Por Cristian Alarcón
El 24 de octubre del 2000 Fabián
Blanco, de 16 años, se levantó, se dio un baño y
se paró contra un portón de la calle Félix Frías,
de la Villa Bayres, en Don Torcuato. Vivía allí, en un rancho
precario con su madre y con sus nueve hermanos. Hacía dos años
que había comenzado a robar aquí y allá, cayendo
un veintena de veces preso, algunas en institutos de los que se fugó
siempre que pudo. También conoció la tortura, según
había denunciado ante un juez de menores. Esa mañana un
grupo de policías de la comisaría tercera llegó a
buscarlo en un auto blanco. Se conocían: ya habían allanado
antes la casa y lo habían verdugueado en sus detenciones.
Esta vez no esperó a que se le acercaran. Vio las caras de siempre
y salió corriendo por los fondos del patio. Así lo relata
a Página/12 Silvia Blanco, su madre, tal como ha hecho varias veces
ante la Justicia. Silvia vio cómo entraban sin orden judicial y
a los tiros.
¿Por qué lo corren? le gritó ella a un
agente de la Patrulla de Calle.
¡A tu hijo te lo vamos a matar! dice que le dijo.
¿Por qué? le salió a ella.
Porque nosotros tenemos orden del juez de matarlo inventó
el policía.
Fabián Blanco fue asesinado el 1º de noviembre. Recibió
cuatro balazos policiales cuando se escondía en la copa de un árbol,
intentando salvarse como un varón rampante, de los tiros anunciados.
El de Fabián Blanco es uno de los 60 casos que la Suprema Corte
de Justicia denunció en la resolución que terminó
de cargarse al ex comisario Ramón Orestes Verón.
Su muerte fue noticia del diario Crónica el 3 de noviembre. Bajaron
a un hampón de un árbol, tituló la primera
edición de aquel día. La versión divulgada por las
fuentes policiales dio cuenta de que en un insólito episodio
un delincuente murió cuando subido a un árbol se tiroteó
con policías. Según el diario, lo habían sorprendido
queriendo robar un Chevrolet Corsa por la calle Entre Ríos al 1300,
de Don Torcuato. Siempre según el relato oficial el conductor del
coche dijo que un chico quiso robarlo y tuvo la suerte de que un vecino
llamó a la comisaría tercera. Por eso apareció un
patrullero con dos agentes, que parapetados tras el móvil se tirotearon
con los ladrones. En el medio se dieron cuenta de que uno estaba en la
copa del árbol, dice la historia oficial. Y hacia el árbol
dispararon.
Luego el informe de autopsia, cuestionado por incompleto por los abogados
de la Correpi que representan a la familia, detalló un hematoma,
un desgarro en el cuello con esquirla ósea y los balazos:
uno ingresó por el omóplato, el segundo por una costilla,
el tercero en la parte superior del brazo derecho, el cuarto en un muslo.
Cuando lo velaron el cuerpo estaba tan golpeado que quisimos ponerle
un rosario en una muñeca pero la mujer de la cochería dijo
que no lo tocáramos porque estaba todo moreteado, cuenta
Silvia.
Peligros
En su versión la policía dijo también que una vecina
había visto que Fabián y su compañero, un chico de
Carapachay, habían dejado en marcha un Renault 12 en el que se
supone que escaparían. Pero todos los que los conocen aseguran
que ninguno de los dos sabía manejar un auto. De hecho en
la causa consta que en realidad lo que habían robado era una garrafa
y veinte pesos de una casa de la villa, le dijo Página/12
la abogada Andrea Sajnovsky, de Correpi. Sajnovsky cree que las armas
que la policía dijo haber secuestrado, un revolver calibre 38 y
una pistola 9 milímetros, fueron plantadas, como suele ocurrir
cuando la policía dibuja los enfrentamientos. Además
en la crónica policial se sostiene que el compinche de Fabián
se rindió cuando se vio rodeado. En la causa, según la abogada,
figura que en realidad el chico pudo escaparse. El expediente porla muerte
fue caratulado al comienzo intento de robo automotor, abuso de armas
y homicidio. El homicidio le fue imputado al chico que salió
vivo.
