Por Diego Fischerman
El primer concierto de la London
Sinfonietta tuvo el signo de un renunciamiento explícito. El grupo,
uno de los principales conjuntos de cámara de la actualidad, decidió
presentarse, en la sesión inaugural de la edición 2001 del
ciclo dedicado a la música contemporánea que organiza el
Gobierno de la Ciudad, como un quinteto de vientos. En el quinto año
consecutivo en que se realiza el festival, los ingleses partieron de una
declaración de principios montada sobre dos ejes: el repertorio
y, desde ya, la instrumentación.
La combinación de flauta, oboe, clarinete, corno y fagot (una combinación
típica, dentro de su marginalidad en la historia de la música)
que sedujo entre otros a Arnold Schönberg, tiene una tradición
más ligada al entretenimiento que al arte. De hecho, los instrumentos
de viento eran los elegidos, en épocas de reyes y príncipes
poderosos, para la música al aire libre. La asociación del
corno con la caza y de la flauta con lo pastoril, que dominó durante
toda la Ilustración, tampoco favoreció demasiado la reputación
de los grupos de vientos. Fue el siglo XX, con el trabajo de algunos compositores
como Stravinsky y Prokofiev, el que descubrió las posibilidades
de esta instrumentación para un lenguaje que se pensaba a sí
mismo como una respuesta al romanticismo y a las ideas narrativistas de
la música. Nada más puro, si se trata de música pura,
que un quinteto de vientos (aún en comparación con el ascético
cuarteto de cuerdas, que lo supera en matices expresivos). Y la London
Sinfonietta, convertida en quinteto de vientos, recorrió el espinel
desde Elliot Carter y Luciano Berio hasta Salvatore Sciarrino, Steve Reich,
Harrison Birtwistle y, tal vez, el único autor vivo que ya suena
a clásico indiscutido, György Ligeti. El comienzo de sus Diez
piezas para Quinteto de Vientos, una obra ya escuchada en vivo en Buenos
Aires a cargo del notable Quinteto Argos, tuvo el efecto de una confirmación:
la distancia entre la obra de este húngaro radicado desde hace
más de treinta años en Viena y la de la mayoría de
sus colegas es siempre evidente.
La obra inicial del concierto, Five Distances for Five Instruments, de
Harry Birtwistle (un autor al que la Sinfonietta le ha dedicado un buen
número de grabaciones) trabaja alrededor de contrastes muy marcados,
tanto entre las secciones de la obra como entre sus diferentes voces.
Aún sin deslumbrar como composición resultó un vehículo
más que eficaz para que el quinteto mostrara su ajuste, el control
sobre las calidades del timbre y, sobre todo, una fuerza que lo acerca,
en más de un momento, a un grupo de música popular. El breve
e intenso Quintettino de Salvatore Sciarrino -uno de los compositores
mimados del momento, en Europa, donde el grupo recurre a emisiones
no tradicionales y al golpe de las llaves sobre los instrumentos sin ser
soplados, entre otros recursos, reafirmó los valores del grupo.
Unas Variaciones de Elliot Carter un tanto escolásticas y previsibles
y una obra de Steve Reich en la que un clarinete solo se combina con superposiciones
de sí mismo pregrabadas fueron, en todo caso, el preludio de Ligeti.
Como bis, otra pieza del mismo autor, una de sus Bagatelas, pareció
acercar el universo de la música de cámara al ahora exitoso
balcanismo de Kusturica.
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