Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


Confesiones del comandante

Fueron cuatro días de congreso periodístico en La Habana. Fidel Castro estuvo en cada uno. Y, como en ánimo de hacer memoria y confesiones, habló de temas que nunca había tocado. Como que Gelbard era �un comunista con altos contactos que sirvió a la Revolución�. Que los sudafricanos tenían 7 bombas atómicas israelíes. Que los militares argentinos �tenían ganas de matar�. Que después de su muerte lo que va a pasar �es nada, chico, nada�.

Por Miguel Bonasso

Ocurrió hace pocos días en la blanca y mullida Sala 3 del Palacio de Convenciones de La Habana, donde el Comandante ha provocado más de un titular mundial en multitudinarias conferencias de prensa. Había un receso en el extenuante plenario del Congreso de Periodistas Latinoamericanos y Caribeños y algunos colegas nos arremolinamos en torno a la alta figura enfundada en el uniforme verde oliva, imán irresistible de cámaras y grabadores desde hace más de cuatro décadas. La pesadilla de los morochos gigantescos que lo cuidan a cada milímetro, como el etíope Lotario al mago Mandrake. Desenfadado, pero cariñoso, el periodista argentino Diego Vidal le soltó sin protocolo: “Se acuerda cuando nos dio el susto en el acto del Cotorro? Yo le mandé un consejo que se cuide”. Entonces el doctor Fidel Castro Ruiz, presidente del Consejo de Estado y de Ministros de la República de Cuba, se volvió sonriente, el pelo y la barba grises y llovidos, la cara de los 75 años más alargada y quijotesca que la de los treinta y le soltó, guiñando un ojo:
–Tú no oíste lo que yo dije: que yo me hice el muerto para ver lo que pasaba.
Quique Pesoa, quiso saber lo que pasaría con la revolución cubana cuando Fidel “brillara en la montaña” como el faro del Morro, pero no se escuchara más su voz enronquecida en los encerados lobbys de la Tierra. Y tuvo que reírse, porque el Comandante preguntó a su vez, qué había pasado con las grandes religiones, las grandes ideas y las grandes revoluciones cuando habían muerto los iniciadores, los apóstoles, los profetas. Al escuchar las nombres de Cristo, Mahoma, Buda, Confucio, Maceo, Martí, etc, Pesoa ironizó: “Livianitas las comparaciones”. Pero Fidel se apresuró a disipar cualquier sospecha de megalomanía: “Yo te digo que cuando éste caballerito que tiene el honor de hablar contigo en este momento estire el pie, cuando uno de estos días no me despierte y entre en un sueño eterno, entonces... no pasa nada”. Y se rió de los que buscan la gloria. “Si tú te topas con un vanidoso –abundó– te estás topando con un imbécil. ¿Vamos a ser vanidosos en un universo que tiene 300 mil millones de galaxias, cada una de las cuales tiene cientos de miles de millones de estrellas? ¿Qué somos nosotros dentro de este planeta y qué es este planeta dentro del Universo? Tú me hacías una pregunta muy concreta. ¿Qué va a pasar?: que la revolución nuestra se va a fortalecer, como se ha ido fortaleciendo desde el primer día hasta ahora”.
Puede ser verdad. O no. Porque la Yugoslavia pos Tito fue rebalcanizada por las potencias. Pero ayuda a creerle la nueva realidad que se percibe en La Habana del 2001, tan distinta a la de los años más negros del Período Especial. La gente ya no está flaca de hambre, circulan más autos y no sólo bicicletas, los edificios de los ‘40 y ‘50 tapan sus caries de salitre y se remozan. Las ferias abiertas de los campesinos deben competir en precio con los mercados que abre el Ejército (las FAR) para controlar el agio. En los hoteles la atención es rápida, por el incentivo del área dólar, es verdad, pero también porque han aprendido. Sobre todo los cubanos han aprendido algo muy importante: que pueden sobrevivir y crecer sin la manguera de petróleo de la URSS llenando el tanque.
El Congreso de Periodistas reunió durante cuatro días de octubre a trescientos profesionales de la región, que intercambian experiencias con unos cien colegas cubanos. Detrás subyace la vieja ilusión de contrarrestar la manipulación de los grandes medios. Está bien. Pero lo mejor del encuentro es la presencia cotidiana de este viejo comandante que gusta definirse como un “aprendiz de periodista” y a veces relata sus experiencias como cronista que denunciaba escándalos en la Cuba de Prío Socarras. Fidel toma nota diariamente de todas las ponencias, escoltado por Tubal Páez, de la Unión de Periodistas de Cuba, y por el veterano hispanomexicano Luis Suárez, presidente de la FELAP. Pero cada tanto, desde el pupitre, aprovecha una intervención para “meter la cuchareta” y despacharse un speech de cuarenta minutos a una hora en los que cuenta historias y deja caer como al descuido lo que le interesa decir en la nueva coyuntura mundial de la Guerra Infinita:
