Por Gabriel A.
Uriarte
Enviado
especial a Washington
Imagínese que
tiene en sus manos a alguien que sabe que en unas horas se va a cometer
un atentado con miles de muertos en Nueva York. Que el autor de
un planteo que ahora resulta espantosamente profético fuera el
tenebroso general argentino Albano Harguindeguy es quizá lo que
mejor sintetiza la barbarie y la violencia del debate que se libra en
el seno del gobierno norteamericano acerca de los costos y beneficios,
en la lucha contra el terrorismo, de la tortura. Tortura,
claro, no sería como lo llamarían quienes la proponen en
Estados Unidos, al menos no la gran mayoría. Rich Lowry, subeditor
del ultraconservador National Review, habló de tácticas
de presión, definición usada desde hace más
de una década por Israel, país que muchos norteamericanos
ahora toman como modelo para la lucha antiterrorista. Las alternativas
más moderadas prevén el uso de los sueros de la verdad,
como el sodium penthotal. Todo esto se enfrenta a una oposición
cerrada de organizaciones de derechos humanos, tales como Amnesty International,
y de los pocos medios que dedicaron editoriales al tema, que ayer incluyeron
al Houston Chronicle. Sin embargo, lo más probable es que, como
en Medio Oriente, la supuesta funcionalidad de la tortura
será lo que decidirá el debate. Esta repugnante discusión
es lo que decidirá si George W. Bush seguirá el consejo
del ministro del Interior del Proceso.
En principio, hay que notar que la situación a la que se enfrenta
el presidente norteamericano es casi exactamente inversa. La tortura puede
tener dos propósitos básicos: la extracción
de información, y la pura propagación del terror. Muchas
veces estos dos objetivos se combinan, pero no es el caso en la guerra
contra Osama bin Laden. No hay ninguna comunidad que podría ser
intimidada, ya que los miembros de Al-Qaida son expatriados de todas partes
del mundo árabe sin ningún arraigo en el país de
turno donde viven. Mohammed Atta, líder de los grupos que destruyeron
las Torres Gemelas, nació en Egipto, estudió en Alemania,
viajó a Afganistán para ser entrenado con los árabes-afganos
de Osama bin Laden, y tras unos años, y con varios viajes posteriores
a Europa, se asentó en Estados Unidos para alistar el plan ejecutado
el 11 de setiembre.
La estructura de Al Qaida es un perfeccionamiento absoluto de la vieja
teoría celular. Muchas organizaciones clandestinas la adoptaron
para minimizar daños por la captura de cualquiera de sus miembros,
pero, al venir de grupos sociales o étnicos muy definidos, seguían
siendo vulnerables al terrorismo de Estado. Históricamente, cualquier
máquina represiva que implementara la tortura, Alemania en 1933
o Argentina en 1976, arrasó cualquier tipo de disidencia política
a gran escala. Las diferentes células eran parte de una sociedad
que seguía estando dentro del ámbito de acción de
un Estado nacional que podía tornarse terrorista. Pero contra un
terrorismo verdaderamente globalizado la única alternativa sería
el terrorismo contra toda la población musulmana en Medio Oriente,
si no en todo el mundo. Sería poco práctico, por lo menos,
y definiría el conflicto en los términos que desea Bin Laden.
Estados Unidos no tiene ningún motivo para hacerlo.
Si el terrorismo no es viable para intimidar a los espíritus autónomos
que siguen a Osama bin Laden, lo que se discute en EE.UU. ahora es en
qué medida la tortura podría ayudar al desmantelamiento
de la organización y la prevención de atentados. El caso
testigo que los norteamericanos están observando más de
cerca es el del Estado de Israel. A lo largo de su larga lucha contra
diferentes terrorismos, las fuerzas de seguridad israelíes refinaron,
por llamarlo de alguna manera, una serie de medidas de presión
que ahora resultan muy atractivas para sus colegasnorteamericanos que
buscan cómo torturar sin torturar. Son presiones que
no implican daño físico permanente, al menos no en la mayoría
de los casos. Golpes relativamente ligeros para intimidar al sospechoso,
quien no podría dormir por largos períodos de tiempo (táctica
clásica, que aparece descripta en la admirable novela El Cero y
el Infinito de Arthur Koestler), o estaría cegado con una capucha
hedionda sobre la cabeza mientras se le pasa música a volúmenes
altísimos. Según lo que se sabe hasta ahora, si estas tácticas
se prolongan por más de 48 horas no hay persona que no se quiebre.
