Por Laura Vales
Desde
Uruguayana, Brasil
Doscientos cincuenta campesinos
brasileños del Movimiento de los Sin Tierra, que acampan en la
frontera con Corrientes, trataron de cruzar a la Argentina a través
del puente que une Uruguayana con Paso de los Libres, con la idea de levantar
allí un campamento. El intento ocurrió hace diez días,
cuando más de sesenta familias, con mujeres, chicos, carpas y provisiones,
marcharon hasta ese paso internacional y llegaron hasta la mitad del puente,
donde la Gendarmería argentina, junto a la policía federal
brasileña, les impidió avanzar. Mientras se reforzaba la
seguridad de apuro, los brasileños pidieron asilo político.
Hubo una larga negociación y finalmente el grupo volvió
sobre sus pasos. Página/12 los encontró en Brasil: los manifestantes
dijeron que decidieron cruzar porque el gobierno de Fernando Henrique
Cardoso los está colocando en una situación extrema. Esta
es la primera vez que integrantes del MST, el movimiento social más
fuerte y con mayor crecimiento en América latina, se plantean entrar
al país como método de presión, generando un incidente
internacional.
Los Sin Tierra atraviesan en la zona de Uruguayana un pico de conflicto
con el gobierno de Cardoso. En estos momentos están tomando cinco
estancias, una de las cuales pertenece a un ex secretario de agricultura.
Poco antes de que marcharan sobre el puente internacional, habían
recibido la advertencia de que serían expulsados de uno de sus
campamentos, ubicado en las afueras de la ciudad. Esa amenaza, sostienen
en el MST, fue el detonante para que pensaran en pasar al otro lado del
río.
El asentamiento donde comenzó el conflicto está al costado
de la ruta 472, a 10 kilómetros de distancia del cruce internacional.
Allí, en grandes barracas de estructura de caña y paredes
y techos de nylon negro viven ciento cincuenta familias. Como otros cientos
de campamentos distribuidos en todo Brasil, éste se instaló
para reclamar por la entrega de tierras (ver aparte). Joao Carvalho Filho
es uno de los dirigentes del lugar, un conjunto de 30 barracas que forman
una ciudad precaria, rodeada completamente por un alambrado.
Del otro lado de esa cerca Carvalho estira una mano y pide un ejemplar
de Página/12. En menos de un minuto se forma un pequeño
grupo de curiosos. ¿Hay movimientos como el MST en Argentina? pregunta
alguien. ¿Existen reclamos por la tierra? Nadie conoce ni escuchó
hablar de los piqueteros argentinos. Pero en la periferia,
dicen refiriéndose a los barrios de las afueras de Uruguayana,
de cada diez personas solo tres consiguen trabajo, con suerte.
Carvalho consulta con sus compañeros y levanta el alambre a modo
de invitación para entrar. Tiene 35 años, trabajó
en una carpintería hasta diciembre y lleva una remera blanca con
la cara del Che. Este es su primer campamento con los Sin Tierra. Y
es bastante tranquilo, asegura, aunque algunas noches pasan camionetas
y disparan desde la ruta.
El asentamiento se levantó hace ocho meses. A las nueve de la mañana
hay muy poca gente, nada más que un equipo de seguridad. El resto
salió temprano a limpiar un campo vecino. Carvalho muestra el campamento,
con su escuela para 30 chicos, la carpa donde funciona el comedor, las
plantas de la huerta medicinal. En el frente, de cara a la ruta, varias
pancartas se extienden al paso de los automovilistas. En la más
grande se lee Ocupar, Resistir, Producir. En otras se habla
de la dignidad del trabajo.
¿Qué objetivo tendría para ustedes pasar al
lado argentino?
Pensamos que con una sola semana de acampar allá el gobierno
recibiría una gran presión y tendría que cumplir
rápidamente su compromiso de asentar las familias. Y a la vez servía
para hacer conocer en qué situación nos pusieron, porque
no nos dan las tierras y al mismo tiempo nos quieren echar de los campamentos.
Si no tenemos tierras ni nos dejanestar al borde de la ruta, ¿dónde
quieren que vayamos? Entendemos que el gobierno está tomando medidas
políticas contra nosotros, por eso se decidió lo del puente
y se habló del asilo.
