Por Hernán
Fluk
Llegó de Francia hace
algunos días con un premio bajo el brazo, pero prefiere hablar
de trabajo, no de soles de oro. Y a lo largo de la conversación
con Página/12 insiste en repetir lo que alguna vez escuchó
decir a Juan Carlos Gené: que los actores tienen que expresarse
arriba del escenario. Gastón Pauls pasó por el Festival
des Cinémas et Cultures de l Amerique Latine de Biarritz
y se llevó el Sol de Oro compartido con Ricardo Darín
a la mejor actuación masculina, ambos por su trabajo en Nueve reinas,
de Fabián Bielinski, el film argentino más exitoso del año
pasado. El premio fue inesperado cuenta el actor y lo
que me dio más alegría fue el reconocimiento del laburo
mutuo con Ricardo. No podía haber sólo un trabajo bueno
porque uno dependía de lo que hacía el otro; como una relación
sadomasoquista: para que funcione tiene que haber un masoca y un sado,
y en la película hay un estafador y un estafado.
El Sol de Oro ganado en Biarritz es apenas una flor más en la primavera
cinematográfica que el actor vive desde hace tres años,
cuando decidió encaminar su carrera casi exclusivamente hacia la
pantalla grande, convirtiéndose en uno de los pocos actores de
su generación (tiene 30 años) que vive del cine. Trabajó
en doce films, de los cuales nueve ya fueron estrenados y hay tres en
lista de espera: Sábado, de Juan Villegas; Un lugar donde estuvo
el paraíso, que filmó en Perú junto a Federico Luppi
dirigido por Gerardo Herrero, y Antibody, filmado en inglés, en
Bulgaria, por una productora de Estados Unidos. En los próximos
días viajará a Uruguay para participar en una coproducción
española-argentino-uruguaya, dirigida por el uruguayo Diego Arzuaga,
en la que compartirá cartel con Luppi, Héctor Alterio y
Pepe Soriano. Después se va a rodar a Brasil y, en abril del año
que viene, comenzará una película en Estados Unidos.
¿El premio de Biarritz fue el primero?
Sí. Estuve ternado en otros, pero no había ganado
nunca. De todas maneras no estoy muy de acuerdo con los premios. Prefiero
no ir a las entregas, aunque un festival es diferente, porque es una semana
en la que se ve cine todo el tiempo. Hay premios y premios. El Martín
Fierro, por ejemplo, es vergonzoso y ahí sí que no iría
nunca. Dos días antes ya se sabe quien ganó, pero igual
invitan a los ternados. Generan esa cosa de misterio, ponen la musiquita
y las tres caras en la pantalla. Me parece de mal gusto porque el que
no gana la pasa mal.
Los actores suelen decir que los premios ayudan a conseguir trabajo.
En la Argentina no, lamentablemente hay que seguir peleando por
los centavos. Pero para afuera Nueve reinas me abrió un camino
impensado. Voy a filmar en Uruguay, y más adelante Brasil, Chile
y Estados Unidos. Fue el espaldarazo que necesitaba, porque el premio
hace que mi trabajo sea visto en lugares a los que probablemente no habría
llegado nunca.
¿Siente que ahora es considerado casi exclusivamente como
un actor de cine?
En parte sí. Es algo que me pone muy feliz y hace que me
sigan convocando. Hace tres años que no hago televisión
porque no estoy muy de acuerdo con la forma en que se labura. Estoy con
las pelotas por el piso de cierto monopolio televisivo, de que tres o
cuatro tipos manejen la tele. Lo más peligroso me parece lo tendencioso
de que unos pocos armen toda la programación y no haya posibilidad
de meter nuevos programas. Mañana surge algún desconocido
con un buen proyecto y lo más probable es que no lo pueda hacer
o que se lo afanen. El medio está cerrado y les da guita a los
que lo arman a su antojo.
¿No volvería a trabajar en televisión?