Aplicar el modelo israelí a Estados Unidos, sin embargo, presenta
una dificultad: Estados Unidos no es Israel. Estas sutiles variaciones
sobre la tortura no resultarían muy evidentes a una nación
donde jamás se la practicó de forma sistemática,
y que siempre se enorgulleció de no rebajarse a emplearla.
La misma objeción una opinión pública que no
está dispuesta a hacer distinciones entre distintos grados de tortura
se aplica al uso del suero de la verdad. El sodio penthotal
(también llamado sodio thiopental) es básicamente un anestético,
y es usado como tal en operaciones médicas. Su efecto es básicamente
el de un narcoléptico, deprimiendo drásticamente la actividad
en el cerebro e induciendo un estado de relajación tan completo
que quien está bajo sus efectos podría comenzar a decir
la verdad, al haber perdido toda inhibición. Esto es todo lo que
hace, y clínicamente no es demasiado distinto a forzar al sospechoso
a tomar muchas botellas de whisky. La pérdida de inhibiciones puede
hacer que diga la verdad, o que diga las mentiras más absurdas
ya que no tiene miedo a la inverosimilitud o al castigo. O bien podría
dejar de temer al interrogador que busca extraerle información
y no decirle nada.
Es cierto que podría haber drogas mucho más efectivas en
poder de la CIA. Desde los 50 la agencia investiga diferentes psicofármacos
para ese propósito, investigaciones que produjeron como derivados
varias de las drogas más famosas de los 70, tales como el LSD.
Pero por casi el mismo período de tiempo hubo innumerables rumores
sobre siniestros accidentes y secuelas, casos de locura o psicosis entre
quienes fueron expuestos a las drogas. Así, el uso de cualquier
suero de la verdad no podría ser presentado como moralmente
muy superior a la tortura física. Y la CIA nunca fue brillante
en ocultar sus operaciones clandestinas.
La última alternativa discutida es simplemente enviar a los sospechosos
a países con opiniones públicas menos susceptibles. Un ejemplo
muy citado en los últimos días fue el de un terrorista asociado
al grupo de Bin Laden, un ciudadano de los Emiratos Arabes Unidos que,
confrontado con la posibilidad de ser expatriado a su país de origen
y probablemente ser decapitado, decidió decir todo lo que sabía
a sus captores franceses. La estrategia puede tener éxito, o bien
fracasar: las posibilidades son de 50-50. Estados Unidos, sin ir más
lejos, intentó esto con un saudita sospechado de participar en
el atentado de 1996 contra las Torres Khobar en Arabia Saudita, donde
murieron 16 norteamericanos. El hombre fue debidamente extraditado a Arabia
Saudita, donde el gobierno pasó a retenerlo sin ejecutarlo ni extraerle
información. Ahora mismo sigue sentado en una celda de Riad.
Así, hay dos factores que permiten predecir que Estados Unidos
no implementará la tortura en estas circunstancias: una opinión
pública que no está dispuesta a tolerarla como la continuación
de la guerra contra el terrorismo por otros medios y unas agencias de
seguridad crónicamente incapaces de ocultarle sus acciones. No
es muy probable que esto último cambie, pero los ataques con ántrax
hacen posible que lo primero pueda cambiar en un futuro para nada lejano.
Si el gobierno pudiera argumentar, y la opinión pública
creer, que la tortura es la única forma de impedir un inminente
atentado con ántrax, viruela, peste bubónica o gas Tabun,
en esecaso, la alternativa completamente falsa que Harguindeguy planteó
para la Argentina se tornaría peligrosamente verosímil.
Y en Nueva York.
AYER
SE DESCUBRIO UN NUEVO FOCO DE ANTRAX EN EL CONGRESO
Y mañana serán 20.000 los medicados
Por G.A.U.
Desde Washington DC
Ayer la nación-CIPRO
dejó de serlo, pero no porque hayan terminado las infecciones con
ántrax en Estados Unidos. Todo lo contrario. Su expansión
diaria obligó a las autoridades a introducir un nuevo actor: la
doxicyclina, presumiblemente la DOXI cuando se le invente
un diminutivo, antibiótico menos devastador que el CIPRO, pero
aparentemente igual de efectivo. El empleo masivo de estos medicamentos
para tratamientos profilácticos (para el lunes podría
haber 20.000 personas medicadas) no bastó para calmar a los empleados
postales en Nueva York, muchos de los cuales rehusaron ayer trabajar en
la central de Manhattan donde se descubrieron cuatro focos de ántrax.
Su amotinamiento podría ser ratificado de forma legal si el tribunal
local da lugar a la querella presentada por el sindicato contra la orden
de que sigan trabajando en el edificio contaminado.
