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�Picasso Erótico�, una exposición sobre el sexo como una bella arte

Una muestra que acaba de inaugurarse en Barcelona exhibe casi trescientas obras eróticas, concebidas entre 1894 y 1972.

Por Catalina Serra
Desde Barcelona

Sexo. Ese es el tema. Comprado y suplicado. Disfrutado y observado. Tierno y violento. Pasional y sereno. Con y sin amor. Obsceno y humorístico. Exhibicionista e, incluso, contorsionista. Hay de todo en Picasso Erótico, la exposición más amplia y completa que sobre el tema, para algunos el “gran tema” en la trayectoria del artista malagueño, se ha realizado hasta la fecha. La exposición, que se presenta hasta el 20 de enero de 2002 en el Museo Picasso de Barcelona, reúne un conjunto de 290 obras entre pinturas, dibujos, grabados, acuarelas, esculturas y cerámicas que abarcan toda la trayectoria del artista nacido en 1881 en Málaga. Lo que permite, además, seguir también su notable evolución estilística desde 1894, fecha del primer dibujo exhibido, hasta 1972.
“No creo que en Picasso haya pornografía ni perversidad a la hora de mirar el sexo”, afirma Domenique Dupuis–Labbé, comisaria científica de la exposición. “Al contrario, creo que era un espíritu libre, un hombre sano con un gran apetito de vivir y disfrutar. Refleja los diferentes estadios del amor en función de cómo los vivía o sentía en cada momento.” La exposición muestra este constante deseo de vida y de amor que arrebató a Picasso a lo largo de toda su vida y que, añade la comisaria, sitúan al erotismo “en el centro principal de su obra”. En su opinión, Picasso es erótico incluso cuando pinta bodegones y es por ello que, añade, esta exposición podría ser aún más amplia.
Lo cierto es que el erotismo de Picasso era cosa sabida, aunque tal vez desde una perspectiva más centrada en su supuesto papel de “devorador” de mujeres del que queda reflejado en esta muestra. En sus últimos años de vida se hizo más explícito en una serie de grabados –especialmente Rafael y la Fornarina (1968) y La Maison Tellier (1971)– que algunos leyeron en su momento como el reflejo obsesivo de su impotencia senil y ahora otros interpretan desde una melancolía más llena de humor que de amargura. También había sexo explícito en sus dibujos de juventud, buena parte de los cuales, los pertenecientes al museo barcelonés, se exhibieron por primera vez en 1979 en el mismo centro con un título homónimo al de la actual exposición y que también se mostraron en otras ocasiones. Más difíciles de ver fueron los numerosos dibujos y carnets pertenecientes a colecciones privadas o incluso públicas.
“No hay voluntad de provocación porque la mayoría de estos dibujos no los hacía para que fueran exhibidos sino que los guardaba para él”, afirma Dupuis–Labbé. “Eran obras muy personales, muy íntimas, que pudieron conocerse a medida que fueron entrando en colecciones públicas.” Por esto, afirma, no es extraño que hasta ahora no se haya realizado una exposición de esta envergadura sobre el tema. El promotor de la idea fue el artista y escritor Jean–Jacques Lebel, si bien el proyecto fue asumido rápidamente por el director del Museo Picasso de París, Gérard Régnier (comisario general de la muestra), y por Guy Cogeval, director del Museo de Bellas Artes de Montreal y comisario asociado de la misma junto a la directora del centro barcelonés, María Teresa Ocaña. La exposición ya se vio en estas dos ciudades. En París aglutinó a cerca de 200 mil visitantes y en Montreal la cifra alcanzó los 240 mil, en parte debido a la atracción que la exposición tenía para el público estadounidense, privado de poder ver una muestra de estas características en su país dada la censura que impera en todos los temas de carácter sexual.
En Barcelona, la exposición se inaugura con diez días de retraso, ya que se complicó el traslado de las obras desde Canadá debido a los problemas que el atentado de Nueva York provocó en el tráfico aéreo. Finalmente, se inauguró con ligeras variantes respecto a las dos presentaciones anteriores, también distintas entre sí. La manera de mostrar las obras fue cambiando y, explica Domenique Dupuis–Labbé, enriqueciendo la visión delas obras. Si en Montreal se optó por incorporar elementos escenográficos, como un cuarto que reproducía un burdel de principios de siglo, en Barcelona y antes en París la presentación es estrictamente museográfica.
El montaje es básicamente cronológico y ocupa las dos grandes salas de exposición del Museo Picasso de Barcelona, y otra pequeña sala en la planta baja en la que se presenta una de sus últimas series de grabados, La Maison Tellier, inspirada en los monotipos de Degas y que tiene a este artista como protagonista en su papel de voyeur en un burdel.
La muestra incluye también numerosas escenas de burdeles plasmadas en sus primeros dibujos: sin ir más lejos, su cuadro más famoso y el que más influencia tuvo en la historia del arte del pasado siglo tiene como escenario un burdel situado en la calle de Aviñón de Barcelona, que le inspiró sus conocidas Demoiselles d’Avignon. Algunos dibujos preparatorios de este cuadro también se exhiben en la muestra, justo después de la sala dedicada a los dibujos de juventud, de un erotismo humorístico y caricaturesco protagonizado por sus amigos y conocidos de la Barcelona modernista.
Hay suficiente para un análisis exhaustivo: el paso del cubismo, su etapa surrealista –en la que los cuerpos y órganos sexuales se mezclan y confunden–, las versiones que realizó de los mitos clásicos, la vuelta al clasicismo con composiciones lineales y serenas, la sensualidad ondulante y alegre de Marie–Therèse, posiblemente la mujer con la que vivió de forma más intensa la reciprocidad del amor erótico según algunos estudiosos, la intermitente presencia del personaje de la Celestina o el protagonismo del voyeur en los últimos años de su vida. Hay de todo en esta exposición que permite ver un mismo tema, como el beso o el desnudo, realizado estilísticamente de formas muy diferentes. Es el Picasso de siempre, pero sorprende.

 

 

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