Por Alejandra Dandan
El Seba dice:
Pero un 22 es una porquería, sirve para cazar palomas.
Brenda dice:
Con un 22 la bala se te corre.
El Seba dice:
Claro, es preferible que si te dan un tiro que te den con un 38:
la bala no se corre, te pega y se queda.
Tienen 14 años y están sentados en el segundo banco de noveno
A. Hace un rato la señorita les pidió la definición
textual de cultura de un diccionario. No están todos los chicos
del grado: faltan dos. Quedaron enredados por la bala disparada el 4 octubre
desde la recámara de un revólver calibre 22 en el piso más
alto de la escuela: uno está herido; el otro, detenido. El día
del disparo, la policía encontró otra arma. Todavía
nadie lo dijo. La Escuela 168 de Ciudad Evita se ha vuelto una de las
más críticas del Conurbano: hubo dos alumnos heridos en
una trama donde el vínculo con las armas se vuelve cada vez más
inmediato y complejo. Para Dante Alfaro, el vicedirector, no hay
un diseño de escuela pensado para la contención del conflicto
social, por eso no hay que extrañarse si el conflicto estalla en
medio de la escuela. En ese estallido está el espacio del
aula, el grado donde ocurrió el disparo y donde Página/12
aprendió de armas y definiciones de la vida bien alejadas del diccionario.
Sebastián también es el Loco o el 22, como en la tele. Está
sentado bien adelante, al lado de Brenda, que lee en voz alta la definición
de cultura que encontró en el diccionario. Es el cultivo general
del conocimiento y de las facultades intelec..., dice y ahí se
traba y empieza de vuelta.
La señorita Alicia Espósito empezó la clase unos
minutos antes de las ocho. Ella también estuvo a cargo de este
curso el día del disparo. Era la hora de Ciencias. La maestra ya
estaba en la escuela igual que los preceptores: pero ninguno estaba en
el aula. Emanuel R. había llegado cinco minutos después
de la hora de entrada. Fue corriendo hasta el banco del Chipi y, cuando
lo vio, le mostró la panza: tenía el revólver 22
escondido bajo la remera.
Todo eso pasó hace semanas. Los chicos se mudaron de aula. El revólver
se disparó ahí donde ahora hay un grupo de alumnos más
chicos, que nunca ocupan la pared de la ventana. Ese lugar nadie lo pisa:
Vení, fijate, invita uno de los profesores y señala
el punto del estallido.
En la clase de la señorita Espósito, Brenda continúa
trabada con la definición. Por suerte, la maestra no le pregunta
qué significa todo eso de la cultura, lo explica. No es nada, viejo,
dice, ni puro conocimiento. Se parece más a eso que ellos hacen
todos los días, les va diciendo antes de más preguntas difíciles:
Se acuerdan de que habíamos dicho que las costumbres de cada
pueblo forman nuestro país dice ella. Yo les pregunto
ahora ¿qué es lo que caracteriza al pueblo argentino? ¿Qué
cultura podemos mostrarle al mundo?
La vagancia dice uno y desencadena un lío.
¿Por qué decís eso? repregunta ella y
explica con cara de maestra: El señor Escalante es un chico
muy capaz, es muy rápido: ¿Por qué decís ahora
la vagancia? ¿Qué es lo que no hay?
Trabajo... concilia el chico.
No hay trabajo, muy bien. Entonces muchas veces no se trabaja por
la vagancia sino porque no hay trabajo. ¿Y por qué en este
país no hay trabajo?
Escalante no necesita velocidad para responder lo que sucede entre buena
parte de los mil compañeros que tiene en la escuela. En estos años,
la desocupación que viene haciendo añicos buena parte del
país se encargó de activar ahí un fenómeno
de superexplotación entre los más chicos. Así
lodefine el vicedirector de la escuela: Y se da por derecha o izquierda:
se da en el abuso de trabajo, golpizas o maltratos hasta la incursión
de un pibe en el delito. Esas tareas extras causaron estragos en
la escuela. A los conocidos, se agrega un dato: uno de los novenos grados,
el de los más grandes, desapareció este año porque
se quedó sin chicos.
En el aula, los murmullos suenan como olas bajo explicaciones que juntan
la crisis del 30, Wall Street y un desastre económico que
por alguna vuelta logra conectarse con el barrio. A esta altura del día,
la maestra dejó clara la diferencia entre vagancia y trabajo. Pero
sólo eso:
O sea retoma: No hay tanta vagancia sino que hay falta
de trabajo. Yo creo que más que vagancia, a los argentinos ¿cómo
nos ven en el mundo?
A las piñas salta uno, adelante.
Para él es a las piñas se agita Espósito
que busca desesperada una respuesta más complaciente: ¿Así
nos ven? ¿¿¿Cómo nos ven???
