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OPINION
Por Mario Wainfeld

LAS NEGOCIACIONES ENTRE GOBIERNO Y OPOSICION TRAS UNAS ELECCIONES
¡¡Lecop Lecop, qué grande sos!!

Un bipartidismo frustrante. La corta euforia de Duhalde. La negociación con los gobernadores. Qué se juega cada uno. La propuesta del gobierno. Sus posibles pasos futuros. Dudas para una semana agitada.

Bronca. �Son irresponsables, son
el partido de la devalua-ción� comentó Bullrich con encono cuando vio y escuchó las declaraciones de Alfonsín en la CGT.

Bien miradas, las elecciones pusieron en la pizarra un hecho que ya aconteció: el final de la Alianza y el regreso del radicalismo a sus habituales guarismos electorales. Posiblemente, a algo más: a su clásica relación con el peronismo, la de segundo partido de un bipartidismo con una fuerza muy dominante. Un sometimiento que Alfonsín pudo quebrar en dos elecciones y la Alianza en otras dos. En ambos casos, para luego caer con cierto estrépito en la normalidad de la derrota. “El que gana gobierna, el que pierde ayuda” preconizó Ricardo Balbín, pero durante su luenga vida lo suyo fue estar, siempre que hubo elecciones limpias, del lado de los destinados a ayudar.
El cuadro poselectoral retrata una insatisfactoria reiteración del bipartidismo. El oficialismo pierde a manos de una oposición que no es tal y que sólo prospera por su propio peso, como en un sube y baja. Sin haberse purgado de los pecados de la orgía menemista, sin haber definido un liderazgo interno, sin tener un programa alternativo al del Gobierno (ni siquiera un ministro de Economía alternativo), sacando menos sufragios que años atrás, la oposición de su majestad queda en las puertas mismas de Olivos.
Esa alternancia dista de reflejar las necesidades y aún los gustos del colectivo social que, sin embargo, no consigue parir otras. No termina de consolidarse un tercer partido: el Frepaso sucumbió en el intento de llegar demasiado rápido al Gobierno y el ARI traspapeló una oportunidad para hegemonizar ese sector pues cometió demasiados errores en dos meses. Igualmente, Elisa Carrió sigue en carrera, con un karma que habrá de nimbarla mucho tiempo: cada uno de sus pasos o de sus tropiezos está connotado por la sombra de lo que hizo u omitió, apenas ayer cuando intentaba terciar, Carlos Chacho Alvarez.

Duhalde en escena

Eduardo Duhalde pareció, durante horas, vivir en éxtasis. Tal vez medió una necesidad mediática de encarnar en alguien la primacía del PJ y el ex gobernador pareció ocupar el centro de la escena por dos o tres días, lapso que en esta Argentina equivale a meses en otras latitudes más sosegadas. Un afán reunionista dominó al candidato consagrado ampliamente pero –como todos– desagiado por el voto bronca. Sus encendidas diatribas antimodelo se alternaron con una tenida en su búnker junto a Domingo Cavallo, a la que también asistió Carlos Ruckauf. Este encuentro, revelado por Página/12, se urdió con sigilo y sin foto. En cambio, su visita a la CGT fue con pompa y circunstancia. Cuentan duhaldistas cercanos al senador electo que su afán fue recuperar tiempo y “espacio” perdidos frente a José Manuel de la Sota. No da la sensación de que su prisa, su abrazo con los líderes gremiales (le) sirvan para algo en este momento.
Claro, viene escalando la madre de todas las batallas, la interna del PJ. Pero tamaña justa tiene sus tiempos y sus espacios. Todo induce a pensar que no será la arena mediática su principal escenario, máxime cuando tres de sus cuatro presidenciables gobiernan provincias importantes que están en riesgo de bancarrota, en un país que está en riesgo de bancarrota. Duhalde es el único competidor cuyo apellido figuró en boletas electorales el domingo y eso le da una cierta ventaja, pero también le caben contrapesos importantes.
u Está por verse quién será el referente del PJ bonaerense, ya que la elección también reposicionó a Carlos Ruckauf.
u Carga con una desventaja frente a sus tres compañeros gobernadores. Mordió el polvo ante la Alianza en dos de las tres últimas elecciones, la provincial en 1997, la nacional en 1999.
u Tanto como Ruckauf es bonaerense, condición que irrita a los mandatarios de otras provincias apenas menos que la de porteño.La maldición que persigue a los gobernadores bonaerenses no es un hechizo más o menosinexplicable como la de Tutankamón: alude a realidades tangibles, entre ellas, los recelos propios del federalismo.
Liberado de gestionar Duhalde tendrá más tiempo, pero menos protagonismo que Ruckauf, De la Sota y Carlos Reutemann. No es seguro que eso sea una ventaja, sobre todo si naufraga la administración bonaerense.

