Página/12
En Pakistán
Por Eduardo Febbro
Desde Peshawar
La guerra en Afganistán irrumpió de golpe en Pakistán
con su garra más sangrienta. Por primera vez en la historia de
esta república islámica moderada, un comando extremista
entró en una Iglesia en plena misa y abrió fuego indiscriminadamente
contra los fieles reunidos. Las ráfagas de Kalashnikov dejaron
un tendal de 18 muertos y decenas de heridos. Nosotros somos paquistaníes,
no somos norteamericanos. ¿Por qué nos eligieron a nosotros
como blanco de la venganza de las represalias norteamericanas?,
pregunta a media voz una mujer del barrio católico de Yusef Abad,
en Peshawar.
Las víctimas son protestantes pero hubieran podido ser católicos.
En Pakistán, las diferentes expresiones del cristianismo comparten
las iglesias y ayer un cambio de horario de último momento modificó
el orden de la ocupación. Los testigos cuentan que seis hombres
barbudos llegaron en moto y empezaron a disparar a mansalva. Vivíamos
con la sombra de la venganza. Ahora sabemos que ha llegado la hora de
defendernos de otra manera, asegura un comerciante de Yusef Abad.
Según el portavoz del Frente de Liberación Cristiano de
Pakistán, Shahabaz Bhatti, los responsables son los líderes
islamistas que alentaron los ataques contra los infieles
y los no musulmanes.
La región donde ocurrió la matanza está situada al
este de Punjab, una zona que sirve de base de operaciones a los grupúsculos
islamistas radicales como Herakat ul-Mujahidin y Jaish-e-Mohammad, dos
movimientos de guerrilla religiosa a los que Estados Unidos y Gran Bretaña
acusaron de terrorismo activo. Desde antes que se iniciaran
las represalias estadounidenses, la comunidad cristiana católicos
y protestantes reunidos suman poco menos de dos millones de personas
vivían con la certeza de que en cuanto cayera la primera bomba
iban a ser los primeros en pagar las consecuencias. Pero nunca imaginamos
un horror semejante, dice otro vecino de Yusef Abad.
En el barrio de Yusef Abad no hay custodia particular. A pesar del atentado
de la iglesia de Santo Domingo la gente dice tener confianza y cuenta
que las relaciones entre cristianos y musulmanes son buenas.
Yusef Abad es un caserío rodeado de una vasta extensión
de tierra seca. De lejos se adivina que es un barrio de católicos.
La pobreza es radical. En Pakistán, los cristianos constituyen
el último eslabón de la escalera social. Yusef Abad es un
barrio de barrenderos y gente humilde, a imagen y semejanza del débil
estatuto social de los cristianos del país. La religión
que profesan les ha coartado el ascenso. Aunque no lo repitan en voz alta,
los habitantes de Yusef Abad viven con miedo. Nadie quiere dar su nombre.
El clima es denso y la inquietud se lee en los ojos. Al igual que en el
resto del país, la comunidad cristiana se instaló en enclaves
pequeños. Hay que hablar un rato largo y en la intimidad para conocer
un poco de esa verdad que les saca el sueño. Afuera es imposible,
en cuanto uno se anima a contar una mano distraída ordena cambiar
al tono. Era un policía paquistaní de civil. Qué
quiere, para nosotros es importante evitarnos problemas. Estamos rodeados
de musulmanes y no es simple, dice el hombre adentro de su casa.
A pesar de los incidentes del pasado, antes nadie hubiese pensado en comprar
armas: Ahora sí que estamos obligados. Hemos creado un comité
de autodefensa y hacemos rondas continuas toda la noche, cuenta
uno de los vecinos de Yusef Abad que forma parte del comité. La
amabilidad dura poco. Como empiezan a llegar muchos periodistas la gente
se pone nerviosa. Al final, el hombre que abrió las puertas de
su casa sale a la calle y pide a los periodistas que se vayan: Ustedes
noscomprometen con todo el ruido que hacen. Salgan de acá, es peligroso
para nosotros.
