Bien miradas, las elecciones
pusieron en la pizarra un hecho que ya aconteció: el final de la
Alianza y el regreso del radicalismo a sus habituales guarismos electorales.
Posiblemente, a algo más: a su clásica relación con
el peronismo, la de segundo partido de un bipartidismo con una fuerza
muy dominante. Un sometimiento que Alfonsín pudo quebrar en dos
elecciones y la Alianza en otras dos. En ambos casos, para luego caer
con cierto estrépito en la normalidad de la derrota. El que
gana gobierna, el que pierde ayuda preconizó Ricardo Balbín,
pero durante su luenga vida lo suyo fue estar, siempre que hubo elecciones
limpias, del lado de los destinados a ayudar.
El cuadro poselectoral retrata una insatisfactoria reiteración
del bipartidismo. El oficialismo pierde a manos de una oposición
que no es tal y que sólo prospera por su propio peso, como en un
sube y baja. Sin haberse purgado de los pecados de la orgía menemista,
sin haber definido un liderazgo interno, sin tener un programa alternativo
al del Gobierno (ni siquiera un ministro de Economía alternativo),
sacando menos sufragios que años atrás, la oposición
de su majestad queda en las puertas mismas de Olivos.
Esa alternancia dista de reflejar las necesidades y aún los gustos
del colectivo social que, sin embargo, no consigue parir otras. No termina
de consolidarse un tercer partido: el Frepaso sucumbió en el intento
de llegar demasiado rápido al Gobierno y el ARI traspapeló
una oportunidad para hegemonizar ese sector pues cometió demasiados
errores en dos meses. Igualmente, Elisa Carrió sigue en carrera,
con un karma que habrá de nimbarla mucho tiempo: cada uno de sus
pasos o de sus tropiezos está connotado por la sombra de lo que
hizo u omitió, apenas ayer cuando intentaba terciar, Carlos Chacho
Alvarez.
Duhalde en escena
Eduardo Duhalde pareció, durante horas, vivir en éxtasis.
Tal vez medió una necesidad mediática de encarnar en alguien
la primacía del PJ y el ex gobernador pareció ocupar el
centro de la escena por dos o tres días, lapso que en esta Argentina
equivale a meses en otras latitudes más sosegadas. Un afán
reunionista dominó al candidato consagrado ampliamente pero como
todos desagiado por el voto bronca. Sus encendidas diatribas antimodelo
se alternaron con una tenida en su búnker junto a Domingo Cavallo,
a la que también asistió Carlos Ruckauf. Este encuentro,
revelado por Página/12, se urdió con sigilo y sin foto.
En cambio, su visita a la CGT fue con pompa y circunstancia. Cuentan duhaldistas
cercanos al senador electo que su afán fue recuperar tiempo y espacio
perdidos frente a José Manuel de la Sota. No da la sensación
de que su prisa, su abrazo con los líderes gremiales (le) sirvan
para algo en este momento.
Claro, viene escalando la madre de todas las batallas, la interna del
PJ. Pero tamaña justa tiene sus tiempos y sus espacios. Todo induce
a pensar que no será la arena mediática su principal escenario,
máxime cuando tres de sus cuatro presidenciables gobiernan provincias
importantes que están en riesgo de bancarrota, en un país
que está en riesgo de bancarrota. Duhalde es el único competidor
cuyo apellido figuró en boletas electorales el domingo y eso le
da una cierta ventaja, pero también le caben contrapesos importantes.
u Está por verse quién será el referente del PJ bonaerense,
ya que la elección también reposicionó a Carlos Ruckauf.
u Carga con una desventaja frente a sus tres compañeros gobernadores.
Mordió el polvo ante la Alianza en dos de las tres últimas
elecciones, la provincial en 1997, la nacional en 1999.
u Tanto como Ruckauf es bonaerense, condición que irrita a los
mandatarios de otras provincias apenas menos que la de porteño.La
maldición que persigue a los gobernadores bonaerenses no es un
hechizo más o menosinexplicable como la de Tutankamón: alude
a realidades tangibles, entre ellas, los recelos propios del federalismo.
Liberado de gestionar Duhalde tendrá más tiempo, pero menos
protagonismo que Ruckauf, De la Sota y Carlos Reutemann. No es seguro
que eso sea una ventaja, sobre todo si naufraga la administración
bonaerense.
Bailemos el minué
Son irresponsables, son el partido de la devaluación,
comentó Patricia Bullrich con un encono sólo superado por
el del Presidente cuando vio y escuchó las declaraciones de Alfonsín
en la CGT. Hay quienes, en la Rosada y suburbios, ven en cada movida de
Duhalde y Alfonsín las señas de un plan maestro para palanquear
a Ignacio de Mendiguren al gobierno. Aún los que son más
cautos para juzgarlos se embroncan hasta la úlcera con las vitriólicas
declaraciones de los legisladores electos. Les atribuyen afán de
protagonismo, magra seriedad y hasta falta de compromiso democrático.
