Por Julio Nudler
Mientras prepara el modesto
paquete de medidas post-debacle-electoral, que anunciará tan pronto
logre cerrar trato con los gobernadores sobre la coparticipación
y las deudas provinciales, Domingo Cavallo alimentó las versiones
sobre una posible dolarización dictada desde el Gobierno en caso
de incendio. La señal va dirigida a los depositantes, a los que
les está diciendo que de ningún modo habrá devaluación.
Con ello intenta tranquilizarlos respecto de una eventual punción
de las cuentas en dólares, colofón difícilmente evitable
si el peso se cayera de su nivel par con la moneda estadounidense. Publicitado
como presunto plan B, el de la dolarización es un rumor útil
y sin costos para Economía. Por eso resultó sorprendente
(o no) que Fernando de la Rúa, tras recibir ayer por la mañana
en Olivos al Consejo Empresario Argentino, entidad ultraliberal del establishment,
se empeñara en desmentir cualquier intención de devaluar
o dolarizar. De esta manera, el Presidente está diciendo que sólo
tiene en su arsenal el Déficit Cero, una estrategia de poca credibilidad
y sospechada de haber provocado un ahondamiento de la recesión
y contribuido al calamitoso descenso de la recaudación en septiembre.
Si la dolarización es el plan B, éste que el país
está sufriendo desde julio sería el plan A.
Como el Estado obtiene sus recursos en pesos, y mientras el signo monetario
nacional exista será difícil que alguien escoja liquidar
sus impuestos en dólares, para pagar sueldos y otras obligaciones
en esta moneda el Tesoro tendría que tomarlos de las reservas del
Banco Central, intocables bajo la legislación actual porque son
prenda de garantía de la convertibilidad de la base monetaria.
Tampoco habría posibilidad alguna de que alguien le prestase una
nómina salarial entera al Estado en dólares. Por ende, y
contrariamente a lo que se dejó trascender, el fisco no podría
dar el puntapié inicial de una dolarización. Primero debería
el BCRA convertir todos los pesos en dólares, para que recién
después la AFIP comenzase a recaudar en esta moneda.
Lo mejor que podría esperarse de una dolarización es que
ayude a retener el dinero en el sistema bancario local, por la razón
mencionada, aunque no lo garantizaría en absoluto. Esto es obvio
desde el momento en que la dolarización no reduciría la
probabilidad de un default: la deuda no será más liviana
en términos del PBI, de las exportaciones ni de los recursos fiscales.
Nadie puede afirmar, por otra parte, que los capitales no están
ingresando en la Argentina por temor a una devaluación, e incluso
puede pensarse que es en alguna medida al revés: que es la sobrevaluación
cambiaria, e incluso la rigidez del régimen de tipo de cambio fijo,
lo que ahuyenta a los inversores al destruir las oportunidades de negocio.
El propio Cavallo diagnosticó la sobrevaluación del peso
como un problema central de la economía.
En estas condiciones, entre la Argentina y los mercados hay un plano inclinado.
El país paga continuamente los servicios de su deuda, pero ni uno
solo de esos dólares le vuelve. Los mercados cobran, pero a la
carpeta argentina la mantienen completamente cerrada. No hay crédito
para el país. Como este negocio chino no puede sostenerse indefinidamente,
los propios mercados descuentan el default argentino. Pero para De la
Rúa y Cavallo la mejor respuesta ante estas circunstancias es reforzar
la entrega de dólares con la concesión de garantías
(empeño de la recaudación impositiva) sobre las entregas
futuras. Se supone que ello logrará en algún momento reabrir
la refinanciación de los vencimientos.
Por ahora el esfuerzo de Economía está concentrado en negociar
separadamente con los inversores institucionales básicamente
bancos y AFJP que operan en el país, segregándolos
del resto de los tenedores internacionales de la deuda argentina. De este
modo no sólo podría conseguirse que esas entidades sigan
aumentando su exposición al riesgo argentino, sino que además
lo hagan a tasas de interés que no reflejen por lo menos
no en los servicios inmediatos el riesgo país. Pero aunque
este acuerdo a presión sea imprescindible para poder seguir adelante
conel Déficit Cero al reducir la factura de intereses, el Fondo
Monetario lo mira con antipatía porque se aparta de las soluciones
de mercado (cuando en realidad el mercado no aporta ninguna solución).
Muchos tenedores de bonos, en cambio, sintieron que esa eventual mejora
parcial en la situación de la Argentina como deudora los favorecería
a ellos, y esta impresión irradió un poco de optimismo sobre
las cotizaciones en la semana.
Entretanto, Pedro Malán, ministro brasileño de Economía,
reiteró ayer, en una entrevista con O Estado de Sao Paulo, su mala
opinión acerca de la dolarización (argentina), que enterraría
el proyecto de una moneda única del Mercosur. Aunque el sector
público brasileño está dolarizando peligrosamente
su deuda, está aún lejos de haber perdido tanto margen de
maniobra como la Argentina.
DESTINO
DE DOLARIZACION, DEFAULT, DEVALUACION
Todos los caminos conducen a una D
Por J.N.
No es verdad que la Argentina
no tiene alternativas. Como indican estos diagramas, se abren ante ella
diversas opciones, aunque es posible que conduzcan a situaciones poco
apetecibles. El gráfico 1 muestra la posibilidad, muy comentada
estos días, de ir directamente a la dolarización, pero enseña
que también hay caminos indirectos para llegar a ella. Una de las
rutas hace escala en una previa devaluación, que conduciría
indefectiblemente a la dolarización porque acentuaría la
desconfianza en el peso, pero al mismo tiempo facilitaría aquella,
porque con las mismas reservas podrían comprarse más pesos.
La otra vía es el default (impago de la deuda), que también
desataría una corrida (de no haberse desatado sola), con lo cual
habría una dolarización espontánea, o la resolvería
prestamente el Gobierno para salvar a los bancos.
La segunda gráfica describe la disyuntiva de que el país
se declare abiertamente en default, como para volcar el tablero y forzar
una renegociación con los acreedores. No obstante, el default podría
alcanzarse por senderos menos directos. Uno hace noche en una previa devaluación,
que volvería aún más impagable la deuda, dado que
ésta ha sido tomada en dólares. Pero también se podría
ir a parar a la cesación de pagos a través del rodeo de
una dolarización, ya que ésta cristalizaría la situación
actual y, por tanto, no resolvería el problema de insolvencia que
sufre el país.
El tercer esquema instala como destino la devaluación y, como se
ve a simple vista, difiere en aspecto de los otros dos. También
a la devaluación se puede apelar directamente, como es público
y notorio. Pero el default puede servir de apeadero en este viaje, ya
que si la Argentina anuncia que deja de honrar sus compromisos, le será
imposible sostener la paridad actual del peso. En cambio, si se toma por
la otra senda, que es la de la dolarización, no podrá irse
de allí a la devaluación, como es obvio, pero el camino
describirá una curva cerrada y conducirá al default, como
se vio arriba.
Opciones, como se ve, no faltan. Los mercados ya las han descontado,
a gusto de cada analista de inversiones. Sólo restaría que
la Argentina se decida por alguna, a lo cual sigue resistiéndose.
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