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CAMPESINOS SIN TIERRA BRASILEROS ACAMPAN EN LA FRONTERA CON CORRIENTES
Por la tierra, cruzando la frontera

Hace diez días, 250 campesinos del Movimiento Sin Tierra de Brasil intentó cruzar el puente que une Uruguayana con Paso de los Libres y fue detenido por Gendarmería. Fue una forma de presionar a su gobierno para que entregue tierras, y no descartan repetirla.

Por Laura Vales
Desde Uruguayana, Brasil

Doscientos cincuenta campesinos brasileños del Movimiento de los Sin Tierra, que acampan en la frontera con Corrientes, trataron de cruzar a la Argentina a través del puente que une Uruguayana con Paso de los Libres, con la idea de levantar allí un campamento. El intento ocurrió hace diez días, cuando más de sesenta familias, con mujeres, chicos, carpas y provisiones, marcharon hasta ese paso internacional y llegaron hasta la mitad del puente, donde la Gendarmería argentina, junto a la policía federal brasileña, les impidió avanzar. Mientras se reforzaba la seguridad de apuro, los brasileños pidieron asilo político. Hubo una larga negociación y finalmente el grupo volvió sobre sus pasos. Página/12 los encontró en Brasil: los manifestantes dijeron que decidieron cruzar porque el gobierno de Fernando Henrique Cardoso los está colocando en una situación extrema. Esta es la primera vez que integrantes del MST, el movimiento social más fuerte y con mayor crecimiento en América latina, se plantean entrar al país como método de presión, generando un incidente internacional.
Los Sin Tierra atraviesan en la zona de Uruguayana un pico de conflicto con el gobierno de Cardoso. En estos momentos están tomando cinco estancias, una de las cuales pertenece a un ex secretario de agricultura. Poco antes de que marcharan sobre el puente internacional, habían recibido la advertencia de que serían expulsados de uno de sus campamentos, ubicado en las afueras de la ciudad. Esa amenaza, sostienen en el MST, fue el detonante para que pensaran en pasar al otro lado del río.
El asentamiento donde comenzó el conflicto está al costado de la ruta 472, a 10 kilómetros de distancia del cruce internacional. Allí, en grandes barracas de estructura de caña y paredes y techos de nylon negro viven ciento cincuenta familias. Como otros cientos de campamentos distribuidos en todo Brasil, éste se instaló para reclamar por la entrega de tierras (ver aparte). Joao Carvalho Filho es uno de los dirigentes del lugar, un conjunto de 30 barracas que forman una ciudad precaria, rodeada completamente por un alambrado.
Del otro lado de esa cerca Carvalho estira una mano y pide un ejemplar de Página/12. En menos de un minuto se forma un pequeño grupo de curiosos. ¿Hay movimientos como el MST en Argentina? pregunta alguien. ¿Existen reclamos por la tierra? Nadie conoce ni escuchó hablar de los piqueteros argentinos. “Pero en la periferia”, dicen refiriéndose a los barrios de las afueras de Uruguayana, “de cada diez personas solo tres consiguen trabajo, con suerte”.
Carvalho consulta con sus compañeros y levanta el alambre a modo de invitación para entrar. Tiene 35 años, trabajó en una carpintería hasta diciembre y lleva una remera blanca con la cara del Che. Este es su primer campamento con los Sin Tierra. “Y es bastante tranquilo”, asegura, aunque algunas noches pasan camionetas y disparan desde la ruta.
El asentamiento se levantó hace ocho meses. A las nueve de la mañana hay muy poca gente, nada más que un equipo de seguridad. El resto salió temprano a limpiar un campo vecino. Carvalho muestra el campamento, con su escuela para 30 chicos, la carpa donde funciona el comedor, las plantas de la huerta medicinal. En el frente, de cara a la ruta, varias pancartas se extienden al paso de los automovilistas. En la más grande se lee “Ocupar, Resistir, Producir”. En otras se habla de la dignidad del trabajo.
–¿Qué objetivo tendría para ustedes pasar al lado argentino?
–Pensamos que con una sola semana de acampar allá el gobierno recibiría una gran presión y tendría que cumplir rápidamente su compromiso de asentar las familias. Y a la vez servía para hacer conocer en qué situación nos pusieron, porque no nos dan las tierras y al mismo tiempo nos quieren echar de los campamentos. Si no tenemos tierras ni nos dejanestar al borde de la ruta, ¿dónde quieren que vayamos? Entendemos que el gobierno está tomando medidas políticas contra nosotros, por eso se decidió lo del puente y se habló del asilo.
–¿No es una medida muy riesgosa?
–Eramos muchos, muchas mujeres, muchos chicos. Y todos caminamos desarmados. Del otro lado ellos no llegaban a los cuarenta. Aunque tengan armas, nuestro reclamo es legítimo.
–¿Cómo decidieron ir al puente?
–Se hizo una asamblea y decidimos hacerlo. La mayoría de los que fueron al cruce internacional ya no están aquí, porque marcharon a las tomas de las fazendas. Se fueron el lunes a ocupar el Paraíso.
–¿En busca de la tierra prometida?
–En busca del latifundio prometido.
