Por Carlos Polimeni
Durante muchos años,
Víctor Heredia fue un artista lleno de certezas y optimismo histórico.
El tema con que se dio a conocer para siempre en un Festival de Cosquín
de los agitados 60, Para cobrar altura, podría
funcionar como una síntesis de sus aspiraciones personales: aquél
era un joven que elevaba su voz por sobre la mediocridad del mundo, dispuesto
a cambiarlo a puro empuje, como parte de una generación que tomaría
los cielos por asalto. El vibrato de su voz, su actitud escénica,
sus veleidades de poeta, su tendencia a componer canciones que se soñaban
himnos, construyeron una personalidad atípica para la escena argentina:
un artista combativo y soñador con cierta facilidad para generar
éxitos. Eso le generó un público importante y, como
suele suceder, verdaderos coros de detractores. Su público, acaso
por una razón de ideología, ignoraba sus excesos y maximizaba
sus virtudes. Sus detractores, seguro que por ideología, subrayaban
sus errores y negaban de plano la verdad evidente de sus buenas canciones.
Entonces, el disco que acaba de publicar a través de su propio
sello, es claramente producto de un tiempo nuevo en su carrera. Es el
primero de sus trabajos dominado por una sensación de derrota y
desesperanza, el primero construido desde una especie de mansa resignación.
El resultado artístico es contundente: se trata de su mejor disco
en muchos años, como si la duda y el desencanto le resultaran un
ámbito artístico, a esta altura, más fértil
que la certeza y el optimismo.
Basta mirar el país, o sentir el país, y mirar el mundo
en octubre del 2001 para entender las sensaciones que recorren Entonces.
Buena parte de los temas revelan, además, que su fuerte actual
como autor y compositor son las canciones de medio tono, las introspectivas,
no aquellas demostraciones de garra vocal de antaño. Heredia es
como un jugador que recién de adulto aprendió a administrar
sus energías, sin que todo el mundo se dé cuenta, porque
hay como una especie de lugar histórico desde donde juzgarlo. En
ese sentido, este disco corre el riesgo de pasar desapercibido, a ser
tomado por más de lo mismo, y sería una pena. Entonces,
la canción que da título y abre el disco, ilustra por sí
misma el concepto: desde que comienza con un solo de guitarra de Daniel
Homer hasta que vira hacia una sonoridad típicamente cubana con
el piano de Lito Vitale ardiendo, está narrando el recorrido de
vida de una generación que creyó que podía transformar
el mundo y hoy lucha por no ser transformada por el mundo. En condiciones
desiguales, por cierto. Al mismo plano de reflexión pertenece El
hambre de la soledad y Hay días, los temas más
confesionales de la docena que incluye el trabajo. En ese marco, canciones
como El tren fantasma y Esta guitarra parecerían
fuera de contexto, si no fuese porque son asuntos recurrentes en el autor.
La perla, sin dudas, es la participación de Chico Buarque en Novicia,
un tema que bien podría haber salido de su pluma. Acaso mirándose
en el ejemplo inmenso de Buarque, uno de los más grandes y originales
artistas de la historia de la canción, Heredia haya encontrado
un camino: en el arte, los matices y los grises a veces dicen mejor que
los pensamientos rotundos y sus consecuencias, los blancos y los negros.
El mundo de Heredia parece lejos de la primavera de la revolución,
y Entonces opera como una reflexión artística sobre ese
no lugar.
Entonces
Entonces no existía esta pena, ni la ingrata condena de
mirar hacia atrás. /Entonces no importaba el destierro, ni
buscaba consuelo para la soledad.
Yo tenía sólo el horizonte, la mirada de los que no
temen/
enfrentarse al espejo, donde duermen los sueños mal nacidos
para volar./
Este tren que ahora me devuelve prometió un boleto sin regreso:/
pero andenes de ausencia vuelven con tu presencia y la tarde quiere
llorar.
Entonces me bastaban tus besos, tu alegría en mis huesos,
tu alarido de mar./ Entonces no tenía pasado, ni esta culpa
al costado, ni esta tos matinal.
Yo tenía sólo el horizonte, la mirada de los que no
temen/
enfrentarse al espejo, donde duermen los sueños mal nacidos
para volar./
Este tren que ahora me devuelve prometió un boleto sin regreso:/
pero andenes de ausencia vuelven con tu presencia y la tarde quiere
llorar.
Entonces me tumbaba en tus senos y era un hombre más bueno
desnudando tu amor./ Entonces desplegaba banderas. Era la primavera
de la revolución.
Víctor Heredia, 2001
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