Martha Oyhanarte.
Diálogo imprescindible
A pesar de que casi todos los políticos
y muchos analistas se esforzaron por demonizar a aquellos que querían
expresar de una manera distinta su descontento, a pesar de la confusión
que la descuidada interpretación de las normas generaba,
a pesar de los reiterados mensajes de los medios para convencer
a la gente de que era más democrático votar por alguien,
a pesar de la inexistencia de una campaña que lo promocionara,
a pesar de la ausencia de fiscales propios para garantizar la precisión
del recuento, a pesar de todo eso, el voto bronca se
convirtió en el hecho político más importante
de la jornada electoral y dejó deslucida cualquier otra pretensión
triunfadora. Así como en la década del sesenta el
voto en blanco se explicó y justificó porque el peronismo
había sido proscripto, gran parte de la ciudadanía
nos está diciendo que ella también se siente proscripta.
Este voto amerita que se lo lea sin prejuicios para interpretar
su significado actual y para construir un cambio futuro.
En las semanas previas a las elecciones se distinguían dos
niveles de tratamiento de la cuestión política: el
de aquellos que la gente califica de hipócritas, mezquinos
y autistas, e identifica con la mayoría de la clase política,
y el de una ciudadanía que comienza a utilizar las nuevas
tecnologías para interrelacionarse, que intercambia ideas
con vecinos en los comercios del barrio, que coordina encuentros
informales en hogares, que participa en foros de organizaciones
intermedias. Mientras los políticos en los medios partían
de una idea que interesa a la gente hasta llevarla a la pura simulación,
la ciudadanía iba tejiendo redes informales que sirvieran
para ganarle a la desfachatez de muchos que dicen representarla.
En el primer nivel de expresión, el de los políticos
profesionales, se percibía la histórica disociación
entre la idea y la acción y se percibía la demagogia
traducida en promesas ya escuchadas e incumplidas. En el segundo,
el del boca a boca, se percibía que lejos de abominar de
la política la mayoría hablaba de cómo llamar
la atención para mejorar su calidad. A la gente le interesa
la política siempre y cuando sea lo que debe ser, virtud
y sabiduría en el ejercicio del gobierno para lograr el bien
común. Lo que la gente rechaza es la politiquería,
manejar la cosa pública con liviandad y hacer como si importara.
La realidad reclama respuestas activas y cierra las puertas a la
retórica: la gente dice no a los que agotan la paciencia
con veleidades de próceres.
El resultado marca una ruptura peligrosa entre muchísimos
ciudadanos y la mayoría de los políticos. También
marca precariedad en la interpretación de los analistas y
sordera de los medios. Es deseable que el mensaje sea escuchado,
que el eco del debate ciudadano se extienda para que el espacio
de reflexión y diálogo, que ya comienza a desplazarse
desde los centros de poder a los grupos informales, vuelva al centro
de la vida comunitaria y englobe a todos sus actores.
La política argentina atraviesa un eclipse prolongado, tanto
que la gran desaparecida de esta época es la política,
porque los políticos han renunciado a la idea de la representación
en nombre de la idea del poder. A su vez, la ciudadanía,
que debe ser la gran protagonista de la política, siente
que ése es un campo que le está vedado, que fue acaparado
por una corporación ajena a los intereses de la mayoría,
y expresa su ira como lo hizo en esta elección. Para que
la ruptura no sea capitalizada por los oportunistas, la ciudadanía
carga ahora la responsabilidad de mostrar que su queja es deseo
de construcción. Todos debemos abocarnos a la política.
Sin ella, no hay fin, sólo medios.
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Raul Kollmann.
Que se calle el que
vota
El ministro del Interior, Ramón Mestre,
sacó una conclusión asombrosa: como la gente manifestó
su bronca votando en blanco o anulado, es imperioso que no voten
más, que el sufragio deje de ser obligatorio para convertirse
en optativo. Tras cartón aseguró, junto a su viceministro
Lautaro García Batallán, que es necesario incluir
el tema en el proyecto de reforma política. Ambos siguen
así el camino señero trazado por quienes presentaron
en el Congreso, a principios de la década del 90, los proyectos
para que el voto no sea más obligatorio: Adelina DAlesio
de Viola y María Julia Alsogaray. Lo curioso es que el voto
obligatorio tiene ahora, desde la reforma de 1994, rango constitucional.