“El Paraíso” es la estancia de un ex secretario de Agricultura brasilero. Está a ubicada más de 100 kilómetros tierra adentro, por caminos de ripio en los que no anda ni un alma. Tampoco hay carteles indicadores de ningún tipo, pero en las chacras van indicando por dónde seguir. “Ellos pasaron por acá el lunes”, dice una mujer después de cuarenta kilómetros de marcha. “Estuvieron hace tres o cuatro días y siguieron por allá”, indicará alguien cada vez que sea necesario. Todos vieron pasar, caminando, a las 450 familias con su centenar de chicos que rumbo a la toma de la estancia.
Del lado argentino, esa ocupación es seguida con atención y alivio evidente, porque de alguna manera aleja el fantasma de que otra manifestación pretenda cruzar el río. En los últimos días, según dijeron a este diario fuentes de Gobierno en Buenos Aires, hubo una serie de consultas con la administración brasileña, el Partido de los Trabajadores y la dirigencia del MST. “Estamos conformes con el modo en que respondieron”, agregó el consultado. Pero en estricto off the record, desde las fuerzas de seguridad se da un diagnóstico poco tranquilizador.
“Creemos que miran la Argentina porque en Brasil se están terminando las tierras fiscales, que son las que ellos buscan para asentarse,” explicó a este diario un oficial de alto rango de la Gendarmería. La lectura, por supuesto, está en línea con aquellas hipótesis de conflicto que ponen la mira en el crecimiento de la protesta social, pero también se asienta en datos de la realidad local. Uno de ellos es que en los últimos meses, el gobierno brasilero ha esgrimido que no hay grandes extensiones de tierras aptas para la expropiación. Los Sin Tierra sostienen que existen 32 mil hectáreas que podrían ser compradas por el Estado para nuevos asentamientos, pero los funcionarios hablan en cambio de sólo 5 mil hectáreas disponibles.
Si se recorren las afueras de Uruguayana, se encontrará que los Sin Tierra intentaron reunir mayor cantidad de gente que la que finalmente llegó al puente. En el asentamiento Rosa Alise, Márcio Gonçales relató que en los días previos él y sus vecinos fueron invitados a participar. “Pero no fui porque ya conseguí mi terreno y tengo familia, dos crianças”.
En “El Paraíso” hay un clima de agitación. Después de caminar durante seis días, las 450 familias ocuparon la estancia; fueron hasta allí porque sostienen que su titular no tiene la documentación que respalde que es el legítimo dueño de las tierras. Al mediodía la radio anuncia que habrá en pocas horas una orden de desalojo. Para los Sin Tierra, entonces, es el momento de resistir. Cuando Página/12 llega a la puerta de la fazenda, hay un momento de confusión. Una guardia armada con palos y machetes dice que no se puede entrar. En la larga espera que sigue detrás del alambrado que marca el inicio de la propiedad la actividad se multiplica.
En la tranquera una veintena de hombres permanecen atentos al final del camino, esperando la llegada de la comisión oficial con la orden temida. Detrás, las mujeres con sus chicos cantan consignas sobre el pueblosoberano y otros grupos empujan hasta amontonar contra el alambre de púa tractores y acoplados. Después se apilan de la misma manera tachos de metal, maderas, ramas, que van formando una barricada. Hay que insistir y dejar pasar todavía otra media hora sin que ningún otro vehículo aparezca en el horizonte antes de que Gilson Alves Rodrigues se presente como responsable de prensa y autorizado a hablar.
Las tomas de las estancias fueron el paso posterior a la manifestación sobre el puente. Con palabras más medidas que en el campamento anterior, Alves da un panorama similar. Le preocupa remarcar que la intención no fue tomar tierras en la Argentina, sino generar presión sobre el gobierno brasilero. Si se pregunta si volverán al puente, la respuesta es que no lo ven “como algo prioritario, pero tampoco se descarta”. El dirigente agrega que el MST viene siendo blanco de una fuerte ofensiva por parte del gobierno de Cardoso, que les ha cortado los créditos a sus cooperativas e impulsa distintas iniciativas para dividir el movimiento. Los que ya consiguieron títulos de propiedad hoy están compitiendo en condiciones muy desventajosas con los grandes productores rurales, por lo que tienen pocas chances de sacar ganancias y progresar. A su vez, sobre los que están acampando en reclamo de terrenos, como en el caso del campamento a 10 kilómetros de Uruguayana, hay mayores presiones.
Hace seis meses hubo un primera señal de alerta. Más de 2.000 campesinos cortaron el puente internacional, aunque la protesta no se planteó en ningún momento la posibilidad de pasar al otro lado sino que perseguía exclusivamente el objetivo de impedir que productos importados entraran a Brasil. Los manifestantes plantearon que su producción se estaba pudriendo almacenada o tenía que venderse a menos del costo por la competencia desleal con los importados. De entonces, sin embargo, los problemas y la tensión no hizo más que seguir creciendo.