Que el terrorismo es siempre de derecha y le hace el juego a los opresores.
La lucha armada que libró Cuba nunca fue terrorista.
El ataque a las Torres ayudó a que el Imperio disimulara la recesión y la crisis que ya habían empezado antes.
Jamás Cuba realizó un acto terrorista; ni en Estados Unidos ni en ningún otro sitio. (“Y esto ellos –los norteamericanos– lo saben perfectamente.”)
Incluso la guerra debe tener una ética: no se puede matar a prisioneros desarmados ni a civiles.
El máximo terrorista y maestro de terroristas ha sido y sigue siendo Estados Unidos.
El 20 de setiembre George Bush decretó la caducidad de todas las soberanías.
Viene una etapa de terrorismo de estado y censura a nivel mundial.
Pero los norteamericanos no saben cómo van a salir de Afganistán.
El sistema neoliberal va a estallar.
Cuba sigue dispuesta a resistir “hasta la última gota de sangre”.
En cada cuarto intermedio, se repite el fenómeno: en cuanto Fidel se levanta de su butaca en el presidium, varios de nosotros corremos y lo rodeamos. El la goza. Se ríe. Bromea siempre, le dice a este cronista y a otros dos colegas voluminosos que “se nota que son argentinos”. Pero hay algo más, biológico y espiritual, que antes no se advertía: quiere mostrar “los papeles que están bien guardaítos”, revelar secretos, largar exabruptos que tenía vedados como Jefe de Estado, repasar la historia vivida por “éste caballerito” que desde una isla de cien mil kilómetros cuadrados, vio desfilar a ocho presidentes norteamericanos que no pudieron desplazarlo, ni cooptarlo, ni matarlo.
Dice lo que quiere decir, como si se descuidara y pide off the record cuando está rodeado por una selva de grabadores. “Ustedes me hacen quedar mal”, bromea. “No digo que sean provocadores, pero me hacen decir cosas como aquello de los lamebotas”. Después, en la sala, ya sin sonrisa intencionada, recalcitrará sobre su bronca con el gobierno argentino por la votación contra Cuba en la comisión de derechos humanos de la ONU. “Yo le dije al embajador cubano (Alejandro González Galiana), ‘tú no te vas de Argentina. Que te echen. Y si te echan, vamos a ver si te vas’”.
Este cronista le escucha absorto cosas que nunca esperó que dijera. Una dura crítica a la URSS de José Stalin por haber firmado el pacto Ribbentrop-Molotov, que le “liberó las manos a Hitler para lanzarse a la guerra”. Una reiterada crítica de los soviéticos y sus fallas para construir aviones y lavarropas. Una crítica implacable al Frente Sandinista y, sobre todo, a ciertos dirigentes de la revolución salvadoreña a los que no nombra, pero identifica por los datos, como Joaquín Villalobos, el máximo líder del ERP que en los ‘70 hizo fusilar al poeta Roque Dalton “por agente de la CIA” y ahora navega con pabellón anglosajón por aulas de Oxford y Harvard y negocia en el rubro seguridad para los grandes empresarios del Imperio.
Quiere abrir los cofres de la historia y hacerle justicia a los que pasaron en la oscuridad, después de haber “prestado grandes servicios a la Revolución”, como José Gelbard, caudillo del empresariado nacional argentino y ministro de Economía del último Perón. Que le vendió autos aCuba, rompiendo el bloqueo pero, sobre todo, le proporcionó a Fidel ciertos datos estratégicos que “algún día se conocerán”.
Fidel fue la gran atracción del Congreso, desde la mañana misma de nuestra llegada, cuando agotados y legañosos, nos sacaron del aeropuerto y nos llevaron a la Plaza de la Revolución, para asistir al mayor acto del mundo contra el terrorismo (un millón de personas en la explanada), donde el Comandante rindió homenaje a las víctimas del avión de Cubana de Aviación y, por primera vez que se sepa, a los dos cubanos de la embajada en Buenos Aires, que la dictadura militar hizo desaparecer para siempre.
Que nadie lo dude: Fidel Castro goza de buena salud. Será por la espirulina (el alga mágica de la medicina cubana), será por la adrenalina que otorga el ser uno de los diez hombres de estado más relevantes del siglo veinte, el gigante barbado nos endilga un discurso de cierre de cinco horas y media. “Mi mayor defecto es hablar mucho, ya les estropee la cena”, dirá en el podio, de donde no se ha bajado ni para ir al baño.
Es imposible dar cuenta de lo que dijo en todas las sesiones, sumando más de diez horas de definiciones y revelaciones. Pero a cambio ahí van algunas muestras.

