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Pensar el blanco

¿Qué significa el voto en blanco o anulado del domingo pasado? Tres reflexiones, tres puntos de vista: una crítica, una reivindicación y un aviso sobre la reacción del Gobierno.

Martha Oyhanarte.
Diálogo imprescindible

A pesar de que casi todos los políticos y muchos analistas se esforzaron por demonizar a aquellos que querían expresar de una manera distinta su descontento, a pesar de la confusión que la descuidada interpretación de las normas generaba, a pesar de los reiterados mensajes de los medios para convencer a la gente de que era más democrático votar por alguien, a pesar de la inexistencia de una campaña que lo promocionara, a pesar de la ausencia de fiscales propios para garantizar la precisión del recuento, a pesar de todo eso, el “voto bronca” se convirtió en el hecho político más importante de la jornada electoral y dejó deslucida cualquier otra pretensión triunfadora. Así como en la década del sesenta el voto en blanco se explicó y justificó porque el peronismo había sido proscripto, gran parte de la ciudadanía nos está diciendo que ella también se siente proscripta. Este voto amerita que se lo lea sin prejuicios para interpretar su significado actual y para construir un cambio futuro.
En las semanas previas a las elecciones se distinguían dos niveles de tratamiento de la cuestión política: el de aquellos que la gente califica de hipócritas, mezquinos y autistas, e identifica con la mayoría de la clase política, y el de una ciudadanía que comienza a utilizar las nuevas tecnologías para interrelacionarse, que intercambia ideas con vecinos en los comercios del barrio, que coordina encuentros informales en hogares, que participa en foros de organizaciones intermedias. Mientras los políticos en los medios partían de una idea que interesa a la gente hasta llevarla a la pura simulación, la ciudadanía iba tejiendo redes informales que sirvieran para ganarle a la desfachatez de muchos que dicen representarla. En el primer nivel de expresión, el de los políticos profesionales, se percibía la histórica disociación entre la idea y la acción y se percibía la demagogia traducida en promesas ya escuchadas e incumplidas. En el segundo, el del boca a boca, se percibía que lejos de abominar de la política la mayoría hablaba de cómo llamar la atención para mejorar su calidad. A la gente le interesa la política siempre y cuando sea lo que debe ser, virtud y sabiduría en el ejercicio del gobierno para lograr el bien común. Lo que la gente rechaza es la politiquería, manejar la cosa pública con liviandad y hacer como si importara. La realidad reclama respuestas activas y cierra las puertas a la retórica: la gente dice no a los que agotan la paciencia con veleidades de próceres.
El resultado marca una ruptura peligrosa entre muchísimos ciudadanos y la mayoría de los políticos. También marca precariedad en la interpretación de los analistas y sordera de los medios. Es deseable que el mensaje sea escuchado, que el eco del debate ciudadano se extienda para que el espacio de reflexión y diálogo, que ya comienza a desplazarse desde los centros de poder a los grupos informales, vuelva al centro de la vida comunitaria y englobe a todos sus actores.
La política argentina atraviesa un eclipse prolongado, tanto que la gran desaparecida de esta época es la política, porque los políticos han renunciado a la idea de la representación en nombre de la idea del poder. A su vez, la ciudadanía, que debe ser la gran protagonista de la política, siente que ése es un campo que le está vedado, que fue acaparado por una corporación ajena a los intereses de la mayoría, y expresa su ira como lo hizo en esta elección. Para que la ruptura no sea capitalizada por los oportunistas, la ciudadanía carga ahora la responsabilidad de mostrar que su queja es deseo de construcción. Todos debemos abocarnos a la política. Sin ella, no hay fin, sólo medios.

