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DIALOGO EN CUBA CON PHILIP AGEE, EL MAS FAMOSO EX AGENTE DE LA CIA
“Bush hace lo que quiere Bin Laden”

En 1975 conmovió al mundo político con la publicación de su libro �El diario de la CIA�, que revelaba desde adentro las operaciones de la famosa �Compañía�. En este diálogo relata cómo tomó la decisión de abandonar la CIA y hacer públicos sus secretos. Desde La Habana, donde está radicado, analiza los peligros de la respuesta militar norteamericana a los ataques terroristas, critica las terribles fallas de sus ex empleadores y pronostica una necesaria resolución política de la crisis.

Por Miguel Bonasso

“Durante un tiempo no lo harán, porque hay una primera reacción emocional, superpatriótica llamando a la venganza, después puede que comience una segunda fase de reflexión acerca de este odio contra Estados Unidos, pero cuando comiencen a llegar todos los muertos en batalla, puede haber una tercera fase de movilización (tipo Vietnam) que propicie la solución política al conflicto desatado tras el 11 de setiembre”, dijo Philip Agee a Página/12, en su oficina de La Habana. El ex agente de la central de inteligencia norteamericana, que en 1975 sacudió al mundo con el best seller El diario de la CIA (Inside the Company/ The CIA Diary), cree que tarde o temprano Washington deberá revisar drásticamente sus políticas hacia Medio Oriente y los países árabes del Golfo, como Irak. Y propone, incluso, algunas medidas concretas. Una opinión nada desdeñable proviniendo de un intelectual que trabajó 12 años para la CIA y conoce “las entrañas del monstruo”.
Hace pocos días, Agee (66 años) concedió una larga exclusiva al enviado de Página/12 en sus oficinas de Cubalinda, la agencia de turismo que conduce en La Habana. Y a pesar de su aspecto serio, introvertido, que recuerda al de un actor hollywoodense haciendo de espía, no eludió ningún tema. Ni los de actualidad, ni los que hacen a su biografía aventurera: la de un hombre que rompió con la organización de inteligencia más poderosa de la Tierra y pudo vivir para contarlo.
–¿De qué lugar de Estados Unidos es usted?
–De Tampa, Florida. Y, a propósito, en Tampa siempre hubo una gran influencia cubana por el tema de los cigarros. A mediados del siglo diecinueve, la producción cubana de puros se mudó allí por una cuestión arancelaria y aunque luego regresó aquí a la isla siempre hubo en Tampa una colonia de cubanos.
–¿Cuál es su formación profesional?
–Estudié leyes en la universidad, allá en Florida. Ya cuando era estudiante, la gente de la CIA vino a verme para reclutarme. Yo entonces les dije que no porque primero quería recibirme de abogado. Cambié de idea a raíz de un viaje que hice a Cuba en 1957. Vine aquí a La Habana y me encantó la música, la gente, el baile. Cuando regresé a Florida pensé que quizás la oferta de la CIA me permitiría trabajar y vivir en lugares interesantes como Cuba. Era una posición bastante romántica e inmadura. Pero yo era muy joven: cumplí los 22 años aquí en La Habana y lo festejé en uno de los bares más famosos, el Sloppy Joe’s. Pensando en los lugares exóticos y en defender a los Estados Unidos, le escribí a la CIA pidiendo que me volvieran a considerar y, tras una serie de exámenes y entrevistas que me hicieron en Washington, entré a “la Compañía” en 1957.
–¿Ya hablaba español?
–Había estudiado, pero lo perfeccioné cuando terminó el programa de entrenamiento de la CIA que lleva tres años...
–¿Qué le enseñaron en esos tres años?
–La teoría marxista, por ejemplo. O cómo reclutar gente para trabajar como agentes de la Central. Porque hay que distinguir entre los oficiales (lo que yo me preparaba a ser) y los que trabajan localmente en cada país. Me enseñaron lo que se llamaba tradecraft (secretos del oficio), que incluye muchas cosas: las distintas medidas de seguridad y confidencialidad que se toman en las diversas operaciones; los procedimientos para llevar a cabo reuniones clandestinas o cómo utilizar medios técnicos de escucha y fotografía.
–¿También lo entrenaron militarmente?
–Sí, también. La primera tarea que me asignaron después del entrenamiento fue ingresar a un programa especial de la Fuerza Aérea, producto de un acuerdo secreto con la CIA. De allí egresé como teniente ypasé un año como oficial de inteligencia en una base de la Fuerza Aérea para cazabombarderos. Después me enviaron de vuelta a Washington, para un nuevo entrenamiento que se prolongó durante un año. Al terminar me asignaron a la estructura que conducía las operaciones clandestinas en América latina. Que había crecido mucho debido al temor que provocaba la Revolución Cubana y el creciente apoyo que tenía en Latinoamérica. Salí del nuevo programa en el verano del ‘60 y fui destinado a Quito. Allí trabajé en la