Frases pronunciadas de pie, durante 40 minutos, rodeado de periodistas, entre los que se encontraba este cronista. “Olvidensé de ciertos esquemas porque desaparecieron con las Torres Gemelas. Ya el neoliberalismo está derrotado. Uno de los favores que les hicieron los que produjeron los atentados es que ahora le van a echar la culpa de la crisis al sabotaje. Pero ya había crisis. Incluso en las metrópolis: en Europa, en Japón. La crisis va a estallar (...) No tengo elementos de juicio para decir quiénes fueron los autores (de los atentados del 11 de setiembre). Ellos se han buscado muchos enemigos. En muchas partes. Parece que no han encontrado pruebas de quiénes fueron los autores. (Si no) ¿dónde está el misterio de presentar las pruebas que les han pedido? No las tienen”.
“De más está decirle que nosotros no estamos de acuerdo con esos actos de terrorismo, porque la historia demuestra que donde el terrorismo se convierte en una práctica despierta antipatías. Porque no se puede justificar bajo ningún concepto que usted, por buscar un objetivo determinado, mate a cincuenta o cien personas inocentes. Nosotros hemos sufrido el terrorismo durante cuarenta años. Sufrimos la voladura del avión de Cubana en Barbados y en Playa Girón cuando nos atacaron con aviones norteamericanos que tenían insignias cubanas. Es una forma de terrorismo repugnante. Si usted tiene una ética tiene que sentir repulsa por el método del terrorismo. Nosotros nunca lo aplicamos. Como tampoco el magnicidio. Nosotros hubiéramos podido matar a (Fulgencio) Batista, pero ellos hubieran puesto a otro y hubieran convertido al dictador en mártir”.
“La guerra debe tener una ética. Si nosotros no hubiéramos tenido una ética no hubiéramos ganado la guerra. Nosotros respetábamos la vida de los prisioneros. No maltratamos a un solo soldado. Nunca hubo no ya un tiro, ni siquiera un solo culatazo a los prisioneros de Playa Girón”.