 


 

“Se trató de una demostración
política, no un propósito real”

Gilson Alves Rodrigues es uno de los dirigentes locales de los Sin Tierra que participó en la marcha hasta el puente internacional y el pedido de asilo político a la Argentina. Desde la toma de la estancia El Paraíso sostuvo que la medida estuvo destinada sobre todo a presionar al gobierno de Fernando Henrique Cardoso y sostuvo que la solicitud de asilo “no llegó a plantearse de manera oficial”. Pero no descartó que puedan volver a intentarlo, si el gobierno brasilero no accede a sus reclamos.
–¿Qué busca el MST con medidas de este tipo?
–Fue una protesta para llamar la atención de nuestro gobierno. El problema principal que tenemos es que prometieron asentar a dos mil quinientas personas por año, pero estamos en octubre y todavía no le dieron tierras ni a una sola.
–Aún así, los Sin Tierra nunca antes había intentado cruzar la frontera.
–Fue la primera vez, sí. Se dio la situación de que nos querían echar de uno de nuestros campamentos, al costado de la ruta, entonces una de las medidas fue hacer esa marcha. La intención es denunciar que el gobierno de Brasil no está haciendo la reforma agraria, es decir que no cumple con sus compromisos. Queremos mostrar cuál es la verdadera cara del presidente Cardoso.
–¿La idea de cruzar a Corrientes implicaba quedarse, tomar tierras en Argentina?
–Acá tenemos un proceso de reforma agraria en marcha y eso es lo que nos interesa que se cumpla. No queremos que nos conviertan en refugiados dentro de nuestro propio país. Por eso más que de un propósito real se trató de una demostración política. En el Brasil el 49 por ciento de las tierras están concentradas en manos de apenas un cinco por ciento de propietarios latifundistas. Mientras tanto, la mayoría de nosotros no tiene trabajo o tiene que trabajar por sueldos de miseria.
–¿Cuánto gana un trabajador rural?
–Unos ochenta dólares por quincena. Los que estamos acá, los que fuimos al puente, somos expulsados del campo, perdimos la tierra y el trabajo por la falta de una política agraria.
–¿Qué critican puntualmente al gobierno de Cardoso?
–Desde que él llegó al poder, en los últimos ocho años, 800 mil familias tuvieron que abandonar el campo. El nos cortó los créditos, con lo que se hace muy difícil competir con nuestros productos. Y ahora, cuando tiene que expropiar tierras para la reforma agraria, le compra a los pequeños agricultores en problemas y no a los latifundistas. Sin embargo, el 85 por ciento de toda la producción agrícola en Brasil es de los pequeños agricultores, no de los fazenderos. Nosotros nos definimos como un grupo que lucha para incluirse, lo que queremos es recuperar la ciudadanía. Pero estamos teniendo problemas. En parte también fuimos al puente para que del otro lado conozcan lo que nos pasa.
–¿Tienen contacto con organizaciones sociales argentinas?
–Simpatizamos con los que luchan, pero no tenemos grandes relaciones ni hay mucha comunicación. Apoyamos a todos los movimientos campesinos de otros países y con todos los que se oponen a la política neoliberal que nos aplica Estados Unidos.
–¿Consideran que están en riesgo de ser desalojados por la fuerza?
–No, no lo creemos. En los campamentos hay una resistencia fuerte al desalojo, pero es una lucha política y jurídica. Resistimos pero hasta donde decida la mayoría, no queremos heridos ni muertos. En esta región tenemos un Estado sui generis porque gobierna la izquierda, entonces hay más posibilidades de resolver los conflictos a través de negociaciones. Con el gobierno federal, en cambio, es mucho más complicado. Y después está la presión de los fazenderos, pero que al menos ahora no están actuando con violencia. –¿Qué tipo de presión realizan entonces?
–El tema con ellos es que no solamente tienen mucho poder en el campo sino también en las ciudades de alrededor, donde manejan los medios de comunicación. Entonces por un lado no nos dan espacio para hablar y por el otro nos muestran como si fuéramos terroristas, violentos, gente peligrosa. Nos enfrentan con la opinión pública y tratan de aislarnos. Pero esta semana, con lo del puente y estas tomas las negociaciones con el gobierno se reabrieron.
–Si el gobierno no cumpliera con la entrega de tierras ¿va a haber nuevos intentos de pasar a Argentina?
–Depende de la coyuntura. En principio no, pero todo depende de si atienden a nuestras reivindicaciones.

