Por Fernando DAddario
En el Luna Park, referente
ineludible del boxeo criollo de otras épocas, Víctor Heredia
supo materializar sus propias luchas. Hubo un tiempo de pelea cuerpo a
cuerpo (aunque desigual) que dirimió en otros escenarios, pero
allí también modeló una síntesis épica
entre la euforia de esa democracia naciente, débil pero optimista,
y el dolor por las heridas que no cerraban. El 2 y 3 de noviembre próximos,
en ese mismo estadio, canalizará una lucha interna, que empezó
a bosquejar en su último disco, Entonces. En la entrevista con
Página/12 se lo nota, sucesivamente, melancólico, desesperanzado,
orgulloso y lúcido. Son, también, los estados de ánimo
que atraviesan sus nuevas canciones, concebidas sin ataduras al target
Heredia. Muchos de estos temas (entre ellos Entonces,
El hambre de la soledad, Novicia, este último
con Chico Buarque como invitado), se ven embellecidos por un tratamiento
de sobriedad, tanto en la voz de Víctor como en los arreglos, esta
vez a cargo de Daniel Homer. Heredia se entusiasma de a ratos, como cuando
uno de sus hijos, Taiel, de 9 años, le acerca una poesía
que escribió para la escuela. Y lanza una carcajada cuando comenta
que a una de sus canciones, que se llama Querido Alfredo (en
homenaje a Zitarrosa, aunque no quise explicitarlo para no sonar
demagógico, dice), sus compañeros la rebautizaron
La Yabranera.
Pero, en general, la entrevista transcurre en un tono ligeramente sombrío,
que acaso le sirva al cantautor como terreno firme para expresar sus dudas,
sus miedos. Se enoja con los medios periodísticos, y dice que nadie
reparó en que su canción-himno Todavía cantamos
integró el soundtrack del film norteamericano El sastre de Panamá.
Un minuto después se muestra orgulloso de que su tema Ayer
te vi (incluido en Entonces) haya sido grabado por artistas tan
disímiles como Raly Barrionuevo (ganó en el Festival de
Viña del Mar), Soledad, Los Nocheros (aunque no lo incluyeron en
su último CD) y la peruana Eva Ayllón. Y al rato, no puede
disimular su preocupación por la situación económica
de Alternativo- Americano, el sello discográfico independiente
que comanda junto al empresario Fernando Iborra y que dio a luz, por ejemplo,
el quimérico proyecto de musicalizar poemas inéditos de
Atahualpa Yupanqui. En medio de esas emociones encontradas, Heredia habló
de su disco: Bajé el nivel vocal. Me daba cuenta de que quería
modificar cosas y no sabía qué ni cómo. Pero sabía
que tenía que cantar desde otro lugar. Me estaba repitiendo, entraba
en los clisés de lo que se esperaba de mí. Con Daniel Homer
(el arreglador) trabajamos más sobre los tonos medios, para no
gritar tanto, y logramos algo más audible. Recuperé una
cosa acústica que había perdido, y me reencontré
con una rítmica más latinoamericana, que me hace volver
un poco a mis primeros discos. Este cambio tiene que ver, también,
con que hice todo un laburo de introspección.
Todo el disco parece ser parte de un replanteo integral de su pasado.
Por ejemplo, en la canción que le da título al disco escribió
Entonces no tenía pasado/ni esta culpa al costado.
¿A qué hace referencia?
Cuando uno escribe, muchas veces no decodifica inmediatamente. Las
imágenes llegan y uno no sabe por qué. Después, cuando
pasás las letras para el disco, las mandás para la editorial,
las volvés a ver, te hacés de nuevo la misma pregunta: ¿por
qué? El hecho de haber vivido cosas tan fuertes, me ha dejado la
idea de que, para mí, si el tiempo pasado no fue mejor, anduvo
cerca. Y al mismo tiempo, tengo una sensación culposa, por no haber
hecho todo lo que podíamos. Nuestra generación no asumió
la responsabilidad de ponerle la frutilla a la torta.
¿Por qué?
Porque después de la lucha de los 70, y de la tragedia de
la dictadura, nos conformamos con el retorno de la democracia. En esa
euforia, perdimos. Fue nuestra segunda derrota. No logramos ubicar en
ese espacio de libertad, que supimos disfrutar, nuestras viejas banderas.
Dejamos que esa época transcurriera alegremente, y para cuando
terminaron esos años, nosotros ya estábamos agotados.
Eso desde lo colectivo. ¿Y en lo personal?
También siento culpas. A veces creo que no acompañé
a algunas personas como debía. También en ocasiones me pongo
a pensar si no fui yo el que, con la imposición de mi ideología,
de mi fuerte militancia, no desencadené, de algún modo,
la tragedia que envolvió a mi familia. Porque yo convencí
a mi hermana para que militara, y hoy está desaparecida.
Es curioso como en un verso de una canción expresó
un sentimiento que a lo mejor nunca expuso en su propia familia.
Sí, eso es lo que tienen las canciones. Este es un tema que
hablé algunas veces con mi hermana Marisa. Con mi madre no. Aunque
más de una vez me pareció que veía en los ojos de
mi vieja algo así como que no me miraba de la misma manera. Pero
son persecutas mías. A lo mejor no es así.
En otras canciones, como Esta guitarra, parece desmentir
ese estado de introspección y se lo nota más épico...
No lo puedo evitar. Pero en esa canción me pongo a mirar
desde afuera, como si fuera un testigo de lo que me pasa. Y me pasa que
esa guitarra épica, me dicta cosas que son mi propia historia,
y artísticamente peleo contra ella, pero no la puedo manejar. Esta
guitarra y Tren fantasma son dos temas que yo hubiese
querido dejar afuera, porque son lo que yo llamo canciones de opinión.
