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EXTREMISTAS ISLAMICOS IRRUMPEN EN UNA IGLESIA Y ASESINAN A 18 PROTESTANTES
Este sí que fue un “choque de civilizaciones”

La guerra iniciada con los atentados del 11 de setiembre abre nuevos frentes: 18 protestantes fueron asesinados por fundamentalistas islámicos en una misa en Pakistán, mientras en Filipinas un grupo afiliado a Osama bin Laden mataba a 10 personas.

Página/12
En Pakistán
Por Eduardo Febbro
Desde Peshawar

La guerra en Afganistán irrumpió de golpe en Pakistán con su garra más sangrienta. Por primera vez en la historia de esta república islámica moderada, un comando extremista entró en una Iglesia en plena misa y abrió fuego indiscriminadamente contra los fieles reunidos. Las ráfagas de Kalashnikov dejaron un tendal de 18 muertos y decenas de heridos. “Nosotros somos paquistaníes, no somos norteamericanos. ¿Por qué nos eligieron a nosotros como blanco de la venganza de las represalias norteamericanas?”, pregunta a media voz una mujer del barrio católico de Yusef Abad, en Peshawar.
Las víctimas son protestantes pero hubieran podido ser católicos. En Pakistán, las diferentes expresiones del cristianismo comparten las iglesias y ayer un cambio de horario de último momento modificó el orden de la ocupación. Los testigos cuentan que seis hombres barbudos llegaron en moto y empezaron a disparar a mansalva. “Vivíamos con la sombra de la venganza. Ahora sabemos que ha llegado la hora de defendernos de otra manera”, asegura un comerciante de Yusef Abad. Según el portavoz del Frente de Liberación Cristiano de Pakistán, Shahabaz Bhatti, los responsables son los líderes islamistas que “alentaron los ataques contra los ‘infieles’ y los no musulmanes”.
La región donde ocurrió la matanza está situada al este de Punjab, una zona que sirve de base de operaciones a los grupúsculos islamistas radicales como Herakat ul-Mujahidin y Jaish-e-Mohammad, dos movimientos de guerrilla religiosa a los que Estados Unidos y Gran Bretaña acusaron de “terrorismo activo”. Desde antes que se iniciaran las represalias estadounidenses, la comunidad cristiana –católicos y protestantes reunidos suman poco menos de dos millones de personas– vivían con la certeza de que en cuanto cayera la primera bomba iban a ser los primeros en pagar las consecuencias. Pero “nunca imaginamos un horror semejante”, dice otro vecino de Yusef Abad.
En el barrio de Yusef Abad no hay custodia particular. A pesar del atentado de la iglesia de Santo Domingo la gente dice tener confianza y cuenta que las relaciones entre cristianos y musulmanes son “buenas”. Yusef Abad es un caserío rodeado de una vasta extensión de tierra seca. De lejos se adivina que es un barrio de católicos. La pobreza es radical. En Pakistán, los cristianos constituyen el último eslabón de la escalera social. Yusef Abad es un barrio de barrenderos y gente humilde, a imagen y semejanza del débil estatuto social de los cristianos del país. La religión que profesan les ha coartado el ascenso. Aunque no lo repitan en voz alta, los habitantes de Yusef Abad viven con miedo. Nadie quiere dar su nombre. El clima es denso y la inquietud se lee en los ojos. Al igual que en el resto del país, la comunidad cristiana se instaló en enclaves pequeños. Hay que hablar un rato largo y en la intimidad para conocer un poco de esa verdad que les saca el sueño. Afuera es imposible, en cuanto uno se anima a contar una mano distraída ordena cambiar al tono. “Era un policía paquistaní de civil. Qué quiere, para nosotros es importante evitarnos problemas. Estamos rodeados de musulmanes y no es simple”, dice el hombre adentro de su casa. A pesar de los incidentes del pasado, antes nadie hubiese pensado en comprar armas: “Ahora sí que estamos obligados. Hemos creado un comité de autodefensa y hacemos rondas continuas toda la noche”, cuenta uno de los vecinos de Yusef Abad que forma parte del comité. La amabilidad dura poco. Como empiezan a llegar muchos periodistas la gente se pone nerviosa. Al final, el hombre que abrió las puertas de su casa sale a la calle y pide a los periodistas que se vayan: “Ustedes noscomprometen con todo el ruido que hacen. Salgan de acá, es peligroso para nosotros”.
El barrio cristiano de University Campus es más tranquilo. Es un enclave de 100 familias cristianas instalado detrás de la Universidad de Peshawar protegido del ruido y de muchas amenazas. “Es una apariencia. La venganza no es una eventualidad sino una sombra que se cierne sobre nosotros. Desde que empezó la guerra somos conscientes de que el turno puede llegarnos en cualquier momento”, dice John, un robusto católico de 25 años que sueña con conseguir una visa para irse a vivir a Estados Unidos. La gente de University Campus es tan generosa que cuando llega la hora de la misa abre la puerta de la iglesia e invita al chofer de Página/12 a participar en el oficio. Assad es musulmán y acepta sorprendido. Es la primera vez que pone un pie en una iglesia. “Nos vamos a defender como sea. Si hay víctimas de un lado también las habrá del otro”, afirma John. Al muchacho le quedó un gusto amargo. Hace tres semanas vinieron a verlo unos islamistas radicales con la foto de un atentado en Israel. “Esa es nuestra guerra santa –le dijeron–, eso es lo que te espera.”