La CIA y el FBI, mientras tanto, filtraron ayer al Washington Post que
no pensaban que el autor de las cartas-ántrax estuviera asociado
a Osama bin Laden, y que probablemente era un extremista individual
en Estados Unidos. El artículo donde apareció esto
era una colección notable de lo que en latín se denomina
non-sequiturs. La CIA no piensa que Osama bin Laden es responsable
de estos ataques... Y la CIA teme que la opinión pública
norteamericana pierda de vista el peligro de un segundo ataque de Bin
Laden tras el 11 de setiembre, comenzaba esta nota publicada en
la tapa de ayer del Post, que parecía estar diciendo que la opinión
pública norteamericana compartía la teoría de la
CIA de que las cartas-ántrax no eran el verdadero segundo
ataque de Bin Laden tras el 11 de setiembre. Otro párrafo
de esta nota de Bob Woodward, héroe de Watergate que desde hace
algún tiempo parece ser el corresponsal de la CIA en el Washington
Post, afirma que los elementos anti-israelíes de las cartas
enviadas al Senado tienen ecos con declaraciones de grupos antisemitas
en Estados Unidos. Es cierto, pero no es claro por qué esto
implica hayan sido esos grupos los que mandaron el ántrax. Usando
el mismo razonamiento podría afirmarse que el bioterrorismo es
obra de los igualmente anti-israelíes Alejandro Franze y sus skinheads
de Parque Rivadavia. El gobierno norteamericano, por lo menos, reiteró
ayer que si bien no es seguro que un Estado extranjero haya sido responsable,
los aditivos químicos empleados en el ántrax (que lo hacen
mucho más capaz de causar la muy letal variante pulmonar de la
enfermedad) sólo pudieron ser producidos por un científico
especializado en microbiología y con mucho dinero detrás.
Algo que refuerza esta teoría son las cantidades considerables
de ántrax usadas hasta ahora, cantidades que están creando
una proliferación de zonas de exclusión en todo el Distrito
de Columbia. Ayer se descubrieron nuevos focos de ántrax en el
edificio Longworth, cuya clausura se extenderá así de forma
indefinida. La única respuesta que pueden dar las autoridades es
un suministro de 10 días de CIPRO. Los jueces de la Corte Suprema
ya la están tomando luego de que el viernes se descubriera ántrax
en su oficina de correos, como también varios senadores y representantes.
Amen, claro, de unos 16.000 empleados postales y federales menos distinguidos.
Los
norteamericanos no nos dejan
opción, es o la jihad o la muerte
Por Eduardo Febbro
Desde
Peshawar
Apenas el auto pasó el
límite prohibido, la ráfaga de Kalachnikov detuvo al vehículo
en seco. Con el arma apuntando hacia delante, un hombre flaco y de barba
generosa se acercó gritando: Es peligroso, es muy peligroso,
no vengan por acá. El conductor se bajó del auto de
un golpe y empezó a gritarle en urdu. Discutieron un rato a gritos
y regresó al auto.
Arrancó sin siquiera cerrar la puerta y dijo en inglés:
Es un tonto, pretendía asustarnos para que no pasáramos.
Lo único que quería era llevarnos al negocio de su jefe
para que compráramos haschisch.
El grupo de refugiados afganos esperaba unas calles más adelante.
No tenían la misma expresión de los primeros que cruzaron
la frontera cuando comenzaron las represalias norteamericanas. Estos eran
de otra especie. Habían venido a Pakistán para luego regresar.
El primero dijo: Los bombardeos son insoportables, los chicos lloran
de miedo, es un horror. Vine a poner a mi familia a salvo y regreso. Voy
a defender mi país y el Islam. Los norteamericanos no nos dejaron
otra alternativa: la guerra santa o la muerte. EL segundo intervino
y dijo: He oído que cuentan puras mentiras. A pesar de los
bombardeos, los talibanes no tienen ningún problema. La administración
funciona sin dificultades. Lo único inquietante es la muerte de
los civiles. De hecho, ayer la cancillería informal de la
Alianza del Norte confirmó la muerte de 10 civiles en zona controlada
por los rebeldes por un error de un bombardero norteamericano. Los demás
hombres del grupo aprueban con la cabeza. Aunque seguramente no se conocían,
todos deben tener el mismo rango: son anónimos comandantes
de la milicia fundamentalista talibán que viajaron a Pakistán
para proteger a sus familia y después volver. En las últimas
dos semanas han llegado por decenas, ocultos en el flujo continuo de auténticos
refugiados, los que huyen de verdad. Los aviones norteamericanos
están ciegos dijo el primer comandante. Ya no saben
ni adónde bombardean. Ahora destruyeron dos depósitos de
comida del CICR (Comité Internacional de la Cruz Roja). ¿Hasta
cuándo van a seguir?.
