Por Julio Nudler
La definitiva eliminación
del régimen previsional de reparto, con disolución de la
ANSeS y entrega a las AFJP del manejo de todo el negocio jubilatorio es
el componente más detonante del paquete de nuevas medidas que tiene
intenciones de anunciar esta semana el Gobierno. Esta novedad sería
más atemorizante que una encomienda colmada de esporas de ántrax.
Si la iniciativa vence las resistencias que aún se le oponen, el
Tesoro debería emitir un gigantesco bono a muy largo plazo se
habla de 30 años-, destinado a las Administradoras. El papel estaría
diseñado de tal modo que sus servicios y amortizaciones calzarían
exactamente con los pagos que, a partir de este momento, deberían
efectuarle las AFJP a todos los jubilados. Los grandes bancos internacionales
que se han alzado con el control del circuito previsional privado en el
país se quitarían de encima al Estado como competidor del
sistema de capitalización, pero además agrandarían
notablemente su negocio porque se multiplicaría el monto de los
seguros de retiro y las rentas vitalicias que aseguradoras pertenecientes
a esos mismos holdings bancarios les venderán a los trabajadores
en el momento en que éstos pasen de la vida laboral activa a la
pasiva. Más allá de los problemas que encontraría
el gobierno de Fernando de la Rúa para colar esta nueva reforma
por el Parlamento, los objetores de la propuesta indican que implicaría
un salto colosal en la deuda pública documentada, empeorando así
los malos cocientes que muestra el país. Aunque el pago a los jubilados
es una obligación que ya tiene el Estado y se entiende hacia el
futuro, ella pasaría a estar instrumentada en un documento, con
lo que podría ser sumada a la contenida en bonos o letras.
La universalización de las asignaciones familiares será
presentada, por su parte, dentro del capítulo de medidas sociales,
aunque según algunos cálculos permitiría ahorrar
unos $ 350 millones al año, con lo que satisfaría al mismo
tiempo un objetivo de ajuste fiscal. La idea es que este haber tenga por
destinatarios a todos los niños, independientemente de la situación
laboral de sus padres. No importará, por tanto, si tienen o no
empleo, o si trabajan en blanco o en negro. De acuerdo al diseño
original, la ANSeS debería encargarse de pagarles el haber a todas
las familias con hijos. Este sistema implicaría la desaparición
del subsidio por cónyuge.
Otra de las medidas con un aspecto de redistribucionismo social y otro
de torniquete fiscal consistiría en la eliminación de los
Planes Trabajar, y su remplazo por una tarjeta de débito, cargada
con 150 pesos cada mes, que se entregaría a los indigentes para
que éstos puedan consumir en todos los comercios que adhieran.
Es obvio que este mecanismo funcionará en la medida en que Hacienda
deposite los fondos sin demoras ni faltantes. Calculan que, en el pasaje
de un sistema a otro, el Tesoro se quedará con unos $ 150 millones
anuales.
En otro sentido, con las tarjetas se procura suprimir la fuente de financiación
por modesta que sea de los movimientos piqueteros, ya que
aquellas darán acceso a cualquier producto barato que pueda descubrirse
en una góndola pero nunca a dinero. Por otro lado, los portadores
de estas tarjetas tendrían opción a medicamentos cedidos
gratuitamente por los laboratorios. Estos vienen discutiendo desde hace
meses la donación de remedios para los carecientes.
La filantrópica idea surgió como un operativo de imagen,
para contrarrestar las crecientes críticas por los altísimos
precios de las medicinas en la Argentina, grave problema frente al cual
el Gobierno de la Alianza no encaró acción alguna. Ahora
bien; precisamente por sus precios, los remedios resultan inalcanzables
para los pobres, por lo que al entregar gratuitamente para esos destinatarios
cantidades limitadas y de ciertas especialidades de valores relativamente
bajos, los laboratorios no sacrificarán ventas. A su vez, los funcionarios
tendrán algo positivo queanunciar en la materia, sin necesidad
de enfrentarse con los poderosos lobbies farmacéuticos.
Entre los anuncios simpáticos del pacote figurará una reducción
en la alícuota del IVA para quienes compren con tarjeta. En ese
caso, la tasa bajaría de 21 a 18 por ciento, aunque es posible
que la quita se estire a cinco puntos para volverla más efectiva
como estímulo para los consumidores. Se supone que el erario no
perderá ingresos porque el uso de la tarjeta en lugar de efectivo
disminuirá la evasión tributaria.