 

La historia del Movimiento

El Movimiento de los Sin Tierra es la organización social más sólida y con mayor poder de movilización de América latina. Fue creada en 1984, cuando se unieron distintos grupos que luchaban por el acceso a hectáreas donde sembrar y su objetivo central es impulsar la reforma agraria. Se calcula que de las 400 mil familias que desde entonces accedieron a la propiedad de terrenos, 250 mil están vinculadas al MST.
La legislación de Brasil permite al gobierno expropiar los campos que hayan permanecido improductivos durante 30 años, para redistribuirlos con una función social. Pero en la práctica la reforma agraria solo avanzó cada vez que se intensificaron las ocupaciones, por lo que las tomas se convirtieron en el instrumento más utilizado por el movimiento. Hasta ahora, las medidas de lucha directas se habían mantenido siempre dentro de territorio del país.
Los números de la última década dan una idea de la magnitud del desarrollo del MST: en 1993 hubo 89 ocupaciones protagonizadas por 20 mil familias; en 1996 las tomas se multiplicaron por cuatro y las familias que los impulsaron llegaron a 60 mil. Hoy, según las estimaciones del Movimiento, existen 80 mil familias acampando a lo largo de todo el país como método de protesta para que las expropiaciones se agilicen.
Al igual que como ocurre en Argentina con los cortes de ruta, en las actividades, marchas y tomas de fazendas de los Sin Tierra participa todo el grupo familiar, incluidas mujeres y chicos, y no solamente los hombres Pero a diferencia de las piqueteras argentinas, las sin tierra brasileñas ocupan lugares de liderazgo en su organización: en la dirección nacional del MST, formada por 23 personas, hay nueve mujeres.
Los Sin Tierra, que tienen como propuesta central “un Brasil sin latifundios”, apuntan a conseguir una distribución equitativa de la tierra y sostienen que esta es la principal arma contra la miseria y la desocupación. El Censo Agropecuario de 1995-1996, del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, mostró que en 10 años 5,46 millones de personas quedaron desocupadas en la agricultura. Numerosos trabajos posteriores indican que a pesar de las conquistas del MST, en los últimos años ese proceso se mantuvo e incluso se acentuó.

 

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