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VICTOR HEREDIA HABLA SOBRE “ENTONCES”, SU NUEVO TRABAJO DISCOGRAFICO
“No quiero quedar atrapado por mi personaje”

El cantautor, que en su flamante CD muestra un estilo interpretativo más reposado, señala que se encuentra en un período de introspección. Heredia reconoce que sus próximos shows en el Luna Park podrían llegar a representar una despedida, porque se siente cansado de muchas cosas. �No tengo ganas de tener que seguir dando examen�, dice.

Sentimiento: �Tengo una sensación culposa, por no haber hecho todo lo que podíamos. No asumimos la responsa-bilidad de ponerle la frutilla a la torta�.

El cantautor tiene treinta años de trayectoria.

Por Fernando D’Addario

En el Luna Park, referente ineludible del boxeo criollo de otras épocas, Víctor Heredia supo materializar sus propias luchas. Hubo un tiempo de pelea cuerpo a cuerpo (aunque desigual) que dirimió en otros escenarios, pero allí también modeló una síntesis épica entre la euforia de esa democracia naciente, débil pero optimista, y el dolor por las heridas que no cerraban. El 2 y 3 de noviembre próximos, en ese mismo estadio, canalizará una lucha interna, que empezó a bosquejar en su último disco, Entonces. En la entrevista con Página/12 se lo nota, sucesivamente, melancólico, desesperanzado, orgulloso y lúcido. Son, también, los estados de ánimo que atraviesan sus nuevas canciones, concebidas sin ataduras al “target Heredia”. Muchos de estos temas (entre ellos “Entonces”, “El hambre de la soledad”, “Novicia”, este último con Chico Buarque como invitado), se ven embellecidos por un tratamiento de sobriedad, tanto en la voz de Víctor como en los arreglos, esta vez a cargo de Daniel Homer. Heredia se entusiasma de a ratos, como cuando uno de sus hijos, Taiel, de 9 años, le acerca una poesía que escribió para la escuela. Y lanza una carcajada cuando comenta que a una de sus canciones, que se llama “Querido Alfredo” (en homenaje a Zitarrosa, “aunque no quise explicitarlo para no sonar demagógico”, dice), sus compañeros la rebautizaron “La Yabranera”.
Pero, en general, la entrevista transcurre en un tono ligeramente sombrío, que acaso le sirva al cantautor como terreno firme para expresar sus dudas, sus miedos. Se enoja con los medios periodísticos, y dice que nadie reparó en que su canción-himno “Todavía cantamos” integró el soundtrack del film norteamericano El sastre de Panamá. Un minuto después se muestra orgulloso de que su tema “Ayer te vi” (incluido en Entonces) haya sido grabado por artistas tan disímiles como Raly Barrionuevo (ganó en el Festival de Viña del Mar), Soledad, Los Nocheros (aunque no lo incluyeron en su último CD) y la peruana Eva Ayllón. Y al rato, no puede disimular su preocupación por la situación económica de Alternativo- Americano, el sello discográfico independiente que comanda junto al empresario Fernando Iborra y que dio a luz, por ejemplo, el quimérico proyecto de musicalizar poemas inéditos de Atahualpa Yupanqui. En medio de esas emociones encontradas, Heredia habló de su disco: “Bajé el nivel vocal. Me daba cuenta de que quería modificar cosas y no sabía qué ni cómo. Pero sabía que tenía que cantar desde otro lugar. Me estaba repitiendo, entraba en los clisés de lo que se esperaba de mí. Con Daniel Homer (el arreglador) trabajamos más sobre los tonos medios, para no gritar tanto, y logramos algo más audible. Recuperé una cosa acústica que había perdido, y me reencontré con una rítmica más latinoamericana, que me hace volver un poco a mis primeros discos. Este cambio tiene que ver, también, con que hice todo un laburo de introspección”.
