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OPINION
Por Mario Wainfeld

DOMINGO CAVALLO SE TIRO A LA PILETA SIN MIRAR SI HABIA AGUA
Otra vez “el único plan posible”

El discurso presidencial y
sus premisas. La apuesta de Economía. La respuesta de los mercados del viernes. Los riesgos de su prolongación. Lo que no dijeron De la Rúa ni Cavallo. El paquete social, una promesa difícil. Las internas del gobierno. Los peronistas a la espera.

Circunspecto, sin poder evitar un par de furcios (incluido uno numérico) pese a estar leyendo, el Presidente anunció al país su plan y explicó que no es sólo el mejor posible, sino además el único. Asombrosa premisa ésta, que también supieron invocar Alfonsín y Menem. ¿Cuán inevitable es el rumbo elegido? ¿Cuán capciosa es cualquier propuesta alternativa? Ciento por ciento, emitió Fernando de la Rúa. ¿Lo es en todos sus detalles, ya que estamos? ¿Si las exenciones impositivas otorgadas a las tarjetas de pago se hubieran extendido a las de crédito, estallaría el país? ¿Y si se quisiera bajar la tasa que se paga a los acreedores externos al 6 por ciento o elevarla al 8 por ciento, derivaríamos al caos? Las preguntas, por el absurdo, buscan patentizar cuan irrazonable es la pretensión de quienes son apenas inquilinos del poder en arrogarse la condición de dueños de la verdad. Las políticas propuestas por la dupla Cavallo - De la Rúa podrían hasta ser las mejores (opine usted lector), pero sin duda no son las únicas posibles. De hecho, no son las que el mismo dueto encaró dos o siete meses atrás. Lo que el Presidente propugnó –el programa único– flanqueado de un gabinete que parecía pintado por un renacentista fatigado, es la negación misma de la democracia, lo que es bastante grave. Pero, si bien se mira, es la negación de la política misma, como posibilidad de intervención, de modificación, de generación de escenarios. Y eso es más que grave: es un insulto a la inteligencia de sus representados.

El corazón en las tinieblas

El “programa único” fue presentado por De la Rúa como una combinatoria de acciones sociales, económicas y financieras. Pero está claro que, más allá de cierta retórica, no hay disposición en la Rosada ni en Hacienda de destinar una chirola más a los más sumergidos. El núcleo sólido del haz de medidas de Cavallo es la reestructuración de la deuda pública. Claro que eso está presentado en un programa “a lo Mingo”, una maraña de reglas, incluidas algunas que ora morigeran, ora violan los principios generales. No les falta arbitrariedad y privilegio a esas normas, en especial a aquellas que establecen un asombroso salvataje a empresas privadas que parece hecho a medida para algunos amigos y aliados pasados, presentes o futuros del Ministro.
La reestructuración de la deuda es el corazón del programa. Sus medidas reactivantes, amén de opinables por otras variables (inducir a los trabajadores ávidos de liquidez a debilitar su jubilación futura es una perversidad que se parece bastante a la ideología de Cavallo) seguramente tendrán pálida repercusión. El presunto paquete social será contractivo por una sencilla razón: se repartirá menos plata que hoy. El recorte de la coparticipación federal que sigue en debate tendrá el mismo efecto. Y los aumentos en el salario de bolsillo serán parcialmente compensados por menguas en asignaciones familiares o aumentos de impuestos.
En suma, Cavallo se juega todo a una carta. Parece una carta baja, un cuatro de copas, diríamos. No tiene mucho para ofrecer a los acreedores o bancos ubicados en el extranjero. El privilegio sobre la recaudación impositiva es una intolerable renuncia a la soberanía y –por añadidura– un anzuelo muy poco seductor para los acreedores. “Los estudios jurídicos de los grandes bancos ya tienen preparadas las demandas contra el Estado argentino. El nuestro no es un default repentino, como el de Rusia. Vino con aviso, ya todos están preparados, los discursos del jueves no los van a conmover” explica a este diario un economista de primera línea que conoce la histérica lógica de “los mercados”.
En la Rosada y en Hacienda hay quienes piensan distinto. “Les va a torcer el brazo a los banqueros” se entusiasmaron ante Página/12 un cavallo boy y un sushi que juega en Primera, repentinamente nacionales y populares. La película seguirá el lunes. Entretanto, los últimos fotogramas del viernes sólo insuflan pesimismo. La fuga de depósitos que se inició el miércoles se acentuó jueves y viernes. Los números oficiales no se conocen aún, los oficiosos hablan de 1500 millones de pesos, una media de 500 millones al día que si se sostuviera por una semana podría hacer caer a más de un banco. En Gobierno niegan que la corrida sea tamaña, pero el viernes el call money estuvo a un promedio de 200 por ciento lo que habla de una sangría infernal.
La mera prolongación, por una semana más, de lo ocurrido en la que termina hoy, implicaría un escenario de catástrofe financiera de tremendas e incalculables proyecciones. Ese es el escenario más posible hoy, en un plácido domingo de vísperas. Carpe diem lectora o lector, que mañana no se sabe.

