¿Es o se hace? La visión
más difundida, las caricaturas, los programas de alto rating, los
imitadores lo pintan como un hombre lento, irresoluto, falto de reflejos.
Pero existe una mitología, acuñada en Palacio o en
Villa Rosa cuyo remoto origen es la frase de su hijo Antonio (el
Viejo maneja los tiempos porque es un fondista) que preconiza que
sus dudas no son tales, sus imprecisiones encubren astucias y sus desaguisados
son todos aciertos. Lo describe como un maestro en triturar a sus competidores,
mientras estos se distraen en desdeñarlo.
Piensa así su familia que, según es fama, integran
sus hijos y Fernando de Santibañes y también varios
jóvenes funcionarios del grupo sushi. Pulverizó a
Graciela, a Chacho. Ahora también quedaron en el camino Alfonsín
y Moreau. Y le va ganando la interna a Cavallo, que hace seis meses lo
arrollaba, explican aunque usted no lo crea.
Queda una tercera interpretación propia de sectores progres o de
izquierda. Fernando de la Rúa no duda a la hora de tomar medidas.
Es un hábil cuadro de la derecha que siempre aplica las medidas
y recetas preconizadas por el establishment o los organismos financieros.
Cabe descartar la segunda, producto del espejismo que produce el amor
filial o de argucias de obsecuentes que se cuecen al calor del poder.
Si alguien se ha depreciado durante este gobierno es el propio Presidente,
que ni siquiera pudo imponerse en la interna partidaria de la UCR en su
feudo porteño. Su imagen pública barre el piso y su poder
es ínfimo. Su sueño de reelección se ha reducido
a la modesta y quizá inalcanzable ambición de completar
su mandato.
Entonces ¿conservador irreductible o indeciso crónico? En
alguna proporción, las dos cosas. Es claro que el presidente es
un hombre de centroderecha, a la luz del actual espectro de la política,
muy corrido hacia la derecha. Conservador en materia cultural, clerical
orientado al sector más reaccionario de la Iglesia, de buena onda
con las Fuerzas Armadas (aun por razones de familia), muy desentendido
de la problemáticasocial. En economía es un neoconservador
convencido de la necesidad de los equilibrios fiscales, un devoto ante
tempus del dogma de déficit cero. Cree seriamente, juran quienes
lo conocen, en la asoladora política que viene aplicando. En ese
sentido, ha hecho algo parecido a lo que quiere aunque los resultados
de la medida lo depriman y, en buena medida, lo sorprendan.
De ahí a considerarlo un demiurgo astuto que mueve todos los hilos,
media un campo. Su tempo para tomar decisiones es lentísimo y le
juega en contra, aún cuando las decisiones tengan que ver con sus
anhelos o su ideología. Es obsesivo hasta el detalle, desconfiado
hasta exasperar a sus más amigos, reservado hasta frisar el enigma
pero todas esas características, a la hora de decidir, funcionan
como ripios antes que como destrezas. Ya es bastante problema, es una
democracia de masas, que todos desde mi prima la pelirroja, desprevenida
espectadora de Tinelli hasta los decisores políticos o empresarios
crean que uno es lento y siestero. En este caso se agrava porque, encima,
lo es. En cada crisis de gabinete que afrontó dilapidó tiempo,
perdió iniciativa, dejó que el espacio público se
llenara de rumores y operaciones. En muchas decidió mal para los
intereses de su coalición y aún de sí mismo. Ascendió
a Alberto Flamarique para despedirlo en un día. Desgastó
a Ricardo López Murphy en una semana. Y así. Nótese
que no se habla de las eyecciones de Chacho Alvarez o Juan Pablo Cafiero
que desde alguna óptica pragmática, si que mezquina
y cortoplacista pueden considerarse logros. Se trata de hombres
bien de su palo a los que hizo crema con sus precarios manejos.
La designación de Daniel Sartor es una buena muestra del estilo
y los límites presidenciales. Nombrar a un ministro ignoto en supuesto
reconocimiento a una minúscula rosca partidaria es una astucia
que le quedaría corta a un Intendente. Poner a un dirigente cuestionado
que, puesto a recorrer su curriculum, fue hecho trizas por TV en el programa
de Jorge Lanata a pocas horas de asumir, un desgaste innecesario. Tanto
que De la Rúa debió correr a defenderlo en público
antes de que el hombre hubiera sentado sus reales en su sillón.
De la Rúa nombró a Sartor en un impromptu decisorio, tras
charlar con él durante un viaje. Igual aconteció con Juampi
Cafiero, lo que sugiere ciertos modos de inspiración presidencial.
Su actual decisión admite también una lectura política.