–Todo el disco parece ser parte de un replanteo integral de su pasado. Por ejemplo, en la canción que le da título al disco escribió “Entonces no tenía pasado/ni esta culpa al costado”. ¿A qué hace referencia?
–Cuando uno escribe, muchas veces no decodifica inmediatamente. Las imágenes llegan y uno no sabe por qué. Después, cuando pasás las letras para el disco, las mandás para la editorial, las volvés a ver, te hacés de nuevo la misma pregunta: ¿por qué? El hecho de haber vivido cosas tan fuertes, me ha dejado la idea de que, para mí, si el tiempo pasado no fue mejor, anduvo cerca. Y al mismo tiempo, tengo una sensación culposa, por no haber hecho todo lo que podíamos. Nuestra generación no asumió la responsabilidad de ponerle la frutilla a la torta.
–¿Por qué?
–Porque después de la lucha de los 70, y de la tragedia de la dictadura, nos conformamos con el retorno de la democracia. En esa euforia, perdimos. Fue nuestra segunda derrota. No logramos ubicar en ese espacio de libertad, que supimos disfrutar, nuestras viejas banderas. Dejamos que esa época transcurriera alegremente, y para cuando terminaron esos años, nosotros ya estábamos agotados.
–Eso desde lo colectivo. ¿Y en lo personal?
–También siento culpas. A veces creo que no acompañé a algunas personas como debía. También en ocasiones me pongo a pensar si no fui yo el que, con la imposición de mi ideología, de mi fuerte militancia, no desencadené, de algún modo, la tragedia que envolvió a mi familia. Porque yo convencí a mi hermana para que militara, y hoy está desaparecida.
–Es curioso como en un verso de una canción expresó un sentimiento que a lo mejor nunca expuso en su propia familia.
–Sí, eso es lo que tienen las canciones. Este es un tema que hablé algunas veces con mi hermana Marisa. Con mi madre no. Aunque más de una vez me pareció que veía en los ojos de mi vieja algo así como que no me miraba de la misma manera. Pero son persecutas mías. A lo mejor no es así.
–En otras canciones, como “Esta guitarra”, parece desmentir ese estado de introspección y se lo nota más épico...
–No lo puedo evitar. Pero en esa canción me pongo a mirar desde afuera, como si fuera un testigo de lo que me pasa. Y me pasa que esa guitarra épica, me dicta cosas que son mi propia historia, y artísticamente peleo contra ella, pero no la puedo manejar. “Esta guitarra” y “Tren fantasma” son dos temas que yo hubiese querido dejar afuera, porque son lo que yo llamo “canciones de opinión”. Y todo lo que tenía que decir en ese sentido ya lo había dicho en “Informe...”, en “Todavía cantamos”, en tantos temas. ¿Para qué seguir siempre con lo mismo? Pero al final las dejé...
–Ser testigo implica un cambio. ¿Antes era testigo y protagonista?
–Sí, porque formo parte de una generación que, más que mirar a su alrededor, caminaba, se exponía. No puedo decir que dejé de militar, pero es cierto que tengo una militancia más cómoda. No salgo bajo la lluvia a pelear por lo que creo. La militancia mía es desde la música, y tengo que reconocer que mi ubicación como artista es privilegiada, y me salva de muchas cosas.
–¿Modificó su actitud?
–No, lo que pasa es que tengo que convivir con el cansancio, y al mismo tiempo consensuar con los medios. Eso me lleva a tener que aceptar algunos errores que he cometido. No sé si es que me estoy adaptando al estado de las cosas. Pero sí es seguro que estoy tratando de entender lo que pasa. Son 30 años de carrera. Mucho tiempo de subir y bajar de todos lados. Me entró un cansancio muy fuerte, y no tengo ganas de seguir dando examen.
–¿Le molesta que lo hayan encasillado como cantautor “psicobolche”?
