Por
Carlos Polimeni
Un
día de 1955, sus padres se fueron de vacaciones a Europa, dejándolo
en Buenos Aires. Carlitos los extrañó horrores, y se puso
arisco. En cambio, Enrique, el segundo de los hermanos, que aún
usaba pañales, no se dio mucha cuenta de las ausencias. Un día,
aquel carnaval que iba por dentro afloró: la piel del niño
de cuatro años se había decolorado por partes. La enfermedad
se llama vitiligo, dijeron los médicos. Los padres encontraron
un chico decolorado y ansioso, cuando volvieron a aquel país que
vivía los días finales del primer peronismo. Cuando el golpe
de setiembre papá y mamá García festejaron. El chico
tendría para siempre la piel de dos colores. Años después
afirmaría que sus padres debieron exiliarse, perseguidos por el
peronismo. No era cierto: aquél había sido un viaje de placer,
de una familia con posibilidades económicas. Sólo que él
lo había sufrido en su propia piel.
- En 1964, cuando apenas tenía 13, Carlitos se compró su
primer disco, a escondidas de los padres. Aquellas cuatro canciones de
Los Beatles dejaron su mente en otro planeta. Ese año se recibió
en el Conservatorio en que estudiaba piano. Ya por entonces solía
sorprender a medio mundo con la calidad de su oído y su facilidad
para aprender. En el concierto con que se recibía, ensayó
unas variaciones personales en torno de Chopin. Le faltaba ver a Los Gatos
en el Fénix de Flores para darse cuenta de que lo suyo era el rock.
Su profesor no podía creer que se hubiese animado a deformar a
Chopin. Su familia mucho no se daba cuenta. A veces, Carlitos gritaba
que los odiaba a todos.
- En 1973,
cuando apenas había arrancado su historia discográfica,
y era considerado aun por el ambiente del rock como un grupo para adolescentes,
Sui Generis tocó en los festejos del triunfo de la fórmula
Cámpora-Solano Lima, en el estadio de Argentinos Juniors. El recital
era organizado por la izquierda peronista, la Tendencia Revolucionaria,
en pleno apogeo de Montoneros, cuyas consignas atronaban el ámbito.
Charly había logrado que lo diesen de baja del servicio militar
dos años antes, luego de haber ingerido una sobredosis de pastillas.
En una cama del Hospital Militar había compuesto Canción
para mi muerte. De esas semanas como colimba sacó las ideas
del tema Botas locas, que la gente que llenaba la cancha de
los Bichos Colorados aclamaría aquella noche. Si ellos son
la patria, yo soy extranjero, decía la letra sobre los militares.
Charly fantaseaba con la idea de qué dirían sus padres al
enterarse de que había tocado festejando un triunfo del peronismo.
- Un día de 1987, el público se había vuelto espeso
en un recital de Charly en el estadio Pacífico de Mendoza. Su hermano
Enrique había muerto hace poco y Charly andaba con los cables del
ánimo cruzados. Uno de los pibes que lo agredían le gritó
puto, hacia el final del primero de los dos shows programados
para una misma noche. García tomó impulso desde el escenario,
voló, y le cayó encima, dispuesto a demostrarle a golpes
quién era más macho. La seguridad lo devolvió a escena.
Impotente, García se bajó los pantalones. Un rato después
de concluido el show, la policía fue a detenerlo a los camarines.
Lo acusaban de exhibición obscena. Un asistente negoció
con el oficial a cargo la entrega de Charly. Cuando llegó el momento,
el uniformado ingresó al camarín dispuesto a seguir la rutina
y Charly le embocó en la cabeza un balde de agua sucia. ¡Soy
un oficial de la policía, le gritó el hombre. Charly
le contestó: ¿Y yo qué culpa tengo de que usted
no haya estudiado?.
- Un día de marzo de 2000, otra vez en Mendoza, luego de una actuación
en el ciclo Argentina en Vivo, una señora denunció que Charly
le había pegado en la cara, en un raro incidente en un pub. Otra
vez, intervino la policía local. Charly fue llevado a declarar
por la fuerza y le iniciaron un proceso. A la tarde siguiente, sacado
de impotencia, en un ataque de furia, se tiró desde el noveno piso
de la habitación del hotel en que se alojaba y cayó en una
pileta de la planta baja. Ante la prensa, dijo quepara él eso era
normal. En ese mismo hotel, muchos años antes, había destrozado
varios cuadros, porque no le gustaban. A raíz de aquella experiencia,
escribió Demoliendo hoteles: Yo que crecí
con Videla/yo que nací sin poder/yo que luché por la libertad/pero
nunca la pude tener/yo que viví entre fascistas/yo que morí
en el altar/yo que viví con los que estaban bien/pero a la noche
estaba todo mal/hoy paso el tiempo demoliendo hoteles/.