¿No es una medida muy riesgosa?
Eramos muchos, muchas mujeres, muchos chicos. Y todos caminamos
desarmados. Del otro lado ellos no llegaban a los cuarenta. Aunque tengan
armas, nuestro reclamo es legítimo.
¿Cómo decidieron ir al puente?
Se hizo una asamblea y decidimos hacerlo. La mayoría de los
que fueron al cruce internacional ya no están aquí, porque
marcharon a las tomas de las fazendas. Se fueron el lunes a ocupar el
Paraíso.
¿En busca de la tierra prometida?
En busca del latifundio prometido.
El Paraíso es la estancia de un ex secretario de Agricultura
brasilero. Está a ubicada más de 100 kilómetros tierra
adentro, por caminos de ripio en los que no anda ni un alma. Tampoco hay
carteles indicadores de ningún tipo, pero en las chacras van indicando
por dónde seguir. Ellos pasaron por acá el lunes,
dice una mujer después de cuarenta kilómetros de marcha.
Estuvieron hace tres o cuatro días y siguieron por allá,
indicará alguien cada vez que sea necesario. Todos vieron pasar,
caminando, a las 450 familias con su centenar de chicos que rumbo a la
toma de la estancia.
Del lado argentino, esa ocupación es seguida con atención
y alivio evidente, porque de alguna manera aleja el fantasma de que otra
manifestación pretenda cruzar el río. En los últimos
días, según dijeron a este diario fuentes de Gobierno en
Buenos Aires, hubo una serie de consultas con la administración
brasileña, el Partido de los Trabajadores y la dirigencia del MST.
Estamos conformes con el modo en que respondieron, agregó
el consultado. Pero en estricto off the record, desde las fuerzas de seguridad
se da un diagnóstico poco tranquilizador.
Creemos que miran la Argentina porque en Brasil se están
terminando las tierras fiscales, que son las que ellos buscan para asentarse,
explicó a este diario un oficial de alto rango de la Gendarmería.
La lectura, por supuesto, está en línea con aquellas hipótesis
de conflicto que ponen la mira en el crecimiento de la protesta social,
pero también se asienta en datos de la realidad local. Uno de ellos
es que en los últimos meses, el gobierno brasilero ha esgrimido
que no hay grandes extensiones de tierras aptas para la expropiación.
Los Sin Tierra sostienen que existen 32 mil hectáreas que podrían
ser compradas por el Estado para nuevos asentamientos, pero los funcionarios
hablan en cambio de sólo 5 mil hectáreas disponibles.
Si se recorren las afueras de Uruguayana, se encontrará que los
Sin Tierra intentaron reunir mayor cantidad de gente que la que finalmente
llegó al puente. En el asentamiento Rosa Alise, Márcio Gonçales
relató que en los días previos él y sus vecinos fueron
invitados a participar. Pero no fui porque ya conseguí mi
terreno y tengo familia, dos crianças.
En El Paraíso hay un clima de agitación. Después
de caminar durante seis días, las 450 familias ocuparon la estancia;
fueron hasta allí porque sostienen que su titular no tiene la documentación
que respalde que es el legítimo dueño de las tierras. Al
mediodía la radio anuncia que habrá en pocas horas una orden
de desalojo. Para los Sin Tierra, entonces, es el momento de resistir.
Cuando Página/12 llega a la puerta de la fazenda, hay un momento
de confusión. Una guardia armada con palos y machetes dice que
no se puede entrar. En la larga espera que sigue detrás del alambrado
que marca el inicio de la propiedad la actividad se multiplica.
En la tranquera una veintena de hombres permanecen atentos al final del
camino, esperando la llegada de la comisión oficial con la orden
temida. Detrás, las mujeres con sus chicos cantan consignas sobre
el pueblosoberano y otros grupos empujan hasta amontonar contra el alambre
de púa tractores y acoplados. Después se apilan de la misma
manera tachos de metal, maderas, ramas, que van formando una barricada.
Hay que insistir y dejar pasar todavía otra media hora sin que
ningún otro vehículo aparezca en el horizonte antes de que
Gilson Alves Rodrigues se presente como responsable de prensa y autorizado
a hablar.