–Lo que me molesta es que juzguen peyorativamente eso de ser psicobolche. Lo dicen como aludiendo a una cosa antigua, del pasado, y no me gusta que mi obra quede atrapada por el personaje. Porque en mi carrera hay muchas canciones que no son de protesta, pero no reparan en ellas. No reniego de la canción comprometida, porque es un fragmento de mi vida, pero fijate que a otros cantautores, como León, Chico, Silvio o Pablo, no se los acusa de eso. ¿Por qué a mí? Siento un bajón muy grande, porque a mí me dejaron pegado. Tengo ganas de tirar la toalla, de bajar los brazos. No sé si estos shows del Luna Park no son mi despedida, al menos por un tiempo...
–¿Es para tanto?
–No digo que voy a dejar de cantar, pero me voy a replantear las cosas. Me agobia el contexto. Las señales que da el poder en los medios, la involución cultural, la hipocresía de los reality shows. Cuando veo en “Gran Hermano” a un chico de veinte años decir “no sabés lo que quería estar acá...”, y ese “acá” es un circo romano, y que después esos pibes cuando tienen que elegir en las elecciones, meten un forro en el sobre porque dicen que no tienen para elegir, entonces definitivamente estamos mal. Y por otro lado ves a Mercedes Sosa desamparada discográficamente. ¿En qué país estamos? Es una vergüenza que una artista como la Negra no tenga contrato. A mí me encantaría tenerla en mi sello, pero, la verdad, tendría que firmar para una compañía grande. Y volvemos a lo de antes. La culpa de todo esto también la tenemos nosotros.
–¿Quiénes?
–Los que en el ‘83 éramos o militantes o intelectuales o simplemente jóvenes. El gobierno radical, también. Porque tuvo la oportunidad de planificar una estructura de comunicación, una estrategia cultural para formar una generación post dictadura que nos superara. Y lo que se formó fue una guerra de ghettos y tribus, para que hoy artísticamente se hable de bailanteros vs rockeros, solistas pop vs psicobolches. Y las peleas son absurdas, porque desde el marketing, si no venís de algún vicio pesado, no entrás en ninguna revista. ¿Nosotros? No existimos. Somos parte de una memoria colectiva que se pretende esconder bajo la alfombra.
–¿Se trata de una nueva forma de sometimiento?
–Claro, volvieron a triunfar, pero de un modo más perverso: nos tienen a todos mirando como estúpidos un espectáculo bochornoso, a ver quién juega mejor el juego de la hipocresía, quién se va, quién se queda. Con ese parámetro cultural, es lógico que en este país ya no haya diferencias entre los animadores de fiestas y los artistas. Hoy, cualquier payaso que sepa hacer bailar a 15 mil tipos ya es considerado un artista. Y no hacemos nada para modificarlo. Si nos siguen manejando así, nos vamos a transformar en cavernícolas.

 

Atontados o estrellados

Cuando se lo consulta sobre el tema de los atentados a las Torres Gemelas, Heredia no duda: “No hay modo de justificar un ataque tan cruel. La violencia y la venganza te transforman en el espejo de tu enemigo. No estoy de acuerdo para nada con esos métodos. Pero también pensé que ese horror podía ser un punto de inflexión para los norteamericanos. Pensé que después de una situación tan extrema, irían a replantearse por qué tanta gente los odia. Pero pasó lo contrario. Entonces me pongo a pensar en la historia de los Estados Unidos, y de su intervención en el mundo. Me acuerdo de los 600 mil niños muertos en Irak, me acuerdo de Angola, Vietnam, Pinochet, el FMI. Ni ellos ni nosotros nos merecemos lo que nos está pasando. Pero el sistema es tan perverso que tanto a los yankis como a nosotros nos atontan con medicinas distintas pero parecidas. A ellos los adormecen con hamburguesas y Schwarzenegger. Nosotros comemos asados y reality shows. Ante eso, parecería haber sólo dos opciones: vivir atontado o terminar estrellado en un avión contra una torre. Yo todavía creo que tenemos que buscar una tercera alternativa”.

 

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