Por Gabriel A.
Uriarte
Desde
Washington
No tengo ántrax.
Aclararlo era casi tan malo como admitirlo, cuando el que hablaba era
el presidente George W. Bush. Sus palabras resultaron inesperadas, pero
quizá no deberían haberlo sido. En retrospectiva, todo lo
que sucedió desde la semana pasada en Washington DC podría
interpretarse como nada más que el preludio para ese momento. Las
cartas en el Senado, las personas internadas en el estado de Nueva Jersey
desde donde se las envió, la clausura del Congreso primero,
del sistema de correo en toda la capital a través del cierre del
centro nodal de Brentwood, por el que entran y salen las cartas de la
capital después, los dos muertos revelados anteayer,
los nuevos casos de infección revelados ayer. La progresión
implacable de los blancos bajo fuego arrojaba una posibilidad que, por
descarte, se tornaba casi una certeza. Sólo quedaba un último
objetivo, un último umbral que todavía no había sido
atravesado. Hasta ayer. El discurso de George W. Bush era para confirmar
que la bacteria ántrax había sido encontrada en una dependencia
de la Casa Blanca.
Era un hecho tan simbólico que no fue extraño que los argumentos
del presidente para calmar a sus oyentes pasaran mayormente desapercibidos.
La crisis de ántrax en el Congreso había dejado la impresión
de que todos los complejos federales eran tan compactos como el legislativo,
donde todas las oficinas están concentradas en torno al edificio
del Capitolio en la colina del mismo nombre. Así, cuando los medios
difundieron las primeras versiones de que se había encontrado ántrax
en una dependencia de la Casa Blanca, parecía ser prácticamente
idéntico a como si se la hubiera encontrado en el edificio central.
Si su diseño hubiera sido como el del Congreso, probablemente habrían
estado unidas por un mismo sistema de ventilación y recibirían
el mismo correo, por lo cual hubiera sido imposible descartar que hubiera
ántrax en la Casa Blanca sin antes realizar exámenes biológicos
y recetar Cipro para todos sus empleados, incluyendo al presidente y su
gabinete. Por supuesto, habría que evacuar todo el complejo, completando
la ya impactante victoria simbólica de los terroristas que lanzaron
la ofensiva con las cartas-ántrax.
Pero éste no era el caso ayer. Y podría sospecharse
no era por casualidad. Al contrario, la función de esa dependencia
era precisamente la de evitar una debacle como la del Congreso. Es que
el edificio contaminado con ántrax tenía como único
propósito ser contaminado por ántrax. Estas oficinas en
la estación naval de Anacostia habían sido convertidas no
se reveló cuándo, un dato interesante en un gigantesco
centro de procesamiento para todo el correo dirigido a la Casa Blanca.
No sólo se abrían todos los sobres para revisar si tenían
polvo blanco adentro, sino que todos los papeles eran sometidos a un tratamiento
de radiación que mataba ántrax o cualquier otro microorganismo
que estuviera pegado. La instalación está separada por más
de cinco kilómetros de la Casa Blanca, con el río Potomac
en el medio. Era revisada frecuentemente por equipos de guerra químico-biológica,
y fue durante uno de estos testeos que aparecieron las muestras de ántrax
encontradas ayer. Nada salía que no hubiera sido sometido al tratamiento
completo. Por lo tanto, era completamente factible que Bush hablara con
completa sinceridad cuando aseguró ayer que la Casa Blanca no sería
evacuada.
Era una buena noticia, la única buena noticia pero también
una que, pensándolo bien, no es tan reconfortante. Que la gran
victoria de ayer consistiera en que la sede de la presidencia norteamericana
no fuera evacuada demuestra el grado en que el ántrax ya logró
paralizar a la capital al causar otras evacuaciones. En el resto de la
ciudad la crisiscontinuaba su curso. La carta encontrada ayer en Anacostia
había venido del centro de correos de Brentwood, que sirve a toda
la ciudad, y está siendo descontaminada del ántrax que ya
mató a dos de sus empleados, puso en el hospital a dos más,
y forzó a los 2200 empleados restantes a medicarse con el antibiótico
CIPRO. En Nueva Jersey, desde donde se enviaron las cartas a Brentwood,
ayer apareció un nuevo caso de ántrax pulmonar, y un nuevo
empleado postal, esta vez una mujer, en estado grave pero estable.
El Congreso, mientras tanto, seguía funcionando a media máquina,
a lo sumo. La confirmación de los jueces nominados por Bush está
demorada, según explicó el líder demócrata
del Comité Judicial Patrick Leahy, porque los nombres y sus historiales
siguen en sus oficinas, que está en la zona más contaminada
del edificio Hart del Senado. El líder de la minoría demócrata
en la Cámara de Representantes, Dick Gephardt, todavía resentido
porque el New York Post lo llamara cobarde por evacuar la
Cámara baja mientras en Senado seguía en sesiones, parecía
casi alegre ayer porque finalmente se probó que tenía razón
y que este ántrax efectivamente es muy letal y muy peligroso.
Mañana reabrirá el edificio Russell del Senado, pero será
el único. El resto permanecerá cerrado mientras siguen las
tareas de descontaminación o testeo. Nadie se atreve a predecir
por cuánto tiempo.
EL
JUEGO ECONOMICO EN TORNO DE LA OLA DE ATENTADOS
Cuando el buen inversor compra ántrax
En el comienzo de los bombardeos, los antitalibanes
decían estar listos para tomar Kabul y Mazar-i-Sharif. Después reclamaban
que Estados Unidos bombardeara, como apoyo, posiciones talibanas.
A tres días de que esto se cumpla, la Alianza apenas se agazapa.
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Sorpresas: Un militar de
EE.UU. en Asia Central se
mostró sorprendido de la cantidad de armas en poder del régimen
talibán y de la red Al-Qaeda.
