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�Al islamismo lo inventó Occidente y se volvió un monstruo incontrolable�

El islamólogo iraní Mohamad Ali Amir-Moezzi sostiene que los norteamericanos e iraníes tienen intereses comunes, al igual que en la Guerra del Golfo. En este reportaje dice que la ofensiva estadounidense contra los talibanes favorece a los iraníes, aunque éstos lo nieguen.

Por J. M. Martí Font
Desde Barcelona

El islamólogo francés Mohamad Ali Amir-Moezzi, nacido en Irán en 1958, es una de las máximas autoridades académicas en el Islam chiíta y considera que el conflicto de Afganistán es básicamente étnico y tribal, y que lo religioso sólo tiene una importancia secundaria, porque el islamismo es un movimiento político que nada tiene que ver con el Corán. Formado en diversas universidades europeas, Amir-Moezzi es doctor en Islamología y director de estudios de la cátedra de Exégesis y Teología del Islam chiíta en la Universidad parisina de la Sorbona.
–Desde un punto de vista chiíta y más concretamente desde el clero iraní, en el poder, ¿cómo se percibe lo que sucede en Afganistán?
–Los iraníes nunca han escondido su hostilidad hacia los talibanes. Hay razones de orden religioso, pero son secundarias. La principal razón es porque para siempre han considerado que los talibanes eran Estados Unidos, los sicarios de la CIA, gente educada y fabricada por los servicios secretos pakistaníes y occidentales para echar a los tayikos.
–¿Por qué los tayikos?
–Porque desde el punto de vista de los iraníes, los tayikos son los persas de Afganistán, donde representan entre el 20 y el 25 por ciento de la población. También hay tayikos en la antiguas repúblicas soviéticas, y no sólo en Tayikistán. Los americanos tenían miedo de que si los tayikos tomaban el poder en Kabul, se acercarían a Irán, y Afganistán caería en la órbita de Teherán. Por eso Washington estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para echar a los tayikos y poner a los pashtunes. La gran paradoja esque norteamericanos e iraníes tienen intereses comunes. En la Guerra del Golfo sucedió lo mismo, también Estados Unidos había alimentado a Saddam Hussein contra Irán y luego tuvo que enfrentarse a él. La actual ofensiva contra los talibanes les viene de maravilla a los iraníes, aunque protesten de puertas afuera sin demasiada convicción.
–Pero la entrada de Afganistán en la órbita de Teherán supondría un cambio radical del equilibrio en Asia central.
–La lengua que se hablaba en Kabul antes de la llegada de los talibán era el dari, un variante del persa clásico, y toda la cultura, la literatura que se producía en Kabul era en persa. Y no solo en Afganistán, en el norte, en Tayikistán por supuesto, y también en Uzbekistán y Turkmenistán, países que en la Edad Media formaban parte de Irán. Los intelectuales escribían en persa.
–¿Cree que esta identidad persa todavía permanece en la memoria colectiva?
–No es casualidad que los pashtunes hayan prohibido en las escuelas que se aprenda el persa. Todos los libros en persa fueron requisados y quemados. Antes de la llegada de los talibanes, en Kabul, la mayoría de los periódicos y revistas eran en persa. Ahora está prohibido aprenderlo.
–¿Se trata de una lucha entre dos grandes y viejas culturas por ocupar este espacio intermedio que sería Afganistán?
–Sí. El elemento religioso es bastante secundario en toda esta historia, por encima de él está el elemento étnico, que es el realmente importante. Las tradiciones de estos pueblos son, no ya de tipo étnico, sino de tipo directamente tribal, lo que hace aún más paradójica la presencia de estos árabes que llegaron cuando la guerra contra los soviéticos, como Osama bin Laden, porque en esta parte del mundo, tradicionalmente, hay una especie de racismo antiárabe, incluso para algunos pueblos la palabra árabe es un insulto, especialmente para un tayiko.
–¿Por qué llegaron estos árabes?
–Había un interés político y financiero en este componente árabe. Pakistán y Arabia Saudita en un determinado momento tenían intereses políticos comunes, lo que los hizo acercarse, y entonces fue cuando Bin Laden fue “lanzado en paracaídas” de esta manera. Antes lo había intentado en Libia y no funcionó, y por eso lo hicieron después en Afganistán.
–¿Cómo ve la evolución del conflicto?
–Creo que Occidente empieza finalmente a comprender que el islamismo puede ser un peligro, que no es un fenómeno que pueda limitarse a algunos países lejanos que se pelean entre ellos.
–¿Cómo puede una sociedad laica como Occidente entender el mundo en términos teocráticos?
–No es necesario. El islamismo tiene muy poco que ver con la teocracia o con la religión, es un movimiento político que utiliza elementos del Corán como le viene bien. Para comprender el islamismo no es necesario comprender el Islam, más vale intentar comprender cual es la política de Occidente hacia estos países. No hace falta estudiar el Corán para entender el islamismo, porque ni siquiera los islamistas conocen el Corán, en todo caso tienen unos conocimientos muy superficiales y fragmentarios. Es una bandera, eso es todo. Se trata de la instrumentalización de la religión. La pregunta es: ¿por qué funciona?, porque hay muchas injusticias, muchas desigualdades y es esto lo que está en cuestión. Porque Occidente no ha tenido nunca una idea política sobre la zona, solo un pensamiento económico y financiero. Puede incluso decirse que el islamismo es algo que ha sido fabricado por Occidente, por intereses financieros y para contrarrestar el comunismo, y ahora se ha convertido en un monstruo incontrolable.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.


