Por
Fabián Lebenglik
La
muestra Bandera, de Jean Pierre Raynaud (1939) que se acaba de inaugurar
en el Centro Cultural Recoleta con la presencia del consagrado artista
francés y de su célebre compatriota y exégeta, el
crítico y teórico Pierre Restany podría haber sido
una buena oportunidad para el público argentino de conocer a un
gran artista y de volver a escuchar a un crítico lúcido.
Pero resultó un completo fiasco, que si no fuera tan decepcionante
podría considerarse ofensivo. No se trataría de una ofensa
a los supuestos valores y múltiples sentidos de los símbolos
nacionales ni a la falta de creatividad de la política local, sino
de una ofensa a la inteligencia de los espectadores.
Son notorios los errores de información del artista y su inocultable
falta de interés por su objeto (la bandera), tanto como por el
público y el país anfitrión: sus inmaculadas banderas
argentinas están hechas con una tonalidad de azul-celeste equivocada
y por otra parte resulta del todo incomprensible la elección del
afiche político que decidió el artista para hacer una gran
pegatina en la misma sala.
A Raynaud parece haberle sucedido lo mismo que a las estrellas
del show bussines que hacen giras nacionales o mundiales sin saber muy
bien dónde están cada día, más que por los
papeles y comentarios que les acercan sus incondicionales secretarias:
es tan fuerte su egocentrismo y tan autista, inconmovible y difuso (aunque
supuestamente universal) su discurso a priori, que todo otro contexto
o circunstancia particular (más allá de sí mismo
y de su obra) le resulta accesoria y por lo tanto le nefrega.
Un artista que a lo largo de sus primeros treinta y cinco años
de carrera (entre 1962 y 1998) fue tan cuestionador, hoy parece plenamente
satisfecho de sí mismo y dispuesto a ser un despreocupado turista
del mundo, negociando su nombre como marca registrada y estableciendo
relaciones burocráticas con las banderas nacionales, con el mundo
del arte y con el poder.
Jean Pierre Raynaud se inició artísticamente a comienzos
de la década del sesenta, cuando se produce el cambio de paradigma
estético en las artes visuales de la era postindustrial, en el
proceso que va de la modernidad a la contemporaneidad: entonces se disuelven
las fronteras entre la concepción de lo artístico
con la de la llamada realidad.
En 1962 Raynaud se vuelca a sus primeras series de apropiaciones y recontextualización
de señales de tránsito. En ese mismo año realiza
sus macetas rellenas de cemento, de las que hará distintas versiones
y escalas a través de los años.
En 1968 presenta sus primeras muestras en las que utiliza azulejos blancos,
con los que luego revestirá ambientes completos, salas, objetos
y su propia casa.
En 1969 comienza la construcción de La Casa, un proceso
que entre su concepción y su destrucción, lleva 24 años
de una experiencia límite. Esa casa, de interiores austeros y completamente
revestida de azulejos blancos (pisos, paredes, techos, muebles), se vuelve
un lugar en donde se pone en juego una reflexión sobre la intimidad,
la violencia, el aislamiento, la soledad. Allí en ese interior
loco y perverso, que evoca el ambiente de un hospital o el de una morgue
Raynaud vivió con su familia. La Casa fue pasando por
sucesivas metamorfosis llegó a cerrar las ventanas
hasta que hace veinte años decidió cerrarla y demolerla.
El film
documental en el que se registra todo el proceso es absolutamente sorprendente:
las topadoras arrasando con la casa loca generan imágenes de una
violencia indescriptible. Los restos de aquella casa fueron exhibidos
por el artista dentro de mil baldes metálicos en el Museo CAPC
de Bordeaux, en 1993. Ese mismo año Raynaud fue seleccionado como
representante nacional de Francia para la Bienal de Venecia. En el contexto
de aquella edición de la Bienal curada por Achille Bonito
Oliva con el criterio de borrar los nacionalismos debido al vecino genocidio
producido en la desmembrada Yugoslavia, el artista francés
rediseñó el espacio de un pabellón para presentar
un ambiente recubierto de azulejos impresos con calaveras (que en la fotografía
reproducida por miles estaba sostenida por alambres): la sensación
de quien visitara ese espacio era abrumadora por la radicalidad y la violencia
conceptual de la obra.
En menor escala los Espacio Cero que el artista comenzó
a producir en 1974, cumplían un efecto similar de asepsia y aislamiento.
En 1983 el artista recibe el Gran Premio Nacional de Escultura.
En 1989 construyó para su propio uso un refugio semienterrado,
de 300 metros cuadrados, en las afueras de París.
En 1991 se organiza su primera retrospectiva en EE.UU.
Ese mismo años diseña un jardín mecánico en
La Défense, el imponente sector urbano high-tech, que se considera
la culminación del proyecto urbanístico parisino de la administración
Mitterrand y que dialoga a la distancia con el arco de triunfo con el
que traza un eje perfecto.
