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�Cada uno de nosotros tiene una vida secreta�

El mexicano Héctor Aguilar Camín explica su novela, �Las mujeres de Adriano�. La idea central, cuenta, es que �el amor es plural. Adriano podría decir, como el poeta Renato Leduc: �Soy infiel, no desleal��.

Aguilar Camín es, además de
literato, uno de los más prestigiosos
e influyentes periodistas mexicanos.

Por Verónica Abdala

¿Será cierto, como piensa el historiador Adriano Justo Alemán, que, en materia de amor, lo que se comparte y se narra son, casi exclusivamente, las historias pasadas, “lo que ya no cuenta”, y a menudo, ni siquiera eso? ¿Será verdad, como él sostiene, que nadie está en condiciones de escribir “lo esencial de su vida”, sino meras aproximaciones a la verdad, y que lo fundamental, sólo es posible “hablarlo: echarlo como una botella sin destinatario al gran murmullo que es el mar de la voces humanas, en donde todos hablan a la vez y nadie escucha bien lo que se dice”? El, que ha amado a cinco mujeres simultáneamente y a lo largo de su vida, y que ha callado esas vivencias durante la misma cantidad de años que duraron esas relaciones, considera que con la vejez ha llegado el momento de asumir su verdad y narrar lo vivido, y así se lo hace saber a un joven periodista, que se convertirá en su interlocutor. En torno a ese diálogo que establecen estos dos personajes, un solitario y experimentado profesor, y un periodista dispuesto a convertirse en el único testigo de su historia, gira la trama de la sexta (y notable) novela del mexicano Héctor Aguilar Camín, que acaba de publicar editorial Alfaguara.
“Las mujeres de Adriano es una novela de la vida secreta, esa que no aparece ante los ojos de nadie, a veces ni de su mismo dueño, y que sin embargo forma el eje de la vida de cada uno. Al mismo tiempo, esta vida secreta es la de un historiador, un hombre cuyo oficio es la interrogación del pasado”, explica el autor a Página/12. “Como todo historiador, Adriano no puede ver con claridad su historia sino cuando ésta ha concluido, cuando ha dejado de estar inmerso en el torbellino de sus pasiones, en su historicidad invisible, que es la del paso de los días.”
El autor de El resplandor de la madera, Un sopolo en el Río y La decadencia del Dragón, entre otras obras, se entrega en esta oportunidad a las cavilaciones que le inspira una cuestión central: la de la diversidad amorosa. Que, desde su perspectiva, nada tiene que ver con la deslealtad. “Los hombres y mujeres tienen amores diversos a lo largo de su vida, amores completos, intransferibles e incomparables entre sí”, reflexiona. “Y es cierto que esta es la esencia moral (o inmoral) del libro: el amor es plural, no exclusivo. Pero eso no lo hace falso ni infiel. La historia de Adriano parece decir, como decía en su tiempo el gran poeta ignorado Renato Leduc: ‘Soy infiel, no desleal’. El ha tenido cinco amores que han durado toda su vida: Han ido y venido a él, y si las ha podido conservar porque ha sabido perderlas. Todas tienen otros amores, se casan y tienen hijos con otros, pero vuelven siempre a Adriano, porque él es, finalmente, la más sólida de sus parejas.”
–Y en el marco de esa lógica, ¿qué es lo que ha buscado Adriano a lo largo de todos esos años, además de la compañía y la comunicación de sus cinco amores?
–Conocimiento. Para Adriano, el refugio de la soledad ha sido el conocimiento. En su caso, el conocimiento ha sido completado por el amor, sólo el amor ha desbordado sus hábitos de recluido. Aparte de sus libros, sólo el amor ha marcado entrañablemente la memoria de Adriano.
–Su anterior novela, El resplandor... y ésta comparten ciertamente muy pocos puntos en común. ¿Qué lo llevó a modificar tan radicalmente la temática y las características de este libro, respecto de aquel?
