Por Julian Borger*
Desde
Washington
El canciller israelí
Shimon Peres estuvo en la oficina de Condoleezza Rice durante 15 minutos,
explicándole a la asesora de seguridad nacional norteamericana
las últimas noticias de su país, cuando el presidente George
Bush entró al recinto. En el léxico de la Casa Blanca, tales
encuentros se conocen como drop-bys (visitas casuales) y son
utilizados para entregar mensajes precisos. Esta vez el mensaje era claro:
saque sus tropas de las áreas palestinas. Según su relato,
el canciller israelí dijo a Bush que el ejército de su país
no tenía ningún deseo de estar ahí y que se retiraría
lo antes posible. Se supo que Estados Unidos está contemplando
solicitar al Consejo de Seguridad de la ONU que critique la ocupación
israelí, en caso de que ésta no finalice en uno o dos días.
Peres puede o no haber sabido en el momento, pero mientras lo tranquilizaba
a Bush, soldados israelíes se estaban preparando para otra incursión.
Menos de cinco horas después de la reunión en la Casa Blanca,
los soldados entraron al pueblo de Beit Rima en Cisjordania en un asalto
que mató a por lo menos siete palestinos. La campaña militar
en Afganistán ya está haciendo temblar la tierra bajo los
pies de los aliados árabes de Washington, quienes han estado rogando
por la intervención de Estados Unidos para apagar las llamas del
conflicto israelo-palestino.
Sean McCormack, un vocero del Consejo de Seguridad Nacional, expuso ayer
la posición del presidente, de que las tropas israelíes
deberían retirarse del Area A (distritos gobernados por los palestinos)
inmediatamente. Pero los funcionarios de Estados Unidos dicen ahora
que su capacidad para influir en la arena es más baja que nunca.
No sólo Sharon convierte el desafío a Washington como un
pilar de la política de su gobierno, sino que resulta cada vez
más claro para el Departamento de Estado que Yasser Arafat perdió
su control de la situación. Las herramientas usuales de la diplomacia
de Estados Unidos en la región ahora parecen débiles. El
secretario de Estado norteamericano Colin Powell ha estado planeando durante
varias semanas un programa claro para la cohabitación israelo-palestina,
incluyendo la creación de un Estado palestino viable, con una parte
de Jerusalén como su capital.
La colisión de la guerra en Afganistán, el asesinato del
ministro israelí Rehavam Zeevi, y las incursiones israelíes
todo en un momento en que las manos de Washington están atadas
en Medio Oriente, provocó una sensación cercana al
pánico en el Departamento de Estado. Algunos diplomáticos
de Estados Unidos creen que Sharon se está preparando para derrocar
a la Autoridad Palestina y volver a ocupar las áreas que ahora
gobierna. El Departamento de Estado cree que la caída de Arafat
provocaría el caos en Gaza y Cisjordania. Una opción era
enviar al director de la CIA, George Tenet, que goza de la confianza de
algunos de los palestinos más poderosos, incluyendo los jefes de
seguridad, Yibril Rajub y Mohammed Dahlan, a Medio Oriente. Tenet estaría
en la excepcional posición de hacer de intermediario para un cese
de fuego antes que sea demasiado tarde, pero está bajo fuego en
su país por el fracaso de la CIA para evitar los ataques del 11
de setiembre.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
OPINION
Por Claudio Uriarte
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Pour la gallerie
En realidad, la presión norteamericana para
que Israel evacue las tierras palestinas ocupadas es un ejercicio
de lo más pour la gallerie que podría pensarse. Y
literalmente, ya que la gallerie es el amorfo e ineficaz Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas, donde se dan turnos muchos
de los más acérrimos enemigos a muerte de Israel que
dependen de la ayuda norteamericana. Es, en otras palabras, un ejercicio
diplomático para mostrar al mundo árabe e islámico
que sus sensibilidades son tomadas en cuenta a la hora de las acciones
antiterroristas contra Afganistán. Es más: son tomadas
en cuenta en el foro que a esos Estados más les gusta, y
que es precisamente el más inocuo y menos vinculante. En
cierto sentido, se trata de un golpe de teatro y una farsa.
Israel, es cierto, depende para su existencia de unos 3000 millones
de dólares anuales de ayuda norteamericana, y ahí
es donde Washington podría efectivamente tratar de torcerle
el brazo. Pero no lo hace, y por una simple razón: la política
israelí ha cambiado, y se ha alineado a grandes rasgos con
las necesidades de su amigo americano. Estados Unidos podría
usar su gran tenaza si la política israelí hubiera
vuelto a 1967, cuando Cisjordania y Gaza eran consideradas partes
de Israel. Pero Israel reconoció la necesidad de un Estado
Palestino, y toda la sangre que actualmente se está derramando
es una trágica pero innecesaria banalidad que inevitablemente
deberá concluir en un acuerdo parecido al proyecto de Camp
David 2000: Estado Palestino en Cisjordania y Gaza con capital en
Jerusalén Oriental, erradicación de las colonias israelíes
más profundamente enclavadas en zonas densamente palestinas,
y un período de prueba donde se cederá gradualmente
la soberanía sobre el estratégico Valle del Jordán.
Hace falta que los palestinos acepten ese acuerdo, y no se sabe
si ocurrirá ni cuándo. Algo es claro: los israelíes
no concederán el derecho al retorno palestino
a Israel cuya misma presión demográfica significaría
su suicidio étnico-demográfico-constitucional, y Estados
Unidos ciertamente no apoyará un desenlace consistente en
dos nuevos Estados árabes en diferentes estadios de guerra
civil. Pero, por otro lado, también se equivocan los que
suponen que el apoyo de los republicanos a los palestinos es un
giro histórico: en Estados Unidos, el partido
de los judíos es el demócrata y el de los árabes
el republicano, por los jugosos negocios que sus hombres mantienen
con el petróleo de Alá.
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