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“Cualquier creación artística es también un acto de destrucción”

El itinerario de Pablo Picasso como pintor es el eje sobre el que transita un notable documental del que Canal á emitirá hoy la segunda parte.

Por Silvina Friera

El minotauro, que en la mitología griega era un monstruo mitad toro, mitad hombre, muerto por Teseo en el Laberinto de Creta, era el símbolo con el que se identificaba el artista Pablo Picasso (1881-1973). Según el mito, el minotauro exigía un sacrificio de chicos y chicas atenienses para aplacar su desmesurado apetito. “Cualquier creación artística es también un acto de destrucción –decía el genial pintor–. La mano del artista es la mano del matador”. En el mes de su nacimiento, Canal á emitirá hoy la segunda parte (a las 11 y a las 18) de “Retrato de un artista”, un documental de Didier Baussy, una de las aproximaciones fílmicas más rigurosas de las diferentes etapas artísticas del creador de Guernica. Según el crítico Michel Leiris, la corrida de toros era el único espectáculo europeo que conservaba el pathos auténtico de la tragedia griega. Para Picasso, representaba un ritual, emblema de las luchas que el hombre debía afrontar en el transcurso de su existencia.
“Nuestra vida consiste en ir a misa por la mañana, a los toros por la tarde y al burdel por la noche”, señalaba el artista español. La tauromaquia constituyó uno de los motivos favoritos de su arte. Los toros, símbolos de la vida y la muerte, se inmortalizaron en una serie de Minotauromaquias. Picasso le imprimió al culto del dios toro un sentido trágico, muy próximo al significado de sacrificio en las grandes religiones antiguas. El artista empezó su período azul cuando realizó el retrato del poeta Casaguemas, que se había suicidado por amor. En esta etapa los rostros de las pinturas de Picasso alcanzaron una expresión alucinada de dolor. “Quiero que mis cuadros se defiendan, que resistan al invasor, como si tuvieran hojas de afeitar en la superficie, así nadie puede tocarlos sin lastimarse”, deseaba el pintor. En 1905 su pintura cambió de color, iniciándose la denominada etapa Rosa. Picasso quedó fascinado con la geometría de las figuras después de visitar una exposición parisina de arte primitivo ibérico. En las pinturas de ese período el cuerpo humano se convirtió en escultura antigua. Las señoritas de Avignon (1907), ambientada en un burdel, transformó el curso del arte moderno, y es considerada por los críticos como la pintura que dio nacimiento al Cubismo.
Desafiando las viejas reglas artísticas, insertó en sus collages una serie de nuevos materiales pobres: pedazos de papel de tapiz y de diarios. Los instrumentos tradicionales encontraron una nueva figura: una botella y un diario emergen como una tambaleante torre Eiffel. “Cuando supimos que esa aventura colectiva era una causa perdida, cada uno de nosotros se fue. Nacía otro orden y debíamos volver a los griegos, a los egipcios -reflexionaba Picasso–. Nuestra época no posee principios donde poder fundar las reglas del arte. Los griegos y los egipcios las tenían”. Una anécdota, que reseña el documental, describe de cuerpo entero el espíritu de Picasso. En París (1941), un soldado alemán visitó al pintor y mientras observaba una tétrica naturaleza muerta le preguntó: “¿Lo hizo usted?”. El artista le respondió: “No, la hicieron ustedes”. En “Retrato de un artista”, filmado en Málaga, La Coruña, Barcelona, Madrid, Horta de San Juan, Gasd, Antibes y Vauvenargues, premiado como mejor documental de arte en el festival de cine de Canadá en 1987, subyace la idea de que Picasso tomó lo que pudo de cada mujer con la que estuvo (Ana Koklova, Marie Terese Valter, Dora Maar, Françoise Gilot, Jacqueline Roque) para vigorizar su arte. Cuando sus musas dejaban de inspirarlo, las abandonaba. Su compañera de la década del 20, Koklova, una bailarina que dejó el ballet para vivir con Picasso, fue retratada despiadamente en El beso (1925). Nunca en la historia de la pintura la figura de la mujer fue lacerada con tanta ferocidad: Olga es una serpiente con la vagina dentada.”Cuando amo a una mujer todo termina mal, incluso la pintura”, le confesaba Picasso a sus amigos. Poco antes de morir, el 8 de abril de 1972, a los 92 años, Picasso sintetizó el legado de su inmenso trabajo artístico: “La pintura todavía debe ser inventada”.

 

 

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