Página/12
en Pakistán
Por Eduardo Febbro
Desde Islamabad y Peshawar
La revolución islámica llegará cuando los fieles
tomen el gobierno. Qazi Hussain Ahmed, líder del partido
radical islámico Jaamat-e-Islami, no se come las palabras. Desde
hace dos días, el dirigente religioso paquistaní es la figura
emergente que desafía en la plaza pública la política
del presidente Pervez Musharraf. Tras dos semanas de relativa buena conducta,
el ala dura del islamismo salió de su discreción para lanzar
una férrea ofensiva política y paramilitar. El domingo,
un grupo extremista asesinó a mansalva a 17 protestantes en una
iglesia de Bahawalpur, al este de Pakistán. Según diversas
fuentes, todo apunta a demostrar que se trata de un operativo perpetrado
por los fundamentalistas para vengar a los civiles que diariamente dejan
sus vidas en Afganistán bajo las bombas estadounidenses. La iglesia
de Bahawalpur es conocida por la extensa presencia de misioneros norteamericanos.
El gobierno volvió a decretar ayer el estado de alerta máxima
en el país y cedió al fin a las reiteradas demandas de la
minoría cristiana que había pedido una protección
especial. Policías y militares fueron desplegados en las cercanías
de las iglesias y en los alrededores de los barrios cristianos.
La atroz e inédita matanza en la historia del país coincide
con la renovada fuerza con que los partidos islamistas manifiestan en
las calles y con la virulencia de las declaraciones de carácter
político. Ahora ya no parece tratarse, como al principio, de protestas
contra las represalias norteamericanas en Afganistán sino de pedir
la cabeza del presidente Musharraf. Los islamistas encuentran un eco incluso
en las capas moderadas de la población, muy impresionadas por el
tendal de muertos civiles que ha dejado la aún inconclusa ofensiva
norteamericana contra los talibanes. Actualmente, los partidos fundamentalistas
están en plena concertación con vistas a determinar la fecha
en que piensan organizar una manifestación conjunta en Islamabad
seguida de una sentada permanente hasta conseguir la renuncia del gobierno
de Musharraf. Los jefes religiosos están preparando una operación
que comprende la distribución de víveres para diez días
para de que los manifestantes permanezcan ocupando la capital. En poco
menos de tres días, el margen de maniobra del presidente Musharraf
se redujo considerablemente. La dislocación que había logrado
evitar al comienzo de las represalias acecha hoy su gabinete con el telón
de fondo de las víctimas civiles en Afganistán.
El embajador en Pakistán del régimen talibán se dio
ayer el lujo de burlarse del operativo lanzado por Washington. Abdul Salam
Zaeef aseguró que 23 días de bombardeos no han tenido
ningún resultado, excepto el genocidio de los civiles afganos.
El representante de los fundamentalistas de Kabul precisó incluso
que los talibanes no tenían necesidad de los miles de voluntarios
pakistaníes estacionados dentro de las zonas tribales fronterizas
con Afganistán y listos para pelear junto a la milicia de Kabul.
Abdul Salam Zaeef afirmó también que los talibanes habían
arrestado a varios estadounidenses en territorio afgano. Sin precisar
la cantidad, el embajador indicó no obstante que uno de ellos formaba
parte del grupo que acompañaba a Abdul Haq, el mujaidín
afgano capturado y sentenciado a muerte por los talibanes cuando estaba
realizando una misión destinada a obtener el apoyo
de los jefes locales para derrocar desde el interior el régimen
del mullah Omar. Paralelamente, el representante especial de las Naciones
Unidas para Afganistán, Lakhdar Brahimi, viajó a Pakistán
para mantener una nueva ronda de negociaciones sobre el siempre pendiente
gobierno postalibán. La división en el seno de la oposición
afgana no facilita las cosas. A pesar de que la prensa pakistaní
anunció que el ex rey afgano Zaher Shah se desplazaría a
Pakistán este fin de semana, nada parece seguro. Los analistas
destacan que la inesperada resistencia de los talibanes y el enredo que
imposibilita la formación del gobierno tornan prematura su visita.
El principal problema radica en la Alianza del Norte, a quienes los afganos
de la etnia mayoritaria de Afganistán, la pashtún, consideran
como vulgares mercenarios.
