Por Verónica
Abdala
¿Será cierto,
como piensa el historiador Adriano Justo Alemán, que, en materia
de amor, lo que se comparte y se narra son, casi exclusivamente, las historias
pasadas, lo que ya no cuenta, y a menudo, ni siquiera eso?
¿Será verdad, como él sostiene, que nadie está
en condiciones de escribir lo esencial de su vida, sino meras
aproximaciones a la verdad, y que lo fundamental, sólo es posible
hablarlo: echarlo como una botella sin destinatario al gran murmullo
que es el mar de la voces humanas, en donde todos hablan a la vez y nadie
escucha bien lo que se dice? El, que ha amado a cinco mujeres simultáneamente
y a lo largo de su vida, y que ha callado esas vivencias durante la misma
cantidad de años que duraron esas relaciones, considera que con
la vejez ha llegado el momento de asumir su verdad y narrar lo vivido,
y así se lo hace saber a un joven periodista, que se convertirá
en su interlocutor. En torno a ese diálogo que establecen estos
dos personajes, un solitario y experimentado profesor, y un periodista
dispuesto a convertirse en el único testigo de su historia, gira
la trama de la sexta (y notable) novela del mexicano Héctor Aguilar
Camín, que acaba de publicar editorial Alfaguara.
Las mujeres de Adriano es una novela de la vida secreta, esa que
no aparece ante los ojos de nadie, a veces ni de su mismo dueño,
y que sin embargo forma el eje de la vida de cada uno. Al mismo tiempo,
esta vida secreta es la de un historiador, un hombre cuyo oficio es la
interrogación del pasado, explica el autor a Página/12.
Como todo historiador, Adriano no puede ver con claridad su historia
sino cuando ésta ha concluido, cuando ha dejado de estar inmerso
en el torbellino de sus pasiones, en su historicidad invisible, que es
la del paso de los días.
El autor de El resplandor de la madera, Un sopolo en el Río y La
decadencia del Dragón, entre otras obras, se entrega en esta oportunidad
a las cavilaciones que le inspira una cuestión central: la de la
diversidad amorosa. Que, desde su perspectiva, nada tiene que ver con
la deslealtad. Los hombres y mujeres tienen amores diversos a lo
largo de su vida, amores completos, intransferibles e incomparables entre
sí, reflexiona. Y es cierto que esta es la esencia
moral (o inmoral) del libro: el amor es plural, no exclusivo. Pero eso
no lo hace falso ni infiel. La historia de Adriano parece decir, como
decía en su tiempo el gran poeta ignorado Renato Leduc: Soy
infiel, no desleal. El ha tenido cinco amores que han durado toda
su vida: Han ido y venido a él, y si las ha podido conservar porque
ha sabido perderlas. Todas tienen otros amores, se casan y tienen hijos
con otros, pero vuelven siempre a Adriano, porque él es, finalmente,
la más sólida de sus parejas.
Y en el marco de esa lógica, ¿qué es lo que
ha buscado Adriano a lo largo de todos esos años, además
de la compañía y la comunicación de sus cinco amores?
Conocimiento. Para Adriano, el refugio de la soledad ha sido el
conocimiento. En su caso, el conocimiento ha sido completado por el amor,
sólo el amor ha desbordado sus hábitos de recluido. Aparte
de sus libros, sólo el amor ha marcado entrañablemente la
memoria de Adriano.
Su anterior novela, El resplandor... y ésta comparten ciertamente
muy pocos puntos en común. ¿Qué lo llevó a
modificar tan radicalmente la temática y las características
de este libro, respecto de aquel?
El resplandor..., la novela familiar por la que decidí hacerme
escritor a los quince años, hace cuarenta, es una novela con todos
los agravantes: larga, densa de personajes, tiempos, tramas, emociones.