embajada norteamericana con la cobertura de oficial político. Estuve tres años en Quito y después me trasladaron a Montevideo, donde estuve otros tres años. Después regresé a las oficinas centrales en Langley (Virginia) donde permanecí unos ocho meses hasta que me trasladaron a México. Allí trabajé como asistente especial del embajador en relación con un tema importante: los Juegos Olímpicos de 1968. Estuve allí un año antes de los Juegos observando la organización de ese evento, conociendo a mucha gente de interés para la CIA, porque ese medio olímpico está lleno de personas que son de interés para la Central. El plan era que luego de los Juegos yo me quedaría en la embajada para seguir con el reclutamiento de ciertas personas que había conocido.
–¿Cómo los reclutaban?
–Hay que desarrollar una relación bastante íntima con la persona a reclutar. Pero hay también lo que se llama “reclutamientos fríos”, que se hacen sin contacto previo, sin conocer a esa persona. En la calle, por ejemplo. Yo hice algunos “reclutamientos fríos”.
–¿Por qué se hacen así, porque es muy urgente reclutarlos?
–No necesariamente. A veces, simplemente, porque hay indicios de que es reclutable por equis motivos.
–Y usted... ¿cómo veía al mundo en aquella época?
–Yo era un típico exponente de la generación norteamericana de los años 50. Tenía un buen record universitario, pero carecía de formación política. Eramos como una generación perdida. Y me formé, paradójicamente, en América latina. Al comienzo uno no se da mucha cuenta de cómo son las cosas, pero luego uno percibe la injusticia social que imponen las oligarquías tradicionales y la represión política. De la que uno mismo forma parte. De la cual fui parte siguiendo el principio de que había que mantener la estabilidad...
–¿En dónde?
–En Ecuador, también en México, en Perú, en Brasil.
–Cuando estuvo destinado en Montevideo, ¿viajó a la Argentina?
–Viajé varias veces a la Argentina. Cuando estaba en Quito fui en una misión a Buenos Aires. Y luego, desde Montevideo viajé varias veces en el vapor de la carrera. Pasaba la noche a bordo y llegaba por la mañana a Buenos Aires.
–¿Cómo se hace para salir de la CIA?
–Se renuncia.
–¿Cómo? ¿Uno puede renunciar así como así?
–Entran y salen personas todos los días. En el caso mío recibí un cable unos meses antes de los Juegos Olímpicos en el que me informaban que me estaban promoviendo una vez más. Sin embargo les dije que haría efectiva mi renuncia cuando terminaran los Juegos y que me iría por razones personales.
–¿Ellos no se alarmaron? ¿Nadie vino y preguntó por qué va a hacer esto?
–Yo había sido muy terminante en mi renuncia.
–¿Pero no hay compromisos de confidencialidad como el que establecen las tabacaleras, según se ve en la película El Informante?
–Sí, ellos tienen documentos firmados. Al principio uno firma que no va a revelar nada de los secretos de la actividad y al salir tuve que firmarotro acuerdo en donde reafirmaba que esas actividades debían permanecer secretas.
–¿Qué hizo al dejar la CIA tras doce años de carrera?
–Decidí volver a estudiar. Me gradué en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) en un programa de estudios latinoamericanos. Y fue entonces, mientras realizaba esos estudios, que radicalicé mis ideas. Al comienzo, cuando salí de la CIA, yo no pensaba denunciar a la Compañía y menos escribir un libro. Como estudiante me vino la idea de escribir un libro, porque pensé que lo que hacíamos en la CIA no era más que la continuación de quinientos años de opresión y explotación sobre América latina. Era imprescindible que quienes luchaban para cambiar ese estado de cosas conocieran bien al enemigo que tenían por delante. Porque la CIA, en vez de apoyar las reformas sociales que tanta falta hacían, las trababa, ayudando a las estructuras tradicionales de poder.
–¿Cómo hizo el libro?
–Además de mis recuerdos y conocimientos necesitaba materiales que no era fácil conseguir. Intenté buscar materiales en México, pero no encontré. Viajé entonces a París, donde estuve un año. Allí supe los tesoros que encerraba la hemeroteca del Museo Británico (en Colingdale) y me fui para allá. Tenían copias de todos los diarios de las ciudades en donde yo había estado destinado. Por lo cual pasé casi un año viendo microfilmes de periódicos de Ecuador, Uruguay, México y otros lugares. Tomaba notas en un block de secretaria. Desde las 8 de la mañana hasta las seis de la tarde. Ya en el departamento grababa mis anotaciones diarias. Luego la editorial Penguin Books me daría apoyo secretarial para las transcripciones.
–¿De qué vivía?
–Era una época muy difícil. Casi no tenía para comer. Además lidiaba con los agentes de la CIA que me seguían por las calles.
–¿La Compañía sabía que usted estaba haciendo el libro?
