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MISTERIOSA OPERACION COMANDO
EN EL DESIERTO AFGANO CONTRA UN ALIADO DE PAKISTAN
¿Quién entregó al comandante antitalibán?

Mientras Estados Unidos volvía a bombardear por error un edificio de la Cruz Roja en Afganistán, uno sus aliados militares clave fue objeto de una emboscada y asesinado en el desierto afgano. Era aliado de Pakistán, cuyos servicios secretos, se sabe, están llenos de simpatizantes de los talibanes.

Por Eduardo Febbro
Desde Peshawar

Espías, agentes infiltrados, carreras con caballos por las montañas, helicópteros y aviones norteamericanos movilizados para salvar a una de las figuras más míticas de la resistencia afgana: la guerra en Afganistán cobró visos película de espionaje con la captura y la posterior ejecución del ex comandante mujaidin Abdul Haq. La milicia fundamentalista talibana marcó un punto considerable al haber dado con el paradero de uno de los siete grandes líderes de la resistencia afgana cuya misión secreta consistía en “trabajar” desde el interior para obtener la adhesión de gobernadores jefes de tribus y “elementos moderados” del sistema talibán dispuestos a levantarse contra el régimen del mullah Omar. Queda, sin embargo, la incertidumbre sobre quién pudo traicionar la posición de Abdul Haq en el desierto afgano.
Ex jefe de seguridad del gabinete de Rabbani que gobernó Afganistán tras la huida del ejército rojo, héroe de la guerra contra los soviéticos, Abdul Haq cumplía en Afganistán una misión avalada por los servicios secretos paquistaníes. La dimensión de su tarea revela el alcance del golpe dado por la milicia talibana. Escoltado por 100 hombres, Haq había ingresado hace cerca de una semana a Afganistán para negociar con los sectores moderados de la etnia pachtun. Se trataba de una misión tanto más esencial en la estrategia de “derrocamiento interno” del régimen cuanto que los pashtunes no sólo son mayoritarios en Afganistán, sino que, por sobre todas las cosas, es en el seno de esa etnia donde se encuentran los partidarios más fervientes del poder actual.
Según afirmó el jefe de la agencia de prensa oficial de los talibanes, Afghan Islamic Press, Abdul Haq fue sentenciado como “espía norteamericano” e inmediatamente ejecutado en Kabul “de una ráfaga de Kalashnikov”. La misma fuente aseguró que el jefe mujaidin llevaba una importante suma de dinero en dólares y “documentos de una importancia capital” para comprender la meta de las operaciones que estaba llevando a cabo. Todo apunta a demostrar que los servicios secretos talibanes estaban al corriente de las actividades de Abdul Haq. Perseguido desde hacía 48 horas, el mujaidin fue “encontrado” en las montañas de la provincia de Logar, al sur de Kabul. Personaje clave dentro del complejo esquema de la guerra, Abdul Haq no sólo contaba con el apoyo de los servicios secretos de Islamabad sino también con la “protección” de Estados Unidos. Cuando los talibanes lo cercaron en las montanas junto a la cincuentena de hombres que lo protegía, el líder afgano dejó a sus hombres de anzuelo, pidió ayuda a los norteamericanos con el teléfono satelital que llevaba y se escapó a caballo. Los norteamericanos mandaron inmediatamente refuerzos para salvarlo. Dos helicópteros y un avión intervinieron en la escaramuza, pero no lograron rescatar al mujaidin. No cuesta mucho imaginar la importancia de Abdul Haq. Para que Estados Unidos haya intervenido de esa manera corriendo el riesgo de perder un helicóptero en el intento, eso significa que Abdul Haq era uno de esos hombres de la sombra sobre cuyas espaldas suelen decidirse el destino de los conflictos.
Hace poco más de dos semanas, Página/12 pudo conversar con el mujaidin en la casa que tenía en Peshawar, donde residía desde 1998. Convertido en hombre de negocios, Abdul Haq no había abandonado por completo la actividad política. Según explicó en ese encuentro, para él la intervención norteamericana significaba “una sentencia de muerte” a todos los esfuerzos que se estaban haciendo para derrocar en debida forma a la milicia radicalizada. Haq decía que las represalias contra el régimenafgano intervenían en un momento en que existía cierta “convergencia” en el seno de varias tribus con vistas a cambiar la estructura de poder dominante. Afable y enérgico, Haq detalló a Página/12 la existencia de un “ala talibana honesta y coherente” dispuesta a aceptar “un cambio” basado en un conjunto de garantías “en torno a un gobierno de unidad nacional”. Dichas garantías comprendían la “no intervención de EE.UU.”. El tiempo y las bombas orientaron el juego en otra dirección. Sin embargo, el mujaidin no perdió la esperanza de “reparar los daños causados por las represalias norteamericanas”. Según él y a pesar de las apariencias, el régimen de Kabul no era tan compacto como se creía. Abdul Haq estaba convencido de que “más de la mitad de los talibanes del país” carecían de las “ideas radicalizadas” que caracterizan a la milicia.
Tras los bombardeos norteamericanos contra Afganistán, Haq siguió con la misma idea y empezó a jugar a fondo la única carta política que le parecía coherente para derrocar al mullah Omar. Los paquistaníes estaban decididos a provocar una revuelta en el seno mismo de las tribus de la etnia pashtun y Haq fue uno de los operadores de esa causa. Su misión consistió concretamente en “fomentar una tercera fuerza” dentro de la etnia pashtun. Su arresto y su posterior ejecución constituyen un inobjetable éxito para los talibanes y un serio golpe para quienes estaban labrando el terreno afgano con el objetivo de acortar el suplicio de las bombas mediante una rebelión tribal. Esa era la línea adoptada por Pakistán. Islamabad pretendía así apartar del poder a la milicia radical sin borrar del mapa político a los talibanes y conservando un gobierno dominado por la etnia pashtun. Esta es la segunda vez que los talibanes aciertan un golpe profundo en el corazón de la oposición armada. Cuarenta y ocho horas antes de los atentados de Nueva York y Washington, el líder de la Alianza del Norte, el comandante Massud, moría en un atentado perpetrado por dos falsos periodistas de la televisión marroquí. Con Massud, la Alianza perdió al hombre más popular de Afganistán y al estratega carismático de la guerra contra los talibanes. Abdul Haq es la nueva víctima de un proceso que acaba de perder a uno de sus actores mas secretos y decisivos.