20 rupias a que usted es un comandante talibán. El
sexto hombre escucha la traducción de la frase, parece molesto,
después sonríe y admite: Sí. Traje a mi familia
a Peshawar y vuelvo a unirme a mi base militar. Otro de los hombres
que no había abierto la boca se entromete en la conversación.
Habla con gestos violentos y coléricos: Yo soy comandante
de una unidad militar en Jalalabad. Vine a Peshawar por algunos días.
Por suerte, mi familia salió de Afganistán apenas cayeron
las primeras bombas. Regreso el lunes, pero como ahora no hay combates
ni bombas en Jalalabad tengo que cambiar de región. Cuando
se les pregunta si Bin Laden está vivo todos dicen que sí
con la cabeza. Entre una pregunta y otra la verdad alcanza a surgir. Un
cuarto refugiado afirma por el camino no vi a nadie que fuera hacia
Kabul, ni tampoco a nadie que llevara armas. Nadie se dirige a la capital.
La afirmación es falsa. Las redes de Ben Laden y los combatientes
pakistaníes acuden por centenares a Kabul. Pero el hombre dice
que no. Los relatos se repiten. Hay que cambiar de lugar.
El jefe del destacamento policial de Bara está nervioso. Váyase
-sugiere con amabilidad. Hay mucha gente que viene y va y hoy hubo
una
manifestación islamista adentro de la zona tribal. Si empiezan
a tirar contra usted desde otro lado no estoy seguro de que seamos suficientes
para defenderlo. Este sábado por la tarde el clima está
realmente denso. En el limite entre Peshawar y la inaccesible zona tribal
se nota mucho movimiento. A pesar de la amenaza, el jefe acepta y pide
que sepermanezca adentro de un patio al resguardo de los tiros de
Kalashnikov. No quiero que ni usted ni mi hombres salgan lastimados.
El patio no está vacío. Adentro hay hombres armados y tres
tipos jóvenes y amables que aseguran ser el profesor de inglés
y sus alumnos.
En realidad son policías, miembros de algún servicio especial
encargado de promover una imagen de la guerra algo diferente de la que
detallan los refugiados. Los afganos que huyen a Bara llegan por centenares.
El mismo jefe del destacamento fronterizo que había advertido del
peligro se encarga de detener a los autos con refugiados y traerlos hasta
el patio. Llegan dos y el profesor y sus dos alumnos
los rodean. La información del día es importante. Se dice
que entre 10 y 15 mil voluntarios pakistaníes cruzaron la frontera
para combatir a los infieles norteamericanos junto a los talibanes.
10 o 15 mil es mucha gente para que pase desapercibida. Alguien debe haberlos
vistos por el camino: No -dice uno de los dos hombres. No
hay ningún pakistaní que participe en la guerra santa. Son
todos afganos que defienden su país. No suena verídico.
Los hombres salen del patio y el jefe del puesto trae otros tres más.
El profesor y sus dos alumnos vigilan cada movimiento, hablan con el traductor
e interrogan disimuladamente a los refugiados. Nadie vio ni la sombra
de milicias pakistaníes viajando hacia Kabul. Pero todos vieron
la muerte pasar muy cerca, vieron las explosiones iluminar el cielo de
noche, vieron las casas hechas añicos, vieron niños heridos
y muertos, vieron y vieron muchas cosas y sintieron miedo.
De golpe, en el patio hay mucha gente. Un refugiado recién llegado
entró con una hermosa nenita en los brazos. Tiene tres años,
se llama Ahminia y está entre feliz y asustada con esta historia
del viaje. El profesor y los alumnos se distraen un momento. El hombre
con la niña cuenta: Hay muchos pakistaníes que van
a hacer la jihad a Afganistán. El punto de encuentro es Jalalabad.
Una vez que llegan a la ciudad, al día siguiente los vienen a buscar
con camiones y se los llevan a Kabul. Ahí se unen a los árabes
de Al-Qaida. Alguien me dijo que son ellos quienes defienden la ciudad.
Antes de que el hombre terminara se acercó el profesor. Debió
entender de qué estaba hablando y le apretó el brazo, dos
veces. El refugiado cambió a la nenita de brazo y dijo: ...
yo jamás me crucé por el camino con un pakistaní
armado, ni supe de que estaban llegando a Afganistán.
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