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TAMBIEN LA CORTE SUPREMA Y EL HOSPITAL MILITAR
Ataque a la CIA en Antrax DC

La guerra del ántrax golpeó ayer a la CIA, la Corte Suprema de Justicia y el hospital Walter Reed del ejército. El efecto es la paralización progresiva de la capital estadounidense... y demandas de los carteros.

Negra: La situación se torna mucho más negra si se agregan los efectos morales de que cada día aparezcan más edificios contaminados y más empleados medicados.

Un buzón del edificio Dirksen
del Senado no recibe cartas.

Por Gabriel A. Uriarte
Enviado especial a Washington

Los agentes de la CIA intentan liquidar a Osama bin Laden, pero no parecen haber contado con la posibilidad de que Osama bin Laden los liquide a ellos. Ciertamente no pudieron evitar que las cartas ántrax que recorren la capital norteamericana llegaran ayer a su sede en Langley, Virginia, en cuyo anexo de correo se hallaron rastros de ántrax. El edificio, claro, tuvo que ser evacuado para realizar tareas de descontaminación y examinar a sus empleados. Lo mismo ocurrió durante este mismo día agitado en las oficinas de correo de la Corte Suprema y el centro de investigación médica y hospital Walter Reed del ejército. Con más y más empleados vulnerables a la infección, el uso “profiláctico” del antibiótico Cipro aumenta exponencialmente: en estos momentos hay aproximadamente 9044 personas bajo tratamiento, número que para el lunes, aun si no se descubren nuevos casos, habrá aumentado a 14.644. Al mismo tiempo, es muy posible que cualquier rastro de contaminación en un edificio lleve a su evacuación de facto. Los empleados postales, quienes ya sufrieron dos muertos y tres hospitalizados por ántrax, fueron a los tribunales ayer para forzar a la dirección del correo a evacuar la totalidad de las 200 sedes postales en la zona de Washington y Nueva York hasta que se pruebe concluyentemente que no hay ningún peligro de ántrax.
Y no hay indicios de que la investigación acerca del misterioso remitente de las cartas haya avanzado demasiado. El jueves, algunos científicos habían afirmado que los exámenes preliminares hacían creer que el ántrax fue tratado con un aditivo químico que aparentemente sólo se fabricó en Estados Unidos. La posibilidad era intrigante pero imposible de confirmar. Ni la comunidad científica ni los expertos en el área parecen tener idea de cuántas reservas de este y otros componentes químicos fueron guardadas luego de que se destruyera la mayor parte del arsenal biológico durante 1971 y 1972 tras un tratado con la Unión Soviética. Consultado por Página/12, Joseph Cirincione, director del Proyecto de No-Proliferación del Carnegie Endowment, dijo no saber “si sigue habiendo muestras en el país”. A menos que haya una gigantesca y extraordinariamente bien coordinada conspiración de silencio, el único que parece saber acerca de los stocks secretos del gobierno es el gobierno. Pero en cierto sentido, la teoría conspirativa sería la más reconfortante, ciertamente comparada con la alternativa que planteó ayer el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer: “No puede descartarse que el ántrax usado fuera producido por un Estado, pero sólo hace falta alguien con un doctorado en microbiología y un laboratorio pequeño y bien equipado para producir lo que se usó en estos ataques”.
Es que la capacidad de desorganización de la bacteria usada ya probó ser enorme. Ayer la capital norteamericana registraba infecciones con ántrax en todos los puntos cardinales: al norte, el hospital Walter Reed; al este, la CIA en Langley; al sur, el anexo de la Casa Blanca en la base naval de Anacostia y, claro, el Senado y la Corte Suprema; y al oeste, cerca de los límites del Distrito de Columbia, está el foco de todo esto: la muy infectada central de correo de Brentwood. Y no hay ningún motivo para pensar que esto marca el límite de las infecciones. En principio, porque el ántrax demostró la capacidad de filtrarse de sus sobres: por lo tanto, existe un potencial de infección a lo largo de las líneas que conectan Brentwood con los lugares donde se registraron los otros casos de ántrax, lugares que están diseminados por toda la capital. Ayer, por ejemplo, se tuvo que testear la residencia oficial del vicepresidente Dick Cheney, amén del régimen obligatorio de Cipro para sus empleados, ya que recibe parte de su correo desde Langley. Además, no se sabe qué sobrescausaron las últimas infecciones: lo único seguro es que no fue el que llegó hace casi dos semanas al Senado.
El denominador común de la expansión del ántrax es la parálisis. Es cierto que las “bajas” propiamente dichas son proporcionalmente insignificantes. Pero ni el gobierno ni los expertos enfatizan ese dato como lo hacían hace dos semanas, y por un motivo muy simple. Hay otro número, anticipados por Página/12 la semana pasada, que son enormes de cualquier forma en que se lo mire: la cantidad de personas bajo tratamiento. Hay que repetir que el Cipro es efectivo contra el ántrax porque es un antibiótico extremadamente poderoso, y por tanto tiene efectos secundarios bastante duros que degradan la condición física de quienes lo toman, cuyo número está a punto de rebasar las 10.000 personas. Los constantes “re-descubrimientos” en lugares muy infectados como el correo (y, ayer, el edificio Hart del Senado) están empujando al gobierno a considerar el uso de la vacuna contra el ántrax bajo control del Pentágono (la cual causa secuelas aun más devastadoras que el Cipro) para los empleados vulnerables. Ya ordenó vacunar al personal de investigación y descontaminación en vista de “su constante exposición”.
La situación se torna mucho más negra si se agregan los efectos morales de que cada día aparezcan más edificios contaminados y más empleados medicados. Era natural que los primeros en quebrar fueran los empleados postales, quienes sienten, con buenos motivos, ser considerados sacrificables en aras de mantener la apariencia de que la maquinaria del gobierno sigue funcionando. “La gerencia ha fallado en tomar medidas activas contra el ántrax”, enfatizó ayer la sindicalista Judy Johnson al explicar por qué el lunes querellará al correo para que cierre y desinfecte todas las instalaciones que podrían haber sido infectadas. En Nueva York, los empleados de la central en Manhattan hicieron lo mismo ante una corte local luego de que fueran ordenados a volver al trabajo ayer aun luego de que descubrieran focos de ántrax en cuatro partes del edificio. Si aparecen aun más casos durante el fin de semana, es probable que los empleados postales no aguarden el fallo judicial y simplemente se niegen a ir a trabajar. Nadie puede estar seguro que estos motines no se extiendan a los demás organos del gobierno afectados. Es una lista de donde cada vez menos están eximidos.