Estas cinco anécdotas, de cinco décadas diferentes, no resumen
el aporte de Charly García a la música argentina de los
últimos treinta años, pero acaso sirvan para entender aspectos
de su personalidad que están estrechamente ligados a su obra. No
hay prácticamente nada sobre Charly que pueda decirse que él
no haya dicho o imaginado antes, a favor o en contra. Los varios Charly
que habitan en Charly han sido rigurosamente retratados por el escritor
y compositor que alguna vez fue Charly García Moreno, algunas veces
con autocomplacencia, pero muchas otras descarnada e irónicamente.
Charly escribió sobre Charly, entre docenas de ideas:
- Y tuve varios maestros/de que aprender/todos conocían su
ciencia y el deber/nadie se animó a decir una verdad/siempre el
miedo fue zonzo.
- El se cansó de hacer canciones de protesta/y se vendió
a Fiorucci. (...) anda volado, perdió algo de fama/pero no le va
mal.
- A veces estoy tan bien/estoy tan mal/calambres en el alma/cada
cual tiene un trip en el bocho/difícil que lleguemos a ponernos
de acuerdo.
- ¿Quién por poco dinero/te supo hacer feliz/y fue
amigo de tus hijos?
- Yo nací para mirar/lo que otros no quieren ver.
Pero además de su autobiografía en forma de canciones, Charly
escribió docenas de canciones imperecederas, como Cerca de
la revolución, Cuando ya me empiece a quedar solo,
El fantasma de Canterville, El tuerto y los ciegos,
Viernes 3 AM, Inconsciente colectivo, Alicia
en el país, Ojos de videotape, Promesas
sobre el bidet o Parte de la religión, que seguirán
escuchándose y cantando cuando ya nada quede o se recuerde de las
épocas que las generaron o el disco original al que pertenecieron.
Canciones que algunas vez fueron suyas y ahora son nuestras.
Charly ha sido el papá de una manera de entender el rock en la
Argentina, a veces excesivamente personalista, pero siempre con una capacidad
de provocación, delirio y desafío únicas. Es todavía
el chico vulnerable del 55, el músico imposible de maniatar
en Chopin del 64, el joven desafiante del 73, el hombre belicoso
y gracioso de los veloces 80, el adulto suicida del año en que
terminaron los 90. Los símbolos nacionales también cumplen
años.
Cuatro
opiniones sobre un grande
-
Luis Alberto Spinetta: Charly es una expresión
genial del poder de la canción. A mediados de la década
del 80, hubo un momento en que sufrí porque mis hijos bailaban
con sus canciones, y escuchaban las mías como con resignación.
Por eso cambié, en un momento, la forma de mis temas, para
que mis hijos bailaran con ellos como bailaban con los de él.
Me sigue doliendo no haber podido sincronizar para hacer aquel disco
en común. Para mi, Charly es una especie de Van Gogh del
rock argentino.
-
León Gieco: Para mí, Charly es el más
grande de todos nosotros, el más músico, el dueño
de las grandes canciones. No hablo de pionero, sino del tipo que
artísticamente llegó más lejos de todos nosotros.
El resuelve en segundos cuestiones musicales que mi a mi pueden
llevar horas. Mi homenaje artístico fue hacerle Los
Salieris de Charly, esa idea de que todos estamos como a su
sombra, de que todos les robábamos melodías a él.
Me considero su amigo, aunque no nos veamos casi nunca. Cuando nos
frecuentábamos, en los 70, siempre nos divertíamos
mucho.
-
Fito Páez: Es muy sencillo decirlo: yo soy músico
porque escuché las canciones de Spinetta y Charly, porque
un día que jamás olvidaré vi a Charly en vivo,
en el teatro de la Fundación Astengo, en Rosario. Cuando
en los 80 me llamó para integrar su banda, para mi fue tocar
el cielo con las manos. Hoy pienso que Charly quema, como la verdad.
Lo siento como un amigo y a veces como una especie de tío
loco e imprevisible.
-
Joaquín Sabina: Para mí es una mezcla de
Chaplin y Gardel, sólo que de la era del sexo, la droga y
el roncanrol. Lo de su oído absoluto es asombroso: una vez
que grabamos en Madrid escuchó una sola vez, una sala, una
canción, y se sentó al piano y en toma uno la grabó
como si fuese suya. Para mí, es un sinónimo de una
Buenos Aires genial, eléctrica, cansadora, ambiciosa.
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