A los tiros.
¿A los tiros?
Con gomeras...
Glup.
Empieza el recreo más largo. Son las diez, el único momento
del día donde el tercer ciclo se cruza en el patio con los chicos.
Desde que se inició el EGB, los de séptimo, octavo y noveno
tienen recreos en otros horarios, excepto éste. Además entran
quince minutos antes y esa separación intenta ordenar espacios,
pero para los padres no es suficiente. Mientras muchos consideran una
mudanza masiva de alumnos, otros exigen el traslado de los grandes a un
espacio sin uso, ubicado detrás de la escuela. Un grupo de ellos
en abril tomó una medida extrema: convocaron a un paro y dejaron
de mandar a sus hijos a clases para exigirle a Educación de la
Provincia seguridad durante las veinticuatro horas en la escuela. Al tercer
día de protestas lo consiguieron. Cuando en agosto estalló
el disparo, había un policía en el patio.
En ese patio está Ezequiel. No está parado, se sienta en
una silla. Hace un rato la directora lo retó porque no trajo el
guardapolvo sobre la remera del Che. El fue quien levantó a Chipi
cuando se quedó con la cara llena de sangre: Lo agarré
y lo alcé: no sé ni de dónde saqué tanta fuerza,
salí corriendo con él, no me importaba nada. Lo cargó
hasta la planta baja, cerca de donde ahora tiene la silla que lo sujeta
cuando el mundo corre alrededor del patio. Aún en el hospital,
Chipi ya camina, pero perdió un ojo. Emanuel, el chico al que se
le escapó el tiro, está detenido en un instituto de menores.
En la cara Ezequiel tiene una marquita marrón, como una mancha
lavada. Le encantan los videogames y esa huella es una cicatriz que apareció
después de un juego: No sé qué mierda quería
el pibe... dice, pedía monedas y como no se las di
me dio un arrebato: le empecé a pegar a uno. El me pegó
con los anillos. El señor de los anillos no era de la escuela,
es parte del universo de pandillas que suele meterse en la escuela.
El Seba dice:
Son como Robin Hood: les roban a los que tienen, no a los que no
tienen.
Brenda dice:
Al revés, pibe, son todos rastreros.
El Seba dice:
Tomátelas: ellos les roban a los que tienen.
Sebastián vive con dos hermanos. A uno le dispararon en el pecho.
Recibió el balazo desde un auto. El conductor pensó que
iban a asaltarlo. Quería monedas explica Seba:
como piden todos los guachos a los que reparten gaseosas, pero ese chabón
se puso perseguido y le tiró.
¿No les da miedo ver tantas armas?
Cuando un amigo tiene dice ahora Eduardo no te da miedo,
por todos lados se ve. Cuando escuchás tiros, es como si fuera
un corito.
La bala del hermano de Seba no era calibre 22.
Seba dice: Como es grande, la bala queda ahí. Con el 22 se
te corre. Por ejemplo te puede pegar en el cuello y se te puede ir para
el corazón: morís.
Una pistola por sólo
quince pesos
Desde hace un tiempo, en la Escuela 168 de Ciudad Evita en la hora
de gimnasia se practica cuerpo a tierra. Nadie hace deportes fuertes,
sólo se dan clases de recreación y no porque no haya
espacio: porque los chicos llegan con síntomas de desnutrición.
Hace unas semanas, el vicedirector Dante Alfaro se enteró
de las cotizaciones últimas del gran mercado de armas que
está abierto en el barrio más cercano a la escuela:
la pistola calibre 22, esa que se le disparó a Emanuel en
medio del grado, pasó de 50 pesos a 30 y ahora se consigue
por 15. Para el docente existe un problema central y la escuela
sola no puede resolverlo: Los adultos que están lucrando
y mandando como carne de cañón a estos menores, facilitándoles
las armas. En ese escenario de crisis crece entre los chicos
una cultura: para Alfaro se trata de los códigos de la patota
que empiezan a notarse cuando los chicos arrastran a primos, amigos
y hermanos en la resolución de un problema de chicos.
La preocupación es bien gráfica. Para Alfaro no hay
cuentapropismo entre los chicos que aparecen con pistolas entre
los libros. A medida que la marginación aumenta, el
arma se incorpora a la vida cotidiana: no es casual que puedan conseguirse
tan fácilmente. Por eso cree que más allá
de las estrategias pedagógicas para abordar estos conflictos,
hay que señalar a los adultos que están lucrando.
La crisis social se disparó este año: Han comenzado
a trasladar a este escenario sus trifulcas y dicho así no
se nota lo grave del tema dice nuevamente Alfaro: una
cosa era cuando yo era pibe y otra ahora donde tiene otras consecuencias.
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