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�El sometimiento hace estallar a los individuos de un modo asesino�

El director catalán Lluís Pasqual completa aquí el elenco de su próxima puesta, que será sobre Edipo, con Alcón como protagonista.

Por Hilda Cabrera

Los inicios del director Lluís Pasqual fueron como actor en el grupo La Tartana, de Reus, donde nació. En 1976 fundó el célebre Teatre Lliure de Barcelona (junto a Fabià Puigserver y Pere Planella, en el barrio de Gracia), pero su actividad se desarrolló también fuera de Cataluña. Fue director del Centro Dramático Nacional de España, el Théâtre de L’Europe, en el Odéon de París, y de la sección teatro de la Bienal de Venecia. En este momento dice estar nómade. Se encuentra en Buenos Aires por unos pocos días para completar el elenco de su próxima puesta en el San Martín. Un espectáculo que enlaza Edipo Rey y Edipo en Colono, de Sófocles, con Alfredo Alcón como protagonista. Este es el sexto trabajo que realiza con Alcón. Los títulos anteriores fueron La vida del rey Eduardo II de Inglaterra, de Christopher Marlowe, en la versión de Bertolt Brecht; El público, de Federico García Lorca; Los caminos de Federico, Haciendo Lorca y La tempestad, estrenada en el San Martín y llevada en gira por España. “Venir a hacer Edipo a Buenos Aires, así, tranquilo, sólo es posible cuando uno no tiene la responsabilidad de dirigir un teatro, como el Lliure o L’Europe. Esto me da libertad y me permite reconciliarme con mi faceta nómada”, apunta Pasqual en la entrevista con Página/12.
Cuenta que de la Argentina le interesan muy especialmente sus actores y actrices y su tradición cultural, incluido el caos que advierte también en lo cotidiano y esa rara mezcla del lenguaje, conformado según este director por una base castellana, elementos del italiano y giros de la lengua gallega. Ante la impresión de apocalipsis que –siente– embarga a los ciudadanos del mundo, cree necesario reflexionar. Y esto, “más allá de cómo nos cuenten la historia y cómo sea ésta realmente”. Compara el terrorismo, de cualquier color, con el estallido de una olla a presión. “El sometimiento y las fuertes presiones hacen estallar a los individuos de una manera asesina –sostiene–. Sin embargo, la gente huele que esto no es tan simple ni elemental como tirar piedras. Como decía en España nuestro filósofo Fernando Savater, con la venganza del ojo por ojo lo único que se conseguirá es que nos quedemos ciegos todos.”
–¿Cómo imaginó a Edipo, atacado de otro tipo de ceguera?
–Mi idea era partir de Edipo en Colono, pero después pensé que debía tomar también Edipo Rey, que no es, como algunos creen, la historia del hijo que se acostó con su madre. Estas sagas griegas son como los telefilms estadounidenses. Si te has perdido el capítulo anterior no encuentras el hilo. Edipo Rey nos sirve para explicar el personaje y pasar después nuevamente a Edipo en Colono. Esta es una tragedia muy ruda, seca. La vamos a estrenar en el Teatro de la Ribera...
–¿Le parece un lugar apropiado?
–Me gusta el barrio de la Boca. Me dijeron que si quería podía tapar las pinturas de Quinquela Martín que están en la sala, y les contesté que no, que ni se les ocurra taparlas. Ese teatro es tan mironiano, tan cercano a los colores de la pintura de Joan Miró, que uno no se puede poner solemne ni pedante. No tiene manera de decir: vamos a poner una tragedia, y ponernos inmediatamente serios y retóricos. Esto es muy saludable. Las pinturas tienen un toque naïf, y el techo se parece a un modesto planetario. La forma natural del teatro griego se corresponde con la ladera de una colina, y esa forma decide la manera de contar una historia. –¿Es tan importante la disposición en la puesta de Edipo?
–Edipo se puede hacer en cualquier sitio, pero organizando muy bien antes la disposición del público. Este tiene que estar abrazando el espectáculo, como quien se dispone a escuchar, o se sienta junto a otros alrededor de un fuego. El Teatro de la Ribera me parece un sitio escenográfico de gran fuerza. El lugar en que está es una mezcla del puerto de Barcelona de hace décadas y el malecón de La Habana.
–¿Realizó alguna puesta en Cuba? –No. He ido sólo dos veces a Cuba, y para ver a Fidel Castro en acción, en esos largos discursos en los que utiliza un apuntador. Este le dice una o dos palabras, y él sigue. Los cubanos son fantásticos, pero nunca se dio que hiciera teatro ahí. Voy a decir una banalidad: sé que tiene un teatro interesante, pero lo que más me atrae de Cuba es su musicalidad. He visto hacer una obra en un bar de travestis, y me dio envidia, porque con pocas cosas lograban escenas de gran fuerza, pero no me atrevo a trabajar allí. Uno tiene que conocer muy bien el lugar, como creo conozco a Buenos Aires. Sin embargo la impresión es siempre distinta. Uno cree tener el mismo idioma, pero se engaña. Hay momentos en que pienso que se está hablando en italiano con palabras en castellano. La música del idioma es otra, y, por lo tanto, otro es el ritmo del pensamiento.
–Además del espacio, ¿qué otro elemento le resulta vital?
–Los actores. Puede que a otros directores les interese también el decorado. Yo lo tuve, pero no creo que hoy el mundo esté para darle importancia a eso. Creo que hoy los directores de teatro somos más moderados en cuanto a imágenes. El espectador se saturó. Necesita un cambio de sensibilidad, que pasa, creo, por una interpretación creíble. El teatro off, más ascético, ha ido contagiando al teatro de espectáculo.

Un payo con alma de gitano

Pasqual dice que tiene su propio “jardín privado”: el flamenco. “De vez en cuando caigo en manos del flamenco y me voy con él –dice–. Con Antonio Canales, hace tres años, y en este momento con Sarabaras, una magnífica bailaora que el año pasado ganó el premio nacional de coreografía, estamos preparando Mariana Pineda, con ella y Manolo Sanlúcar, que va a hacer la música. Esto se estrenará en el Teatro de La Maestranza de Sevilla, que está al lado de la Plaza de Toros, durante la Bienal de Flamenco, en setiembre del año próximo. Al flamenco hay que tomárselo con tiempo. Lo conozco bien. Mi madre es andaluza, pero no me viene por ella sino por un compañero de colegio. El flamenco es muy outsider, está siempre al fondo.
–¿Cree que aún hoy conserva esa marginalidad?
–Quizá no se mantenga outsider desde el punto de vista de la comercialización, porque hoy se vende todo. Pero sí en su raíz artística, incontaminable. Ahí sigue siendo muy fuerte. Lo que pasa es que una cosa son los escenarios, donde está muy bien, y otra el fenómeno de las casas, donde ocurre realmente el flamenco. La primera vez que me di cuenta qué era el flamenco, tenía nueve años. Un compañero de colegio gitano murió, y fui el único payo al que los gitanos dejaron entrar en el velatorio. Ante mi gran sorpresa, la abuela y el abuelo, durante la noche que pasé allí, se lo pasaron cantando. Era la manera más profunda de expresar su dolor. Ahí uno se da cuenta de lo que es de verdad. Es un lamento más duro que cualquier grito.

 

 

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