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“LIBRE”, EL SORPRENDENTE NUEVO DISCO DE SOLEDAD
El ave escapó de su prisión

En su quinto trabajo discográfico, producido por Alejandro Lerner, la ex niña de Arequito da un sólido paso en su carrera de intérprete.

Soledad ya no necesita declamar argentinidad para ser creíble.

Por Carlos Polimeni

En 1996, el Festival de Cosquín la lanzó a la fama nacional, cuando apenas era una adolescente atropellada. Un improbable hit, “A Don Ata”, y el modo en que en escena cruzaba códigos del rock con la cultura demagógica de los festivales dispararon luego un fenómeno más digno de la sociología que de la crítica musical: la chica de Arequito se convirtió en un fenómeno de masas, descubriéndole a las discográficas que había un público para un nueva manera de entender el folklore. De repente, como por obra de magia, el folklore, algo así como la Cenicienta del mercado, volvía ser negocio como en los ‘60, pero en una versión pasteurizada y deformante. Llegó al ridículo de hablarse de un “folklore joven”. Después, casi todo decantó y varias cosas se pusieron en su lugar. Hoy, cuando la Argentina del menemismo consolidado ya es recuerdo, pero para Soledad la vida continúa, Libre, abre una nueva era.
Cuando Soledad fue “descubierta” se montó en su entorno un verdadero carnaval de intereses. Para muchos hombres poderosos en manejos que el público nunca llega a entender, se trataba de una oportunidad histórica: habían encontrado una artista sin discurso propio, sin nada que ver con un ideario medianamente progresista, en un rubro en el que desde siempre hubo figuras conflictivas para el establishment. Soledad fue un bocado de cardenal para los Julio Mahárbiz de la difusión y para la concepción Moneta de la tradición nacional. Esa chica gauchita, de ponchos revolear e innegable approach con los jóvenes, venía bien para poner las cosas en su lugar. De su primer disco, Poncho al viento, salió a “A Don Ata”, una canción para Atahualpa Yupanqui, de Mario Alvarez Quiroga, que si algo parece es vulnerar la concepción de la vida y el arte del homenajeado. Entre otras cosas, el tema pide a los gritos que Dios tenga en su gloria a un ateo confeso (que, además, escribió “Preguntitas sobre Dios”, casi una imprecación).
Luego de La Sole, una continuación afiebrada y producida al voleo del primer disco, vendría el tercero Yo sí quiero a mi país (título digno de la etapa más reaccionaria de Hernán Figueroa Reyes, cuando en temas como “Disculpe” hacía de la xenofobia política un programa estético) paradójicamente producido en Miami por la factoría de Emilio Estefan. Un poco después Soledad, cuyo primer single de difusión fue “Propiedad privada”, todo un título para un vals. Aquí los arreglos eran de Gerardo Gardelín, que no es Gardel. Por entonces, las cosas habían cambiado en la Argentina y muchos de los que en privado alentaban la difusión a mansalva de folklore para no pensar empezaban a informarse sobre qué abogados contratar.
Libre es por lejos, entonces, el disco más relajado y propio de Soledad, que acaba de cumplir 21 y parece haber empezado a llevar las riendas de su carrera. La producción de Alejandro Lerner le da al disco un status sonoro muy superior a los anteriores. Hay temas de Víctor Heredia (“Ayer te vi”), Víctor Manuel (“Quiero abrazarte tanto”), Los Jaivas (“Todos juntos”) y hasta un clásico de Nino Bravo, el que le da nombre al trabajo , que abren el registro temático de Soledad hacia el pop de calidad. Pero además, joyas como “Canción del jangadero” (de Jaime Dávalos) o “Chacarera de un triste” (de los Hermanos Simón) que la mantienen dentro de un folklore al que tiene mucho más que aportar, en la medida en que madure como intérprete. Madurar debería significarle emocionarse más y gritar menos, sentir además de afinar, no galopar sobre los temas como método, concebir un repertorio como un conjunto de paisajes a descifrar, no como un maratón.
La Soledad que con Libre viene pidiendo cancha y reconocimiento ha dejado de ser una niña a la que todo se le perdona porque está aprendiendo. Es el primero de sus discos que reclama atención sin cifras ni banderas como principal argumento de difusión. El estribillo del tema de Nino Bravo que eligió para el título –en realidad compuesto por Armenteros/Herrero– “libre, como el ave que escapó de su prisión/ y puede al fin volar” está hablando de ella. Que también tenía 20 años y estaba cansada de esperar que dejaran de decirle lo que debía hacer.

 

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