El artículo 37 dice concretamente que el sufragio es
universal, igual, secreto y obligatorio. Hasta 1994 la obligatoriedad
venía de la ley Sáenz Peña, pero a partir de
la reforma es un mandato de la Carta Magna. En otras palabras, que
el Ministerio del Interior está proponiendo una reforma constitucional
sin dar explicación alguna, de pura bronca por la derrota
electoral. En el caso de las dos dirigentes liberales, la idea de
terminar con el voto obligatorio tenía una coherencia ideológica
total: los sociólogos del mundo entero han determinado, con
estadísticas en la mano, que en los países donde el
voto no es obligatorio, quienes no van a las urnas son los ciudadanos
de menores recursos económicos, los de menor nivel educativo
y, obviamente, los que viven en las zonas más inhóspitas
y desfavorables. Para resumir: el voto no obligatorio les quita
voz a los pobres. Impresiona que ahora se sume el gobierno delarruista
porque les pusieron un Clemente o un San Martín en el sobre
o porque, como es obvio, el voto obligatorio siempre favoreció
al peronismo, que tradicionalmente recoge el voto de los sectores
de menores recursos. Hay otro elemento a tener en cuenta: cuando
el voto no es obligatorio, la elección se juega mucho en
el terreno de cuál es el aparato partidario que tiene más
poder y dinero para llevar a la gente a votar. Ya no se trata de
que hay millones de personas que van a las urnas sin que se las
pueda controlar demasiado porque es obligatorio, sino
que gran parte de la carrera electoral consistiría en llevar
gente a votar, ofreciéndole dinero o bienes para que
no se queden en su casa. Golpea el hecho de que no se lanza la idea
en un período de reflexión, como una meditación
para mejorar el sistema político, sino para callar a la gente:
que esos ciudadanos intratables, que se quejan, votan lo que se
les da la gana, meten cualquier cosa en el sobre, hagan silencio.
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Dora Barrancos *.
Bronca y fuga por derecha
El enorme voto blanco y anulado se ofrece
como testimonio de desencanto, frustración, bronca. Si semiológicamente
conviene separar unos y otros, al final el resultado es idéntico:
un notable triunfo de las fuerzas conservadoras en nuestra ciudad.
Sólo una lectura mitigadora de intérpretes progresistas
puede concluir que avanzaron posiciones de izquierda sólo
porque tal vez ingresen cuatro diputados/as de esa cantera. Un examen,
no del por qué sino del para qué, hace ver la derechización
que produce la fractura de la credibilidad en la política.
Como nunca, escuché locuciones cerradas del tipo todos
los políticos son iguales, no solamente entre gente
con tendencia a la economía valorativa para la sino entre
personas esclarecidas, que ponderan los matices y sostienen valores
democráticos. A la gente de buena voluntad, ofuscada pero
tal vez ahora con mohínes porque su evasión casi permite
el triunfo de Beliz, la invito a que analice los miles de votos
nulos conteniendo imágenes de Videla, de Hitler, de Bin Laden,
frases intolerantes sobre aniquiliación con sonido de ese
bien conocido odio que hiela la sangre. Y como suele ocurrir, tales
emanaciones brotan sobre todo de los sectores medios en pérdida,
victimadas por el modelo y traicionadas por la Alianza. Es cierto,
buena parte de los apóstatas que contribuyeron a encender
tales candiles son los políticos impostores y cínicos,
pero no puedo creer que no se piense en la responsabilidad manipuladora
de ciertos medios, en el descarado fascismo de algunos comunicadores,
en el abandono del análisis particularizado de las candidaturas.
Criticamos el sistema mediático, nos escandalizan sus construcciones,
denostamos una propuesta política porque también se
deja ganar por esa lógica perversa, pero finalmente nos curvamos
a sus efectos disuasivos. ¿Hay alguna duda acerca de la impunidad
con que muchos comunicadores, y no sólo de derechas, propusieron
la anulación del voto?
¿Qué puede sobrevenir si desertizamos las apuestas
a propuestas progresistas, imperfectas pero provistas de gentes
que no claudicaron? Y esa pregunta vale para todas las arenas políticas,
la universitaria, la sindical, la asociativa.
* Doctora en Historia, profesora universitaria,
candidata a diputada nacional por el ARI.Ciudad de Buenos Aires
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