Un poco de buena onda

Cabe, con todo, imaginar la hipótesis más virtuosa posible. Imaginar qué pasaría si –de grado o con la muñeca vencida por el férreo pulso de Mingo– los acreedores se resignan a moderar la usura. En ese caso, pontifica el ministro, habría una reducción de 4000 millones de pesos. Los números tan redondos inducen a la duda, a la sospecha de la simplificación. La sospecha se agudiza si los datos brotan de Cavallo cuyo compromiso con la exactitud, por no mencionar a la verdad, son muy lábiles. Serán 4000 nomás o 3000 y pico, vaya usted a saber. En cualquier caso esa cifra –para ser correctamente sopesada– necesita un contexto que el ministro y el Presidente escamotearon.
El contexto sugiere que esa cifra, aunque no es jamás una bicoca, resultaría exigua para equilibrar el déficit público, si sigue bajando la recaudación fiscal. En octubre la caída superó el 11 por ciento. Vale recordar que el término de comparación, octubre de 2000, fue un mes horrible connotado por la renuncia de Chacho Alvarez y los primeros vientos de default.
El contexto exige para completarse el detalle de los recortes que contendrá el Presupuesto 2002, que el Gobierno no informa burlando en este aspecto a la Constitución.
En suma, la importancia relativa del alivio fiscal sólo pueden ponderarse añadiendo más variables, que son los “otros” ingresos y los gastos. Si el déficit cero sigue estrangulando a la economía real, los 4000 millones serán otra moneda que cae en el triángulo de las Bermudas de la economía nativa.
“Si reducimos las tasas, el riesgo país dejará de ser un indicador condicionante” se solaza un cavallo boy que, en el ínterin hasta que tal bienandanza acontezca, tiene Internet clavado en ese dato. Pero cuando ocurra reverdecerá un problema que el actual plan ha puenteado con total elegancia: la paridad cambiaria. Ninguna economía puede ser competitiva con las tasas que se pagan en la Argentina, pero si se dejaran de pagar quedaría patente un dato que tiene añares: tampoco se lo puede ser con tipo de cambio fijo y el peso ferozmente sobrevaluado. Esa dificultad fue la que intentó paliar la convertibilidad ampliada, otra sutil creación de Cavallo que el Presidente consideró verdad irrecusable y política única hace unas semanas y que el jueves pasó a cuarteles de invierno.
La depresión de la economía es, como casi todos los fenómenos sociales, policausada. Deriva del encarecimiento prohibitivo del crédito (previo a su desaparición) pero también de la paridad cambiaria, del altísimo desempleo, de la flagrante desigualdad en la distribución de ingresos. El cavallismo suele tener como parámetro lo que alguien llamó “teoría de la peste”: decidir que, como en una epidemia, hay un mal que determina si no todas, casi todas las disfunciones de la sociedad. Ese desprecio por las complejidades, que apesta a autoritarismo, suele fascinar a losfuncionarios, aún a algunos menos desaprensivos que Cavallo. Leyes únicas, instrumentos únicos, suelen licenciar a los gobernantes del agobio de las diferencias, de los federalismos, de pluralidades engorrosas. Con algunos costos, claro está.