En épocas de carestía, es sabiduría política
trasladar de algún modo los conflictos al Gobierno. Promover una
suerte de neocorporativismo en los que distintos intereses estén
representados. Por caso, que haya un conservador amarrete en Hacienda
y una figura de más sensibilidad social con peso y ambiciones
que maneje el área social, y pelee con fuerza recursos para la
.mano izquierda del estado.. Dirigentes del Frepaso o de cierto sector
del radicalismo podían representar al menos una búsqueda
en ese sentido. Elegir a un soldado del déficit cero equivale a
desamparar el área social. Poner a un Ministro sin poder, otro
tanto. Eso, dirá el lector no es un error, es ideología.
Bueno, de eso se trata: usualmente se decide mal y tarde y se define por
derecha. A menudo las dos cosas juntas. Aunque con una aclaración
más: un conservador lúcido en el mundo los hay y en
la Argentina también: casi todos los gobernadores no desampararía
la acción social en un contexto de desempleo y recesión
aunque más no fuera para contener conflictos potenciales.
¿Se ha formado una pareja? Hablamos de Domingo Cavallo y Chrystian
Colombo, dos pilares del gobierno cuya relación ha dado mucho que
hablar en estos días. Tras su patético viaje en la clandestinidad
a Estados Unidos del que volvió desamparado y sin un maravedí
en los bolsillos, Cavallo aterrizó en la negociación con
los gobernadores. A su manera. No sería riguroso decir que le puso
fin nada es definitivo en ese truquero escenario de regateos y bluffs
pero sí la complicó. Y ciertamentedesautorizó al
Jefe de Gabinete, alterando el estilo de negociación que éste
venía sosteniendo.
En rigor, cada uno de ellos puso en acto su estilo de gobierno. Colombo
fraguado en esta administración, .condenada. desde el vamos
al toma y daca y la articulación con la oposición
es un dialoguista, un negociador, un gobernante de agenda abierta. Cavallo,
un entusiasta de las facultades extraordinarias las tuvo, con génesis
diversas durante la dictadura militar, con Menem y ahora es un decisionista
nato, un manejador de poder de menguadas dotes como seductor y nulas como
conciliador.
La relación política entre ambos ha sufrido importantes
vaivenes en los seis largos meses que llevan cohabitando. Los encontronazos
y pulseadas de la semana que termina hoy fueron muy desgastantes y tal
vez los más graves a fuerza de acumulación pero no
los primeros.
El desembarco de Cavallo confinó a Colombo a un rol segundón,
mientras duró la estrella del Superministro. Lentamente la necesidad
de conciliábulos, acuerdos parciales y diálogos le fue dando
un lugar.
Se llegó a decir el viernes que Colombo amenazó con renunciar.
El interesado negó la versión ante Página/12 pero
no hay duda de que quedó furioso porque Cavallo le escupió
el asado, de que lo hizo saber al SuperMinistro y al Presidente. Y también
que bregó hasta ahora con éxito para frustrar
el intento de Cavallo de llevar la disputa con las provincias a la Corte.
Las disputas políticas deben decidirse políticamente,
argumentó en Gabinete y consiguió consenso. Cavallo también
fue desautorizado por su brulote sobre Mercosur.
Cuando Cavallo y Colombo pulsean por las reuniones en el CFI ponen en
juego dos miradas sobre la táctica del gobierno en general. Si
abroquelarse en soledad e imponer desde ahí lo que pueda o urdir
un complejo tejido de negociaciones con el peronismo, el radicalismo,
y los sindicatos. Cavallo, junto a Patricia Bullrich es un halcón
que preconiza transformar la debilidad mutua en fuerza propia. Colombo
funge de paloma.
Esas diferencias distancian a los protagonistas pero muchas veces han
funcionado en tándem, en ese rol playing que la jerga coloquial
designa policía bueno y policía malo. En estos
días primaron más las diferencias que los acuerdos y habrá
que ver como sigue la relación de pareja.
Las borrascas no deberían ocluir una percepción esencial:
entre los dos pesos pesados del Gabinete hay diferencias de modos y de
tácticas pero estratégicamente sus divergencias son mínimas.
Bien mirados discuten si pactarán con las provincias de buena onda
o de mala, pero en cualquier caso, los acuerdos serán como la tela
de Penélope: se deshilarán muy pronto porque la caja se
seguirá achicando. La recaudación de octubre viene fatal
y es de libro que así sea. Ambos está jugados al déficit
cero, convencidos de que esa regla contable banal es la llave para sacar
a la Argentina de la depresión más larga de su historia.
Tamaña es la desdicha del actual gobierno y de sus administrados.
Los debates internos del oficialismo, que lo dividen y desangran no contienen
ningún germen de cambio. No es el arreglo con los gobernadores
lo que naufraga, sino la política oficial, inviable y exasperante.