Las tomas de las estancias fueron el paso posterior a la manifestación
sobre el puente. Con palabras más medidas que en el campamento
anterior, Alves da un panorama similar. Le preocupa remarcar que la intención
no fue tomar tierras en la Argentina, sino generar presión sobre
el gobierno brasilero. Si se pregunta si volverán al puente, la
respuesta es que no lo ven como algo prioritario, pero tampoco se
descarta. El dirigente agrega que el MST viene siendo blanco de
una fuerte ofensiva por parte del gobierno de Cardoso, que les ha cortado
los créditos a sus cooperativas e impulsa distintas iniciativas
para dividir el movimiento. Los que ya consiguieron títulos de
propiedad hoy están compitiendo en condiciones muy desventajosas
con los grandes productores rurales, por lo que tienen pocas chances de
sacar ganancias y progresar. A su vez, sobre los que están acampando
en reclamo de terrenos, como en el caso del campamento a 10 kilómetros
de Uruguayana, hay mayores presiones.
Hace seis meses hubo un primera señal de alerta. Más de
2.000 campesinos cortaron el puente internacional, aunque la protesta
no se planteó en ningún momento la posibilidad de pasar
al otro lado sino que perseguía exclusivamente el objetivo de impedir
que productos importados entraran a Brasil. Los manifestantes plantearon
que su producción se estaba pudriendo almacenada o tenía
que venderse a menos del costo por la competencia desleal con los importados.
De entonces, sin embargo, los problemas y la tensión no hizo más
que seguir creciendo.
Se
trató de una demostración
política, no un propósito real
Gilson Alves Rodrigues es uno
de los dirigentes locales de los Sin Tierra que participó en la
marcha hasta el puente internacional y el pedido de asilo político
a la Argentina. Desde la toma de la estancia El Paraíso sostuvo
que la medida estuvo destinada sobre todo a presionar al gobierno de Fernando
Henrique Cardoso y sostuvo que la solicitud de asilo no llegó
a plantearse de manera oficial. Pero no descartó que puedan
volver a intentarlo, si el gobierno brasilero no accede a sus reclamos.
¿Qué busca el MST con medidas de este tipo?
Fue una protesta para llamar la atención de nuestro gobierno.
El problema principal que tenemos es que prometieron asentar a dos mil
quinientas personas por año, pero estamos en octubre y todavía
no le dieron tierras ni a una sola.
Aún así, los Sin Tierra nunca antes había intentado
cruzar la frontera.
Fue la primera vez, sí. Se dio la situación de que
nos querían echar de uno de nuestros campamentos, al costado de
la ruta, entonces una de las medidas fue hacer esa marcha. La intención
es denunciar que el gobierno de Brasil no está haciendo la reforma
agraria, es decir que no cumple con sus compromisos. Queremos mostrar
cuál es la verdadera cara del presidente Cardoso.
¿La idea de cruzar a Corrientes implicaba quedarse, tomar
tierras en Argentina?
Acá tenemos un proceso de reforma agraria en marcha y eso
es lo que nos interesa que se cumpla. No queremos que nos conviertan en
refugiados dentro de nuestro propio país. Por eso más que
de un propósito real se trató de una demostración
política. En el Brasil el 49 por ciento de las tierras están
concentradas en manos de apenas un cinco por ciento de propietarios latifundistas.
Mientras tanto, la mayoría de nosotros no tiene trabajo o tiene
que trabajar por sueldos de miseria.
¿Cuánto gana un trabajador rural?
Unos ochenta dólares por quincena. Los que estamos acá,
los que fuimos al puente, somos expulsados del campo, perdimos la tierra
y el trabajo por la falta de una política agraria.
¿Qué critican puntualmente al gobierno de Cardoso?
Desde que él llegó al poder, en los últimos
ocho años, 800 mil familias tuvieron que abandonar el campo. El
nos cortó los créditos, con lo que se hace muy difícil
competir con nuestros productos. Y ahora, cuando tiene que expropiar tierras
para la reforma agraria, le compra a los pequeños agricultores
en problemas y no a los latifundistas. Sin embargo, el 85 por ciento de
toda la producción agrícola en Brasil es de los pequeños
agricultores, no de los fazenderos. Nosotros nos definimos como un grupo
que lucha para incluirse, lo que queremos es recuperar la ciudadanía.
