EL PAIS DE LAS MARAVILLAS
Tal cual estaba anunciado, tras las elecciones el problema principal
según los analistas del Gobierno es la gobernabilidad. No
se trata de reorientar las políticas que fueron rechazadas
por el sufragio sino hacer posible seguir gobernando con esas mismas
políticas.
Como en un desvío del ferrocarril, el tren de la política
se encamina entonces a una vía secundaria. Versiones, agitación,
expectativa en la Casa de Gobierno, se echaron a correr operaciones
para mover ministros o secretarios. Alguien dice que saldrá
Juan Pablo Cafiero porque está arreglando con los gobernadores
su regreso al peronismo. Otro, que el mismísimo Ramón
Mestre está arreglando con el gobernador cordobés,
José Manuel de la Sota. Las armas apuntan a las negociaciones
con los gobernadores, especialmente con los justicialistas. Cafiero
presentó su renuncia, De la Rúa se la aceptó
y comenzaron los tejidos para reemplazarlo. Patricia Bullrich era
la candidata, pero finalmente fue el segundo de Cafiero, el radical
Daniel Sartor. Además de peleas y reconciliaciones entre
Chrystian Colombo y Domingo Cavallo.
Se ha privatizado, se ha ajustado y se ha endeudado. Cada vez que
los últimos presidentes de la Argentina han hablado sobre
la valentía de tomar decisiones drásticas, las han
tomado y siempre en el mismo sentido. La gente no entiende en dónde
reside la valentía aunque en esos discursos presidenciales
está implícito que se trata de la valentía
de tomar decisiones en contra de lo que opina la gente.
Gobernar con tanta valentía no parece democrático
si se parte de que en democracia un presidente tiene la obligación
de cumplir con el mandato de sus electores. Es más, podría
decirse que para éstos, valentía es lo que habría
que tener para tomar medidas que los protejan de las grandes corporaciones
y, en general, de los poderosos. Visto así, Carlos Menem
y Fernando de la Rúa coinciden con el electorado en que ninguno
de los dos hizo lo que prometió en sus campañas, sino
lo opuesto. La diferencia está en que ambos presidentes aseguran
que se trató de valentía.
El voto en blanco superó con creces su piso histórico;
casi un tercio del electorado decidió marginarse de la vida
política; las hinchadas llevan a las canchas fotos de Bin
Laden con las camisetas de sus equipos; casi la tercera parte del
electorado de la Capital un electorado de clase media
votó a la izquierda; la Alianza fue duramente golpeada; el
justicialismo a duras penas sostuvo su piso histórico y en
ambos casos debieron echar mano a un discurso antimodelo cuando
han sido los responsables de instalarlo y profundizarlo.
Hay una crisis política profunda que responde a esa confusión
deliberada con Menem y De la Rúa entre los mandatarios y
sus mandantes. Pero que además se apoya en una situación
económica que está al filo de una crisis terminal:
se desplomaron los índices de la construcción, la
producción industrial y de consumo; la desocupación
aumentó y también los intereses bancarios y el riesgo
país. No han funcionado las medidas de competitividad, ni
los blindajes ni megacanjes.
Responder a la crisis política con medidas de gobernabilidad
es como querer curar la peste bubónica con aspirinas. Y responder
a la crisis económica con la misma política es querer
curar la peste con más peste. No es un mérito político
gobernar contra los intereses de la gente ni permanecer impávido
en medio de una crisis que afecta a todo el país. No hay
valentía ni grandeza en esas actitudes.
En una de sus primeras declaraciones como senador electo por el
justicialismo, Luis Barrionuevo reclamó que De la Rúa
debería dejar el gobierno. A su vez, el diputado delasotista
Eduardo Di Cola presentó un proyecto para modificar la Ley
de Acefalía. Ambos legisladores justicialistas confundieron
el mandato de las urnas con el interés partidario. La gente
no votó por un gobierno justicialista. El justicialismo tampoco
hizo una gran elección y deberá recorrer muchocamino
si quiere instalar un gobierno legítimo en 2003 y no aprovechar
simplemente el divisionismo de las otras fuerzas.
El triunfalismo en las filas del PJ recuerda el dicho de que en
el país de los ciegos el tuerto es rey. Y hace falta más
que un tuerto en el Gobierno para salir de este enredo. El PJ pagó
con la derrota del 99 el vaciamiento ideológico que
le infirió Carlos Menem y en otras condiciones tendría
que haber arrasado en estas elecciones legislativas. Con lo que
sacó le alcanzaría para ganar, pero no para gobernar
con comodidad, con tanta gente fuera del sistema político
y con una fuerte oposición a los ajustes y privatizaciones
que también están aplicando la mayoría de sus
gobernadores, muchos de ellos defensores, en su momento, de la instalación
del modelo propiciado por Menem y Domingo Cavallo.
La gente no votó un cambio de nombres o de personas, ni siquiera
un cambio de partido. Masivamente planteó un cambio de política.
Carlos Ruckauf, De la Sota y Carlos Reutemann, los tres gobernadores
presidenciables del justicialismo, no se han apartado del discurso
del modelo y sus críticas y diferencias con el Gobierno se
refieren esencialmente a la coparticipación. El ex vicepresidente
Eduardo Duhalde ha planteado junto con Raúl Alfonsín
propuestas que apuntan más a la producción, al igual
que el gobernador de Santa Cruz, el antimenemista Néstor
Kirchner. Pero el PJ no tiene un discurso claro aunque ahora se
plantee la derogación de la flexibilización laboral
como marco para la reunificación de las dos CGT bajo el ala
partidaria, como en las viejas épocas.
Cavallo, cada vez más ajustado en la camisa de fuerza de
sus políticas, metido en la dura negociación con los
gobernadores, ya tuvo que tantear tímidamente la posibilidad
de tocar la deuda. La reacción de las calificadoras de riesgo
fue feroz y le advirtieron que cualquier intento de bajar los intereses
sería considerado un default selectivo. Pero
la crisis parece llevar en forma acelerada hacia esa encrucijada
a una velocidad que ya no se detiene con paliativos. Y ha comenzado
nuevamente una fuerte campaña por la dolarización
que impulsan el menemismo y el sector financiero que no acepta bajar
sus ganancias aunque empuje al país a la bancarrota total.
Más allá de los intereses partidarios mezquinos, la
crisis está imponiendo el debate de fondo antes que las fuerzas
políticas alcancen a salir de la suya. El debate entre reestructurar
la deuda no con picardías como el megacanje que la
duplica, sino bajándola o dolarizar la economía
se da en un escenario donde son necesarias las decisiones drásticas
y donde existe un consenso ciudadano absolutamente mayoritario.
La dolarización no encuentra una expresión política
fuerte más allá del menemismo, algunos liberales y
su poderosa capacidad de presión. Pero desde el otro lado,
desde las fuerzas políticas más grandes, tampoco hay
decisión de enfrentar esa presión, e inclusive dentro
del PJ hay sectores que simpatizan con ella.
Es una encrucijada donde la negociación parece agotada porque
el sector financiero no acepta disminuir voluntariamente sus ganancias
y empuja inevitablemente a la aceptación incondicional y
definitiva de sus planteos, o a la confrontación. Son buenos
para semblantear, como en el truco, saben que los políticos
no están preparados para confrontar y que el tiempo corre
en su contra. Por eso juegan fuerte, pero están jugando su
última carta y no cuentan con la desesperación y el
agotamiento de la gente. No sería la primera vez en la historia
que la gente arrastre a los políticos.
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