La gobernabilidad a la que apuesta la Rosada privilegia otros interlocutores,
aquellos que pilotean los ejecutivos de provincia. Más allá
de la retórica o de los idearios, piensan que atraviesan vidas
paralelas. Y algo de eso hay. Con el escrutinio fresco, los gobernadores
peronistas y oficialistas volvieron a bailar el minué de la coparticipación
con Chrystian Colombo. La tarea insalubre del Jefe de Gabinete se aligera
un poco con un peculiar alivio: todas las iras de sus contertulios, aliados
o adversarios, tienen como destinatario a Domingo Cavallo. Quién
te ha visto y quién te ve: el megaministro ha aprendido a morderse
los labios y escuchar como si fuera música ambiental denuestos
que antaño le hubieran hecho desplegar su rico temperamento. Angel
Rozas y Alfredo Avelín lo maldijeron de cuerpo presente y él
obró como un gentleman, por momentos como un gentleman mudo. Incluso
aceptó que Colombo le sugiriera que no estuviera presente en alguna
reunión para limar asperezas. Y pensar que hace siete meses fue
mi locura...
La misión de Colombo es conseguir que los gobernadores acepten
modificar el Pacto federal que él mismo concertó con iguales
contrapartes en los albores de su gestión. El oficialismo asegura
que no está en condiciones de pagar los 1364 millones de pesos
mensuales. El gobierno ya está incumpliendo ese compromiso legal.
Lo que está dispuesto a ofrecer el oficialismo, sacada la hojarasca
del regateo, es reconocer esa deuda atrasada, pagándola totalmente
en Lecop (Letras de cancelación de obligaciones provinciales) que,
con el erotizante olor del dinero nuevo, empiezan a apilarse recién
impresas en la Casa de Moneda. Dicen los que saben que su impresión
tarda tanto como una ofensiva del General Alais. La responsable de la
Casa de Moneda es una vieja amiga de la primera dama Inés Pertiné
y parece no darse maña con su cometido. Cuentan que las Lecop se
ilustrarán con la figura de Nicolás Avellaneda, el presidente
que prometió pagar la deuda externa con el hambre y la sed de los
argentinos. Justicia poética acuñada en papel moneda.
Como contrapartida, el Gobierno quiere que las provincias acepten a futuro
una reducción del piso de coparticipación equivalente a
la que padecieron empleados públicos y jubilados: 13 por ciento.
Colombo explicó una y otra vez a los gobernadores las ventajas
del arreglo:
u La inyección de más de mil millones de Lecop, el equivalente
aproximado de la nómina salarial de un mes en todas las provincias,
operaría una reactivación de las alicaídas economías
locales. Nadie duda que, como ocurre con los patacones bonaerenses, sus
tenedores saldrían rápidamente a gastarlos en usos de primera
necesidad. Entre paréntesis, lo más interesante del paquete
en ciernes es intentar reactivación vía emisión monetaria,
que eso son las Lecop, un pecado para el dogma de la convertibilidad.
u El consenso en bajar el piso transmutaría la ley de déficit
cero. Hasta ahora es una decisión contable, hija de la necesidad,
adoptada a regañadientes. Con el aval de los gobernadores de todo
color y pelaje, se transformaría en una decisión política.
Ese cambio, en la voluntarista lectura del Gobierno, mejoraría
la comprensión de los organismos internacionales de crédito.
u La baraja de Colombo se completa con el ofrecimiento de negociar de
conjunto con los bancos acreedores de las provincias rebaja de las tasas
-ciertamente usurarias que les cobran por sus respectivas deudas
públicas. Algunos distritos abonan 25 por ciento anual de intereses.
Otros, aún más. Una mengua de esa libra de carne a niveles
algo menos salvajes, significaría para las provincias un ingreso
mayor al que perderían por la poda en la coparticipación.
Amén de las diferencias numéricas (los gobernadores en general
aceptan una proporción menor de Lecop) que suenan zanjables, dos
problemas pusieron y ponen rispidez a la aceptación de la propuesta.
El primero es de manual: el Gobierno pide una doble prestación
actual (aceptación de la deuda devengada en Lecop y reducción
de la coparticipación en ciernes) a cambio de una virtual (la refinanciación
de deudas provinciales) sujeto a la voluntad muy poco flexible
de la indómita banca que supimos conseguir.
La segunda es política y amerita un párrafo aparte: es la
heterogénea composición de los interlocutores provinciales.
Los nenes con los nenes
A veces se reúnen los peronistas por un lado y los aliancistas
por otro. Otras confluyen todos. Pero ni los aliancistas ni los peronistas
son un bloque homogéneo. Entre los propios, los negociadores oficiales
se identifican mejor con los gobernadores de Mendoza, Río Negro
y Chubut. Hicieron campaña sin confrontar con nosotros y
les fue mejor que a Terragno y a Alfonsín justifica Colombo.