Bailemos el minué

“Son irresponsables, son el partido de la devaluación”, comentó Patricia Bullrich con un encono sólo superado por el del Presidente cuando vio y escuchó las declaraciones de Alfonsín en la CGT. Hay quienes, en la Rosada y suburbios, ven en cada movida de Duhalde y Alfonsín las señas de un plan maestro para palanquear a Ignacio de Mendiguren al gobierno. Aún los que son más cautos para juzgarlos se embroncan hasta la úlcera con las vitriólicas declaraciones de los legisladores electos. Les atribuyen afán de protagonismo, magra seriedad y hasta falta de compromiso democrático.
La gobernabilidad a la que apuesta la Rosada privilegia otros interlocutores, aquellos que pilotean los ejecutivos de provincia. Más allá de la retórica o de los idearios, piensan que atraviesan vidas paralelas. Y algo de eso hay. Con el escrutinio fresco, los gobernadores peronistas y oficialistas volvieron a bailar el minué de la coparticipación con Chrystian Colombo. La tarea insalubre del Jefe de Gabinete se aligera un poco con un peculiar alivio: todas las iras de sus contertulios, aliados o adversarios, tienen como destinatario a Domingo Cavallo. Quién te ha visto y quién te ve: el megaministro ha aprendido a morderse los labios y escuchar como si fuera música ambiental denuestos que antaño le hubieran hecho desplegar su rico temperamento. Angel Rozas y Alfredo Avelín lo maldijeron de cuerpo presente y él obró como un gentleman, por momentos como un gentleman mudo. Incluso aceptó que Colombo le sugiriera que no estuviera presente en alguna reunión para limar asperezas. Y pensar que hace siete meses fue mi locura...
La misión de Colombo es conseguir que los gobernadores acepten modificar el Pacto federal que él mismo concertó con iguales contrapartes en los albores de su gestión. El oficialismo asegura que no está en condiciones de pagar los 1364 millones de pesos mensuales. El gobierno ya está incumpliendo ese compromiso legal.
Lo que está dispuesto a ofrecer el oficialismo, sacada la hojarasca del regateo, es reconocer esa deuda atrasada, pagándola totalmente en Lecop (Letras de cancelación de obligaciones provinciales) que, con el erotizante olor del dinero nuevo, empiezan a apilarse recién impresas en la Casa de Moneda. Dicen los que saben que su impresión tarda tanto como una ofensiva del General Alais. La responsable de la Casa de Moneda es una vieja amiga de la primera dama Inés Pertiné y parece no darse maña con su cometido. Cuentan que las Lecop se ilustrarán con la figura de Nicolás Avellaneda, el presidente que prometió pagar la deuda externa con el hambre y la sed de los argentinos. Justicia poética acuñada en papel moneda.
Como contrapartida, el Gobierno quiere que las provincias acepten a futuro una reducción del piso de coparticipación equivalente a la que padecieron empleados públicos y jubilados: 13 por ciento.
Colombo explicó una y otra vez a los gobernadores las ventajas del arreglo:
u La inyección de más de mil millones de Lecop, el equivalente aproximado de la nómina salarial de un mes en todas las provincias, operaría una reactivación de las alicaídas economías locales. Nadie duda que, como ocurre con los patacones bonaerenses, sus tenedores saldrían rápidamente a gastarlos en usos de primera necesidad. Entre paréntesis, lo más interesante del paquete en ciernes es intentar reactivación vía emisión monetaria, que eso son las Lecop, un pecado para el dogma de la convertibilidad.
u El consenso en bajar el piso transmutaría la ley de déficit cero. Hasta ahora es una decisión contable, hija de la necesidad, adoptada a regañadientes. Con el aval de los gobernadores de todo color y pelaje, se transformaría en una decisión política. Ese cambio, en la voluntarista lectura del Gobierno, mejoraría la comprensión de los organismos internacionales de crédito.
u La baraja de Colombo se completa con el ofrecimiento de negociar de conjunto con los bancos acreedores de las provincias rebaja de las tasas -ciertamente usurarias– que les cobran por sus respectivas deudas públicas. Algunos distritos abonan 25 por ciento anual de intereses. Otros, aún más. Una mengua de esa libra de carne a niveles algo menos salvajes, significaría para las provincias un ingreso mayor al que perderían por la poda en la coparticipación.
Amén de las diferencias numéricas (los gobernadores en general aceptan una proporción menor de Lecop) que suenan zanjables, dos problemas pusieron y ponen rispidez a la aceptación de la propuesta. El primero es de manual: el Gobierno pide una doble prestación actual (aceptación de la deuda devengada en Lecop y reducción de la coparticipación en ciernes) a cambio de una virtual (la refinanciación de deudas provinciales) sujeto a la voluntad –muy poco flexible– de la indómita banca que supimos conseguir.
La segunda es política y amerita un párrafo aparte: es la heterogénea composición de los interlocutores provinciales.

