Por
Javier Aguirre
En
tiempos en que la economía argentina se reduce a escombros cada
vez más pequeños y en que los eventos artísticos
parecen condenados a que los números no cierren, Los Piojos aumentan
su atracción y se afirman en la elite del rock argentino, en términos
de convocatoria. Las pruebas son concretas, ya que el quinteto de El Palomar,
junto a Los Redonditos de Ricota y La Renga, son las únicas tres
bandas capaces de presentarse en estadios de fútbol con entradas
pagas (el último show de Los Piojos en Capital había sido
también en Atlanta, en diciembre de 2000; La Renga se presentó
en mayo en Huracán y los Redondos anuncian para el 8 de diciembre
un concierto en la cancha de Rosario Central).
Esta vez, con los dos conciertos consecutivos en Atlanta (la segunda función
será el sábado próximo), Los Piojos conseguirán
su máxima cifra de asistencia de público, con alrededor
de 60.000 personas en total. Y esa marca viene precedida de una sólida
gira de shows, a lo largo de todo el año, por unas veinte ciudades
del interior, entre las que se destacaron las tres funciones en La Plata,
o los conciertos en Córdoba, Mar del Plata, Santa Fe y Olavarría.
Excepción a la crisis, o respuesta popular a ella, el éxito
masivo de Los Piojos empezó a partir de su tercer álbum
Tercer arco coincidiendo con el inicio del segundo período
menemista y se basó en la fusión de rock and roll
con elementos rioplatenses como el tango y el candombe; con espacio para
el baile y el hedonismo, pero también con proclamas comprometidas
e identidad de tiempo y lugar. Ese rock de época volvió
a manifestarse el sábado en Atlanta, donde Los Piojos vivieron
otro festivo ritual, como ellos mismos bautizaron al tinte
místico-ceremonial que sus shows generan en el público.
Una de las claves del ritual aparece en la arenga Y uno es todos
y todos somos uno... que las torres de sonido repiten como un mantra
antes del show, y que funciona como perfecta adaptación del lema
de los tres mosqueteros al código de pertenencia a un mismo lugar
social entre la banda y el público. Algo así como un estamos
todos en la misma, tenemos el mismo origen que también se
ve alentado desde las pantallas al costado del escenario, que muestran
un plano del Gran Buenos Aires y que arrancan en la gente aplausos cuando
ven aparecer su localidad, sea Temperley, Morón o San Martín.
En lo musical,
el presente de Los Piojos en vivo quizás sea menos tribal que en
tiempos del anterior baterista, Daniel Buira, y esté más
inclinado hacia el rock and roll clásico. Pero el descomunal carisma
escénico del cantante Ciro Martínez, la solidez del repertorio
-.con muchos hits-. y el espíritu general de festejo del recital
hacen que no se extrañen tanto los días en los que los acompañaban
ejércitos de percusionistas. Lo mejor de la noche estuvo en el
vibrante pedido de buenos augurios de San Jauretche, en el
festejo coreográfico de Ay ay ay, en los aportes de
guitarra de Ricardo Mollo para Morella y de voz de su hermano
Omar para la potente Yira-yira. Son tiempos de records para
Los Piojos, y el altoporcentaje de espectadores adolescentes sugiere que
su público, además de crecer, se renueva. La buena
leche que piden en San Jauretche llega, nomás.
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