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“EL MAL DE LA PALOMA”, EN EL RECOLETA
Escenas de la crisis

La directora teatral Mónica Viñao, asociada a una estética de inspiración oriental, cambia de registro y, a partir de una obra de Omar Aita, se interna en un grotesco violento y contemporáneo.

Continuidad: �Antes la gente desaparecía físicamente y ahora desaparece económicamente; de un modo o de otro, seguimos estando desaparecidos�.

Viñao dice que encontró en la obra
de Aita un lenguaje muy popular.

Por Cecilia Hopkins

Formada en el estudio de las artes plásticas, el diseño de vestuario y la escenografía, la directora Mónica Viñao ha elaborado a través de sus espectáculos una marca muy particular, reconocible en una cierta calidad de imagen y tiempo dramático que suele evocar a un mundo relacionado con “lo oriental”. Si bien Viñao ha tenido –y sigue manteniendo– un fluido contacto con el director japonés Tadashi Suzuki –su maestro desde los ‘80– la directora parece dispuesta a lanzarse en otra dirección.
Para concretar el desafío (“para salirme de mí”, según cuenta en la entrevista con Página/12) eligió montar El mal de la paloma, obra de Omar Aita que subirá a escena hoy en el Centro Cultural Recoleta, con interpretaciones de Silvia Dietrich y Luis Solanas. “Me cansa un poco que me relacionen siempre con lo oriental –piensa la directora– porque yo soy de aquí... incluso el propio Suzuki piensa que hago un teatro muy argentino.” Su inminente estreno se trata de una pieza que la directora describe como un “grotesco violento y contemporáneo”, atravesado por un lenguaje francamente popular, que “plantea un mundo diferente al que estoy acostumbrada a transitar” según afirma Viñao.
Por lo menos dos cuestiones caracterizaron las piezas anteriores de la artista: la estilización del movimiento (en Geometría, de Javier Daulte, para nombrar una de las últimas) y un gusto por lo fragmentario, lo que se evidenció claramente en las ocasiones en las que Viñao realizó la adaptación escénica de textos narrativos, como en Fragmentos de Troya o Des/Enlace. Esta vez, la directora define como hiperrealista al estilo que ha buscado para estos “personajes desmesurados, con un nivel de incomunicación y violencia tan profundo que me remitieron desde el comienzo a una noticia policial de un diario”, según describe. Atrás dejó, por otra parte, su afición a remontar sus relatos a partir de imágenes y frases sin conexiones demasiado evidentes: las seis escenas de la obra de Aita mantienen una estructura tradicional que aseguran un relato diáfano, meridiano. La historia incluye un crimen y surge de la relación de pareja que mantienen un hombre aficionado a la cría de palomas y su mujer que, al no poder embarazarse, instiga al hombre al robo de una criatura.
–Su obra tiene una marca de estilo muy definido. ¿Por qué pensó en “salirse de sí”?
–Creo que por experimentar el riesgo de entrar en un territorio inexplorado. La actitud de ir más allá de la fórmula que ya se sabe da resultado es el modo que tiene el artista de entrar en crisis y crecer. Tengo la sensación de que hasta el momento pensé el teatro como si fuese poesía en movimiento. En cambio, esta obra me exige un desafío: pensar en términos de acción.
–¿Cómo son los personajes que plantea Aita?
–Son muy carnales y también muy reconocibles. Y a pesar de que tienen mucho sabor local, enseguida me evocaron las películas del neorrealismo italiano. Se trata de un hombre y una mujer que toman posiciones de género muy extremas. El texto habla de la ausencia del amor y sus personajes se relacionan con un gran un nivel de violencia: no se escuchan, existe entre ellos un nivel de sometimiento altísimo y fundamentalmente, se niegan a convivir con la diferencia, es decir, son sordos a las opiniones que no son las propias. Tal vez todo esto tenga que ver con el ser humano en general, pero a mí me suena muy nuestro.
–¿Encontró entonces en esta obra una oportunidad de hablar del mundo que la rodea?
–Creo que el microcosmos que forma esa pareja puede llegar a evocar la realidad que vivimos todos los días, la violencia de las relaciones y lo que esto genera. Para teatralizar este mundo me tuve que concentrar en la acción, desde el cuerpo de los actores y sin interesarme en lo psicológico. No quise juzgar los motivos por los cuales se puedenjustificar los hechos que ocurren en la obra sino describirlos en un planteo teatral y formular un interrogante.
–¿Qué opinión le merece el estado actual del teatro?
–Creo que existen propuestas alternativas muy interesantes, hay una franja teatral verdaderamente vital que agradezco que exista porque es lo que mantiene vivo al teatro, que como cualquier arte se sustenta por los márgenes, por aquello que está en la periferia y que lo va renovando. A mí cada vez me interesa menos el teatro oficializado. Hoy existen muchos lugares que otorgan subsidios, pero se ofrecen en teoría: sabemos que en este momento el Instituto Nacional del Teatro cerró sus filiales del interior, que el Cervantes tiene el 85% menos de su presupuesto...y pese a esta realidad tan hostil, la gente de teatro sigue produciendo. Las políticas culturales, como la política en general, están en franca decadencia. Pareciera que la gente no importa más. Pero a pesar de la perversión que significa esta falta de apoyo a la cultura, el teatro, que es un lugar de barricada, sigue produciendo. En este país existe una deuda interna muy grande con la salud, la educación y la cultura. Pero no es casual. Si uno analiza esta situación, llega a la conclusión de que el Proceso tuvo éxito: antes la gente desaparecía físicamente y ahora desaparece económicamente. De un modo o de otro, seguimos estando desaparecidos.

 

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