Por Carlos Polimeni
En 1996, el Festival de Cosquín
la lanzó a la fama nacional, cuando apenas era una adolescente
atropellada. Un improbable hit, A Don Ata, y el modo en que
en escena cruzaba códigos del rock con la cultura demagógica
de los festivales dispararon luego un fenómeno más digno
de la sociología que de la crítica musical: la chica de
Arequito se convirtió en un fenómeno de masas, descubriéndole
a las discográficas que había un público para un
nueva manera de entender el folklore. De repente, como por obra de magia,
el folklore, algo así como la Cenicienta del mercado, volvía
ser negocio como en los 60, pero en una versión pasteurizada
y deformante. Llegó al ridículo de hablarse de un folklore
joven. Después, casi todo decantó y varias cosas se
pusieron en su lugar. Hoy, cuando la Argentina del menemismo consolidado
ya es recuerdo, pero para Soledad la vida continúa, Libre, abre
una nueva era.
Cuando Soledad fue descubierta se montó en su entorno
un verdadero carnaval de intereses. Para muchos hombres poderosos en manejos
que el público nunca llega a entender, se trataba de una oportunidad
histórica: habían encontrado una artista sin discurso propio,
sin nada que ver con un ideario medianamente progresista, en un rubro
en el que desde siempre hubo figuras conflictivas para el establishment.
Soledad fue un bocado de cardenal para los Julio Mahárbiz de la
difusión y para la concepción Moneta de la tradición
nacional. Esa chica gauchita, de ponchos revolear e innegable approach
con los jóvenes, venía bien para poner las cosas en su lugar.
De su primer disco, Poncho al viento, salió a A Don Ata,
una canción para Atahualpa Yupanqui, de Mario Alvarez Quiroga,
que si algo parece es vulnerar la concepción de la vida y el arte
del homenajeado. Entre otras cosas, el tema pide a los gritos que Dios
tenga en su gloria a un ateo confeso (que, además, escribió
Preguntitas sobre Dios, casi una imprecación).
Luego de La Sole, una continuación afiebrada y producida al voleo
del primer disco, vendría el tercero Yo sí quiero a mi país
(título digno de la etapa más reaccionaria de Hernán
Figueroa Reyes, cuando en temas como Disculpe hacía
de la xenofobia política un programa estético) paradójicamente
producido en Miami por la factoría de Emilio Estefan. Un poco después
Soledad, cuyo primer single de difusión fue Propiedad privada,
todo un título para un vals. Aquí los arreglos eran de Gerardo
Gardelín, que no es Gardel. Por entonces, las cosas habían
cambiado en la Argentina y muchos de los que en privado alentaban la difusión
a mansalva de folklore para no pensar empezaban a informarse sobre qué
abogados contratar.
Libre es por lejos, entonces, el disco más relajado y propio de
Soledad, que acaba de cumplir 21 y parece haber empezado a llevar las
riendas de su carrera. La producción de Alejandro Lerner le da
al disco un status sonoro muy superior a los anteriores. Hay temas de
Víctor Heredia (Ayer te vi), Víctor Manuel (Quiero
abrazarte tanto), Los Jaivas (Todos juntos) y hasta
un clásico de Nino Bravo, el que le da nombre al trabajo , que
abren el registro temático de Soledad hacia el pop de calidad.
Pero además, joyas como Canción del jangadero
(de Jaime Dávalos) o Chacarera de un triste (de los
Hermanos Simón) que la mantienen dentro de un folklore al que tiene
mucho más que aportar, en la medida en que madure como intérprete.
Madurar debería significarle emocionarse más y gritar menos,
sentir además de afinar, no galopar sobre los temas como método,
concebir un repertorio como un conjunto de paisajes a descifrar, no como
un maratón.
La Soledad que con Libre viene pidiendo cancha y reconocimiento ha dejado
de ser una niña a la que todo se le perdona porque está
aprendiendo. Es el primero de sus discos que reclama atención sin
cifras ni banderas como principal argumento de difusión. El estribillo
del tema de Nino Bravo que eligió para el título en
realidad compuesto por Armenteros/Herrero libre, como el ave
que escapó de su prisión/ y puede al fin volar está
hablando de ella. Que también tenía 20 años y estaba
cansada de esperar que dejaran de decirle lo que debía hacer.
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