En 1998 se lleva a cabo su primera exposición retrospectiva en
el Jeu de Paume, en París y allí aparece por primera vez
su apropiación de la bandera. En aquella oportunidad, completamente
consagratoria, Raynaud utiliza la bandera francesa, con lo cual es posible
conjeturar que el inicio de esta serie de banderas tan decepcionante comienza
con su autoinstitucionalización como Gran Artista Nacional de Francia.
En este sentido toda la perorata discursiva alrededor de la bandera (de
las distintas banderas nacionales), como emblema de las identidades colectivas
y sentidos individuales, como núcleo de las respectivas historias
y tragedias nacionales, incluso como ordenamiento material de colores
y símbolos, resulta tan patético como poco creíble.
A la bandera francesa le siguieron la de Israel, Bélgica, Vietnam
del Sur, Cuba, Argelia, la bandera soviética y ahora la Argentina.
El año pasado, en la Bienal de La Habana, Raynaud exhibió
una serie de banderas cubanas y consiguió fotografiarse con Fidel
Castro frente a las banderas cubanas de su autoría.
El episodio, sobre el que el artista y su amigo Restany (no hay discurso
más lejano de la crítica que el discurso de la amistad)
dialogan en el catálogo, también es lastimoso y anacrónico.
El capítulo argentino es de una modestia y de una tacañería
proverbial.
En la sala Cronopios, cuya planta arquitectónica dibuja la forma
de una flecha, Jean Pierre Raynaud hizo colocar diez banderas argentina
de gran tamaño sobre las paredes que forman la punta de la flecha
y en las paredes de enfrente hizo pegar 126 copias del mismo afiche de
la campaña peronista de 1983.
Las diez banderas con el sol (que antiguamente se usaba para la bandera
de guerra y para las ceremonias oficiales) que Raynaud mandó confeccionar
están hechas de un color que no es el de la bandera argentina.
Y los afiches en el libro se menciona erróneamente como un
afiche de los años 70, alterando dramáticamente el sentido
de la pegatina resultan completamente vaciados de sentido. El texto
del afiche en el que se juega con los colores de la bandera argentina
y esa sería la sola causa de la caprichosa pegatina no le
interesa al artista ni a su crítico de cabecera. El afiche dice
así: Ellos hicieron la democracia junto al pueblo. Forjarán
la nueva Argentina. Vote Luder-Bittel. El peronismo será revolucionario
o no será. Liberación o dependencia. Luche y se van. Juventud
Peronista. El cartel incluye cuatro escenas de marchas populares,
dos de las cuales resultan reconocibles: la de Madres de Plaza de Mayo
y la de la CGT. La idea del artista era contraponer el emblema patrio
(y las evocaciones asociadas a ella) con la utilización política
de la bandera. Pero el efecto se aborta debido a los errores de información
el artista cambió el color de la bandera y eligió
un afiche absurdo. Tal vez el cartel debería haber sido de
la década del setenta, como describe por error el historiador y
curador Marcelo Pacheco en el catálogo.
Alrededor de esta banalidad, el catálogo teje un aparatoso discurso
crítico que boga y boga, navegando por casi todas las categorías
teóricas en boga. La muestra, en fin, es pobre en ideas, de un
vacío curatorial y una falta total de clima. Si no hubiera una
indiscutible historia artística detrás, estaríamos
ante un capítulo diría De Quincey de la estafa
considerada como una de las bellas artes. (Junín 1930, hasta el
25 de noviembre.)
MAÑANA,
ARTE CORDOBA EN EL JOCKEY CLUB
Se
inaugura la Feria de Córdoba
Desde
mañana a las 20 y hasta el 5 de noviembre, Córdoba será
sede de la III Feria Internacional de Galerías en el Jockey Club
Córdoba. Además de la participación de galerías
argentinas e internacionales, espacios institucionales, revistas especializadas,
espacios alternativos y de arte emergente, la artista plástica
cordobesa Dolores Cáceres que participó de la Bienal
Mercosur de Arte de Porto Alegre realizará un Maquillaje
de Luz en el frente del Jockey Club. Retomando la serie que ella
iniciara, Maquillaje de Museos, Cáceres jugará
con el frente del edificio. La artista realiza arte público con
la intención de desbanalizar lo cotidiano. En esta intervención,
las luces de neón con una paleta tonal de colores darán
nuevo sentido al frente de un edificio tan tradicional para la sociedad
cordobesa. La Feria contará con una serie de actividades paralelas
entre las que se destaca una serie de conferencias. Las dos primeras serán
dictadas por el crítico alemán Michael Nungesser, sobre
El arte en Berlín hoy,invitado por el Goethe Institut,
y por la crítica de arte porteña Laura Batkis, responsable
del espacio Alternativa Buenos Aires. La Feria destinará el 50
% de lo recaudado en las entradas (de $3 cada una) a la Cooperadora de
Ayuda a los Hospitales Públicos. Además, se distribuirán
entradas para instituciones educativas. La Feria, organizada por Asociación
Civil Arte Córdoba, cuenta con el apoyo de la Municipalidad de
Córdoba, la Agencia provincial Córdoba Cultura, la Secretaría
de Cultura de la Nación y el Fondo Nacional de las Artes, entre
otros.
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