Pero estamos teniendo problemas. En parte también fuimos al puente
para que del otro lado conozcan lo que nos pasa.
¿Tienen contacto con organizaciones sociales argentinas?
Simpatizamos con los que luchan, pero no tenemos grandes relaciones
ni hay mucha comunicación. Apoyamos a todos los movimientos campesinos
de otros países y con todos los que se oponen a la política
neoliberal que nos aplica Estados Unidos.
¿Consideran que están en riesgo de ser desalojados
por la fuerza?
No, no lo creemos. En los campamentos hay una resistencia fuerte
al desalojo, pero es una lucha política y jurídica. Resistimos
pero hasta donde decida la mayoría, no queremos heridos ni muertos.
En esta región tenemos un Estado sui generis porque gobierna la
izquierda, entonces hay más posibilidades de resolver los conflictos
a través de negociaciones. Con el gobierno federal, en cambio,
es mucho más complicado. Y después está la presión
de los fazenderos, pero que al menos ahora no están actuando con
violencia. ¿Qué tipo de presión realizan entonces?
El tema con ellos es que no solamente tienen mucho poder en el campo
sino también en las ciudades de alrededor, donde manejan los medios
de comunicación. Entonces por un lado no nos dan espacio para hablar
y por el otro nos muestran como si fuéramos terroristas, violentos,
gente peligrosa. Nos enfrentan con la opinión pública y
tratan de aislarnos. Pero esta semana, con lo del puente y estas tomas
las negociaciones con el gobierno se reabrieron.
Si el gobierno no cumpliera con la entrega de tierras ¿va
a haber nuevos intentos de pasar a Argentina?
Depende de la coyuntura. En principio no, pero todo depende de si
atienden a nuestras reivindicaciones.
La historia del Movimiento
El Movimiento de los Sin Tierra es la organización social
más sólida y con mayor poder de movilización
de América latina. Fue creada en 1984, cuando se unieron
distintos grupos que luchaban por el acceso a hectáreas donde
sembrar y su objetivo central es impulsar la reforma agraria. Se
calcula que de las 400 mil familias que desde entonces accedieron
a la propiedad de terrenos, 250 mil están vinculadas al MST.
La legislación de Brasil permite al gobierno expropiar los
campos que hayan permanecido improductivos durante 30 años,
para redistribuirlos con una función social. Pero en la práctica
la reforma agraria solo avanzó cada vez que se intensificaron
las ocupaciones, por lo que las tomas se convirtieron en el instrumento
más utilizado por el movimiento. Hasta ahora, las medidas
de lucha directas se habían mantenido siempre dentro de territorio
del país.
Los números de la última década dan una idea
de la magnitud del desarrollo del MST: en 1993 hubo 89 ocupaciones
protagonizadas por 20 mil familias; en 1996 las tomas se multiplicaron
por cuatro y las familias que los impulsaron llegaron a 60 mil.
Hoy, según las estimaciones del Movimiento, existen 80 mil
familias acampando a lo largo de todo el país como método
de protesta para que las expropiaciones se agilicen.
Al igual que como ocurre en Argentina con los cortes de ruta, en
las actividades, marchas y tomas de fazendas de los Sin Tierra participa
todo el grupo familiar, incluidas mujeres y chicos, y no solamente
los hombres Pero a diferencia de las piqueteras argentinas, las
sin tierra brasileñas ocupan lugares de liderazgo en su organización:
en la dirección nacional del MST, formada por 23 personas,
hay nueve mujeres.
Los Sin Tierra, que tienen como propuesta central un Brasil
sin latifundios, apuntan a conseguir una distribución
equitativa de la tierra y sostienen que esta es la principal arma
contra la miseria y la desocupación. El Censo Agropecuario
de 1995-1996, del Instituto Brasileño de Geografía
y Estadística, mostró que en 10 años 5,46 millones
de personas quedaron desocupadas en la agricultura. Numerosos trabajos
posteriores indican que a pesar de las conquistas del MST, en los
últimos años ese proceso se mantuvo e incluso se acentuó.
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