La situación militar tampoco abre perspectivas de credibilidad.
A pesar de contar con el apoyo imponente de la aviación norteamericana,
la Alianza del Norte no ha sembrado muchos éxitos en su campana
militar. Los talibanes no le permitieron ni siquiera avanzar de un kilómetro
hacia Kabul y menos todavía apoderarse de la ciudad de Mazar-i-Sharif,
controlada por la milicia fundamentalista desde 1997. Sin esta localidad
que la Alianza anunció varias veces haber tomado bajo su control,
el operativo militar de Estados Unidos está amputado. Si Mazar-i-Sharif
cayera, Estados Unidos contaría con una base en Afganistán
para las tropas que están actualmente estacionadas en Uzbekistán.
Los comandantes de la Alianza anunciaron ayer una nueva ofensiva contra
Mazar-i-Sharif, pero los medios militares pakistaníes no creen
que la Alianza esté en condiciones de apoderarse de la ciudad en
los próximos días. Mazar-i-Sharif es un punto clave para
los tres beligerantes: para los talibanes, la ciudad equivale a mantener
intacto el dispositivo militar en el Norte. Para la Alianza, Mazar-i-Sharif
representa el símbolo de su primera y verdadera victoria militar,
mientras que para las tropas norteamericanas la localidad sería
una base segura en territorio afgano.
La situación global es más dramática aún si
se considera que la extensión de las operaciones militares y la
destrucción de zonas residenciales de civiles provocaron una éxodo
masivo de la población afgana. Ya agolpados en las fronteras, los
refugiados no cesan de aumentar cada día. El incremento de los
refugiados, la presión internacional y las denuncias constantes
de las ONG cambiaron la posición del presidente Musharraf. Su gobierno
anunció la pronta apertura de las fronteras que mantenía
cerradas en contra de la urgencia humanitaria ocasionada por una campaña
de represalias militares con la que Islamabad colabora plenamente.
PARTE
DE LOS ESPIAS ESTAN CON BIN LADEN
Un
país muy poco confiable
Por
Julian Borger
Desde Washington
El
servicio secreto estadounidense creía que la agencia de espionaje
de Pakistán estaba tan profundamente infiltrada por organizaciones
terroristas como Al-Qaeda que el año pasado le rogó al entonces
presidente Bill Clinton que cancelara una visita a ese país, según
se informó ayer. Clinton rechazó el consejo y siguió
adelante con su viaje. Pero, de acuerdo con el New York Times, el servicio
secreto adoptó precauciones sin precedentes, haciendo que el avión
presidencial Air Force One volara vacío mientras el presidente
llegaba en un pequeño avión sin ningún tipo de identificación.
Una vez en Pakistán, la procesión automovilística
se detuvo bajo un paso a desnivel de modo de que Clinton pudiera cambiar
de auto. Sus guardaespaldas estaban profundamente preocupados porque los
detalles de su itinerario fueran filtrados por la inteligencia paquistaní
a extremistas como Osama bin Laden y su organización Al-Qaeda.
El subterfugio reflejó las fuertes sospechas que pesan sobre el
Directorado de los Servicios de Inteligencia de Pakistán. El ISI,
fundado en 1948, había colaborado con la CIA para apoyar a la resistencia
de los mujaidines afganos a la ocupación soviética en los
años 80, pero la relación decayó luego del
colapso soviético. Según los funcionarios paquistaníes,
los norteamericanos dejaron de estar involucrados en Afganistán,
lo que permitió que cayera en un caos. En su búsqueda por
estabilidad en la frontera occidental de Pakistán, la ISI jugó
un papel instrumental en la creación y financiación de los
talibanes. Shamshad Ahmad, el embajador paquistaní en las Naciones
Unidas, le dijo al New York Times: Luego de que los soviéticos
fueran echados de Afganistán, ustedes nos dejaron con todos los
problemas de la guerra; flujos de refugiados, el tráfico de drogas
y armas, una cultura Kalashnikov. La ISI se hizo cargo de una porción
del comercio de drogas, de acuerdo con los norteamericanos. Como resultado,
la agencia se transformó en un estado dentro de otro estado, poblado
cada vez más por fundamentalistas islámicos. El ex jefe
de la ISI, Hamid Gul, es ahora el líder de los extremistas de la
política paquistaní.
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