“En América latina va a haber una explosión social. Es inexorable. Han creado dinero virtual. Hay quien invierte mil dólares que llegan a valer 800 mil”. Un joven colega le pregunta: “El neoliberalismo no soluciona los problemas de la gente”. El Comandante responde, rápido, provocando carcajadas: “Espero que tú no lo creas”.
Luego, inesperadamente, Fidel habla del Batallón 601 de Argentina que apoyó “la guerra sucia contra Nicaragua”, lo cual facilitó que (el general Leopoldo Fortunato Galtieri) imaginara “absurdamente” que Estados Unidos lo podría apoyar nada menos que en una guerra contra Gran Bretaña. Este cronista le recuerda la mención de los dos funcionarios cubanos secuestrados durante la dictadura militar y no precisa quiénes lossecuestraron, pero desliza que fueron a parar (¿sus cuerpos?) a una “construcción de hormigón”. Vincula aquel crimen con el atentado a la representación cubana en la ONU perpetrado por el terrorista Orlando Bosch. “Indultado por Bush padre”.
Alguien rompe la evocación con un regreso al presente: “¿Cuba va a intentar recuperar el voto argentino en Naciones Unidas?” La respuesta es un latigazo, apenas mitigado por una sonrisa: “Nosotros no perdemos el tiempo”.
Pero el tema argentino le interesa de manera central y aunque habla de manera genérica, como si se refiriera a toda la región, hay frases con dedicatoria. Una colega recuerda su profecía sobre la deuda impagable en la reunión de La Habana de 1985 y Castro actualiza el diagnóstico: “Los yanquis inventaron algunas cosas para suavizar. Los bonos Brady y los que vinieron después. (Pero) a América latina le ha pasado lo que a muchos que están condenados a muerte y recurren, recurren y al cabo de veintitrés años los llevan a la silla eléctrica. A ustedes les han concedido la gracia de no ejecutarlos de inmediato. Les han dado unas pastillitas, unos bonos... Ahora bien, esto estalla. Con anexión o sin anexión. Con anexión estalla más pronto. Es decir, estalla el sistema, estalla el neoliberalismo”. (La anexión para el líder cubano es el ALCA, contra el cual organiza otro megaencuentro habanero en noviembre próximo). “Si en 1985 la región debía 300 mil millones de dólares, ahora debe 700 mil. Y perdieron una década completa. Entonces... cuando ya nadie cree en ningún político (con perdón de los políticos) ¿Cómo harán para mantenerse? Ya no pueden inventar un Pinochet, ni a ustedes la junta militar, porque el mundo ya no da para eso. Entonces puede ser que ustedes tengan un gobierno de derecha y bien de derecha. Pero hay que ver cuánto dura. Porque cada vez van a durar menos. Salvo algunas excepciones la popularidad de los gobiernos está durando entre cuatro y seis meses”. Luego suelta una interrogación que nadie puede responder: “Ustedes saben que han dejado de ser independientes?”

Fidel se pregunta delante de los periodistas argentinos por qué los militares dieron un golpe tan cruento. “Si en Argentina había en aquel momento tan mal gobierno que nadie iba a llorar un golpe de estado...” Este cronista le dice que lo hicieron para posibilitar lo que hoy está ocurriendo, debían eliminar 30 mil cuadros. Sacude la cabeza. Insiste: “Pero mataron por matar. Aplicaron la doctrina (de seguridad nacional) de Estados Unidos, pero, además, había muchas ganas de matar”. Fidel sabe algo, lo enuncia enigmáticamente sin dar explicaciones: “El día que ordenaron matar 62 personas...” (¿A qué masacre alude?) Sugiere que sabe otras cosas. Recuerda el período que siguió a la muerte de Perón. Donde “había tres personas: López Rega, Isabel (Perón) y un comunista. Que estaba allí y no mandó matar a nadie. Y ése se llamaba Gelbard. López Rega era como un loco e Isabelita de política no sabía absolutamente nada. (Espero que no haya ningún peronista por aquí)”. Hay risas y miradas intencionadas. Alguno habrá, comandante. Se vuelve hacia Marcelo Cena, un joven periodista de Télam y le pide que no ponga lo de Isabelita. “Vive, ¿verdad? No quisiera ofenderla. Perón le hizo un gran servicio a la Revolución Cubana cuando nos vendió aquellos autos (los Falcon) que algunos todavía circulan”. Pero insiste con Gelbard, al que acaba de destapar oficialmente como “comunista” vinculado con “altas fuentes” (¿de la URSS?).
“Gelbard era presidente de la Asociación (quiere decir de la CGE), de origen judío y comunista. Y una persona excelente. Gelbard sabía muchas cosas y prestó servicios (a la revolución cubana) más importantes que ninguno. Salió del país y ofreció servicios muy importantes. Ya ven: les he dicho algo”.