¿Qué quieren los dirigentes peronistas? El socialismo real,
sintetizó en algún momento Lenin, era .soviets más
electrificación.. El peronismo actual es un mix de ambición
enorme a futuro y desesperación de caja en el cortísimo
plazo. Los gobernadores quieren posicionarse en la interna hacia el 2003
o antes (ver ¿Llega o no llega) y poder
pagar los sueldos más o menos en término. Las movidas de
esta semana aluden más a lo urgente que a lo sublime. Carlos Ruckauf
ablandó la mano dura y reformó un gabinete que
no pasará a la historia. José Manuel de la Sota se muestra
tratable con el Gobierno porque se le viene encima la nómina salarial
de octubre. Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Sáa,
con poca deuda que pagaro financiar, se posicionan más cómodos
en el lugar más gratificante: el de cuestionar a la Casa Rosada.
¿Llega o no llega al 2003? En la Rosada todos, empezando por su
principal inquilino, se enardecen ante la pregunta que barruntan golpista
o malintencionada. Todos saltaron como doncella herida cuando, inimputable,
Luis Barrionuevo sugirió un paso al costado del Presidente. Hubo,
claro, algo de una socorrida picardía cada vez más difícil
de practicar para el oficialismo: encontrar un contradictor más
desprestigiado que De la Rúa y Cavallo para pegarle. Bullrich hace
un culto de ese manejo. Pero ese juego contiene severos riesgos, uno de
ellos se notó ayer, para lectores agudos. Un editorial de La Nación
hizo tronar el escarmiento sobre Barrionuevo y la dirigencia gremial en
general, pero redondeó su análisis con una frase letal:
.El gobierno del presidente Fernando de la Rúa debe salir con la
mayor celeridad del letargo en que caído en los últimos
tiempos y demostrar en los hechos que está en capacidad de empezar
a revertir la gravísima crisis económica y social que está
desgarrando a la Argentina.. Dicho desde el medio gráfico más
permeable y afín al Gobierno, es mucho decir.
Pero no es decir más que lo que se dice en cualquier corrillo,
en el último café o en el más convocante quincho
ABC 1. El gobierno es minoritario en ambas cámaras, no contiene
a la UCR (pese a que los correligionarios, desandando viejas consignas,
se doblan mucho más de lo que se rompen), ha roto amarras con el
Frepaso y está dividido en su interior. En medio de ese marasmo
zozobra la relación con Brasil, casi el único proyecto estratégico
que le queda a un país sin presente y sin proyectos a futuro. Todos
estos males hablan de una abrumadora carencia de conducción.
De la Rúa suele presentarse en público como una eterna víctima
y un eterno acreedor. La herencia recibida del peronismo ha pasado a ser
del principal su único argumento atendible. Pero a
esta altura es claro que el gobierno ha sido continuador convencido de
la arrasadora política económica de su precursor. Y que
ha dilapidado la parte del león de su oportunidad de mostrarse
diferente en otros terrenos, abandonando desde el Incentivo Docente hasta
la lucha contra la corrupción.
La convertibilidad privó a la Argentina de tener política
monetaria. La ausencia de planificación y salvaguardas que Menem
y Cavallo le pusieron como guarnición produjeron una feroz transferencia
y concentración de recursos. Se dejó al mercado la toma
de decisiones estratégicas en orden a qué producir y cómo.
Se dejó prolongar sine die una paridad cambiaria perversa. Se generó
desempleo sin crear sino mínimas redes sociales. La actual gestión
solo le añadió a ese cuadro tenebroso el déficit
cero, es decir la renuncia a la política económica.
El poder es relación entre humanos y, en cuanto tal, contiene representación,
creación. Poder no es apenas ocupar un sillón sino tener
capacidad de generar obediencia y consenso. El Presidente no solo ha licuado
su poder sino que ha completado un ciclo en el cual redujo al mínimo
el poder político. Le puso el moño a la tarea de aniquilar
al estado como reparador de asimetrías, definidor de estrategias
colectivas, redistribuidor, en suma, del poder, del prestigio y de la
riqueza.
No hay fuerzas armadas golpistas en la Argentina ni partidos políticos
revolucionarios en las inminencias de tomar el Palacio de Invierno. El
PJ podrá apretar o pisar el freno pero sus mayores referentes preferirían
largamente encontrar un oasis en la crisis económica para poder
llegar, interna zanjada, en triunfo al 2003.
Pero la gobernabilidad es algo más esquivo que la voluntad de un
puñado de dirigentes. También supone mínimos consensos
en la sociedad, cierta legitimidad, reconocimiento del liderazgo. En nuestro
país predecir el futuro, aún el inminente es una timba.
Pero sin malicia ni deseo alguno, aún anhelando lo contrario
cuesta creer que De la Rúa llegue al 2003 con su estilo y sus políticas,
incapaz de generar nuevos escenarios, con el solo recurso de seguir doblando
apuestas largamente perdedoras.
¿Qué más se puede decir, en tres palabras? Lo mismo
que en una, repetida tres veces: Oy, oy, oy.
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