Pobres bancan pobres

El plan que trae bajo el brazo Patricia Bullrich se presenta con el envoltorio de aliviar el fárrago de la proliferación de programas y planes. La ministra anuncia unificaciones. Algunas son deseables porque los instrumentos se han multiplicado acá y allá al servicio de las necesidades políticas de ministros o secretarios de cualesquiera áreas y luego, como suele ocurrir en el Estado, han quedado anquilosados, incorporados como capas geológicas. Pero a veces la multiplicación de planes y programas tiene una lógica que la urgencia de la burocracia suele soslayar: la de la tutela de intereses específicos considerados dignos de tutela, hecho que suele determinar que haya financiamientos internacionales para esos fines. La lógica de los contadores o de los diseñadores de burocracia estatal pretende hacer tabula rasa con todo, pero no es tan sencillo. Ni lógico, ni siempre deseable.
Esto dicho, el plan anunciado con ditirambos por el Presidente y Bullrich es, mirado de cerca, bastante menos impactante que lo que ellos plantearon y bastante menos autónomo de la lógica restrictiva del programa del gobierno.
u La masa de dinero a repartir entre los beneficiarios no tendrá incremento alguno (quizá sufra alguna merma) lo que significa que la universalización de las asignaciones familiares será una suerte de perinola entre muy pobres y algo menos pobres. Se repartirán de otro modo, siendo croupier Bullrich, cuántas fichas le queda a cada cual.
u La forma de pago, dación en efectivo, sin mediaciones ni contraprestaciones ni capacitación alguna, alude al más craso credo liberal. “Yo te doy la plata y vos, soberano, hacé lo que quieras”. Lo que no podrá proponerse con eficacia el beneficiario jamás, porque las reglas de juego lo impiden, es organizarse, salir del círculo crónico y opresivo de la pobreza que en la Argentina va degradando de una clase (colectivo desafiante que compite por prosperar) en una casta (en la que se nace y se está condenado a morir).
u La implementación será altamente compleja. La elaboración del padrón de beneficiarios es entre peliaguda e imposible de realizar en el lapso en el que promete Bullrich. No hay padrón posible de beneficiarios, ni datos que cruzar. En la Agencia Social dicen que el núcleo será la autoinscripción. Optimista lectura que parece a la hechura de la Capital, donde, bondi mediante, cualquiera llega a la Ansés. Pero será mucho más arduo en el Interior, en zonas rurales ni qué decir. Piénsese: exigirá que millones de personas se movilicen (seguramente más de una vez, pocos se presentan con todos los papeles en regla ante los empadronadores), que el ente de aplicación chequee mínimamente las declaraciones... Nada es definitivo pero se podría apostar cinco a uno que en enero de 2002 muy pocos beneficiarios estarán en condiciones de cobrar la nueva asignación. Descontársela a los que ya la cobran, eso sí, será más sencillo.
El Plan Bullrich, cuya casi única virtud es recuperar como un valor la “universalidad” de la asistencia social, tiene marcados puntos de tangencia con las propuestas de la cavallista Carola Pessino, que como su jefe fue funcionaria del anterior gobierno y de éste. Menudo dato que la preocupación social llegue tarde a este gobierno y lo haga con la matriz del CEMA y de la Mediterránea.

Los gobernas

“Si no se ponen al día con lo que nos deben el lunes, el martes empezamos la guerra contra Cavallo”. La frase lanzada por Carlos Ruckauf ante sus allegados pinta bien el malhumor creciente de los gobernadores del PJ con el ministro de Economía. Se supone que, si no hay arreglo, los próximos serán días de guerra: votarán la derogación de las facultades extraordinarias en la sesión de diputados del martes y apoyarán el pedido de juicio político al hiperministro propuesto por Elisa Carrió. Los justicialistas, hablando en voz no siempre baja, espigan al interior del gobierno: rescatan a Chrystian Colombo (“con él se puede hablar”) y suelen ser más piadosos con De la Rúa que con Cavallo. Aunque, como señaló un presidenciable a Página/12, entienden “le falta capacidad de conducción, se deja arrastrar por Cavallo. Alfonsín o Menem hubieran arreglado esto en dos días”.
Como fuera, fue palmaria la ausencia de los gobernadores en la poco conmovedora presentación del plan económico. Un gobierno solo, muy solo, que viene de ser goleado en las elecciones, es una pobre sustentación para una jugada de tamaña magnitud. Se dirá que además la “foto de familia” está velada por innumerables internas –Bullrich vs. Sartor y vs. Colombo, éste vs. Cavallo, éste vs. Rodríguez Giavarini– pero, en fin, eso ocurre en los mejores clanes y no impide que, a la hora de la hora, todos se encolumnen detrás de Mingo.
Colombo, aunque enojado porque Cavallo lo desacredita como “débil” ante auditorios empresarios, retomó el viernes el teléfono y comenzó a anudar charlas con “los gobernas” peronistas. Rodríguez Giavarini, aunque poco conforme con la compulsividad de la refinanciación de la deuda, trabajó para conseguir el apoyo del G 7 lo que le valió incluso un eufórico –y casi no correspondido según un testigo presencial– abrazo de Cavallo el viernes en Cancillería.
Las divisiones del gobierno y sus querellas son, comparativamente, bajas. Derivan de ciertas lógicas de poder antes que de diferencias de proyectos, las agiganta la carencia de conducción y de arbitraje propia del estilo presidencial.