Después de terminarla, y publicarla me sentí de pronto vacío,
sin asunto novelesco en que empeñar mis días. Desde hace
algún tiempo, para mí es difícil imaginar la vida
sin estar escribiendo una novela. Es como imaginarme la comida sin pan
o sin carne o sin vino o sin conversación. Padecí ese vacío,
llegué a pensar que dejaría de escribir. De pronto, en las
vísperas la celebración navideña del año 2000,
vino a mí la idea de Las mujeres de Adriano y casi sentí
que volvía a vivir. Escribí con placer y facilidad cinco
meses,hasta terminarla. Es la primera novela que yo escribo salida de
ninguna parte, no tiene una carga existencial, ni tiene que ver con mis
demonios personales. Es, en estricto sentido, pura ficción: juego,
placer de contar. Diría, en resumen, que son obras distintas, en
todos los órdenes. Pero comparten el hecho de atentas a la vida
secreta de los personajes, que no es lo mismo que la vida privada. Cada
uno de nosotros tiene una vida secreta.
Usted declaró a Página/12 en 1999, que la historia
nunca es suficiente a la hora de proponerse la escritura de un buen libro.
¿Cuáles son esos ingredientes sin los cuales fracasaría
el proyecto narrativo?
La verosimilitud literaria tiene reglas más exigentes que
la fantasía de lo real. La imaginación literaria es una
señora sujeta a reglas estrictas que no se pueden violar sin arriesgarse
a provocar la incredulidad de los lectores. El primer ingrediente sin
el cual fracasa todo proyecto narrativo es la credibilidad: que el lector
crea y comparta lo que el autor va contándole. Esto exige oficio
y magia. El oficio consiste en conducir al lector, no abrumarlo, no confundirlo,
llevarlo en cierta forma de la mano. No hay gran arte en confundir
al lector, decía Isaac Bashevis Singer. El lector es un animal
receloso, inconstante y exigente. Las cosas tienen que estar claras para
él y al mismo tiempo tener un enigma, un truco, algo que mantenga
viva su curiosidad, su alegría, su sufrimiento: su emoción.
Aquí es donde entra la magia. Hay mejores magos que otros, desde
luego. Hay magos de medio pelo que tienen gran éxito en fiestas
infantiles. Hay magos que aburrirían a un auditorio promedio y
son sin embargo los preferidos de los magos, de los conocedores, los que
saben que ese truco incomprendido ahora será el truco popular de
las fiestas de niños dentro de cien años.
También declaró en esa oportunidad que la realidad
siempre supera la ficción, y que en ese sentido quien
se propone inventar una historia no debe perder de vista que al respecto
está sumamente limitado. ¿Sigue pensando lo mismo?
¿Como periodista, se ha topado con historias que no podrían
haber sido verosímiles en el campo de la ficción?
Sigo pensando lo mismo. No creo que haya un novelista capaz de inventar
lo que ha inventado la realidad. ¿Qué novelista podría
inventar a Napoleón, a Hitler o a Stalin? ¿Quién
se los creería? Yo partí en Las mujeres de Adriano de un
hecho que sería imposible convertir en novela, porque nadie le
creería al novelista. Ese hecho es que en México fue descubierto
un hombre que se había casado legalmente con ocho mujeres y mantenía
ocho hogares en los que había procreado treinta y nueve hijos.
Era un buen padre de familia en todas las casas y el jefe del hogar. La
lectura de esta nota periodística es la que desata la confidencia
de Adriano sobre sus cinco mujeres. Creo haber hecho una narración
verosímil de las cinco mujeres de Adriano. No habría podido
ni empezar la historia del octígamo de la vida real.
Maestro de la frase
elegante
Héctor Aguilar Camín autor de seis novelas,
con la que ahora se publica, cinco libros de historia y ensayo y
otros cuatro libros en coautoría, influyente periodista de
su país, director de la revista mexicana Nexos, y conductor
de un programa político de televisión es uno
de los pocos autores latinoamericanos que puede darse el lujo de
contar, entre sus lectores más fieles, a escritores de la
talla de Carlos Fuentes e Ignacio Paco Taibo (biógrafo del
Che Guevara). Para Fuentes, Aguilar Camín es un maestro
de la frase elegante, y el mejor novelista político
de México. El resplandor de la madera, afirma Fuentes
es una de las mejores aparecidas en Hispanoamérica
en los años 90. Paco Taibo, entretanto, opina
que en sus libros hay más verdad que en los libros
de historia y muchas más revelaciones que las que los periodistas
destapan a diario.
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