Por Horacio Verbitsky
Por este único medio
agradezco las comunicaciones de solidaridad y apoyo recibidas, de conocidos
y desconocidos, de figuras públicas y de colegas, de militantes
y de ciudadanos indignados, del país y del exterior. Esta vez las
necesitaba, porque lo sucedido corta el aliento. También me disculpo
por no aceptar las entrevistas pedidas por distintos medios. Escribí
la columna del 11 de octubre a sabiendas de los costos que tendría
y adelanté la dificultad de polemizar con una persona más
proclive al insulto que al razonamiento. Pero consideré que las
fuerzas y personas progresistas debían abrir un debate político
imprescindible. No aceptaré ahora rebajarlo a gresca personal y
no quiero decir nada que no haya meditado antes con cuidado y que no pueda
expresar con respeto y serenidad.
Una
de tres
El festejo por los atentados contra las Torres Gemelas
y el Pentágono, la descripción de sus víctimas como
figuras que caen, la exaltación de una teocracia premoderna
como supuesta vanguardia de la lucha de clases en el siglo XXI y de Osama
Bin Laden como un líder revolucionario, son disparates insostenibles.
No tengo nada que agregar a lo que ya escribí sobre ellos. Pero
sí deseo decir algo acerca del exabrupto antisemita utilizado como
instrumento descalificador, en ausencia de cualquier razonamiento, por
María Hebe Pastor de Bonafini en el reportaje a la revista 3puntos
de esta semana. Para quienes no lo hayan leído: dice que Verbitsky
es un sirviente de Estados Unidos. Recibe un sueldo de la Fundación
Ford y, además de ser judío, es totalmente pronorteamericano
.
Sólo una de esas afirmaciones es verdadera.
Mis únicos ingresos provienen de mi sueldo en este diario y de
los derechos de autor por la venta de mis muchos libros. Hace quince años
dediqué uno de ellos a la señora Pastor de Bonafini y a
otras figuras del movimiento por los derechos humanos que ella en una
época integró. Por obstinados, dice la dedicatoria.
Nunca he recibido ni una lapicera de la Fundación Ford, que desde
los años negros de la dictadura, cuando tantas puertas se cerraban
a los perseguidos, sí financia algunos programas del Centro de
Estudios Legales y Sociales. Por ello sólo le debemos gratitud,
no acatamiento a directivas o vetos que nunca fijó y que no aceptaríamos.
El CELS es un organismo ejemplar, que se ha destacado en la lucha por
la memoria y contra la impunidad del terrorismo de Estado, en la que ha
conseguido la declaración judicial de nulidad de las leyes de punto
final y de obediencia debida. También actúa en contra de
la violencia institucional que se ejerce, por ejemplo, en cárceles
y comisarías de la provincia de Buenos Aires. Su programa en defensa
de los derechos económicos, sociales y culturales agredidos por
la política de ajuste lo ha llevado a integrar el Frente Nacional
contra la Pobreza (junto con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el
Servicio de Paz y Justicia, los Familiares de Detenidos Desaparecidos,
la Asamblea y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos).
Además asesora acerca de los recursos jurídicos internos
e internacionales a todos quienes luchan contra las rebajas de salarios
y jubilaciones o son perseguidos por su participación en protestas
sociales. Fue elegido para elaborar el Contrainforme de las organizaciones
no gubernamentales ante el Comité de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales de las Naciones Unidas, que refuta la rosada versión
oficial. Mi desempeño como presidente del CELS es una actividad
militante, no rentada. No sólo no cobro. Por el contrario, aporto.
De Fukuyama a Sharon
Lo único cierto es que soy judío. La señora Pastor
de Bonafini parece creer que eso explica alguna conducta u opinión.
Si piensa que todos quienes rechazan lo sucedido el 11 de setiembre son
judíos, debe sentirse muy sola.