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Por
Eduardo Febbro
Desde
Peshawar
Por tercer día
consecutivo, la aviación norteamericana bombardeó la línea
del frente norte de Kabul y la región de Mazar-i-Sharif, por cuyo
control combaten desde hace 15 días las tropas de la opositora
Alianza del Norte. La nueva intervención de los aviones de Washington
en esos dos sectores traduce sin equívocos el compromiso de Estados
Unidos con la Alianza del Norte. Según reveló ayer uno de
los principales comandantes de la Alianza, Atta Mohammed, Estados Unidos
y la Alianza están trabajando de manera coordinada tanto
en las ofensivas terrestres como aéreas. Estos operativos
conjuntos y la consiguiente coordinación entre ofensivas
aéreas y las fuerzas especiales de Estados Unidos que operan en
el terreno traducen un cambio notable en la estrategia militar de la Casa
Blanca. El cambio táctico apunta claramente a facilitarle a la
Alianza los medios militares para que refuerce sus posiciones, se apodere
de otras y tome el control de Kabul lo más rápido posible.
Varios periodistas que se encuentran en las regiones controladas por la
Alianza son diariamente testigos de la creciente implicación de
Washington en los operativos de la Alianza. Los pilotos norteamericanos
basados en los portaaviones estacionados en el Golfo Pérsico realizan
salidas nocturnas de más de cinco horas con el único
propósito de apoyar a los soldados de la Alianza. El contraalmirante
Mark Fitzgerald, comandante del grupo de combate del portaaviones Theodore
Roosevelt, amplió la información precisando que se
trataba de alcanzar blancos pequeños como los tanques desplegados
por las fuerzas talibanes. Fitzgerald se mostró sorprendido
de la cantidad de armas en poder del régimen talibán y de
la red de Bin Laden, Al- Qaeda. La coordinación simultánea
en todos los frentes aparece más que nunca necesaria antes de que
el invierno torne imposibles acciones terrestres de gran envergadura.
Los analistas militares paquistaníes y los militares afganos exiliados
en Pakistán estiman que Estados Unidos y la Alianza no cuentan
con más de una o dos semanas para despejar el camino hacia Kabul
y dejar sin talibanes las regiones clave del país.
Pese a los intensos bombardeos, el panorama militar dista de ser óptimo.
Los hombres de la Alianza del Norte continúan bloqueados a 40 kilómetros
de Kabul mientras que, a pesar de la densidad de los combates y el apoyo
aéreo proporcionado por Estados Unidos, la estratégica ciudad
de Mazar-i-Sharif sigue en manos de los talibanes. Más aún,
éstos no cesan de bombardear con morteros las posiciones de la
Alianza situadas en la línea norte de la capital. Para Estados
Unidos, Mazar-i-Sharif y Kabul son indispensables. Si la primera ciudad
cae, ello le permitiría contar con una base territorial afgana
de cara a la segunda fase de operativo. Si Kabul cede ante la Alianza
del Norte, Washington tendría entonces uno de sus más recientes
y decisivos aliados en el corazón del sistema político.
Sin embargo, las dificultades que atraviesa la Alianza para sacar provecho
de la ayuda de las bombas norteamericanas ponen en tela de juicio la eficacia
de sus capacidades militares.
UNA
CUMBRE PARA ARMAR EL AFGANISTAN POSTALIBAN
Una asamblea muy poco notable
Por
E. F.
Desde
Peshawar
El escritor Rudyard
Kipling calificó alguna vez a Afganistán y al cruce de influencias
que se concentraban en la región como el Gran Juego.
Nada ilustra mejor la definición de Kipling que la cumbre
de la oposición afgana que se inicia hoy en Peshawar con una figura
estrella que, por el momento, aparece como el invitado invisible,
a saber, el famoso y nunca entrevisto hasta ahora talibán
moderado o talibán aceptable, según la
última definición en boga. Centenas de jefes tribales, eruditos
del Islam, personalidades políticas y líderes opositores
se dan cita este miércoles en Peshawar para evocar la aún
hipotética posibilidad de un porvenir sin el régimen de
la milicia fundamentalista.
La reunión aparece de hecho como la primera carta política
pública que Islamabad pone sobre la mesa con vistas a la formación
de un futuro gobierno multiétnico en Kabul. Hemos
invitado a más de 800 personas, anunció ayer un portavoz
del Frente Nacional Islámico de Afganistán, el NIFA, un
grupo político moderado apoyado por Pakistán que cerró
filas detrás del rey Shah y que se presenta como el candidato
oficial de los paquistaníes para moderar la presencia de
los miembros de la Alianza del Norte que Estados Unidos está ayudando
desde hace tres días a avanzar sobre Kabul.
El Frente está dirigido por Syed Ahmad Gailani, un cercano aliado
del ex rey Mohammed Zaher Shah que juega la carta paquistaní de
la unión étnica. Bajo el lema Conferencia por la paz
y la unidad nacional en Afganistán, los participantes a este
cumbre tribal y política van a explorar durante dos días
las perspectivas políticas de un país sin los talibanes
en el poder. Sin embargo, como la milicia radical es un interlocutor inevitable
del tablero político afgano, muchos esperan ver acudir a la reunión
a ese sector moderado que podría formar parte del próximo
gobierno. En los medios de prensa, el llamado talibán aceptable
o moderado es una suerte de incógnita generalizada.
Nadie ha visto ni hablado jamás con un talibán moderado.
El término fue inventado en el pasado mes de setiembre por el enviado
especial de la ONU para los temas afganos. Y el secretario de Estado norteamericano
Colin Powell aceptó que en el próximo gobierno afgano ingresara
el ala moderada del actual régimen talibán.
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