 

Raul Kollmann.
Que se calle el que vota

El ministro del Interior, Ramón Mestre, sacó una conclusión asombrosa: como la gente manifestó su bronca votando en blanco o anulado, es imperioso que no voten más, que el sufragio deje de ser obligatorio para convertirse en optativo. Tras cartón aseguró, junto a su viceministro Lautaro García Batallán, que es necesario incluir el tema en el proyecto de reforma política. Ambos siguen así el camino señero trazado por quienes presentaron en el Congreso, a principios de la década del 90, los proyectos para que el voto no sea más obligatorio: Adelina D’Alesio de Viola y María Julia Alsogaray. Lo curioso es que el voto obligatorio tiene ahora, desde la reforma de 1994, rango constitucional. El artículo 37 dice concretamente que “el sufragio es universal, igual, secreto y obligatorio”. Hasta 1994 la obligatoriedad venía de la ley Sáenz Peña, pero a partir de la reforma es un mandato de la Carta Magna. En otras palabras, que el Ministerio del Interior está proponiendo una reforma constitucional sin dar explicación alguna, de pura bronca por la derrota electoral. En el caso de las dos dirigentes liberales, la idea de terminar con el voto obligatorio tenía una coherencia ideológica total: los sociólogos del mundo entero han determinado, con estadísticas en la mano, que en los países donde el voto no es obligatorio, quienes no van a las urnas son los ciudadanos de menores recursos económicos, los de menor nivel educativo y, obviamente, los que viven en las zonas más inhóspitas y desfavorables. Para resumir: el voto no obligatorio les quita voz a los pobres. Impresiona que ahora se sume el gobierno delarruista porque les pusieron un Clemente o un San Martín en el sobre o porque, como es obvio, el voto obligatorio siempre favoreció al peronismo, que tradicionalmente recoge el voto de los sectores de menores recursos. Hay otro elemento a tener en cuenta: cuando el voto no es obligatorio, la elección se juega mucho en el terreno de cuál es el aparato partidario que tiene más poder y dinero para llevar a la gente a votar. Ya no se trata de que hay millones de personas que van a las urnas sin que se las pueda controlar demasiado –porque es obligatorio–, sino que gran parte de la carrera electoral consistiría en “llevar gente a votar”, ofreciéndole dinero o bienes para que no se queden en su casa. Golpea el hecho de que no se lanza la idea en un período de reflexión, como una meditación para mejorar el sistema político, sino para callar a la gente: que esos ciudadanos intratables, que se quejan, votan lo que se les da la gana, meten cualquier cosa en el sobre, hagan silencio.

 

Dora Barrancos *.
Bronca y fuga por derecha

El enorme voto blanco y anulado se ofrece como testimonio de desencanto, frustración, bronca. Si semiológicamente conviene separar unos y otros, al final el resultado es idéntico: un notable triunfo de las fuerzas conservadoras en nuestra ciudad. Sólo una lectura mitigadora de intérpretes progresistas puede concluir que avanzaron posiciones de izquierda sólo porque tal vez ingresen cuatro diputados/as de esa cantera. Un examen, no del por qué sino del para qué, hace ver la derechización que produce la fractura de la credibilidad en la política. Como nunca, escuché locuciones cerradas del tipo “todos los políticos son iguales”, no solamente entre gente con tendencia a la economía valorativa para la sino entre personas esclarecidas, que ponderan los matices y sostienen valores democráticos. A la gente de buena voluntad, ofuscada pero tal vez ahora con mohínes porque su evasión casi permite el triunfo de Beliz, la invito a que analice los miles de votos nulos conteniendo imágenes de Videla, de Hitler, de Bin Laden, frases intolerantes sobre aniquiliación con sonido de ese bien conocido odio que hiela la sangre. Y como suele ocurrir, tales emanaciones brotan sobre todo de los sectores medios en pérdida, victimadas por el modelo y traicionadas por la Alianza. Es cierto, buena parte de los apóstatas que contribuyeron a encender tales candiles son los políticos impostores y cínicos, pero no puedo creer que no se piense en la responsabilidad manipuladora de ciertos medios, en el descarado fascismo de algunos comunicadores, en el abandono del análisis particularizado de las candidaturas. Criticamos el sistema mediático, nos escandalizan sus construcciones, denostamos una propuesta política porque también se deja ganar por esa lógica perversa, pero finalmente nos curvamos a sus efectos disuasivos. ¿Hay alguna duda acerca de la impunidad con que muchos comunicadores, y no sólo de derechas, propusieron la anulación del voto?
¿Qué puede sobrevenir si desertizamos las apuestas a propuestas progresistas, imperfectas pero provistas de gentes que no claudicaron? Y esa pregunta vale para todas las arenas “políticas”, la universitaria, la sindical, la asociativa.

* Doctora en Historia, profesora universitaria, candidata a diputada nacional por el ARI.Ciudad de Buenos Aires

 

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