En el expediente se han acumulado luego las denuncias que el mismo Fabián
hizo contando cómo había sido torturado y amenazado. Por
eso el Tribunal 3, secretaría 6 de San Isidro, determinó
en una resolución que figura en la causa que los chicos no
representaban un peligro para terceros lo que hace inexplicable
los balazos a quemarropa que tiene su cadáver.
Silvia, una mujer cuyo marido está detenido, y que intenta sobrevivir
con sus hijos vendiendo productos de Avon, tardó casi un día
entero en saber que habían matado a Fabián. La noche del
1 lo buscó, hizo que sus hermanos lo buscasen, dio vueltas por
la villa, fue hasta Bancalari donde solía refugiarse, pero recién
el 2 a las cinco de la tarde cuando sus hijos menores volvieron de la
escuela, le dijeron que una maestra les había dicho: A Fabián
lo mataron. Entonces uno de los mayores llamó a la comisaría.
Le ordenaron que se presentaran con el DNI y la partida de nacimiento.
Después de muchas vueltas le preguntaron si el chico tenía
un tatuaje. Tenía dos: Madre, en un mano. Y Fabián
en una pierna. Fabián, tal como lo habían anunciado los
policías que allanaron ilegalmente y a los tiros su casa, había
sido acribillado.
La mugre de los escuadrones
La escena del 24 de octubre vuelve a la memoria de Silvia con la violencia
de los balazos que escuchó mientras lavaba ropa en el fondo de
su casa. De repente siento que corren adentro de mi casa, y escucho
un disparo en el portón, después escucho otro en el terreno,
y veo por la ventana de la cocina que Fabián corre. Salgo por la
puerta de adelante y veo un coche parado y los policías que lo
persiguen. Los policías de civil entraron a su casa a los
gritos. Hacía poco que había nacido el menor de sus hijos.
Los niños y el bebé lloraban. Revisaron todo para
ver si estaba adentro, también donde estaba el bebe acostado,
cuenta. Cuando Fabián ya se había escapado saltando los
cercos de los vecinos, Silvia salió a la calle. Uno de los hombres
quiso volver a entrar, pero ella se paró en el portón.
¡Vos no vas a pasar! cuenta que le dijo.
¿Que no voy a pasar?
¡No!
¡Callate, mugrienta!
¡Quién habla de mugrienta, que las veces que viniste
a hacerme allanamientos siempre viniste con la misma ropa! le dijo
ella.
El policía le dio una patada y volvió a entrar en su casa.
¡A tu hijo te lo vamos a matar! ¡Mas vale que no lo
encontremos! -repetía el miembro de la patrulla de calle.
Entonces, uno de ellos, un rubio alto, salió a pedir refuerzos.
Llegó un patrullero y rastrillaron las casas vecinas.
Si lo encontrás pegale un tiro ordenó el rubio
a uno de los recién llegados.
Los policías que se tirotearon valerosamente con los dos ladroncitos
eran de la misma seccional que quienes lo habían amenazado: la
comisaría tercera de Don Torcuato, conocida como la Crítica.
Esa es la misma comisaría cuyos agentes habían sido denunciados
por apremios por Gastón Galván, el Monito y
Miguel Burgos, el Pity, los chicos de 14 y 16 años
que el 24 de abril aparecieron en José León Suárez
con 11 y 6 tiros por la espalda, asesinados por un posible escuadrón
de la muerte. En esa seccional, en ruta 202 y Riobamba, había estado
preso Fabián cuando, según contó en una denuncia,
los policías tiraron agua al suelo de un calabozo, lo obligaron
a acostarse sobre el piso mojado y le pasaron corriente eléctrica
por el cuerpo. Silvia recuerda aún cuando en la puerta de la tercera
lloraba la muerte de su hijo y un montón de policías
que estaban ahí me miraban y se reían entre ellos.
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