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Tecnología
Por Antonio Dal Masetto

El parroquiano Guido le metió los cuernos a Lucía. Y lo hizo con la persona que ella más odia: su prima. Lucía echó a Guido de la casa. Guido anda como alma en pena, amenaza con suicidarse y llora sobre el hombro de todo el mundo. Al final consigue que Lucía acepte tomar un café. “Tenés veinte minutos, ni uno más”, dijo ella. Guido pide ayuda. Los parroquianos del bar evaluamos la situación y decidimos aplicar tecnología de punta. El encuentro será en la confitería de la otra cuadra. Guido llevará una cámara oculta y un minirreceptor en la oreja. Nosotros monitorearemos la escena desde el bar y le pasaremos letra.
–Andá tranquilo –le decimos.
El monitor está instalado sobre la barra y el Gallego será el encargado de transmitir las instrucciones. Cuando en la pantalla aparece Lucía se nos cae el alma al piso, no va a resultar fácil ablandar la expresión de esa cara.
–De tantas basuras que existen en el mundo a mí me tenía que tocar la peor de todas, sos un miserable, una porquería, un repugnante, una piltrafa humana y una rata inmunda –arranca Lucía.
–Gallego, dígale a Guido que haga tiempo, que estamos pensando, que mientras tanto recuerde algo muy triste y llore, que llore con muchas ganas, que se agarre los pelos y diga “Lucía, Lucía, yo te quiero”, que acepte, que reconozca todo –decimos los parroquianos.
Guido obedece las instrucciones.
–Me parece bien que reconozcas que sos una alimaña asquerosa, pero eso no te hace menos culpable. ¿Cómo pudiste irte a la cama con esa arpía que es más desabrida que la comida horrible que hace tu madre? –dice Lucía.
–Gallego, dígale que se banque lo de la vieja, que le eche la culpa de todo, que diga que lo malcrió, que no sólo cocina mal sino que es la responsable de que él sea un inmaduro.
Guido obedece.
–Sos un felpudo que se deja pisar por cualquiera –dice Lucía.
–Que acepte, que acepte.
–Y esa atorranta que siempre te consideró un tarado, te usó nada más que para joderme. Y vos caíste como buen gil que sos. Qué par de sucios, los imagino en la cama como dos conejos en celo disfrutando del cuchillo que me estaban clavando por la espalda mientras vos le decías que la querías.
–Que niegue, ella es la única mujer de su vida.
–Lucía, seré la última bazofia de la tierra, pero tengo muy claros mis sentimientos, todo el tiempo le dije a tu prima que vos eras la única mujer de mi vida.
–Muy bonito, muy romántico y mientras tanto, asqueroso como todos los hombres, tenías sexo con esa vaca resentida.
Le sacude un bife.
–Buena señal, dígale que va bien, que llore con dignidad, que le confiese que esa noche no pudo hacer nada, que hable de impotencia.
–Aunque te cueste creerlo, Lucía, esa noche no pasó nada. Ahí descubrí lo humillante que puede ser la impotencia para un hombre, pero al mismo tiempo pensaba en vos y me alegraba de lo que me estaba ocurriendo –dice Guido.
Nos parece que en la cara de Lucía se insinúa un atisbo de sonrisa.
–Mirá, Guido, en medio de la bronca y las ganas de exterminarlos a los dos, llegué a la conclusión de que la mejor venganza para mí sería que se fueran a vivir juntos y se cocinen para siempre en las llamas de ese infierno.
–Antes de vivir con otra mujer que no seas vos me mato, Lucía.
–¿Eso se lo dijiste a la cerda?
–Sí.
–Está bien, supongamos que te crea, puede ser que te crea, puede ser que te dé una oportunidad, pero si volvés a casa te aviso que vas a tener que sufrir mucho para pagar lo que me hiciste. Las últimas palabras de Lucía desatan una polémica entre los parroquianos. Unos opinan que Lucía aflojó, lo aceptó de vuelta y hay que festejar por el amigo. Otros sostienen que lo quiere en casa solamente para torturarlo, que la cosa todavía no está clara. Ante la incertidumbre, el Gallego transmite:
–Guido, acá tus asesores no nos ponemos de acuerdo, vas a tener que jugártela solo, improvisá y que Dios te ayude, coraje y buena suerte, esperamos lo mejor de vos.
Todos miramos ansiosos el monitor. Oímos la voz sollozante de Guido:
–Yo te amo, Lucía.
–Guido, sos un canalla, pero yo también te amo –dice Lucía y llora.
En el bar hay gran conmoción, todos nos abrazamos y lloramos.

 

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