–Sí, yo había cometido una indiscreción. Afortunadamente, en Londres, Penguin Books me contrató el libro y me solucionó el problema económico. Con mi editor tomamos la decisión de que asumiera la forma de un diario. Lo terminé en el verano de 1974 y salió en enero del ‘75. En el ínterin la CIA hizo muchas cosas para impedir la salida del libro. Me habían hostigado...
–¿Lo amenazaron de muerte?
–Así, una amenaza concreta, no, pero hubo muchas cosas raras...
–¿Nunca pensó que lo podían matar?
–Sí, pero eso fue antes de terminar el libro. Enviaron dos jóvenes norteamericanos para trabar amistad conmigo en París y ellos me dieron una máquina de escribir con un transmisor escondido en la tapa que les permitió localizar mi escondite en París. En julio de 1974 el New York Times publicó un artículo en primera plana afirmando que en 1972, deprimido y borracho, yo le había revelado secretos a la KGB soviética. Un golpe bajo para desprestigiar el libro. En el mejor estilo de los “servicios”: pegar primero, porque el que replica ya es menos confiable. Les contesté, claro. En ese momento yo colaboraba para la agencia Interpress en Londres y les envié un artículo donde hice públicos los nombres y direcciones de 35 agentes secretos de la CIA en México. Lo hice cuidando los horarios, para que el cable llegara a las redacciones por la noche y los periodistas pudieran estar en la puerta de casa de los agentes cuando salían de mañana para la embajada. Fue un golpe muy grande. Tuvieron que cambiar a mucha gente. Luego salió el libro en 1975 y aunque alguna gente lo criticó en términos narrativos, diciendo que era difícil de leer tuvo mucho éxito. Pero lo más importante: cumplió el objetivo que me había fijado: era un manual de defensa para la gente que buscaba el cambio en América latina. Después, varios revolucionarios latinoamericanosme dijeron que les sirvió para saber cómo trabajaba la CIA. Cómo penetran, cómo reprimen, cómo trabajan con los servicios represivos locales.
–¿Cuáles fueron las represalias?
–Fui expulsado de Inglaterra y luego de Holanda, Francia, Alemania e Italia. Tras muchas luchas, finalmente, conseguí residencia en Alemania.
–¿Y a Cuba cuándo empezó a venir?
–Comencé trabajos de solidaridad con Cuba allá por el ‘70 y el ‘71. Desde entonces me reparto entre Alemania y la isla. Aunque en los últimos tres años estoy casi todo el tiempo aquí, con este negocio: Cubalinda.
–¿Cómo es este negocio?
–Yo estuve muchos años sin ir a Estados Unidos, porque mis abogados tenían miedo de que me arrestaran. Aunque mantenía algunos contactos personales y familiares. En 1987, mientras escribía mi quinto libro (una autobiografía), mi editor me pidió que fuera a lanzarlo. Pese al consejo de mis abogados, lo evaluamos con mi esposa y fuimos. Hacía 17 años que no pisaba Estados Unidos. Fui y no me tocaron. A partir de entonces viajé muchas veces, presentando libros y dando conferencias. Hice buenos contactos y en el ‘97 se me ocurrió organizar un servicio de viajes virtual a través de un sitio (cubalinda.com). Compré libros, entrevisté expertos y escribí un proyecto que debía aprobar el gobierno cubano porque precisaba una excepción a la ley que rige las operaciones de las agencias de viajes desde el extranjero hacia Cuba. Y el proyecto fue aprobado. Lo redacté con mi amigo Armando Tavío, que acababa de jubilarse en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Luego le alquilamos este local a la gente de Prensa Latina y empezamos a trabajar. En el primer año trajimos casi 200 personas...
–¿Estadounidenses?
–Sobre todo estadounidenses, pero también australianos y mexicanos. Hasta el 11 de setiembre llevábamos facturado seis veces más de lo que facturamos el año anterior. (Trajimos a Cuba unos 600 turistas.) Ahora los atentados nos han afectado como a toda la industria turística a nivel mundial.
–¿Y cómo hacen para traer norteamericanos a Cuba? ¿Cómo sortean el embargo?
–Cuando arrancamos con Cubalinda, yo ofrecí una conferencia de prensa internacional y expliqué que no tengo permiso de Estados Unidos y que no tengo intención de pedirlo. Como ciudadano norteamericano que sigo siendo, pienso que pedir permiso es someterse a la influencia que tienen en mi país los extremistas cubano-americanos de Miami sobre la política exterior de Estados Unidos hacia Cuba. Sería absurdo que me sometiera a esa gente loca.
–Durante 12 años fue analista de la CIA. Desde hace muchos más es un analista independiente. ¿Cómo ve lo que está ocurriendo a partir de las Torres Gemelas?
–Lo malo es que (George W.) Bush ha dicho que esto va a durar mucho tiempo. Yo supongo que piensa en 5, 10 o 15 años. Y en vez de buscar soluciones pacíficas para la resolución de los problemas que están en la raíz de estos ataques terroristas, decidió la salida militar. Realmente eso es lo que quiere Bin Laden y otros de su misma ideología, porque los ataques a países musulmanes sólo van a conseguir que más jóvenes deriven hacia el extremismo. Y esta guerra, además, no va a terminar nunca hasta que haya justicia para los palestinos.