 


EL PENTAGONO BUSCA NUEVOS METODOS CONTRA EL TERRORISMO
Inventor urgente se necesita: llame ya

Por Enric González
Desde Washington

El Pentágono busca inventores. Y los busca con urgencia. Para combatir el terrorismo ya no le bastan los productos del “complejo industrial militar”, las poderosas compañías que durante décadas han fabricado armamento y han impuesto su poder en Washington, como denunció el propio presidente Dwight Eisenhower. Ahora el Pentágono reclama la ayuda de pequeñas compañías o de inventores individuales que tengan una idea capaz de convertir en realidad los sueños de los militares, incluyendo los imposibles.
El Departamento de Defensa sueña, por ejemplo, con disponer de un mecanismo que permita ver a través de las paredes. O un sistema infalible de identificación por la voz. O un programa informático que detecte quién compra, en cualquier lugar del mundo, un producto susceptible de convertirse en explosivo o en arma química o bacteriológica. Por una vez, el Pentágono ha decidido dejar de lado los trámites burocráticos y ha “colgado” en Internet algo que podría parecerse a una carta a los Reyes Magos, con 38 peticiones más o menos fantasiosas. Aunque algunos de los “regalos” se refieren a tecnología ya disponible, como los sistemas de identificación de un rostro determinado dentro de una multitud (eso se ha utilizado ya en algunos estadios deportivos), la lista de los inventos con los que sueña el Ejército de los Estados Unidos roza ocasionalmente la ciencia ficción. Pero además hay prisa: quien se sienta en condiciones de fabricar uno de esos objetos, debe presentar una propuesta de una sola hoja antes del 23 de diciembre y comprometerse a entregar las primeras unidades en un plazo máximo de 18 meses. El dinero no es problema.
La “carta a los Reyes Magos” se divide en tres apartados. En el primero, referido a la vigilancia se pide, por ejemplo, un sistema global de video que permita el seguimiento continuo de un individuo, un polígrafo portátil (“máquina de la verdad”) para su uso en aeropuertos y centros de transporte, una base de datos lo bastante amplia como para detectar conductas sospechosas, y una computadora que reconozca instantáneamente los idiomas de Oriente Próximo o detecte el más mínimo acento de esos idiomas en alguien que hable inglés.
En el apartado de “detección de armas”, el Pentágono quiere aparatos portátiles para analizar la presencia de agentes tóxicos en el agua, métodos para descubrir si un individuo ha manipulado sustancias peligrosas y, dispuestos a delirar, “un sistema que descubra instrumentos de guerra química y bacteriológica antes de que puedan utilizarse en un ataque”. Para sus operaciones estrictamente militares, al Pentágono le iría bien un sistema de detección de escondites subterráneos o cuevas camufladas, un sistema acústico o electromagnético “que detecte la presencia de enemigos” y un chaleco antibalas que pese muy poco, pero detenga tanto proyectiles como armas blancas.
Se admiten propuestas hasta el 23 de diciembre.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

 

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