UNO Y, de golpe, uno descubre que los noticieros norteamericanos tienen subtítulos. Como las películas. Una suerte de traducción aproximada, nunca exacta, a veces contradictoria o directamente psicótica. Así, un soleado paisaje de Afganistán y, abajo, la veloz tira de letras que pasa como un trencito diciendo que la casa donde vivió Eliancito en Miami será próximamente un museo o que la sucursal de Planet Hollywood de New York ese curro gastronómico de los catastrofistas Bruce, Sylvester y Arnold se ha declarado en quiebra, situando como motivo la desaparición de turistas dispuestos a pagar demasiado por una hamburguesa patrocinada por el tipo de actor que suele combatir a terroristas musulmanes en sus películas cocidas a punto, medium, aptas para todos los paladares de Occidente. Está claro que tiene que existir una lógica secreta o no tanto entre la noticia de Eliancito (un pasado cercano y lejanísimo), la imagen de ese niño afgano empuñando el orgullo de un fusil ganado a los rusos, y el tufo de las papas fritas en aceite recalentado. Pienso en eso cuando los noticieros cortan a sus conductores para transmitir en vivo, como todas las tardes, desde el Pentágono. Mi parte favorita. Ahí aparecen esos generales con mandíbula de Clint Eastwood y apellidos estilo Rumplemumble o Thumblestikin o Hartfieldtenton diciendo una cosa, pero con cara de estar pensando otra. Subtitulando. Muestran mapas, filmaciones, señalan con un puntero. Estamos ganando, aseguran y dónde era que yo alguna vez oí algo parecido. DOS Después, enseguida, los periodistas comienzan a hacer
preguntas molestas sobre misiles fuera de curso, líderes de la
resistencia ejecutados, la observación del Ramadán o la
proximidad del invierno y ahí están mis generales queridos,
mis directivos de la CIA y del FBI, mis héroes de la seguridad
internacional repitiendo una y otra vez ese mantra de no tenemos
ninguna confirmación oficial en ese sentido y la única versión
con la que contamos hasta ahora es la de los talibanes. Los talibanes,
está claro, son los malos de la película, pero también
es cierto que hasta ahora no han mentido nunca. Los talibanes no creen
en los subtítulos y aquí vienen otra vez mis otros personajes
favoritos: el embajador talibán en Pakistán y su fiel ayudante.
Hablan y hablan y hablan en cada vez más largas conferencias de
prensa. Y nadie les entiende muy bien lo que dicen. Yo tampoco. Pero no
mienten, no subtitulan porque Allah a diferencia de otros dioses
nunca escribe con letra pequeña en sus contratos, creo. CUATRO Me compro la edición especial sobre el atentado del 11 de septiembre de la revista Rolling Stone. Banderita y prendedor en la tapa ycosas que no entiendo. Esa súbita compulsión por sacar canciones ofensivas de discos, por borrar escenas de películas donde aparece el World Trade Center, por censurar un clip en el que explota un televisor. De golpe, los rockers son las personas más cautas y sensibles del mundo. Más preocupante me parecen todavía los nuevos videos de Britney Spears y Shakira, donde las chicas ondulan sus cuerpos como odaliscas y dicen cosas como soy tu esclava y estoy a tus pies. Décadas de lucha feminista para terminar así, tan islámicas y sometidas y atención ahora parece que lo del ántrax es asunto Made in USA. Lo que vuelve a toda la historia más interesante. Lo que nos lleva de regreso a esos oscuros días de Waco, de Atlanta y de Oklahoma. El enemigo interno. El enemigo que vive al lado. El American Psycho y America The Horrible. Lo que no significa otra cosa que la cosa no está tan clara como parece. Nueva zona gris después de tantos días de blanco y negro y más subtítulos, subtítulos de primera plana al final siempre se termina descubriendo que hasta el más respetable Dr. Jekyll sale a comer hamburguesas en Planet Hollywood con el peligroso subtítulo de su Mr. Hyde y que toda águila lleva a un buitre adentro. CINCO Querido diario: ayer vi a Bill Clinton sacándose una foto frente a la Sagrada Familia. Llevaba camisa del tipo hawaiano y la misma sonrisa de siempre. Una señora se acercó a él y le preguntó cuándo terminan los bombardeos. Clinton se encogió de hombros como diciendo a mí no me metan. Y siguió sonriendo. |
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