COMO SE RESQUEBRAJA LA ESTABILIDAD EN PAKISTAN
La tormenta que sigue a la casi calma

Por E.F.

El presidente paquistaní Pervez Musharraf perdió la paz interna. En momentos en que el operativo militar norteamericano en Afganistán entra en su cuarta semana, el principal aliado de Washington en la región sufrió de lleno las repercusiones de la guerra. Un total de 21 personas murieron el domingo en Pakistán en el curso de dos atentados en dos regiones muy distintas. A las 18 víctimas de la matanza perpetrada en la iglesia de Santo Doménico se le sumaron al final de la tarde los tres muertos que dejó la explosión de una bomba en la ciudad de Quetta, capital de la provincia de Baluchistán. El artefacto fue colocado en la parte de atrás de un colectivo que circulaba por el centro de la ciudad. Quetta está situada a unos 70 kilómetros de la frontera con Afganistán y en las últimas semanas fue escenario de violentas manifestaciones de protesta contra Estados Unidos y el presidente Musharraf. Desde que Estados Unidos empezó a bombardear Afganistán, ésta es la primera vez que el territorio paquistaní se ve sacudido por atentados mortales.
La situación interna de Pakistán pareció salir repentinamente de los cauces tranquilos en que el presidente Musharraf la había mantenido hasta ahora. Un periodista local comentó a Página/12 que “el esquema previsto por Musharraf se modificó con el correr de las semanas. La campaña militar norteamericana dura demasiado y los errores que ocasionan numerosas víctimas civiles han tornado la opinión pública más sensible. Resulta muy difícil tolerar que Estados Unidos siga matando a tantos inocentes con el aval de Pakistán”. El mandatario paquistaní tiene varias crisis simultáneas por resolver. Los atentados del domingo plantean la debilidad del control que ejerce sobre los grupos radicales al tiempo que los sectores fundamentalistas empiezan a presionar al gobierno con las imágenes de las víctimas civiles como telón de fondo. Qazi Hussain Ahmad, líder del partido islamista Jamaat-e-Islami, llamó a sus militantes a manifestar durante diez días en Islamabad con el objetivo de “derrocar” al presidente Musharraf.
Todavía mucho más incómodo e inquietante para Islamabad es el abultado número de voluntarios que respondieron al llamado del jefe religioso de los talibanes, el mullah Mohammad Omar, quien convocó a los musulmanes a participar en la guerra santa en Afganistán. Entre el jueves y el domingo, y armados hasta los dientes, no menos de 10 mil paquistaníes se acercaron a los fronteras con Afganistán para hacer la Jihad contra Estados Unidos. Pakistán se encuentra así en una paradójica situación: es el país que más apoya a Estados Unidos y aquel que más voluntarios suministra para la causa contraria. Como si fuera poco, el mullah Omar no está capturado ni muerto. Siguen mandando mensajes a sus seguidores. Ayer advirtió a Estados Unidos que los norteamericanos iban a conocer “una derrota más amarga que la que los soviéticos conocieron en Afganistán”.

 

 

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