Los nenes con los nenes

A veces se reúnen los peronistas por un lado y los aliancistas por otro. Otras confluyen todos. Pero ni los aliancistas ni los peronistas son un bloque homogéneo. Entre los propios, los negociadores oficiales se identifican mejor con los gobernadores de Mendoza, Río Negro y Chubut. “Hicieron campaña sin confrontar con nosotros y les fue mejor que a Terragno y a Alfonsín” justifica Colombo. Los de Chaco y San Juan son más ríspidos, ya se comentó más arriba, pero en la Rosada los creen pura espuma: dan por hecho que acordarán, apremiados por la asfixia de sus finanzas.
El mapa del peronismo es más peliagudo y más determinante. Néstor Kirchner es el más duro entre los duros, posición que resulta de su ambición de posicionarse en la interna y del desahogo de sus finanzas. “Tiene la guita de las regalías colocada en Estados Unidos” describe un puntal del delarruismo y luego interpreta, cáustico, “por eso juega fuerte y apuesta a la devaluación”. Rubén Marín y Adolfo Rodríguez Saá no tienen colocaciones financieras en el Primer Mundo, pero sí cuentas al día. También ellos son drásticos con el Gobierno, nunca tanto como el patagónico Kirchner.
Los dialoguistas mayores son los que comandan las provincias más importantes. Su situación es acuciante. En Buenos Aires la naturaleza agravó la mala época con las peores inundaciones de la historia. Córdoba ya no concreta el milagro de bajar impuestos e incrementar la recaudación. Las gabelas están bajas, pero la alcancía de De la Sota suena a hueco, nadie le garantiza que pueda pagar los sueldos de octubre.
Los cónclaves peronistas expusieron esas posiciones y en ellos se cruzaron feo “grandes” y chicos. Estos los acusan de mandarse por su lado y arreglar sin considerar el conjunto. Cavallo tiene, desde siempre, una óptima relación con los tres gobernadores presidenciables y esto escuece a sus compañeros de distritos más pequeños. La madre de todas las batallas subyace en cada diálogo, pero esa lidia estratégica convive con una apremiante batalla táctica. Allí se trata más bien de pagar los sueldos del mes en curso... o los del mes pasado. En ese amplísimo vaivén entre un futuro de gloria y el presente de juntar chirolas o Lecop para gambetear el default transita el justicialismo.

Qué semana, padre

Menuda semana tenemos por delante. Si se concreta la agenda que ansía el Gobierno, mañana mismo se firmará el nuevo acuerdo con los gobernadores, Lecop más, letra chica menos. Tras cartón Fernando de la Rúa anunciará la reforma ministerial, el nuevo gabinete y Cavallo su plan número N a la enésima.
En la Rosada se ilusionan con un equipo de gobierno más eficaz, más ceñido a la gestión, huérfano de internismos paralizantes. A pedido del Presidente, Colombo le entregó una carpeta con sus propuestas de reestructuración del organigrama de gobierno y con los apellidos de los ministeriables. También de eso habló De la Rúa con Nicolás Gallo, con Patricia Bullrich y con Rafael Pascual cuya muñeca de negociador tiene varios apologistas en la Rosada. La decisión final la tendrá el Presidente. Fiel a un discurso uniforme Colombo mencionó un solo insustituible: Cavallo. El padre del modelo, vamos.
En espejo con las provincias la Nación imagina –llevando algunos deberes hechos al Norte– aliviar su carga financiera renegociando deuda y de esa forma descomprimir al sector privado. Las otras medidas que propone Cavallo, no pueden moverle el amperímetro a una economía real deprimida por un trienio. Todas las fichas están puestas ahí. Tras los barrotes de su ideología, el Gobierno sólo piensa en la macroeconomía como motor de la historia. Hasta ahora, así le fue.
Cuesta creer que, con lo poco que piensa cambiar, modifique su sino. Es muy difícil que las cuentas cierren aún tras sisar a las provincias. El déficit cero requerirá recortes feroces por hacerse hasta fin de año, sobre todo si en octubre la recaudación baja como mínimo el 9 por ciento, que eso pinta. Y en noviembre otro tanto, aunque más no sea para no perder la costumbre.
El Gobierno, que jugó con astucia sus cartas esta semana, sigue escondiendo el Presupuesto 2002, un monumento aún no desvelizado a la guadaña. La idea es que su discusión –como la que transcurrió en estos días– llegará a algún acuerdo, producto de la angustia mutua.
Cuesta creer en el esperanzado etapismo oficialista. Suena demasiado estático. No computa que hay actores sociales que no están presentes (y quizá no estén representados) en el CFI y cuya calma puede no ser eterna. ¿Bancarán millones de argentinos que las urnas mostraron subrepresentados nuevos ajustes, nuevas podas salariales, no cobrar el aguinaldo, seguir transitando a la desesperanza? ¿La bronca que llenó las urnas hibernará dos años para expresarse?
El acuerdo de coparticipación de 2000 se sostuvo menos de un año. ¿Cuánto durara éste, en medio de un declive mucho más pronunciado?
Son preguntas que pocos decisores formulan, ensimismados en un día a día absorbente y alienante que parece monopolizar su voluntad y sojuzgar su imaginación.

 

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