Y todo lo que tenía que decir en ese sentido ya lo había
dicho en Informe..., en Todavía cantamos,
en tantos temas. ¿Para qué seguir siempre con lo mismo?
Pero al final las dejé...
Ser testigo implica un cambio. ¿Antes era testigo y protagonista?
Sí, porque formo parte de una generación que, más
que mirar a su alrededor, caminaba, se exponía. No puedo decir
que dejé de militar, pero es cierto que tengo una militancia más
cómoda. No salgo bajo la lluvia a pelear por lo que creo. La militancia
mía es desde la música, y tengo que reconocer que mi ubicación
como artista es privilegiada, y me salva de muchas cosas.
¿Modificó su actitud?
No, lo que pasa es que tengo que convivir con el cansancio, y al
mismo tiempo consensuar con los medios. Eso me lleva a tener que aceptar
algunos errores que he cometido. No sé si es que me estoy adaptando
al estado de las cosas. Pero sí es seguro que estoy tratando de
entender lo que pasa. Son 30 años de carrera. Mucho tiempo de subir
y bajar de todos lados. Me entró un cansancio muy fuerte, y no
tengo ganas de seguir dando examen.
¿Le molesta que lo hayan encasillado como cantautor psicobolche?
Lo que me molesta es que juzguen peyorativamente eso de ser psicobolche.
Lo dicen como aludiendo a una cosa antigua, del pasado, y no me gusta
que mi obra quede atrapada por el personaje. Porque en mi carrera hay
muchas canciones que no son de protesta, pero no reparan en ellas. No
reniego de la canción comprometida, porque es un fragmento de mi
vida, pero fijate que a otros cantautores, como León, Chico, Silvio
o Pablo, no se los acusa de eso. ¿Por qué a mí? Siento
un bajón muy grande, porque a mí me dejaron pegado. Tengo
ganas de tirar la toalla, de bajar los brazos. No sé si estos shows
del Luna Park no son mi despedida, al menos por un tiempo...
¿Es para tanto?
No digo que voy a dejar de cantar, pero me voy a replantear las
cosas. Me agobia el contexto. Las señales que da el poder en los
medios, la involución cultural, la hipocresía de los reality
shows. Cuando veo en Gran Hermano a un chico de veinte años
decir no sabés lo que quería estar acá...,
y ese acá es un circo romano, y que después
esos pibes cuando tienen que elegir en las elecciones, meten un forro
en el sobre porque dicen que no tienen para elegir, entonces definitivamente
estamos mal. Y por otro lado ves a Mercedes Sosa desamparada discográficamente.
¿En qué país estamos? Es una vergüenza que una
artista como la Negra no tenga contrato. A mí me encantaría
tenerla en mi sello, pero, la verdad, tendría que firmar para una
compañía grande. Y volvemos a lo de antes. La culpa de todo
esto también la tenemos nosotros.
¿Quiénes?
Los que en el 83 éramos o militantes o intelectuales
o simplemente jóvenes. El gobierno radical, también. Porque
tuvo la oportunidad de planificar una estructura de comunicación,
una estrategia cultural para formar una generación post dictadura
que nos superara. Y lo que se formó fue una guerra de ghettos y
tribus, para que hoy artísticamente se hable de bailanteros vs
rockeros, solistas pop vs psicobolches. Y las peleas son absurdas, porque
desde el marketing, si no venís de algún vicio pesado, no
entrás en ninguna revista. ¿Nosotros? No existimos. Somos
parte de una memoria colectiva que se pretende esconder bajo la alfombra.
¿Se trata de una nueva forma de sometimiento?
Claro, volvieron a triunfar, pero de un modo más perverso:
nos tienen a todos mirando como estúpidos un espectáculo
bochornoso, a ver quién juega mejor el juego de la hipocresía,
quién se va, quién se queda. Con ese parámetro cultural,
es lógico que en este país ya no haya diferencias entre
los animadores de fiestas y los artistas. Hoy, cualquier payaso que sepa
hacer bailar a 15 mil tipos ya es considerado un artista. Y no hacemos
nada para modificarlo. Si nos siguen manejando así, nos vamos a
transformar en cavernícolas.
Atontados o estrellados
Cuando se lo consulta sobre el tema de los atentados a las Torres
Gemelas, Heredia no duda: No hay modo de justificar un ataque
tan cruel. La violencia y la venganza te transforman en el espejo
de tu enemigo. No estoy de acuerdo para nada con esos métodos.
Pero también pensé que ese horror podía ser
un punto de inflexión para los norteamericanos. Pensé
que después de una situación tan extrema, irían
a replantearse por qué tanta gente los odia. Pero pasó
lo contrario. Entonces me pongo a pensar en la historia de los Estados
Unidos, y de su intervención en el mundo. Me acuerdo de los
600 mil niños muertos en Irak, me acuerdo de Angola, Vietnam,
Pinochet, el FMI. Ni ellos ni nosotros nos merecemos lo que nos
está pasando. Pero el sistema es tan perverso que tanto a
los yankis como a nosotros nos atontan con medicinas distintas pero
parecidas. A ellos los adormecen con hamburguesas y Schwarzenegger.
Nosotros comemos asados y reality shows. Ante eso, parecería
haber sólo dos opciones: vivir atontado o terminar estrellado
en un avión contra una torre. Yo todavía creo que
tenemos que buscar una tercera alternativa.
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