La Nación reprodujo la columna de Andrés Oppenheimer para
el Miami Herald que consigna mi oposición a los bombardeos estadounidenses
sobre Afganistán, compartida por el 75 por ciento de los argentinos
según la encuesta de Gallup. No lo dije sólo aquí;
también en Estados Unidos, donde esa no es una posición
muy apreciada. El jueves, transmití a la Alta Comisionada de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Mary Robinson, el apoyo del
CELS a su solicitud de alto el fuego, de modo de permitir la ayuda humanitaria
antes del invierno afgano. También le comuniqué la posición
que hicimos pública el 14 de setiembre, la primera de un organismo
argentino de derechos humanos, de repudio a los atentados pero también
de advertencia contra cualquier represalia estadounidense, falta de respeto
a las normas del derecho internacional y políticas de seguridad
que debiliten el estado de derecho, impliquen la persecución o
el trato discriminatorio hacia grupos nacionales o religiosos o restrinjan
los derechos humanos. Los lectores de estas páginas saben muy bien
que he informado antes y con más detalle y persistencia que cualquier
otro periodista sobre las presiones del Comando Sur del Ejército
de los Estados Unidos para involucrar a la Argentina en el Plan Colombia,
acerca de la propuesta para instalar una base misilística de los
Estados Unidos en nuestro territorio, de los ejercicios que con el pretexto
de las misiones internacionales de paz implicaron preparativos para la
represión a los piqueteros, y de la intromisión castrense
en cuestiones de seguridad interior que las leyes prohíben. La
conclusión es que la señora Pastor de Bonafini me llama
sirviente de Estados Unidos sólo porque no comparto su alegría
por los atentados del 11 de setiembre y, sobre todo, porque me atreví
a decirlo, en estas páginas y en televisión. Disimular en
atención a los méritos de ayer la gravedad de semejante
alineamiento hoy, sería coincidir con Fukuyama en que la historia
terminó.
En abril de 1986 durante un homenaje al alzamiento del ghetto de Varsovia
conté la impresión que me causó el libro Ser
Judío. Su autor, León Rozitchner, planteaba el compromiso
con la causa de los perseguidos, de los reprimidos, de los oprimidos,
de los débiles, como consecuencia del ser judío. Me siento
representado por esas palabras de Rozitchner. Muchas de las cosas que
he hecho en mi vida recogen esa marca. Porque si participé de la
vida política de mi país y me comprometí las veces
que lo hice y en las causas en que me comprometí fue, entre otras
razones, por ser judío. Por lo mismo he acompañado muchas
veces en sus justos reclamos al representante de la Autoridad Palestina
en Buenos Aires y, durante un homenaje a mi padre al que me invitó
la AMIA, me he referido a Ariel Sharon como el Carnicero de Sabra y Shatila.
Un banquero y un general
Todo esto ha sido público, de modo que no hay lugar a confusión
posible. Tan bien lo sabe la señora Pastor de Bonafini que no me
llama israelí, sino judío, en un contexto inequívoco
de insultos. Esto es puro y duro antisemitismo. No se trata de algo excepcional
en la sociedad argentina, ni en mi propia experiencia. El escribano Raúl
Juan Pedro Moneta me atribuyó sus desdichas: lo habría perseguido
por su fervor mariano, junto con otros periodistas judíos. En abril
de este año, el jefe del Ejército, Ricardo Brinzoni, envió
a su abogado de confianza al CELS, con centenares de acciones de hábeas
data. Mientras buscábamos los antecedentes de esos oficiales reparamos
en los del abogado que los representaba: era el segundo jefe y apoderado
nacional del partido neonazi Nuevo Triunfo. Moneta es un banquero bajo
investigación judicial y parlamentaria, por vaciamiento de empresas
y lavado de dinero. Brinzoni es un ex funcionario político de la
dictadura, al que denunciamos ante la justicia por su participación
en una de las peores masacres de aquellos años, la de Margarita
Belén. Cuando sus manifestaciones antisemitas produjeron reacciones
críticas, ambos se disculparon. Moneta llegó a decir que
tenía amigos judíos y Brinzoni pidió perdón
a la DAIA. Brinzoni dijo que había sido sorprendido en su buena
fe, pero no explicó de qué modo llegó a designar
a semejante abogado de confianza ni sancionó a los responsables,
que siguen siendo sus colaboradores.
Hay cierta coherencia en Moneta y Brinzoni. En todo caso, a nadie puede
sorprenderle el antisemitismo de un banquero y de un general argentinos,
porque forman parte de los sectores responsables de la masacre que ensangrentó
al país hace un cuarto de siglo. Pero al menos, ninguno de ellos
se postula como socialista o revolucionario. En cambio, la señora
Pastor de Bonafini se considera la suprema encarnación de ambos
atributos y desde ese pedestal descalifica a quien ose disentir con cualquiera
de sus afirmaciones. Por eso, es más grave su verborrea antisemita
que la de un banquero o un general.
