Por Cristian Alarcón
Hace 25 días, después
de una larga noche de gritos más violentos que los de costumbre,
en lo de los Quiroga, una familia de clase media de Hurlingham,
se impuso el silencio. Los vecinos, acostumbrados a discusiones repentinas,
violentas, pero siempre breves, comenzaron a extrañarse cuando
ya no volvieron a verlos, el pasto llegó hasta donde el dueño
de casa nunca hubiera dejado que creciera, y un olor persistente llegaba
del patio. Fue justamente allí donde ayer a la madrugada los bomberos
desenterraron los cadáveres de la familia: Omar Quiroga, de 44,
dueño de tres autos, dos usados como remises, ex mecánico
de Aerolíneas Argentinas; su mujer Emilse Licciardi, de 42, y María
Belén, la única hija, de 14. Habían sido asesinados
a cuchillazos y sus cuerpos ocultos, uno sobre el otro, en un pozo de
un metro por ochenta centímetros, que fue cubierto con un montículo
de tierra y un mármol, como si se tratara de una tumba.
Las declaraciones de los vecinos podrían acercar a los homicidas:
en el lugar vieron cavar un pozo a uno de los dos choferes de los remises
que tenía Quiroga, un joven de unos 22 años, inubicable
hace demasiados días.
Dos remises le quedaban a Omar de los cinco que había tenido. Y
dos eran los hombres que necesitaba para manejarlos: Angel y Chelo. El
hacía tiempo que permanecía en su casa cuidando a su esposa
en quien se profundizaba el desequilibrio emocional. Vivían cierta
debacle económica que comenzó, según varios allegados
entrevistados por Página/12, apenas Quiroga invirtió el
retiro voluntario como mecánico de Aerolíneas. Apostó
primero por un locutorio, que terminó cerrando, y luego por un
local de todo por dos pesos. Hacía tres años
que la casa, una de esas típicas construcciones de los setenta
con hall y antejardín, de persianas siempre bajas, estaba en venta
y sin mantenimiento a la vista. El último emprendimiento de Omar,
gastando lo que cobró de un herencia, fueron los remises. Compró
cinco. Le quedaban dos, más el auto que usaba para la familia.
Ella hasta el año pasado daba clases de apoyo escolar, pero
tenía problemas, un pozo depresivo muy fuerte. Siempre me dijo
que quería irse afuera, pero nunca supe qué quería
decir eso, le cuenta a este diario una mujer después de dejar
una flor en el frente de Castagna 5126. Y llora aferrada a la mano de
su hija, compañera de colonia de Belén.
La casa de los Quiroga, sobre una calle de asfalto y a una cuadra de la
avenida Gaona, tiene un patio con paredón bajo que da a la de un
matrimonio mayor, Héctor y Alcira. Héctor conoce ya las
versiones de toda la manzana. Su hija fue quien llamó a la policía
después de sospechar y cotejar con el resto de los vecinos. Así
es que sabe que la mujer que vive en la casa que da a la de las víctimas
escuchó claramente los gritos de la madrugada del 29 de setiembre
y los golpes que daban a su dormitorio, lindante con el comedor, la escena
del crimen. No llegó a alarmarse porque pensó que era una
pelea más fuerte que las de costumbre entre Omar y Emilse, contó
una fuente policial de la DDI de Morón a Página/12. Esa
es la testigo que podría convertirse en nudo de la resolución
del caso: a la mañana, uno de los choferes, conocido como Chelo,
le tocó la puerta y le pidió una carretilla. Ella se la
negó porque era de Héctor y Alcira. Pero poco más
tarde, desde un balcón lo vio mientras con una pala sacaba tierra
del patio. ¿Qué hacés cavando un pozo?,
quiso saber ella. Estoy haciendo una changuita para Omar,
se desligó él.
Pero a esa hora Omar, Emilse y María Belén ya estaban muertos,
en opinión de los investigadores. El asesinato, para fuentes de
la fiscalía, fue claramente al interior de la casa.
La encontraron desordenada, y sucia en algunos sitios, pero lavada en
otros. Había restos de sangre en varios cuartos. A la vista de
una simple lupa pueden verse los rastros rojo oscuro que quedaron en las
comisuras del azulejo. La puerta del dormitorio estaba rota, casi el único
signo de violencia, como si la hubieran pateado. Se especula con que alguna
de las tres víctimas intentó refugiarse allí. La
policía también halló un arma de Quiroga que nunca
fueusada, un cuchillo con manchas de sangre y una tijera junto a los cadáveres.
Los tres cuerpos, aparecieron encimados: los homicidas el fiscal
cree que son dos o más los ubicaron uno sobre otro, primero
a la chica, luego a la mujer, al final al hombre. El perro, un callejero
enano, quedó atado en el patio durante días, pero nadie
se explica cómo llegó al garage donde lo encontraron ladrando
ayer a la madrugada. Claro que, si bien son muchos los datos para el primer
día, lo que es un enigma es por qué mataron a los Quiroga.
RECLUSION
PERPETUA POR LA MUERTE DE SANTIAGO
Dos asesinos a la cárcel de por vida
La condena más extensa
del Código Penal, reclusión perpetua más accesoria
por tiempo indeterminado, fue aplicada a dos de los cuatro acusados por
la muerte de Santiago Pérez, un chico de ocho años asesinado
en agosto del 97 en Quilmes, cuando una banda de asaltantes intentó
robar el auto en el que viajaba con su familia. Los dos condenados, Juan
Francisco Correa y Gustavo Lescano, a quienes les imputaron tres robos
anteriores al crimen, en el mismo día, y un enfrentamiento posterior
con la policía, deberán pasar al menos 25 años tras
las rejas. Durante la lectura de la sentencia, dictada por la Sala I de
la Cámara de Apelaciones de Quilmes, estuvo presente el ministro
de Justicia bonaerense, Jorge Casanovas.
Correa y Lescano fueron encontrados coautores de los delitos de robo
calificado por uso de armas, en concurso real con homicidio cometido por
no haber logrado el fin propuesto al intentar el robo, resistencia a la
autoridad, abuso de arma y tenencia ilegal de armas de guerra. Cristian
Olmos, también procesado por la muerte del chico, irá a
juicio oral después de concluir las audiencias por el homicidio
de un policía. El cuarto de los integrantes de la banda permanece
prófugo.
¡Se hizo justicia!, dijo llorando Mirta De Lucca, madre
de Santiago, mientras otros familiares gritaban a los condenados: ¡Te
vas a pudrir en la cárcel, hijo de puta!. El ministro Jorge
Casanovas, en la audiencia, se mostró conforme con el fallo y descartó
que su presencia hubiera presionado a los jueces Pedro Uslenghi, Agustín
Alvarez Sagarra y Diana Alismonti. El tribunal consideró como agravante
el desprecio que mostraron al cometer el asesinato, y que
pudieron haber provocado la muerte de todos, no sólo del
niño.
A Correa le imputaron el robo del Renault 11 de Carlos de Barberi, asalto
a José Bucini y José Casco, cometidos minutos antes del
homicidio del chico, y a Lescano le aplicaron la reincidencia por otro
caso anterior y lo consideraron partícipe en dos de los hechos.
Ambos además fueron culpados de un enfrentamiento con la policía.
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