–¿Qué debería hacer el gobierno de Estados Unidos?
–Primero, tienen que forzar a los israelíes para que salgan de los territorios ocupados y los asentamientos ilegales en tierras palestinas. Se debería aplicar la Resolución 2412 del Consejo de Seguridad de la ONU de 1967, que nunca se ha impuesto en forma total. Por otro lado hay que resolver el conflicto con Irak y dejar de bombardear y bloquear a esepaís, para que pueda retomar las importaciones de acuerdo con las necesidades básicas de su pueblo. He leído informes de la ONU y otros organismos donde se revela que un millón de niños iraquíes han muerto por falta de alimentos y medicinas. El tercer paso que Washington podría dar de inmediato es el retiro de sus tropas de Arabia Saudita, porque para los musulmanes de todo el mundo esa presencia militar de un país occidental en territorio musulmán profana los lugares sagrados del Islam. Esos tres primeros pasos podrían darse de inmediato.
–Nada de eso ocurre por ahora. Cada vez se meten más en Afganistán.
–Han dicho lo que quieren hacer. Van a intentar sacar a los terroristas por las raíces y eso quiere decir que habrá muertos norteamericanos, que no será una guerra como la del Golfo. Pero eso quiere decir también que habrá tiempo para una movilización pacifista en Estados Unidos, como ocurrió en los tiempos de la guerra de Vietnam.
–En ese sentido ¿cómo ve el estado de ánimo de la sociedad norteamericana? ¿Será favorable a la movilización pacifista o durará demasiado esta exaltación patriotera a la que induce la CNN?
–Es posible que haya distintas fases. La primera fase es la superpatriótica, llamando a la venganza. Es una primera fase emotiva que no sorprendió, que era natural. La segunda podrá ser la reflexión sobre las raíces de este odio hacia Estados Unidos y, cuando comiencen a llegar todos los muertos en las batallas, puede darse la tercera fase que sería las de las movilizaciones para encontrar soluciones pacíficas al conflicto.
–¿Cómo vio a la CIA el martes 11 de setiembre?
–Los ataques del 11 de setiembre constituyen un fracaso colosal para la CIA porque fue creada, después de la Segunda Guerra, precisamente para evitar otro Pearl Harbour. Hace muchos años, en el entrenamiento de la CIA, se nos mostró que hubo información previa sobre el ataque japonés, pero esa información estaba dispersa y no había ningún organismo capaz de reunir toda esa información y analizarla en su conjunto. La CIA era la organización civil que debía reunir la información procedente de 12 o 13 agencias de inteligencia para prevenir cualquier ataque. Ahora se ha visto, incluso a través de los periódicos, que había indicios de lo que podía venir, pero la información no fue reunida y analizada para sacar las conclusiones que hubieran podido impedir los ataques.
–Pese a eso, el presidente Bush elogió a los muchachos de la CIA que sacrificaban la cena y se quedaban en Langley comiendo pizza...
–No tenía alternativa. Tenía que respaldar a (George) Tennet como director de “La Compañía”.
–Lo curioso, además, es que los presuntos autores habían sido formados por la CIA...
–En Estados Unidos tendrán que reconocer algún día que desde la Segunda Guerra Mundial el gobierno norteamericano ha sido el poder terrorista más grande del mundo. No sólo por sus propias acciones sino también por el apoyo a servicios de seguridad de otros países que han asesinado a miles de personas.
–¿Qué pasará en Afganistán?
–Es muy difícil predecir... Creo que los ataques militares van a seguir hasta derrotar a los talibanes y colocar en su lugar un gobierno “de unidad nacional” con el rey exiliado en Roma (Zahir Shah) como figura de unión, para englobar incluso a los de la Alianza del Norte, que son peor que los talibanes. Pero tienen algunos problemas estratégicos. Aun si tienen éxito militar. Uno de esos problemas estratégicos es lo que antes se llamaba “crear una nueva nación”. Va a llevar mucho tiempo. Ojalá en ese tiempo se encuentren soluciones políticas a los problemas de fondo.
–En el caso específico de Argentina, usted en su libro El diario de la CIA revela que la estación local de la Compañía utilizaba a la propiaPolicía Federal como auxiliar. Incluso dice que tenía el criptónimo de “Biogénesis”.
–Había olvidado lo de “Biogénesis”, porque lo escribí hace mucho tiempo, pero sí recuerdo que la CIA dependía en alto grado de la cooperación operativa que le prestaba la Policía Federal. La CIA trata de no operar al margen de los servicios locales. Por eso la colaboración de la Policía Federal era muy importante.