El barrio cristiano de University Campus es más tranquilo. Es un
enclave de 100 familias cristianas instalado detrás de la Universidad
de Peshawar protegido del ruido y de muchas amenazas. Es una apariencia.
La venganza no es una eventualidad sino una sombra que se cierne sobre
nosotros. Desde que empezó la guerra somos conscientes de que el
turno puede llegarnos en cualquier momento, dice John, un robusto
católico de 25 años que sueña con conseguir una visa
para irse a vivir a Estados Unidos. La gente de University Campus es tan
generosa que cuando llega la hora de la misa abre la puerta de la iglesia
e invita al chofer de Página/12 a participar en el oficio. Assad
es musulmán y acepta sorprendido. Es la primera vez que pone un
pie en una iglesia. Nos vamos a defender como sea. Si hay víctimas
de un lado también las habrá del otro, afirma John.
Al muchacho le quedó un gusto amargo. Hace tres semanas vinieron
a verlo unos islamistas radicales con la foto de un atentado en Israel.
Esa es nuestra guerra santa le dijeron, eso es lo que
te espera.
COMO
SE RESQUEBRAJA LA ESTABILIDAD EN PAKISTAN
La
tormenta que sigue a la casi calma
Por
E.F.
El
presidente paquistaní Pervez Musharraf perdió la paz interna.
En momentos en que el operativo militar norteamericano en Afganistán
entra en su cuarta semana, el principal aliado de Washington en la región
sufrió de lleno las repercusiones de la guerra. Un total de 21
personas murieron el domingo en Pakistán en el curso de dos atentados
en dos regiones muy distintas. A las 18 víctimas de la matanza
perpetrada en la iglesia de Santo Doménico se le sumaron al final
de la tarde los tres muertos que dejó la explosión de una
bomba en la ciudad de Quetta, capital de la provincia de Baluchistán.
El artefacto fue colocado en la parte de atrás de un colectivo
que circulaba por el centro de la ciudad. Quetta está situada a
unos 70 kilómetros de la frontera con Afganistán y en las
últimas semanas fue escenario de violentas manifestaciones de protesta
contra Estados Unidos y el presidente Musharraf. Desde que Estados Unidos
empezó a bombardear Afganistán, ésta es la primera
vez que el territorio paquistaní se ve sacudido por atentados mortales.
La situación interna de Pakistán pareció salir repentinamente
de los cauces tranquilos en que el presidente Musharraf la había
mantenido hasta ahora. Un periodista local comentó a Página/12
que el esquema previsto por Musharraf se modificó con el
correr de las semanas. La campaña militar norteamericana dura demasiado
y los errores que ocasionan numerosas víctimas civiles han tornado
la opinión pública más sensible. Resulta muy difícil
tolerar que Estados Unidos siga matando a tantos inocentes con el aval
de Pakistán. El mandatario paquistaní tiene varias
crisis simultáneas por resolver. Los atentados del domingo plantean
la debilidad del control que ejerce sobre los grupos radicales al tiempo
que los sectores fundamentalistas empiezan a presionar al gobierno con
las imágenes de las víctimas civiles como telón de
fondo. Qazi Hussain Ahmad, líder del partido islamista Jamaat-e-Islami,
llamó a sus militantes a manifestar durante diez días en
Islamabad con el objetivo de derrocar al presidente Musharraf.
Todavía mucho más incómodo e inquietante para Islamabad
es el abultado número de voluntarios que respondieron al llamado
del jefe religioso de los talibanes, el mullah Mohammad Omar, quien convocó
a los musulmanes a participar en la guerra santa en Afganistán.
Entre el jueves y el domingo, y armados hasta los dientes, no menos de
10 mil paquistaníes se acercaron a los fronteras con Afganistán
para hacer la Jihad contra Estados Unidos. Pakistán se encuentra
así en una paradójica situación: es el país
que más apoya a Estados Unidos y aquel que más voluntarios
suministra para la causa contraria. Como si fuera poco, el mullah Omar
no está capturado ni muerto. Siguen mandando mensajes a sus seguidores.
Ayer advirtió a Estados Unidos que los norteamericanos iban a conocer
una derrota más amarga que la que los soviéticos conocieron
en Afganistán.
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