Página/12
en Estados Unidos
Por Gabriel A. Uriarte
Enviado especial a Washington
DC
Es
claro que Estados Unidos quiere matar a Osama bin Laden, capturarlo vivo
o muerto. Con eso en mente, puede resultar extraño el violento
debate desatado en los medios acerca de si ordenarle a la CIA ejecutar
esa misión. En estos mismos momentos hay B-2 y Rangers operando
en Afganistán con ese mismo propósito, y uno de los motivos
por los que fueron desplegados allí es que Bin Laden cuenta con
una escolta de por lo menos 100 guardaespaldas muy bien armados la
elite de un grupo de 4000 combatientes bajo su control directo y
está atrincherado en una de las innumerables cuevas de Afganistán.
La única ventaja de la CIA sería conseguir a alguien dentro
de su entorno dispuesto a matarlo a costa de su propia muerte en aras
de la libertad y el sueño americano, algo improbable, por lo menos,
y una oportunidad milagrosa que ningún gobierno en Washington dejaría
pasar. No, en este contexto Osama bin Laden tiene que leerse
como una abreviatura para la difusa estructura de su organización
Al-Qaida. Sus miembros y simpatizantes son los Osama bin Laden en la mira
de la CIA. Y atacarlos plantea una serie de dificultades técnicas
que explican las dudas de la administración mejor que los resquemores
morales de George W. Bush.
Israel es el antecedente más importante. Ante un gran número
de ataques terroristas montados desde países europeos muy renuentes
a detener a los militantes palestinos implicados, lanzaron lo que operativamente
fue una especie de paraterrorismo: acciones clandestinas diseñadas
para matar o aterrorizar al enemigo, en este caso las células palestinas
en Europa, empleando armas casi idénticas, tales como coches bomba.
En parte, funcionó: organizaciones como Septiembre Negro fueron
aniquiladas (literalmente en el caso de todos menos uno de los participantes
del secuestro de los atletas israelíes en las Olimpíadas
de Munich) y otros decidieron replegarse a lugares más acogedores
tales como el Líbano o Libia. Pero un factor casi tan importante
fue que los países europeos se hartaron de los interminables tiroteos,
atentados y contraatentados, incluyendo los israelíes, tales como
el asesinato erróneo de un hombre en Noruega que se parecía
físicamente a alguien que estaba en la lista de la Mossad.
Los problemas de una campaña de asesinatos de la CIA son muy similares,
y quizá más difíciles. Una de las propuestas más
atractivas es el de ir contra los hombres en trajes Gucci que le
escriben los cheques a Osama bin Laden... agarrarlos tendría un
gran efecto de intimidación, según explicó
una fuente de la CIA al Washington Post. Pero un gran número de
ellos está en países árabes que Estados Unidos no
quiere antagonizar, tales como Arabia Saudita: si el Departamento de Estado
se resiste a bombardear Afganistán durante el mes sagrado de Ramadán,
Washington difícilmente puede esperar que asesinar a ciudadanos
saudíes o de otros países árabes en sus países
de origen no causará problemas. Todos sabrían que fue la
CIA, aun si la Agencia oculta completamente sus huellas.
Esto último, dicho sea de paso, es algo en lo que nunca fue muy
buena. Al contrario, todos saben sobre fracasos ligeramente absurdos tales
como el cigarro envenenado de Fidel Castro. Si esto era frecuente durante
la época de gloria de la CIA, en momentos cuando prefería
la acción al análisis, ¿qué se puede esperar
ahora? El elemento paramilitar se atrofió tras cincuenta
años, la CIA es ahora una agrupación de burócratas,
enfatiza Frederick P. Hitze, inspector general de la Agencia desde 1990
a 1998. El uso de agentes locales, tales como los que mataron a René
Schneider en Chile, es complicado dados los países árabes
donde se ejecutarían las operaciones. Sus cuerpos de seguridad
no estarándispuestos a hacer el trabajo sucio de Estados Unidos,
y podrían obstaculizarlos en lugares como Arabia Saudita. Así,
una política de asesinatos tendría resultados tautológicos:
triunfaría en los países que quieren que triunfe y fracasaría
en los que quieren que fracase. Resolver este dilema implicaría
modificar decisiones diplomáticas que limitan muchas cosas además
de los asesinatos, especialmente la campaña aérea sobre
Afganistán. Pase lo que pase, la CIA no decidirá el asunto.
Y si comienzan los asesinatos, será la señal de que las
limitaciones vistas hasta ahora en la guerra contra el terrorismo habrán
sido descartadas. El asesinato será sólo el comienzo, y
no será lo peor.
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