POR QUE PHILIP AGEE

Por M. B.

El extraño caso del espía inteligente

En 1975 el mundo político internacional fue sacudido por un libro sin precedentes: El diario de la CIA, de Philip Agee, un agente de la Compañía que la había dejado siete años antes, profundamente desilusionado. El Diario, que sacaba a luz los trapos sucios de “La Compañía”, trepó de inmediato al primer lugar en la lista de best sellers. Políticos, diplomáticos, periodistas, militares y militantes hablaban obsesivamente de las revelaciones de esta obra, escrita como un diario, donde se pasaba revista a doce años de espionaje en Ecuador, México y Uruguay, con misiones especiales a otros países latinoamericanos como el nuestro. Allí, en sus poblados anexos documentales, descubrimos –por ejemplo– que la Policía Federal Argentina figuraba como el más fuerte vínculo local con la estación de la Compañía. Tanto para la pinchadura de teléfonos como para “otras operaciones conjuntas” (“other joint operations”) y que su criptónimo en el libro de claves de Langley, Virginia, era “Biogénesis”.
Agee sufrió persecuciones y hostigamientos para que no sacara el libro, una serie de aventuras que narra profusamente en esta entrevista y, por si fuera poco, fue expulsado de cuatro países europeos. Eso no impidió, finalmente, que lograra su residencia en Alemania y estableciera en Cuba (a la que ama desde su primera visita a fines de los 50) una agencia de turismo sui generis que se dedica a burlar el embargo que también pesa sobre los turistas norteamericanos. Y que, de yapa, es un buen negocio.
El ex oficial analista de la Central de Inteligencia sacó en 1978 Covert Action, una de las mejores revistas sobre temas militares, diplomáticos y de espionaje que se han editado a nivel mundial. Ahora, a sus vigorosos 66 años, sigue siendo un fanático de la información y el análisis, un observador realmente inteligente que habló sin pausa con Página/12 durante dos horas y propuso soluciones pacíficas y políticas para esta suerte de guerra eterna que se disparó con la caída de las Torres. Arriesgando un pronóstico que ojalá se cumpla. Agee piensa que, si la guerra se prolonga y llegan los cadáveres a Estados Unidos, comenzará un proceso de movilizaciones pacifistas similar al que se produjo en los años de Vietnam. Ojalá.

 

 

 

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