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La mujer que hizo de su propia existencia una mirada del mundo

En la entrevista que emitirá hoy Film & Arts Simone de Beauvoir repasa, tres años antes de morir, sus luchas y su relación con Sartre.

Por Verónica Abdala

Hay algo de lo que, más allá de cualquier crítica posible, nadie podría acusar a Simone de Beauvoir: de no haber reinado sobre su propia vida. Porque para bien o para mal de quienes la rodearon, la leyeron con admiración fervorosa, o la odiaron sin medias tintas, ella hizo y deshizo lo que le vino en gana, desde niña y hasta que murió, en abril de 1986. Su desafío fue resistirse a la pasividad a la que buena parte del mundo condena a las mujeres. Y acaso haya sido ése su mayor mérito, además de su obra: el haberse construido a sí misma como una mujer suficiente.
Esto no es poco, si se tiene en cuenta que mucho antes de convertirse en el referente intelectual e incluso en el modelo de vida que llegó a ser para buena parte de las mujeres de su siglo, no era más que la hija obediente de una mujer creyente y conservadora, y de un hombre al que su inteligencia y su elevada cultura no salvaron de creer que a la mujer le estaba reservado “el lugar de ama de casa”, como él decía.
Simone tampoco se privó de narrarse: sus memorias son un desesperado intento por comprender su propia vida. A partir de sus vivencias, incertidumbres y reflexiones escribió los que para muchos son sus mejores libros: los de su ciclo autobiográfico, que incluye Memorias de una joven formal, Final de cuentas, La ceremonia del adiós. Y eso es lo que, una vez más, la autora de El segundo sexo se da el gusto de hacer, en una entrevista que concedió a la televisión inglesa tres años antes de morir, en 1983, y que se verá hoy a las 21 en el ciclo “Perfiles”, de Film & Arts.
A lo largo de la conversación que mantiene con el conductor, repasa en primera persona su infancia, signada por su amistad con Zaza (“Ella fue sin dudas el hecho más significante de mi niñez. La admiré y amé enormemente”), su juventud, su madurez. Su amor por Jean Paul Sartre (al que conoció en 1929 en La Sorbona y con el que se mantuvo de una u otra forma unida hasta la muerte de él, en 1980) y las particularidades de su relación, el existencialismo, la gloria, y la vejez (“Es nada menos que la existencia sin perspectivas de futuro”) son otros de los temas en los que se detiene. Y una vez más, como en sus libros, su relato es a su vez una lúcida y conmovedora mirada sobre su tiempo.
Otro momento importante de esta entrevista gira en torno a la influencia que, desde 1945, Beauvoir y Sartre ejercieron en el campo de la política, desde su lugar de intelectuales comprometidos y críticos con la sociedad y los ocupantes del poder. Por aquellos años, apoyaron la resistencia contra la ocupación nazi y se sumaron a quienes luchaban por la liberación de los países del Tercer Mundo, como Argelia, que era colonia francesa. También apoyaron las revoluciones de Cuba y de China, y Simone incluso, en los 70, acompañó a las Madres de Plaza de Mayo en algunas de sus rondas en París. “Nunca consideré la posibilidad de unirme a un partido político, porque al igual que Sartre, no hubiera permitido condicionar de ningún modo mi libertad de pensamiento y de acción”, dice Beauvoir. “Yo siempre supe que me debía a mis lectores, en un sentido general, y no me interesaba especular con ganar votantes o seguidores de ninguna otra clase. Nuestra lucha era por la libertad y la liberación.”
Cuando en 1968 miles de jóvenes se unieron para reclamar una mayor democratización de la enseñanza y un mejor destino que el que hubieran heredado de sus padres, Beauvoir y Sartre no dudaron en brindarles su apoyo explícito. “Su lucha es capaz de alumbrar el futuro –dijeron entonces sin sospechar que sus frases serían célebres–; ustedes llevaron la imaginación al poder”. “Un libro o un pensador puede analizar, acompañar un proceso histórico, pero nunca ponerlo en marcha”, reflexiona Beauvoir. “Quienes concretaron el Mayo Francés fueron los que eligieron poder optar por un destino mejor, por tener la posibilidad de influir en el destino que pretendían tener, nosotros nos limitamos a apoyarlos. Nuncaolvidaré las banderas rojas flameando sobre La Sorbona y sobre las estatuas de los grandes hombres”. Se reclina sobre su silla y arriesga una última definición: “Me considero una persona que escapó a todas las formas posibles de esclavismo, desde mi lugar de mujer y como ser pensante”.

 

 

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