La tele me encanta y no tengo ningún prejuicio. Me gustaría
trabajar en un unitario, en un programa que cuente cosas que nos pasan
pero no de manera pretenciosa: un programa popular, bien hecho e inteligente.Okupas
me pareció una propuesta muy interesante. Si la tele se abriera
más, sería buenísimo. Yo laburé en un telefilm
que dirigió Adrián Caetano a partir de una propuesta muy
buena: se hicieron diez telefilms sobre textos de autores argentinos clásicos
y Adrián adaptó La cautiva, de Esteban Echeverría.
Hasta diría que me gusta más laburar en televisión
que en cine: la tele tiene algo de colegio, durante un año vas
todos los días al mismo estudio, con los mismos técnicos
y actores. Es mucho más divertido, hay más joda.
¿Por qué decidió encarar su carrera hacia el
cine?
Lo que me resulta atractivo del cine es que hay un trabajo más
fino y más intenso, pero me gusta más verlo que hacerlo.
Desde el punto de vista artístico y hasta por mi ego: verme en
una pantalla de cine no tiene nada que ver con cómo me veo en un
televisor.
Pudo despegarse de la imagen de galancito de televisión.
Sí, pero fue complicado. Cuando empecé tenía
22 años y fue muy potente el tema de la popularidad. En un momento,
cuando Montaña rusa tenía 30 puntos de rating
era muy complicado salir a la calle y había una gran histeria.
Pero yo sabía que era el comienzo de un proceso y estaba seguro
de que no quería hacer televisión toda mi vida. Igual, lo
de la seriedad del cine no me lo creo. El cine, como la televisión,
puede ser serio o una estafa. Tiene que ver con la dignidad y la coherencia
con que se hacen las cosas.
Usted ha participado de experiencias muy disímiles en cine.
Es cierto, y está muy bueno. Lucho Bender me convocó
para Felicidades, que era un proyecto en el que había dinero, pero
con una propuesta estética diferente. Nueve reinas era más
potente, con más gancho. Y después del estreno me llamó
Juan Villegas para hacer Sábado, de manera independiente y donde
nadie cobró un peso. En cada una de las tres películas se
contaba algo que yo quería contar, y ésa es la principal
razón por la que estoy haciendo lo que hago. También me
pasan cosas curiosas. Hace un tiempo me llamó un estudiante de
cine para proponerme algo, pensando que jamás le iba a contestar
su llamado. Qué loco. Yo pensaba que nunca me iban a llamar para
esos proyectos. En ese sentido todos somos inseguros y creemos que el
otro nos va a rechazar.
El poder elegir sus trabajos lo convierte en un privilegiado.
Eso es todo un tema en este momento del país. A veces siento
culpa, pero por otro lado siento que yo arriesgué, y se tienen
que dar muchas cosas para que las decisiones que uno toma lleguen a buen
puerto. Yo decidí laburar en cine y tal vez no me llamaba nadie.
Yo estoy contento, pero a la vez creo que si uno ocupa cierto lugar tiene
que hacerse cargo y utilizarlo de la mejor manera. El arte tiene el deber
de decir lo que otros no pueden decir y de no seguir participando de la
idiotez general. Los privilegios trato de aprovecharlos para hechos constructivos,
por eso no voy a los programas en los que se juega por autos. Me parece
violento en un momento como éste en que la gente se caga de hambre
ganar un auto por responder dos preguntas.
¿En qué sentido aprovecha esos privilegios?
Una vez estuve en la Plaza de Mayo en una marcha de los maestros
y hablé frente a 70 mil personas. Fue una de las pocas veces en
las que me temblaron las piernas, literalmente, y sentía que yo
estaba hablando por un montón de gente que no podía hacerlo.
Creo que hay una obligación desde el lugar que uno tiene de intentar
generar algo positivo. Igual todavía me siento en falta con eso.
Por medio del arte quiero expresar muchas más cosas en las que
creo.
Y Gastón Pauls no se detiene. Sobre el final de la entrevista confiesa
su deseo de ponerse del otro lado de la cámara: Quiero dirigir
una peli con un amigo y es algo en lo que estamos laburando. Hace seis
meses que salimos a grabar de noche en la ciudad con una cámara
digital y ya tenemos 40 horas de material. Me atrae mucho Buenos Aires
de noche, me parece algo increíble. He grabado hasta gente cagando
en la calle. La idea es hacer una mezcla de documental y ficción.
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