Diez años de asolación

Hace diez años que está en el candelero y es una especie de Terminator, que sobrevive a los fracasos de gestión y políticos. Denunció a medio país, jamás probó “el peso de la verdad” de sus catilinarias y andando el tiempo se fue retractando de sus imputaciones. Puso fin a sus querellas con Corach, con los Ciccone y llegó a un arreglo con los herederos de Alfredo Yabrán.
Muchos de sus allegados están siendo juzgados o procesados, alguno preso por corrupción, él siempre pega en el poste y sale. Milagros sucesivos lo dejan afuera de las investigaciones de IBM Nación o en la causa de venta ilegal de armas.
Se hizo célebre porque mató a la hiper de un tiro en la frente, sin dar especial cuenta de que la hiper es de morir así nomás. Es autor o cómplice calificado de muchas de las desdichas que padece la Argentina: la desocupación masiva, la desintegración territorial, el arrasamiento de las economías regionales, la falta de planeamiento estratégico, la desigualdad en el reparto de la torta, la venta de las joyas de la abuela, la renuncia a imponer las rentas petroleras.
Algo cabe reconocerle: una enorme creatividad en materia económica, su coherencia ideológica y una voluntad que pocos políticos argentinos tienen. La jugada que hizo Cavallo en estos días tiene esos y otros sellos suyos: simplismo, irresponsabilidad respecto de las consecuencias de sus actos, desprecio por los beneficios sociales, un condimento eterno de negocios o salvatajes para ciertos capitales a costa del Estado. Condenado a seguirlo, el Gobierno espera cerrar trato con los Gobernadores en esta semana, encontrar una respuesta piadosa de los mercados y esperar que pare la corrida bancaria.
Lo primero está en el orden lógico de la política. Lo segundo y lo tercero sólo Dios sabe. Y en estos últimos tiempos no está actuando como cuando era argentino.

 


 

LAS ENCUESTAS MUESTRAN UNA ESPERANZA CAUTA
Cómo se ve el paquete

Por Raúl Kollmann

No hay euforia ni mayores seguridades de éxito. Sin embargo, el plan lanzado el jueves por el Poder Ejecutivo ha despertado cierta esperanza entre la gente y hay una tendencia a aprobar las medidas. Como ya se venía percibiendo, crece la cantidad de ciudadanos que está de acuerdo en tomar medidas con la deuda externa y, por lo tanto, dos de cada tres personas apoya la reestructuración. También hay respaldo a las medidas más sociales, en especial la de otorgarle 100 pesos a cada persona mayor de 75 años, aunque no haya hecho aportes jubilatorios. Bastante controvertido es el plan de que el Estado pase a rescatar empresas endeudadas.
Las conclusiones surgen de un estudio realizado el viernes por la consultora Analogías, que conducen Analía del Franco y Luis Sthulman, y que suelen testear la opinión pública para el Gobierno. En total se encuestaron a 400 personas de Capital Federal y Gran Buenos Aires, respetándose las proporciones por edad, sexo y nivel socioeconómico.
La lectura de las encuestas sobre las nuevas medidas debe hacerse a la luz de los increíblemente bajos índices de aprobación que tiene el presidente De la Rúa y su equipo. La imagen del Presidente apenas supera los 15 puntos y la opinión sobre el rendimiento del Gobierno es aún peor. O sea que las medidas las toma un Ejecutivo en su peor momento y que, encima, viene de perder una elección. Igualmente debe considerarse que tampoco la oposición aparece con credibilidad alguna en las encuestas, lo que significa que el nuevo plan tiene como trasfondo una clase política muy mal considerada.
No es un mal comienzo para el Gobierno que casi la mitad (49 por ciento) diga que estas medidas podrían ayudarle a De la Rúa a encontrar el rumbo y que entre los que están más esperanzados y esperanzados suman casi un 46 por ciento del total de los ciudadanos. Eso implica que hay una mitad ya muy descreída, pero otra mitad con cierta expectativa.
Respecto de las medidas, un 66 por ciento respalda la reestructuración de la deuda externa, algo que era tabú hace unos años. Según se ve en otros estudios, también empieza a aparecer un porcentaje alto (más del 40 por ciento) que no ve mal salir de la convertibilidad. Todo esto tiene que ver con la desesperación por salir del cuadro actual, en especial de la desocupación. Como era de esperar, tienen mucho apoyo las medidas que tienden a auxiliar a los sectores más necesitados –los 100 pesos a los mayores de 75 años, los 30 pesos por hijo– también hay aprobación para la reducción del aporte a las AFJP por un año y a la devolución del 3 o el 5 por ciento del IVA. La mayor polémica está en la asistencia a las empresas en crisis, convirtiendo al Estado en socio de esas compañías: la mitad está a favor y la otra mitad en contra.

 

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