Los de Chaco y San Juan son más ríspidos, ya se comentó
más arriba, pero en la Rosada los creen pura espuma: dan por hecho
que acordarán, apremiados por la asfixia de sus finanzas.
El mapa del peronismo es más peliagudo y más determinante.
Néstor Kirchner es el más duro entre los duros, posición
que resulta de su ambición de posicionarse en la interna y del
desahogo de sus finanzas. Tiene la guita de las regalías
colocada en Estados Unidos describe un puntal del delarruismo y
luego interpreta, cáustico, por eso juega fuerte y apuesta
a la devaluación. Rubén Marín y Adolfo Rodríguez
Saá no tienen colocaciones financieras en el Primer Mundo, pero
sí cuentas al día. También ellos son drásticos
con el Gobierno, nunca tanto como el patagónico Kirchner.
Los dialoguistas mayores son los que comandan las provincias más
importantes. Su situación es acuciante. En Buenos Aires la naturaleza
agravó la mala época con las peores inundaciones de la historia.
Córdoba ya no concreta el milagro de bajar impuestos e incrementar
la recaudación. Las gabelas están bajas, pero la alcancía
de De la Sota suena a hueco, nadie le garantiza que pueda pagar los sueldos
de octubre.
Los cónclaves peronistas expusieron esas posiciones y en ellos
se cruzaron feo grandes y chicos. Estos los acusan de mandarse
por su lado y arreglar sin considerar el conjunto. Cavallo tiene, desde
siempre, una óptima relación con los tres gobernadores presidenciables
y esto escuece a sus compañeros de distritos más pequeños.
La madre de todas las batallas subyace en cada diálogo, pero esa
lidia estratégica convive con una apremiante batalla táctica.
Allí se trata más bien de pagar los sueldos del mes en curso...
o los del mes pasado. En ese amplísimo vaivén entre un futuro
de gloria y el presente de juntar chirolas o Lecop para gambetear el default
transita el justicialismo.
Qué semana, padre
Menuda semana tenemos por delante. Si se concreta la agenda que ansía
el Gobierno, mañana mismo se firmará el nuevo acuerdo con
los gobernadores, Lecop más, letra chica menos. Tras cartón
Fernando de la Rúa anunciará la reforma ministerial, el
nuevo gabinete y Cavallo su plan número N a la enésima.
En la Rosada se ilusionan con un equipo de gobierno más eficaz,
más ceñido a la gestión, huérfano de internismos
paralizantes. A pedido del Presidente, Colombo le entregó una carpeta
con sus propuestas de reestructuración del organigrama de gobierno
y con los apellidos de los ministeriables. También de eso habló
De la Rúa con Nicolás Gallo, con Patricia Bullrich y con
Rafael Pascual cuya muñeca de negociador tiene varios apologistas
en la Rosada. La decisión final la tendrá el Presidente.
Fiel a un discurso uniforme Colombo mencionó un solo insustituible:
Cavallo. El padre del modelo, vamos.
En espejo con las provincias la Nación imagina llevando algunos
deberes hechos al Norte aliviar su carga financiera renegociando
deuda y de esa forma descomprimir al sector privado. Las otras medidas
que propone Cavallo, no pueden moverle el amperímetro a una economía
real deprimida por un trienio. Todas las fichas están puestas ahí.
Tras los barrotes de su ideología, el Gobierno sólo piensa
en la macroeconomía como motor de la historia. Hasta ahora, así
le fue.
Cuesta creer que, con lo poco que piensa cambiar, modifique su sino. Es
muy difícil que las cuentas cierren aún tras sisar a las
provincias. El déficit cero requerirá recortes feroces por
hacerse hasta fin de año, sobre todo si en octubre la recaudación
baja como mínimo el 9 por ciento, que eso pinta. Y en noviembre
otro tanto, aunque más no sea para no perder la costumbre.
El Gobierno, que jugó con astucia sus cartas esta semana, sigue
escondiendo el Presupuesto 2002, un monumento aún no desvelizado
a la guadaña. La idea es que su discusión como la
que transcurrió en estos días llegará a algún
acuerdo, producto de la angustia mutua.
Cuesta creer en el esperanzado etapismo oficialista. Suena demasiado estático.
No computa que hay actores sociales que no están presentes (y quizá
no estén representados) en el CFI y cuya calma puede no ser eterna.
¿Bancarán millones de argentinos que las urnas mostraron
subrepresentados nuevos ajustes, nuevas podas salariales, no cobrar el
aguinaldo, seguir transitando a la desesperanza? ¿La bronca que
llenó las urnas hibernará dos años para expresarse?
El acuerdo de coparticipación de 2000 se sostuvo menos de un año.
¿Cuánto durara éste, en medio de un declive mucho
más pronunciado?
Son preguntas que pocos decisores formulan, ensimismados en un día
a día absorbente y alienante que parece monopolizar su voluntad
y sojuzgar su imaginación.
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