 


 

“LIBERTAD DURADERA” DESTRUYE OTRO EDIFICIO DE LA CRUZ ROJA
La Armada Brancaleone despliega sus cañones

Por E. F.

Los hospitales paquistaníes que se encuentran en las ciudades fronterizas como Peshawar y Quetta no dan abasto. Desde hace nueve días, la afluencia de refugiados afganos heridos no hace más que aumentar. Los relatos son cada día más espeluznantes. Página/12 pudo entrevistar a decenas de refugiados que entraron a Pakistán de manera clandestina. Las descripciones son apocalípticas, y no sólo las que atañen a lo que ocurre dentro del territorio sino también en los campos de refugiados situados en las cercanías de las fronteras. Varios testigos oriundos de Kabul y sus alrededores narraron los incontables errores de los bombardeos estadounidenses y el clima de terror que hacen reinar en la capital afgana los talibanes y los hombres de la red de Bin Laden, Al-Qaeda. Muchos refugiados explicaron de manera convergente la misma situación. Para escapar a los bombardeos, los talibanes duermen de noche en las montañas y cuando bajan a la ciudad de día se esconden en las casas de los civiles, adonde han trasladado una buena parte de sus sistemas de comunicación.
Los relatos de la frontera son mucho peores. Un refugiado proveniente de Kabul contó a Página/12 que los “talibanes fabricaron un falso campo cerca de un pasaje fronterizo con Pakistán. Allí se ponen al abrigo de las bombas junto a centenares de hombres de la red de Bin Laden, en su mayoría árabes extranjeros, que se esconden con ellos”. Otros testimonios obtenidos por este diario dan cuenta de que los mismos talibanes retienen por la fuerza a los hombres afganos sometiéndolos a un doloroso chantaje: dejan pasar a sus familias hacia Pakistán a cambio de que ellos se queden como “combatientes forzados” para aumentar la resistencia talibán. Paralelamente, las críticas contra la operación norteamericana se tornan más virulentas a medida que los famosos “daños colaterales” se incrementan cada día. Por segunda vez en lo que va del mes, la aviación norteamericana bombardeó por error dos depósitos llenos de ayuda alimentaria pertenecientes a una organización internacional. Esta vez se trata de dos locales del CICR, el Comité Internacional de la Cruz Roja, situados en Kabul. “A este ritmo, tenemos para dos años de errores y miles de muertos civiles, sin contar la gente que va a morir después de la guerra por culpa de las bombas racimo” , comentaba ayer un militar paquistaní que ponía de relieve la “potencia ciega de EE.UU.”. El operativo parece extenderse en el tiempo sin alcanzar sus objetivos. En Pakistán se habla de “táctica borrosa”, tanto más borrosa cuanto que la operación militar se lanzó sin antes haber previsto con suficiente solidez quién reemplazaría a la milicia fundamentalista una vez que fuese derrotada. Hoy, el poder talibán sigue en pie pero el que debe reemplazarlo no existe todavía.

 

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