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Errores
Por Juan Gelman

El mundo se ha vuelto peligroso para todo el mundo. Para el pueblo estadounidense, por empezar, a quien el lunes último el procurador John Ashcroft le asestó el anuncio de un nuevo ataque terrorista sin precisar el qué, el dónde y el cómo. El cuándo sería “en los próximos días”. Además de alimentar el comprensible espanto nacional, el profetizador del desastre anticipó que el ataque podría producirse contra intereses de EE.UU. en el extranjero, agregando otra capa de inquietud: ¿la Casa Blanca se dispone a extender a otras regiones la guerra contra Afganistán?
El Washington Post informaba el domingo 28 de octubre que el gobierno de Bush hijo ya había enviado a Filipinas unos 30 asesores militares encargados de adiestrar a las tropas que combaten a la guerrilla islamita de Abu Sayyaf y que Iraq es otro objetivo en vista. Y no sólo: agregaba que “muchos funcionarios (yanquis, desde luego) caracterizan ya el ataque contra el grupo al-Qaeda de Osama bin Laden y contra sus partidarios, los talibanes, sólo como la primera batalla de una larga campaña”. Bush hijo adelantó que la lucha se prolongaría durante todo su mandato, 4 años, pero sus previsiones fueron superadas por las del almirante Sir Michael Boyce, del Ministerio de Defensa británico: afirmó que la guerra contra el terrorismo podría ocupar medio siglo. Qué tal.
No es otro el discurso de Colin Powell, el moderado según muchos, quien el miércoles 24 señaló que “la primera prioridad” de Estados Unidos es “ahora” enfrentar “a la red de al-Qaeda y a Osama bin Laden en Afganistán y en todo lugar del mundo donde se encuentren, en todo lugar donde cuenten con países que los hospedan y apoyan. Y entonces, en el momento debido, prestaremos atención a otras fuentes del terrorismo que están desestabilizando al mundo. Y observaremos muy de cerca a Iraq”. Si el Departamento de Estado resuelve que al-Qaeda tiene adeptos en Uzbekistán, Malasia, Somalia, Chechenia, Sudán, Indonesia, Argelia, Yemen, Pakistán, Arabia Saudita y –qué curioso, ¿no?– en la Triple Frontera argentino-paraguayo-brasileña –con ramificaciones en Colombia además–, habría guerra para rato. Pero quién sabe.
La coalición internacional antiterrorista pacientemente construida por Washington cruje por varios lados. Gran Bretaña, el socio mayor, no quiere convertir a Iraq en su objetivo: “No he encontrado evidencia que vincule al régimen iraquí con la responsabilidad de Osama bin Laden y al-Qaeda en lo sucedido el 11 de septiembre”, proclamó Jack Straw, ministro de Relaciones Exteriores. Su colega de Defensa, Geoffrey Hoon, descartó que Iraq estuviera detrás de los envíos de ántrax y fue terminante: “Esto (lo de Afganistán) no es el preludio de una guerra más amplia”. El rey Abdullah de Jordania, firme aliado de EE.UU., manifestó una preocupación común a muchos países árabes cuando pidió que no se ataque a Iraq: “De ninguna manera deberá responsabilizarse a los árabes de estos crímenes”, enfatizó. Una simpatía en aumento por bin Laden y determinados intereses de un sector de la familia real sacuden a la monarquía de Arabia Saudita. La dictadura de Pakistán, el aliado más complaciente de Washington, no sólo se inquieta por los ocho mil compatriotas que se apretujan en la frontera con Afganistán para pelear junto a los talibanes: un grupo armado con lanzacohetes, fusiles de asalto, pistolas y espadas tomó por asalto el lunes 29 las oficinas gubernamentales en Chilas, población paquistaní ubicada a 350 kilómetros al noroeste de Peshawar, exigiendo la destitución del general-presidente. Al escribirse estás líneas continuaba, por quinto día consecutivo, el control que otro grupo protalibán con idéntica demanda mantenía sobre la carretera clave de Karakorum que comunica a Pakistán con China. ¿Qué sucedería si esos grupos derrocaran al régimen paquistaní y se apoderaran del arsenal nuclear del país? ¿Desatarían una guerra contra la India, también potencia nuclear, por la cuestión de Cachemira? Y EstadosUnidos, frustrado por tanto bombardeo sin resultados aparentes, ¿resistiría la tentación de emplear bombas atómicas “limpias”? Nadie sabe adónde conducirá la aventura lanzada por el aprendiz de brujo más poderoso del planeta.
En tanto, se repiten los “errores” de la aviación estadounidense y los “daños colaterales” que provocan. Los días 9, 12, 16, 20, 22, 23, 26, 28 y 30 de octubre –nueve de 24 días de bombardeo continuo– cayó la destrucción sobre una oficina de Naciones Unidas, edificios de la Cruz Roja, casas particulares y negocios, una escuela, un hospital, un ómnibus, un minibús, un hogar de ancianos, pastores y rebaños, aldeas enteras, incluso en zonas dominadas por la opositora Alianza del Norte. Las bombas inteligentes parecen medio sonsas y multiplican la muerte de población civil afgana. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, dice en Washington que la culpa “es de Osama bin Laden, porque él inició esta guerra”. Una frase antológica. Como canta un flamante corrido mexicano, obra de Roberto Cárdenas: “Por cielo, por mar, por tierra,/Osama te andan buscando./Bin Laden, el terrorista/que la CIA ha preparado,/ éste fue el error más grande/del gobierno americano”. La Casa Blanca está sumando otros –y muy graves– a ese error.

 

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