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El juez Baltasar Garzón pidió la
extradición de 18 represores

La mayoría fueron detenidos
y excarcelados cuando el juez español solicitó su captura. El ex juez Víctor Brusa figura en la lista.

Juez español Baltasar Garzón a
la espera. La cancillería argentina deberá expedirse sobre su pedido.

El juez español Baltasar Garzón envió el pedido de extradición de 18 represores argentinos que fueron detenidos –la mayoría está excarcelada– por orden del juez federal Gabriel Cavallo acusados de delitos de genocidio, terrorismo y torturas. Ahora podrá expedirse la Cancillería argentina y si mantiene la posición que adoptó cuando Italia reclamó el juzgamiento de Alfredo Astiz, los acusados se quedarán en el país pero podrán ser investigados aquí.
Cavallo ordenó el arresto de las 18 personas de acuerdo con un pedido de detención que el juez español envió desde Madrid a través de Interpol el 21 de agosto pasado. Garzón reclamó la detención de doce represores de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y seis de la provincia de Santa Fe –entre ellos el ex juez federal Víctor Brusa, que sigue en prisión– por los delitos de “terrorismo desarrollado en base a múltiples muertes, lesiones, detenciones ilegales, secuestros y desaparición forzada de personas; y genocidio”. Se trata de acusados que no estaban incluidos en la nómina de 48 militares que fue cajoneada a principios del año pasado por el entonces juez Gustavo Literas, de acuerdo con los deseos del entonces ministro de Justicia y Derechos Humanos, Ricardo Gil Lavedra.
Ayer Garzón inició formalmente el proceso de extradición en el que intervendrán los gobiernos español y argentino. Y si el Ministerio de Relaciones Exteriores sigue la línea que trazó con el caso Astiz, la solicitud del magistrado español será rechazada.
El convenio de extradición entre Argentina y España establece en su artículo 7 que “si la parte requerida no accediere a la extradición de un nacional por causa de su nacionalidad debería someter el asunto a las autoridades competentes a fin de que pueda procederse judicialmente contra aquel”. Es decir, que los acusados en Madrid deberían ser investigados en Argentina y en el transcurso del proceso se debería evaluar la pertinencia o no de la aplicación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
Actualmente, la Cámara Federal porteña está evaluando si confirma –y se supone que lo hará– la declaración de inconstitucionalidad de estas normas. De cualquier manera, Brusa –acusado de colaborar con los torturadores santafesinos cuando era secretario del juzgado federal de Santa Fe– es civil y por lo tanto no puede beneficiarse con las normas que impidieron el castigo de los militares y miembros de las fuerzas de seguridad que violaron los derechos humanos durante la última dictadura. Brusa fue destituido de su cargo de juez federal luego de que sus víctimas se presentaran ante el Consejo de la Magistratura para relatar que el hombre los obligaba a firmar declaraciones obtenidas bajo tortura y que se descubriera que, fiel a su estilo, había atropellado con su lancha a un nadador y no le había prestado asistencia.
La Cancillería argentina tiene que recibir también un pedido similar proveniente de Alemania contra el represor Carlos Guillermo “Pajarito” Suárez Mason, acusado del asesinato de Elisabeth Käsemann. El Tribunal de Nuremberg ya envió la solicitud de extradición, pero en este caso las posibilidades de que prospere son más limitadas ya que el ex militar está preso por apropiación de bebés durante la dictadura. Cavallo también lo puso preventivamente a disposición de su juzgado.
En la lista de Garzón hay dos personas que están presas: el teniente de navío Jorge Carlos Rádice, que fue detenido en la causa en la que se investiga el robo de bienes de desaparecidos, y el capitán de fragata Jorge Luis Magnacco, médico que atendió partos de prisioneras secuestradas en la ESMA y fue detenido por ser partícipe de la apropiación del hijo de Patricia Roisinblit. Los que completan la lista son Maria Aevis, Miguel Angel Benazzi Berisso, Roberto Rubén Carnot, Héctor Romeo Colombini, Hugo Enrique Damario, Mario José Fasino –quien fue electo presidente de una comuna santefesina–, Roberto Oscar González, Salvio Olegario Menéndez, Juan Calixto Perizotti, Víctor Brusa, Fernando Enrique Peyón, Eduardo Alberto Ramos, Gonzalo Sánchez, Francisco Lucio Rioja, Raúl Enrique Scheller y José Antonio Suppicich.

 

OPINION
Por Ernesto López*

¿Fingir demencia y hacerse el otario?

Las posiciones que los representantes del Poder Ejecutivo –sucesivamente el ministro Jaunarena y el secretario Becerra– han venido sosteniendo a propósito del proyecto de Ley de Inteligencia Nacional son, paradojalmente, poco inteligentes. Uno, quizá, no debería sorprenderse de que sea así, dado que hace casi dos años que el Gobierno viene exhibiendo una escasa capacidad de comprensión y una poco menos que nula creatividad. Para muestra, dos botones: la curiosa interpretación presidencial de los recientes resultados electorales y la incomprensible –y contumaz, a fuer de reiterada– decisión de atacar la recesión económica reduciendo la demanda. Pero tratándose de temas vinculados al área de la defensa, hay lugar para el asombro. Al fin y al cabo, tanto a Jaunarena como a sus secretarios Tello y Lladós se les reconoce una aquilatada experiencia, cosechada en los tormentosos años de Alfonsín, cuando estuvieron en cargos similares a los que ostentan ahora.
El último intento de modificar el mencionado proyecto de ley, protagonizado por el secretario Becerra –con la obvia anuencia del Presidente y de los antedichos funcionarios de Defensa–, implica una notoria confusión. Propone cambiar el artículo 14 de aquel proyecto, dando lugar a la creación de un Consejo de Defensa, Seguridad e Inteligencia, cuya misión sería la de asistir al Presidente “en la coordinación de las actividades” relativas a esas áreas, según consta textualmente en los papeles que circularon en el Congreso.
Jaunarena, Tello, Lladós y Becerra no ignoran –no pueden ignorar– que tanto la Ley de Defensa Nacional como la de Seguridad Interior prevén, respectivamente, la creación de un Consejo de Defensa Nacional y de un Consejo de Seguridad Interior. Sin embargo, la flamante iniciativa del Ejecutivo no contiene ninguna indicación acerca de cómo compatibilizar los tres Consejos; tampoco se inclina por la supresión de los dos específicos. Propone, en síntesis, una confusa yuxtaposición, sin orden y sin razones. Así, el nuevo emprendimiento gubernamental choca contra disposiciones sustanciales de ambas leyes, las pone en entredicho y abre la posibilidad de modificarlas de hecho. Más importante todavía, Jaunarena, Tello, Lladós y Becerra saben perfectamente que tanto la ley de Defensa como la de Seguridad Interior se votaron prácticamente por unanimidad en el Parlamento, constituyendo un núcleo consensual pluripartidario valiosísimo, que ha venido encuadrando con relativo éxito el todavía acucioso asunto, entre nosotros, de las relaciones civil-militares.
En México, a esta clase de distracciones se las denomina “fingir demencia”. Como imagen literaria es mejor que nuestra cruda “hacerse el otario”. Aquella, además, aplicada a la política es portadora de un implícito: va sin decir que detrás de ella normalmente se oculta algún fin inconfesable. ¿Será este nuestro caso o se tratará simplemente de una falta de inteligencia aplicada a la Inteligencia?

* Especialista en sociología militar.

 

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