LA SITUACION DE LA MUJER ENTRE LOS ANTITALIBANES
Ir de Guatemala a Guatepeor

Por Ramón Lobo *
Desde Charikar

Sin rostro. Sin apenas nombre ni voz. Las mujeres deambulan por ciudades y aldeas escondidas bajo una tela azul o blanca. Pesa siete kilos y se llama burka, la prenda ancestral de Afganistán que las cubre de la cabeza a los pies. Una redecilla a la altura de los ojos les permite ver y las protege de las miradas de los hombres. Las más jóvenes, al cruzarse con un extranjero, lo observan descaradamente y se ríen, pero la mayoría lo esquiva, agacha la testa o le da la espalda. “Los talibanes han convertido la tradición en ley, pero aquí, en el territorio controlado por la Alianza del Norte, esta tradición es mucho más fuerte que cualquier norma”, afirma Sherine Zaghow, una egipcia que trabaja con una ONG francesa en la localidad de Golbahar.
Cuando las fuerzas talibanes conquistaron Kabul, en la madrugada de 27 de setiembre de 1996, desterraron a la mujer de la vida civil, expulsándola de la enseñanza y confinándola al hogar. El 65 por ciento del profesorado, el 40 por ciento de los escolares y casi la mitad de los 7000 estudiantes de la Universidad de Kabul eran mujeres. Ninguna se atrevió a desafiar al mullah Mohammad Omar, el líder talibán. El golpe humano y cultural resultó brutal.
En el norte, la enseñanza es mixta, pero pocas alumnas logran terminar sus estudios secundarios. Las familias se convierten en el principal escollo al reclamar a las niñas para efectuar tareas en el hogar o para casarlas a edad muy temprana. En la escuela de Avegealalh, un caserón en Charikar, a una docena de kilómetros del frente, niñas como Maree, de 11 años, juegan con sus amigas cubiertas con un chador. Es la segunda menor de ocho hermanos, la mayoría varones. “Al llegar a casa estudio o ayudo a mi madre a limpiar y preparar la comida”. Cuando se le pregunta por la burka, responde: “No me gusta. No lo quiero llevar cuando tenga 16 años. Bueno, si mi padre me lo ordena, lo tendré que llevar”.
Farzana trabaja en el hospital del Panjshir. Es ayudante de enfermería y se mueve en la sala de las mujeres. Tiene 18 años, es menuda y algo tímida. “Me casaré con quién mande mi padre”, afirma. Farzana viste una bata de color verdoso, pero en cuanto sale del hospital se coloca encima la burka, una prenda que le agrada. Todas sus respuestas concluyen en una misma justificación, “lo manda mi padre”, una figura que en la tradición afgana interpreta el rol del patriarca incontestable.
Los matrimonios en Afganistán son de conveniencia y se arreglan entre las familias. Son muy raros los casos en los que la hija se opone a la decisión del padre y en que éste acepta su opinión. “Se trata de una sociedad cerrada y machista, en la que el hombre resulta la figura central. La mujer apenas tiene derechos”, sostiene Sherine Zaghow.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

 

 

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