Se cerró la canilla
Con las guerras mundiales y la crisis del 30 se fue desarrollando
en Argentina una economía sobre la base de la sustitución
de importaciones, dejaron de llegar bienes del exterior y hubo que
fabricarlos en el país. Si en el 30 hubo que
sustituir importaciones, ahora habrá que sustituir capitales,
fue el comentario de un economista cuando Domingo Cavallo regresó
el martes de los Estados Unidos con las manos vacías.
Se trataba de un chiste, pero también de una descripción
sin acento ideológico. Más bien la ideología
y la política tendrán que acomodarse a esta nueva
realidad. Por esta razón, el chiste del economista ya se
había convertido en crisis para el gobierno. En realidad,
la crisis viene de antes. Cuando los capitales que llegaban fueron
disminuyendo, los políticos que los convocaban fueron perdiendo
espacio político. Hasta que en las elecciones pasadas cuando
la canilla ya estaba casi cerrada esa política se quedó
sin juego porque no tiene dónde apoyarse.
Esa economía que funcionaba prácticamente sin producir
riqueza y esencialmente gracias al endeudamiento, las privatizaciones
y los ajustes y finalmente nada más que a los ajustes, se
resquebrajó y surgió la necesidad de otro esquema.
A veces un nuevo proyecto económico se origina en una decisión
política que aprovecha una coyuntura especial. Pero en el
caso argentino, este sistema tan primitivo de enriquecimiento se
agotó después de arrasar con los dos grandes partidos
históricos, el Justicialista y el Radical, llevándolos
a contradecir los principios sobre los que habían fundado
su popularidad.
Es decir, no hubo una decisión política de cambiar
el modelo, sino que el modelo se agotó y hubo que improvisar
sobre la marcha, todavía sin demasiada decisión de
abandonarlo. Por lo tanto, las medidas que anunció el gobierno
el jueves tienden a atenuar los efectos más contundentes
del desmoronamiento del pilar troncal del modelo, el crédito
externo, más que a señalar un camino nuevo.
La historia muestra que en una situación de crisis, siempre
es mejor elegir el nuevo camino y tomarlo con decisión y
también que existiera una fuerza política o una coalición
que reuniera a los interesados en caminarlo. De otra manera, la
realidad va más rápido que la política. En
el caso argentino, la crisis del gobierno expresada en las últimas
elecciones permanecerá y se profundizará cuanto más
demore en seguir abrazado a los restos de un modelo que está
en crisis. Su crisis política es un coletazo de la crisis
del modelo.
Las medidas tomadas el jueves por un equipo de técnicos,
muchos de los cuales fueron los que, junto con Cavallo, concibieron
el enmarcamiento de la Argentina en estos parámetros que
ahora tratan de evadir, constituyen el reconocimiento institucional
de la crisis del modelo. Aunque en el caso del gobierno, el chiste
del economista sobre la sustitución de capitales
le cae como anillo al dedo porque en gran medida alienta la esperanza
de sustituir la sequía de crédito externo con un hipotético
retorno de los capitales argentinos fugados al exterior.
La sensación de que la Argentina no está ante una
crisis sólo de coyuntura, sino que esta situación
obedece a cuestiones estructurales, no es ajena al ambiente político
y es anterior a este reconocimiento oficial. La idea ronda en los
distintos ámbitos desde hace varios meses. En las agrupaciones
de izquierda resulta difícil distinguirla porque la advertencia
sobre la crisis del sistema capitalista ha sido usada la mayoría
de las veces más como una expresión de deseos que
como descripción de la realidad. Y en los grandes partidos,
además de haber sido aprovechada por algunos con demagogia
para blanquearse, en todos los casos, incluso en los de buena fe,
siempre se la argumentó con timidez, esperando que otro tomara
las decisiones y asumiera los riesgos.
El movimiento social y las agrupaciones populares llegaron atomizados
a la crisis, sin valorar suficientemente los pocos foros que tienen
en comúnpara discutir y proponer una opción de salida
que abarque al conjunto. Pero existen propuestas enriquecedoras
como la impulsada por el Frente Nacional contra la Pobreza, con
la CTA, los piqueteros, sectores del Polo Social y el ARI y partidos
de izquierda. Desde otra vertiente, poco antes de las elecciones,
Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín firmaron un acuerdo
para la productividad con el respaldo del dirigente de la Unión
Industrial Argentina, José Ignacio de Mendiguren y con la
simpatía de la CGT disidente de Hugo Moyano.
El eje de la propuesta del Frenapo es una fuerte política
redistributiva que reactive la producción, en tanto que el
acuerdo de Duhalde y Alfonsín es más impreciso, aunque
Mendiguren sugirió muy elípticamente la necesidad
de salir de la convertibilidad.
El juego está abierto y se ponen sobre la mesa cartas que
hasta hace pocas semanas, cuando era pecado mortal pensar en disminuir
los intereses de la deuda, hubieran sido fulminadas por el rayo
de la soberbia neoliberal. La idea de cambio está unida a
la de crisis. Y el cambio pasa por la transgresión del sistema
de ideas que parecían inmutables en el período anterior.
La única posibilidad de sortear una crisis es abrir puertas
nuevas aunque hayan sido prohibidas. Y la única condición
es no repetir equivocaciones, pese a que desgraciadamente esa también
suele transgredirse.
De hecho, crisis como ésta han generado y profundizado cambios
estructurales en la economía y en el sistema político.
La instauración sin tapujos del esquema neoliberal, con Carlos
Menem, devastó a la pequeña y mediana empresa, a las
clases medias, a los trabajadores y al movimiento obrero y corrompió
al sistema político. Pero antes, y en sentido inverso, el
fenómeno de sustitución de importaciones en el siglo
pasado había llevado al peronismo y a la incorporación
de la nueva masa obrera al sistema político.
Se podrá discutir la ideología de Fidel Castro, pero
nadie podrá negar su capacidad de liderazgo ni su voluntad
política, que compartió con otros líderes del
siglo pasado, como De Gaulle o como Perón, igual de polémicos
y discutibles. Una anécdota cuenta que después del
desembarco del Granma, la gran mayoría de los expedicionarios
fue abatida por el fuego enemigo o se perdió sin rumbo. Fidel
reagrupó al puñado de diez o doce maltrechos y desmoralizados
sobrevivientes y les aseguró, absolutamente convencido, que
ya habían ganado la batalla contra Batista. Hace pocos días
en una reunión con periodistas en La Habana, para reafirmar
esta y otras historias de las que fue protagonista, aseguró
que cuando estés en el peor momento te vas a dar cuenta,
porque a partir de allí las cosas empiezan a cambiar.
Es otra forma, esperanzada si se quiere, de decir que las crisis
también son oportunidades.
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