–El resplandor..., la novela familiar por la que decidí hacerme escritor a los quince años, hace cuarenta, es una novela con todos los agravantes: larga, densa de personajes, tiempos, tramas, emociones. Después de terminarla, y publicarla me sentí de pronto vacío, sin asunto novelesco en que empeñar mis días. Desde hace algún tiempo, para mí es difícil imaginar la vida sin estar escribiendo una novela. Es como imaginarme la comida sin pan o sin carne o sin vino o sin conversación. Padecí ese vacío, llegué a pensar que dejaría de escribir. De pronto, en las vísperas la celebración navideña del año 2000, vino a mí la idea de Las mujeres de Adriano y casi sentí que volvía a vivir. Escribí con placer y facilidad cinco meses,hasta terminarla. Es la primera novela que yo escribo salida de ninguna parte, no tiene una carga existencial, ni tiene que ver con mis demonios personales. Es, en estricto sentido, pura ficción: juego, placer de contar. Diría, en resumen, que son obras distintas, en todos los órdenes. Pero comparten el hecho de atentas a la vida secreta de los personajes, que no es lo mismo que la vida privada. Cada uno de nosotros tiene una vida secreta.
–Usted declaró a Página/12 en 1999, que “la historia nunca es suficiente a la hora de proponerse la escritura de un buen libro”. ¿Cuáles son esos ingredientes sin los cuales fracasaría el proyecto narrativo?
–La verosimilitud literaria tiene reglas más exigentes que la fantasía de lo real. La imaginación literaria es una señora sujeta a reglas estrictas que no se pueden violar sin arriesgarse a provocar la incredulidad de los lectores. El primer ingrediente sin el cual fracasa todo proyecto narrativo es la credibilidad: que el lector crea y comparta lo que el autor va contándole. Esto exige oficio y magia. El oficio consiste en conducir al lector, no abrumarlo, no confundirlo, llevarlo en cierta forma de la mano. “No hay gran arte en confundir al lector”, decía Isaac Bashevis Singer. El lector es un animal receloso, inconstante y exigente. Las cosas tienen que estar claras para él y al mismo tiempo tener un enigma, un truco, algo que mantenga viva su curiosidad, su alegría, su sufrimiento: su emoción. Aquí es donde entra la magia. Hay mejores magos que otros, desde luego. Hay magos de medio pelo que tienen gran éxito en fiestas infantiles. Hay magos que aburrirían a un auditorio promedio y son sin embargo los preferidos de los magos, de los conocedores, los que saben que ese truco incomprendido ahora será el truco popular de las fiestas de niños dentro de cien años.
–También declaró en esa oportunidad que “la realidad siempre supera la ficción”, y que en ese sentido “quien se propone inventar una historia no debe perder de vista que al respecto está sumamente limitado”. ¿Sigue pensando lo mismo? ¿Como periodista, se ha topado con historias que no podrían haber sido verosímiles en el campo de la ficción?
–Sigo pensando lo mismo. No creo que haya un novelista capaz de inventar lo que ha inventado la realidad. ¿Qué novelista podría inventar a Napoleón, a Hitler o a Stalin? ¿Quién se los creería? Yo partí en Las mujeres de Adriano de un hecho que sería imposible convertir en novela, porque nadie le creería al novelista. Ese hecho es que en México fue descubierto un hombre que se había casado legalmente con ocho mujeres y mantenía ocho hogares en los que había procreado treinta y nueve hijos. Era un buen padre de familia en todas las casas y el jefe del hogar. La lectura de esta nota periodística es la que desata la confidencia de Adriano sobre sus cinco mujeres. Creo haber hecho una narración verosímil de las cinco mujeres de Adriano. No habría podido ni empezar la historia del octígamo de la vida real.

 

Maestro de la frase elegante

Héctor Aguilar Camín –autor de seis novelas, con la que ahora se publica, cinco libros de historia y ensayo y otros cuatro libros en coautoría, influyente periodista de su país, director de la revista mexicana Nexos, y conductor de un programa político de televisión– es uno de los pocos autores latinoamericanos que puede darse el lujo de contar, entre sus lectores más fieles, a escritores de la talla de Carlos Fuentes e Ignacio Paco Taibo (biógrafo del Che Guevara). Para Fuentes, Aguilar Camín “es un maestro de la frase elegante”, y “el mejor novelista político de México”. El resplandor de la madera, afirma Fuentes es “una de las mejores aparecidas en Hispanoamérica en los años ‘90”. Paco Taibo, entretanto, opina que “en sus libros hay más verdad que en los libros de historia y muchas más revelaciones que las que los periodistas destapan a diario”.

 

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