Por Luciano Monteagudo
En su reciente visita a Buenos
Aires, el cineasta chileno Raúl Ruiz habló de una serie
de ideas que volcó en su libro Poética del cine (Sudamericana),
en el cual se ensaña particularmente con lo que él llama
la teoría del conflicto central y la concepción
deportiva del relato que prevalece en el Hollywood de hoy, donde todo
finalmente queda reducido a una carrera vertiginosa, con ganadores y perdedores
(a quienes, por otra parte, es fácil identificar de antemano).
El thriller Ni una palabra viene a ilustrar cabalmente ese modelo, también
conocido como paradigma narrativo industrial. Nada que no
sea repetido o convencional se puede encontrar en el film dirigido por
Gary Fleder, realizado a su vez en función de un subparadigma muy
transitado también por Hollywood, que es el del grupo familiar
agredido por una brutal fuerza exterior, de la cual se tiene que defender
hasta las últimas consecuencias.
Esta estructura ya se manifestaba de manera muy evidente en Atracción
fatal, en la que Michael Douglas debía enfrentarse a ese monstruo
encarnado en la figura de Glenn Close y que ponía en peligro la
supervivencia, literalmente, de la familia constituida. Aquí el
bueno de Michael es otra vez un profesional exitoso allí
un editor, aquí un eminente psiquiatra que tiene una vida
cómoda y feliz, hasta que de pronto irrumpe el Mal. No se trata
ahora de una comehombres (para eso Douglas tiene en esta película
una esposa sensual, jugada por Famke Janssen), sino de toda una banda
comandada por un asesino por naturaleza, que quiere aprovechar las cualidades
profesionales del psiquiatra. El asunto es así: si no logra extraer
un dato clave de la mente de una adolescente aparentemente autista, los
malos de la película ejecutarán a la pequeña hija
de Douglas, a quien tienen secuestrada.
Casi de más está decir que en un plazo de unas pocas horas
Douglas no sólo rescatará ese dato que permaneció
oculto durante diez años sino que recuperará a su hija y
castigará a los villanos con una ferocidad similar a la de su personaje
en Un día de furia. Lo que se dice, un final cantado.
PUNTOS
THE
HOLE-EN LO PROFUNDO
Aburrido como un mal reality show
Por H.B.
Es gracioso o deprimente, según
como se ande de ánimo, que The Hole, una película en serio
del taiwanés Tsai Ming-liang, siga sin estrenarse en Argentina,
mientras sí lo hace su homónima The Hole, thriller inglés,
que pasará por aquí sin pena ni gloria. Si de lo que adolece
el subgénero thriller para adolescentes es de una mínima
categoría dramática, The Hole-En lo profundo no hace más
que profundizar ese pozo.
Forzada, discursiva e ineficaz incluso en su propio terreno, esta ópera
prima de un tal Nick Hamm (ham o jamón es el epíteto que
se le da en inglés a los actores troncos) parte de
una premisa absurda. Para pasar un fin de semana distinto, cuatro estudiantes
(dos chicos y dos chicas) deciden encerrarse en un refugio en medio del
bosque. Para ello cuentan con la ayuda de un quinto, que deberá
cerrar la puerta del lado de afuera, comprometiéndose a abrirles
al tercer día. Obviamente eso no ocurre, porque si no, no habría
película, aunque lo que nunca se explica es qué tenía
de tan atractivo ese encierro. A menos que estén ensayando para
algún nuevo reality show, y se les haya olvidado avisarles a los
espectadores.
Como en esos engendros televisivos, En lo profundo impone una serie de
reglas arbitrarias que hay que aceptar. Que a los protagonistas los excita
encerrarse en una mazmorra. Que la puerta no se abre de adentro. O sí
se abre y a alguno de los cuatro se le ocurrió esconder la llave,
por alguna razón. El resultado es obvio: en lugar de fiestita,
tendrán un fin de semana de terror. Pero tampoco eso: En lo profundo
promete crímenes brutales y ofrece en su lugar más tiempos
muertos, circunloquios y dilaciones que cualquier entrega de Gran
Hermano o Reality Reality. Con la diferencia de que
los participantes son, aquí, menos carismáticos que en cualquiera
de esos shows. Empezando por Thora Birch, que alguna vez tuvo la fortuna
de ser la hija de Kevin Spacey en Belleza americana, y ahora parece empeñada
en dilapidar ese módico crédito. A este paso, va a lograrlo.
PUNTOS
Con
la música a otra parte
Por Martín
Pérez
Para demostrar que son griegos,
los habitantes de la isla griega de Cefalonia hablan inglés con
acento griego. Para demostrar que es italiano, el dueño de la mandolina
del título también habla inglés como un italiano.
En Cefalonia también hay alemanes que es fácil deducir cómo
es que demuestran que son alemanes, y a su alrededor también hay
una guerra. Pero sus tiros no se escuchan demasiado. En un marco de bellos
paisajes, el triángulo amoroso integrado por los griegos
Penélope Cruz y Christian Bale y el italiano Nicholas
Cage se enlaza y desenlaza entre machismos, patriotismos y hedonismos
mal entendidos o mal explicados durante el bucólico desarrollo
de dos largas horas de empalagoso romanticismo que sólo puede llegar
a ser eficaz por su humor involuntario.
PUNTOS
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