La pequeña burguesía
A fines del siglo XIX la pequeña burguesía alemana y sus
expresiones radicales de izquierda desarrollaron un discurso de creciente
antisemitismo. En el partido socialdemócrata alemán, vinculado
con la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional
fundada por Karl Marx en Londres), hubo quienes consintieron esa floración
perversa. La veían como una puerta lateral de acceso al anticapitalismo.
La clase obrera comenzaría por dispararles a los judíos
y cuando levantara la mira descubriría detrás a la burguesía.
El fundador del partido socialdemócrata alemán y líder
obrero August Bebel objetó la condescendencia con el antisemitismo
y lo caracterizó como el socialismo de los imbéciles,
porque desviaba la atención popular de los enemigos de clase, era
políticamente erróneo y moralmente reprobable. Lenin desterró
esas tendencias del movimiento comunista internacional, pero a su muerte
Stalin las elevó a política de Estado. En la Argentina el
antisemitismo fue la norma durante la gestión de Isabel Perón
y José López Rega y bajo la dictadura. El Turco Julián,
que está detenido bajo proceso a raíz de la nulidad de la
ley de obediencia debida, pasaba discursos de Hitler y marchas nazis a
los prisioneros. Adolfo Pérez Esquivel (quien el jueves declaró
que no puedo aceptar lo que dice Hebe de Bonafini. Desde ningún
punto de vista se puede justificar un atentado o el terrorismo)
vio una cruz esvástica en una dependencia policial donde estuvo
secuestrado. En todos los campos de concentración hubo un ensañamiento
especial con los judíos, fueran o no militantes. En el lugar de
detención de Jacobo Timerman un adolescente era obligado a caminar
en cuatro patas, dormir sobre un felpudo mugriento, comer del piso sin
usar las manos, ladrar, y repetir soy un perro judío.
A una señora judía la obligaban a arrastrarse golpeando
una lata y diciendo: Facturo la mitad en blanco y la mitad en negro.
En mayo de 1933 los nazis quemaron en una plaza de Berlín libros
de autores antifascistas. Esa plaza se llama hoy August Bebel, en homenaje
a aquel tornero alemán que murió antes del acceso del nazismo
al poder. Todo esto constituye, desde luego, el tipo de intelectualizaciones
que la señora Pastor de Bonafini desprecia porque, como dice en
el mismo reportaje, ella habla desde la cocina .
Desdén por la verdad
Un comunicado del grupo que preside desmintió que hubiera pronunciado
las palabras transcriptas por 3puntos y las atribuyó a una manipulación
malintencionada de la revista. Quienes se prestan a la burda maniobra
de hacernos aparecer como antisemitas se están sumando a los derechistas
y socialdemócratas que pretenden destruir nuestros proyectos,
dice. Según ese texto, firmado por ella y por la vicepresidenta
Mercedes Meroño, criticamos a Horacio Verbitsky por ser agente
norteamericano, no por ser judío. La revista 3puntos, desde la
misma tapa, falsifica nuestra declaración y publica algo que no
hemos dicho. Lejos de ello, las madres nos sentimos orgullosas
de que nos digan judías, agrega.
Al conocer la existencia de esta declaración pedí a la revista
una copia de la cinta grabada del reportaje. Se escucha con nitidez y
sin interferencias. La audición no deja dudas respecto de quién
habla y qué dice. La transcripción de la revista fue de
una fidelidad absoluta, y cualquiera que tenga alguna duda puede escucharla.
Una copia está a disposición de Mercedes Meroño,
quien según informa la revista Trespuntos no estuvo presente durante
la grabación. Es decir que la señora Pastor de Bonafini
indujo a la propia vicepresidenta de su grupo a firmar una declaración
cuya falsedad puede ser demostrada en forma irrefutable.
Cualquier idea puede ser expuesta, defender conceptualmente el terrorismo
no equivale a ser terrorista, hasta los insultos pueden disculparse en
el calor de un debate. Pero el recurso al antisemitismo, el engaño
a sus propias compañeras y la falta de respeto por la verdad son
pasos que internan a la señora Pastor de Bonafini enotra dimensión.
¿Qué valor tiene cualquier cosa que diga alguien que falta
en forma deliberada a la verdad? Me quieren destruir, clama,
con turbación. No ha sido ese mi propósito. Mi única
culpa es haber prestado atención a sus palabras, haberlas extraído
del círculo cerrado en que se pronunciaron y exponerlas a la luz
para que todos puedan oírlas. No la he elegido como enemigo ni
me alegra este debate ineludible.
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