También podrá resultar grato que el BCRA ofrezca a los bancos
fondos al 6 por ciento anual para que se los represten a pymes. Pero el
problema de estas líneas es siempre que el riesgo crediticio de
cada operación debe ser asumido por la banca, por lo que la real
utilización de los fondos pasa a depender de la predisposición
de los banqueros, y de la medida en que éstos juzguen dignas de
crédito a las pequeñas y medianas empresas que integran
su clientela.
En el plano de las fantasías, también se insistirá
con el lanzamiento de un fondo para la financiación de obras de
infraestructura, útiles tanto para subsanar algunas manifiestas
carencias las actuales inundaciones son un dramático ejemplo
de éstas como para intentar que la tasa de desempleo no cruce
muy pronto, marcha arriba, el listón del 20 por ciento. Pero el
remanido Fondo de Infraestructura, que se remonta a los tiempos de Nicolás
Gallo en esa cartera, sigue siendo una caja vacía.
Por un lado, se promete llenarla con los ahorros fiscales
que generarán otras medidas del paquete, pero esto suena grotesco
en momentos en que Hacienda está en una cesación de pagos
selectiva y ni siquiera puede cumplir con compromisos imperiosos. Por
de pronto, no podrá pagarles al medio aguinaldo de fin de año
a los empleados públicos (uno de los recortes que deprimen el consumo,
mientras por otro lado se lo quiere estimular). En cuanto a créditos
bancarios o colocación de títulos en el mercado de capitales,
la realidad es que no existe financiación de ninguna clase para
proyectos a largo plazo en la Argentina, y si se consiguiese alguna, sería
a tasas de interés incompatibles.
Lo cierto es que todo este improvisado paquete debe servirle de envoltura
a las dos tareas fundamentales que se planteó el Gobierno para
salvar su agonizante plan de déficit cero. Una es la negociación
con las provincias, para que, a cambio de un alivio en el costo de sus
deudas, legitimen la supresión del monto fijo de coparticipación
($ 1364 millones mensuales) que les garantizó la Nación
en diciembre del 2000, y también digieran la incertidumbre de recibir
tanto dinero como permita la declinante recaudación de impuestos
nacionales. Deben asimismo aceptar la licuación de la base tributaria
de la coparticipación por sucesivas decisiones de Domingo Cavallo,
al no coparticipar el Impuesto a las Transacciones Financieras y permitir
que diversas contribuciones no coparticipables se deduzcan, como pagos
a cuenta, de otras que sí lo son.
La otra tarea se refiere a los onerosísimos bonos-pagaré
que Hacienda les vendió a los bancos y los fideicomisos tapaderas
de títulos públicos, para burlar los topes legales
que figuran en los fondos jubilatorios que manejan las AFJP. Esta es una
masa de 5500 millones, sobre la cual Economía pretende pagar rentas
menos imposibles. Sin embargo, aunque este tramo local de acreedores permite
mayor margen de maniobra y arreglos transaccionales indirectos, los avances
del equipo económico provocaron la reacción de la calificadora
Standard & Poors, amenazando con una nueva degradación
de la nota crediticia del país si impone a las financieras una
resignación difícilmente voluntaria de ganancias. Pero la
opinión que predomina entre los economistas es que Cavallo no se
dejará amedrentar por esa advertencia, quizá por valentía,
o porque ya no le queda otra opción.
Reacción a
resorte
El paquete era esperado para el lunes 15. El viernes 12 un vocero
gubernamental llegó incluso a predecir que vería la
luz durante ese fin de semana, sorprendente revelación porque
el domingo 14 se votaba. Previéndose el desastre electoral
de la Administración De la Rúa, se suponía
que ésta no perdería un minuto en lanzar medidas para
recuperar la iniciativa política. Pero ni siquiera hoy, domingo
28, las habrá, aunque hasta anteanoche las oficinas de Presidencia
y aledaños invitaban a ir acomodándose en las graderías
para no perder detalle del mensaje que emitiría el morador
de la Rosada.
Ahora ya nadie, ni el vocero Juan Pablo Baylac, está en condiciones
de informar una fecha precisa. La gomosa demora no tiene una sino
varias causas, de las cuales una es la falta de redacción
de los instrumentos con que deberán ponerse en marcha las
decisiones. En los equipos de gobierno, incluido el Ministerio de
Economía, escasean los entendidos en estas cuestiones, de
manera que cada texto legal ocasiona discusiones y consultas interminables.
También hay, por supuesto, otras razones, como la guerra
oral que libran cavallistas y gobernadores en torno de los manotazos
a la plata de los contribuyentes, pelea contemplada con beneplácito
por los banqueros, que verán favorecidos sus intereses ante
la división que reina entre sus deudores.
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