“El 20 de setiembre cuando el señor Bush habló en el Congreso decretó el cese de la independencia de los países. Nos da órdenes y amenaza con bombardear a cualquier país. Jamás se había utilizado ese lenguaje imperial. El 20 de setiembre el Emperador cruzó el Rubicón y dijo ‘alea jacta est’. Y lo dijo de verdad porque no se sabe cómo va a terminar esto. Porque ellos no están seguros ni de cómo hacer la guerra, ni de cómo terminarla. Ahora los pueblos tienen que luchar por salvar lo que les queda de independencia. Antes defendíamos los derechos, hoy hay que luchar por recuperar la independencia”. Concluye provisoriamente la intervención y antes de devolverle la palabra a Stella Caloni, dirige una de sus festejadas ironías a la platea: “Del Emperador éste no quiero hablar mal, eh. Tengo un miedo tremendo”.
Después se pregunta: “¿Qué están haciendo hoy en Afganistán?” Y se responde: “La guerra de la tecnología más moderna contra los países más débiles”. Se burla de la CNN y las declaraciones del secretario de la Defensa que asegura haber “neutralizado el poder aéreo de los talibanes”. El comandante contabiliza ese poder aéreo: “Veinte aviones soviéticos, que nosotros conocemos muy bien: es un milagro que arranquen, un milagro que vuelen y un milagro que aterricen”. No habrá en ningún momento piedad para los dirigentes soviéticos, que se “autoinocularon el SIDA”.

Hubo un momento de enojo, provocado por la ponencia del sandinista Roberto Sánchez. El ponente explicó, sin gran habilidad dialéctica, lo que ocurría en Nicaragua en relación a las próximas elecciones de noviembre. Dijo que los sandinistas eran víctimas de una campaña sucia del gobierno, que conduce Arnoldo Alemán. Esa campaña se había iniciado después del 11 de setiembre y trataba de vincular al candidato presidencial Daniel Ortega, con el líder libio Muammar Ghadafy y con Fidel Castro, como exponentes del terrorismo internacional. Fidel dejó de tomar notas y se dirigió al hombre del podio:
–Cuéntame, cuéntame, ¿qué me atribuyen a mí? ¿De qué parte del infierno me sacaron a mí?
–Bueno, arriba, arriba, comandante.
–Eh...
–Bastante arriba y con muchos cuernos y con mucha cola...
–Dímelo que yo no tengo miedo ¿cómo aparezco yo, devorando niños?
–Se usan expresiones de los tiempos del somocismo como el castrocomunismo, el castroterrorismo.
–¿Y ustedes qué hacen frente a esa propaganda?
–Vea comandante, el periodismo nicaragüense...
–(Lo interrumpe, sin escucharlo) ¿Y los siete mil maestros cubanos que enseñaron en las montañas de Nicaragua, nadie los recuerda? ¿Y las decenas de médicos que salvaron vidas cuando lo del ciclón? ¿Y los quinientos estudiantes nicaragüenses que están aquí estudiando en las escuelas de medicina porque ustedes no los pueden absorber? (aplausos) ¿Y el central azucarero que les construimos allí a un costo de cien millones de dólares? ¿Y las noventa mil toneladas de petróleo que les dábamos todos los años sacándolas de nuestro abastecimiento? Bueno y por mi parte pueden poner toda la ayuda que les dimos para derrocar a (Anastasio) Somoza. (Aplausos) La sangre derramada allí de los cubanos. Déjenmelo a mí: yo les hago un spot con algunas imágenes... Y al bandido éste (el actual presidente a quien no nombra) le perdonamos 50 millones de dólares cuando se produjo el desastre éste (del ciclón). El primer país que cancela una deuda. Haber luchado contra Somoza es un orgullo, un honor. No hay que perder el sueño: hay que contraatacar. Hay que contraatacar y hay que autocriticarse, porque (ustedes, los sandinistas) se dividieron”. Luego, para suavizar, reconocerá que son tiempos malos para elecciones y propondrá que hable Tomás Borge, el veterano dirigente sandinista, que se encuentra en la platea y que llega hasta el podio para asegurarle a Fidel que prefieren perder mil elecciones antes que negar a Cuba. El comandante comentará mientras Borge sube al podio: “Este es un tremendo orador”. Luego revelará que los sudafricanos, a quienes derrotaron en la larga guerra de Angola, tenían siete armas nucleares que les había dado Israel y que por su parte los cubanos preparaban, como réplica, la voladura de las grandes presas hidráulicas, que podrían causarle al régimen racista un daño no menor al atómico. “De esto nunca había hablado mucho”, subraya para que la audiencia valorice la revelación. No hace falta. Esos tres días constituyen una revelación. El cronista se pregunta si el hombre de la barba gris estará escribiendo sus memorias.

 

PRINCIPAL