenga una mirada particularmente piadosa
con sus criaturas. Todas ellas representan distintas caras de una América
estúpida, loca y sangrienta. Pero algo de consideración
deja filtrar La Bute. Al menos, con los personajes de Zellweger y Freeman,
dueños de una ingenuidad que ayuda a matizar, aunque más
no sea, la rampante negación de Betty y la profesión del
morocho, que se gana la vida asesinando gente. Aunque el título
original juega maliciosamente con la profesión de la protagonista,
Betty no es enfermera sino camarera. Enfermera es lo que quisiera ser,
con tal de estar cerca del doctor Ravell. Ocurre que, a partir del shock
ocasionado por el asesinato del marido, la buena de Betty queda en estado
de estrés post-traumático, confundiendo realidad y ficción
más todavía que cuando estaba sana.
De allí en más, Betty se comporta como un personaje a mitad
de camino entre la Mia Farrow de La rosa púrpura de El Cairo y
la enloquecida amiga de De Niro en El rey de la comedia. La Bute sigue
los pasos de su (anti)heroína, de Kansas a California, donde esperar
encontrar a su médico favorito. Rebotada en varios
hospitales, va a parar al canal de televisión, donde trompea a
los malos de la serie e intenta conquistar el corazón
de su amado ídolo. Detrás vienen los asesinos de su marido,
en busca de unos kilos de droga que el muerto mejicaneó y guardó
en el baúl del auto. Tampoco es una persecución típica,
ya que uno de ellos (Freeman) se enamoró y la busca para ofrecerle
matrimonio.
A lo largo de su recorrido por medio Estados Unidos, Persiguiendo a Betty
dispara feroces dardos sobre instituciones tales como el matrimonio, la
tele, la policía, el periodismo, el crimen y el dinero sucio. Laapuesta
tiene sus riesgos, ya que ésta es la clase de película que
parecería terminada antes de empezar a filmarse. Una vez que el
guión está escrito, es sólo cuestión de seguir
la línea de puntos, con personajes cuyo destino aparece signado
de antemano. Por suerte, aquí el elenco le da carnadura a unas
criaturas que, de otro modo, se parecerían demasiado a esas figuras
de juegos de kermesse, sobre las que se apunta y dispara. Es verdad que
muchos de los tiros dan en el blanco, y al dar, divierten y corroen, pero
el problema de esa clase de juegos es que son limitados: todo lo que puede
hacerse es tirar y embocar.
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